Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
3
1
horas
1
5
minutos
3
7
Segundos
1
3
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

7.Anitselap

La excursión a la panadería resultó una odisea, además era tarde y quería llover. Con pasos cortos y mirando tres veces antes de doblar ninguna esquina llegó por fin a casa. Aadab, su mujer, cocinaba tortitas con leche que había sobrado de la cena y algo de levadura que había escamoteado del mostrador de la parada. Butrus y Farid jugaban intentando derribar una botella vacía a la que lanzaban bolas de papel que fabricaban utilizando las hojas de los libros que les habían dado en la escuela.

Al entrar no se quitó los zapatos. Hacía semanas que habían decidido dormir con ellos puestos; al fin y al cabo el barro que jaspeaba el suelo era solo polvo y arcilla.

-¿Hoy también tendremos que escondernos en el foso, papá? –preguntó Aadab

Circunspecto, asintió con la cabeza.

– A papá le dan miedo las tormentas, ya lo sabes.

-¿Por qué se rompen las casas cuando llueve?

Butrus había salido a su madre: observador, curioso y entrometido. A pesar de ser el pequeño sabían que sería el primero en darse cuenta de que los estruendos que acompañaban a los silbidos que cruzaban el cielo cada noche, en ningún caso, eran truenos de tormenta.

6. Esta noche cuento que te quiero. Capitulo III.

Tras presenciar aquel beso en la calle, decidió no asistir al baile de máscaras y regresar a su pensión.

Estando ya en su cuarto, se tumbó en la cama y comenzó a orquestar un plan para separar aquel joven de su amada.

En su cabeza se le acumulaba una tormenta de ideas: ¿Matarlo? No, ella no podía mancharse las manos de sangre , ¿Tenderle una trampa?, ¿Pero cómo?, ¿Hablar con ella? Se preguntaba para sí.

Entonces, sobresaltada se levantó de la cama, bajo aquella tormenta de ideas una sobresalió entre todas,  como lo hace un rayo en una noche de verano.

Sabía lo que tenía que hacer, se acercó a su maleta y entre lo poco que pudo coger en su precipitada huída, se encontraba un libro, lo cogió, lo comenzó a ojear, y allí encontró lo que buscaba. En una hoja amarillenta y sucia se podía leer la dirección de aquel chico que conoció en el campamento de verano. Sabía que ese chico estaba enamorado de ella e incluso en una ocasión alrededor de una hoguera le llegó a decir que haría cualquier cosa por ella sí se lo pidiese.

Pues había llegado ese momento.

5. LA FUERZA DE LA VOLUNTAD

Elisa regresaba a Colombo desde las tierras altas del té, en el corazón de la isla de Ceilán. Cansada del mediterráneo paisaje de fondo de todos sus veranos, este año decidió romper la hucha. Tuvo que sobrevolar medio mundo para conocer esa isla que, desde siempre, le había atraído al abrir los atlas. Una lluvia monzónica desdibujaba el paisaje y humedecía la despedida. La carretera descendía brusca hacia el mar dibujando grandes curvas en zig zag. En la primera apareció un niño, ya calado hasta los huesos, ofreciéndole un ramo de flores intensas, como la isla. No se fijó mucho, ensimismada como estaba en sus propios pensamientos. En la siguiente curva de nuevo un niño empapado vendiendo flores, ¿el mismo? Ahora Elisa se fijó en su raída camiseta, y su enorme mirada oscura. Y en cada curva de nuevo aparecía, delgado,  moreno, sin jadear a pesar de las carreras atajando por la jungla. Curva y niño… En un impulso Elisa pidió al conductor, ¡Ranjid, please stop! Y bajó del coche para encontrarse con la sonrisa más inmensa,

-¿Do you want flowers?

– ¡Claro…!

4. TIEMPOS ACIAGOS (J.REDONDO)

Se hizo sangre en la palma de la mano de tanto azotar, con rabia desesperada, la hacina de hierba seca. En su regazo, refugiaba a Churi, su benjamín de seis años.

El tren, se había llevado a sus otros cuatro hijos. Ella no habría soportado ver, en la estación de Orejo, sus caritas alejándose, tras la ventana del vagón, hacia el puerto del Musel.

Semanas después, un piquete irrumpió en aquella casa, en la que el tío Vidal les dio cobijo tras su huida de los bombardeos de Bilbao. Qué mejor lugar para “aselarse” que el pueblo donde el abuelo había ejercido 15 años como maestro.

— Démosle a este “rojo” “el paseíllo” y a su mujer rapémosle  la cabeza por bruja.

