Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

AGO142. MALFORMACIONES, de Elisa de Armas

Los observé mientras eclosionaban. Algunos resultaron alicortos, otros gastaban un abdomen abultado o una cabeza desproporcionada. Ninguno se sostenía en el aire más de unos segundos antes de despanzurrarse contra la madera, salpicándola de un fluido viscoso.

El último sí se elevó, tan ligero que no hubo forma de alcanzarlo, le faltaba un final contundente que contrapesase su levedad.

Tras dar por perdida la puesta de microrrelatos, aún tuve que dedicarme a adecentar el escritorio, una pura inmundicia de adjetivos sobados, adverbios en mente, cacofonías, gerundios y puntos suspensivos.

http://pativanesca.blogspot.com

INSPIRACIÓN (CON BICHO) DEL MAESTRO MERINO…

La hormiga en el asfalto

Agosto, cuatro de la tarde. Casi cuarenta grados de temperatura. Una calle en obras, una profunda zanja lateral. La gran grúa mueve tierra y cascotes. En la soledad deslumbradora, un hombre espera el autobús. Se ha colocado un pañuelo sobre la cabeza, está inmóvil y siente brotar el sudor de toda su piel. Muy cerca se alza el pequeño surtidor de una cañería rota. El hombre descubre en la calzada un insecto minúsculo, acaso una hormiga solitaria que avanza en línea recta. El chorro de agua golpea contra un montón de arena y hace saltar piedrecitas que caen cada vez más cerca de la hormiga. El hombre piensa que aquel insecto avanza ciego hacia el punto en que una de las piedrecitas lo aplastará. En el silencio sólo se oye el ruido del pequeño surtidor fortuito, a sus pies, y el chirrido del contenedor de material que se bambolea en lo alto, justo encima de su cabeza.

La glorieta de los fugitivos. JOSE MARÍA MERINO. Páginas de espuma.

AGO141. EL HOMBRE QUE SE COMÍA EL ALFABETO, de Félix Valiente del Valle

Sin lugar a dudas el rasgo más excéntrico de Saulo Da Pinto era su nutrición. Comenzaba comiendo por orden alfabético desde el primer día del año y así sucesivamente hasta agotar el alfabeto y comenzar de nuevo. Las recetas de esta manera iban desde los aguacates rellenos de salmón hasta las zanahorias con chorizo y pasas, en un procedimiento que descontaba paralelamente días y letras del abecedario. Las únicas excepciones a tan curioso ritual eran dos: la prohibición de repetir comidas en meses consecutivos y la licencia con las letras difíciles, léase la ñ o la y, para las cuales se concedía que el alimento contuviese la letra aunque no comenzase por ella.

Un día alimentario G se armó de valor y esa tarde compró un bote de Hormigas culonas de San Gil para el día siguiente. Saulo murió esa misma noche devorado lenta y minuciosamente por aquella marabunta de insectos carnívoros en una agonía interminable y con el terrible desconcierto de no comprender que nada había salido mal, no hubo ningún fallo, tan solo el error de que aquel día no había sido elegido por él sino por las hormigas que habían resuelto comerse a un humano.

AGO140. ANA DE LAS LUCIÉRNAGAS, de José Ángel Gozalo Molina

Era una de aquellas noches de invierno sin luna, en la que sólo los guerrilleros se aventuraban a salir al monte, porque no se distinguía más allá de los dos palmos de distancia delante de los ojos.
Por eso, la pequeña Ana se hallaba muerta de frío y desorientada, sin poder encontrar el camino de regreso a su casa.
Llevaba horas vagando sin rumbo, tropezando a cada paso con las raíces invisibles de los árboles y cayéndose al suelo, cuando sin previo aviso, le pareció ver a lo lejos un grupo de pequeñas luces que, suspendidas en el aire , parecían bailar sin ton ni son en un maravilloso espectáculo.
Ana nunca había visto nada parecido, así que llena de curiosidad, se encaminó hacia ellas al límite de sus fuerzas.
Viéndose rodeada por ellas, intentó cogerlas durante largo tiempo , pero cada vez que conseguía atrapar una entre sus manos esta se apagaba.
—Por favor, iluminad mi camino —les pidió antes de que se le cerraran los ojos.
Casi despuntando el alba, los vecinos del pueblo que participaban en la búsqueda, pudieron ver una columna de pequeñas luces semejantes a polvo de estrellas, que ascendían directamente hacia el cielo.

AGO139. CRIPSIS, de David Rubio Sánchez

Ya se lo decía a mi padre cuando, de niño, me preguntaba por qué ahogaba a las hormigas en el barreño: “Porque están por todas partes, ¿es que no lo ves?”.
“No pasa nada, mi vida”, me consolaba mi madre cuando acudía a mi cama, alertada por mis llantos de madrugada. “¡Quítamelos!”, le rogaba.
Día tras día, cucarachas, moscas y demás insectos se agolpaban en las paredes de mi casa. Cuando las cubrieron por entero, ocuparon la calle