— ¡Quietos! Don Dionisio ha sido nuestro maestro, y a Doña Lola, que nadie le toque un pelo.

—Don Dionisio, queda usted arrestado.

En Treto el furgón recogió más prisioneros del penal del Dueso.

Llegaron a Bilbao. La humillada cuerda de reos, bajo unos nubarrones tormentosos, cruzó al Arenal pisando tablones sobre gabarras.

El cabo, mosquetón al hombro, leyó:

— Destino carcelario: Universidad de Deusto.

— ¡Puerta!

Dionisio volvió a la Universidad. Esta vez no fue para impartir matemáticas a sus alumnos.

2. BIENVENIDOS A MARTE

El Arca XIV comienza a penetrar en la atmósfera; enciendo el intercomunicador:

—La comunidad humana de Marte les da la bienvenida al planeta donde la lluvia es como polvo de diamante —Oigo vítores y jolgorio de fondo—. Pueden amartizar en el sector 6B.

Confirmo el inicio del protocolo de acogida y corto la comunicación. Miro a través del ventanal la niebla que cada noche nace en este suelo marciano. Pronto envolverá el Domo y ascenderá. Cuando las partículas de agua que la forman lleguen a la atmósfera, se harán cristales de hielo y se precipitarán sobre la superficie: como pequeñas piedras preciosas.

“Un nuevo mundo, todo para vosotros”, eso nos prometieron.

A lo lejos, veo el descenso de la nave. Pronto descubrirán que los diamantes solo brillan si hay luz, y en este condenado planeta sólo llueve de noche; de día, no hay más tormentas que las de arena y polvo.

Apenas recuerdo el olor a tierra mojada ni la sonoridad de una tormenta de verdad.

¿A qué huele Marte? Dicen que se puede resistir en el exterior, sin el traje, hasta diez segundos.

Alguna noche saldré.

Ojalá merezca la pena después de todo

1. LA ESPERA (JAMS)

Hace más de seis meses que no llueve en Qallucha. Es lo habitual en este infierno amarillo. La última vez vino a coincidir con la marcha precipitada de la maestra. Hace una semana que les han comunicado que cubrirán de nuevo su plaza en la escuela, y los vecinos, en la taberna, ya hacen cábalas. Algunos confían que sea joven y bonita; a otros les basta con que sea menos remilgada que las anteriores y soporte la jarana de una hombría local aficionada al pulque y el jaleo.

Todos esperan que llegue antes de la tormenta, porque el cielo se ha convertido en un vientre liso y malva a punto de estallar.

Los niños, que juegan a las batallas en el viejo fuerte, dicen reconocer los primeros relámpagos por el collado de Matanzas. En esa luz lejana, Fuensanta, que solo espera una voz con quien hablar algo nuevo, cree haber visto los faros de un vehículo.

Pero lo cierto es que Héctor, el nuevo maestro, aún se encuentra en la estación. Aguarda, nervioso, que su pareja decida acompañarle o, como le había advertido, emprender el viaje solo. Faltan tres minutos para la salida del autobús y Ulises no aparece.

DARDOS (Yolanda Nava)

Cuando vienen las visitas coloca su sonrisa de plástico y muda el tono de su voz, todos la adulan y ella practica su condescendencia mientras les alarga las pastas de té. Cuando se marchan se quita el disfraz: las uñas, las pestañas, la capa de carmín y el corsé que la ha dejado exhausta. Y vuelve a ser la mujer arisca e indomable que practica tiro al blanco conmigo. Hasta ahora sus dardos apenas me habían rozado. Hoy han dado en el centro de la diana. Mientras recogía  los complementos de su disfraz después de la última visita, con su peluca en la mano, quise besarla ¡me inspira tanta ternura!, me apartó con violencia, y entre la retahíla de improperios que enlazaba imparable, me pareció escuchar que le da asco mi boca.

Fuera de concurso, ya que fui jurado el mes pasado.

132. El disfraz del pretencioso

–¿De qué vas disfrazado? No consigo adivinarlo.
Se echó un trago antes de responder.
–¿No lo adivinas?
Le miré de arriba abajo. Ni idea. Desde luego no era como Salvador que, no había duda, iba de Cervantes, con su lechuguilla, su jubón y sus medias. Había logrado un buen efecto pintando su mano izquierda de gris y dejándola colgar fláccida a un lado del cuerpo.
Moisés llevaba algún tiempo apareciendo a nuestra tertulia semanal sin afeitar. Ahora tenía un divertido bigote. Para evitar preguntas, se presentó a la fiesta con una taza y una magdalena. Cuando alguien le pedía una foto, no olvidaba llevarse la mano a la mejilla.
También teníamos un Kafka, un Homero, un Hemingway, un García Lorca, pero ¿de qué demonios iba disfrazado Juande?
–Vamos. Dime de una vez quién eres. ¿Mailer?
–¿Ese idiota? No. ¿No lo ves…? Voy disfrazado de mí mismo.

131. El último carnaval

Se había prometido que esta sería su última fiesta de Carnaval, aunque antes cumpliría su promesa y sería la pareja de María en el baile del Casino.

Buscaba con ello olvidarse de aquellas  imágenes, que acudían una y otra vez a su mente, las del disfraz de Carlota cubierto de sangre, mientras esta exhalaba su último suspiro.

Un año después sabía que la mezcla de alcohol, drogas y un deseo irrefrenable, sumado al rechazo de Carlota, se había convertido en un cóctel mortal.

130. Día de difuntos, de Laura Garrido.

Trato de ahuyentar el recuerdo adormecido de un baile de máscaras que se celebró en una casa victoriana. El hecho inverosímil aconteció a partir del tercer vals. En uno de mis giros, al ritmo que me imponían los delicados pies de Catalina, cerré y abrí los ojos con incredulidad. Por la escalera de mármol descendió lentamente una imagen totalmente desenfocada. Iluminaba su rostro la lámpara de araña que colgaba del techo. Unas canicas blancas colgaban de un muelle bailoteando descompasados sobre sus pómulos y de su boca resbalaba un hilillo color púrpura que confundí con un chorrillo de sangre. La mujer que lucía una bella máscara veneciana gritó en primer lugar. A su alarido le siguió un coro de aullidos femeninos que paralizaron el sonido de la orquesta, y con el desconcierto, las damas iniciaron la huida seguidas por los caballeros, los músicos y los sirvientes. Allí quedé paralizado asimilando mi solitaria presencia frente a un ente borroso que no olía a fantasmas, quizás fuera el hedor de la muerte que me llegaba desmaquillada. Y nunca supe quién era porque cuando me tocó se desvaneció en el aire cayendo al suelo esta máscara. Los otros, jamás regresaron.

129. ESPÍRITUS LIBRES

Matías fue uno de los mejores fotógrafos de su época. Lo atestiguaban sus miles de fotos captadas por todo el mundo, publicadas en revistas de varios países.

Con la jubilación, se retiró a la casa del campo. Tenía las paredes decoradas con una colección de máscaras conseguida en sus expediciones por los cinco continentes. Algunas festivas, varias guerreras y otras rituales. Eso sí, todas eran mágicas y protectoras. El reportero dio un giro a su vejez el día que comenzó a cubrirse la cara con esas valiosas piezas.

Él, que nunca había bailado en su vida, deslumbraba a sus vecinos mientras ejecutaba las danzas, cubierto con las máscaras de batalla. O aquella semana que iba ataviado con la de fertilidad y visitó todos los burdeles de la zona. Incluso la del dios de la lluvia evitaba el incendio de cada verano, gracias a los fuertes chubascos.

Las máscaras desaparecieron de la casa igual que Matías. Cuando llegaron los médicos para recoger su cadáver, encontraron sobre la cama el rostro de un águila tallado en madera. Una cabeza muy parecida a la del ave rapaz que sobrevuela por las mañanas el hogar de Matías.

128. HISTORIA DE UNA » MINA “

La “mina” era guapa. Un poco bajita quizás, pero lo suplía con unos tacones de vértigo. Tenía pocos pesos, pero ahorrando de acá y de allá, caminando varias cuadras en vez de tomar el bus, había conseguido unos zapatos negros y lustrosos, símil de charol que daban el pego bajo las luces frías de neón del bailongo.

La “mina” era seria pero no lo parecía. Se ponía el disfraz de pizpireta cuando salía a la pista y se dejaba arrastrar, seducir, apretar, por los señores que pagaban la entrada para estrechar los cuerpos jóvenes y semivestidos de las chicas, que sacaban un sueldo extra al compás de tangos y milongas.

Fuera de allí sólo soñaba con darse un baño, sacudirse las huellas de las manos viciosas sobre su piel, y conseguir su propósito: montar un salón grandioso de baile donde los chicos lucieran  zapatos lustrados, se acicalaran y llevaran en la espalda un número, para que las “minas” como ella, pagaran por bailar con ellos y palparlos con lujuria.

Nuestras publicaciones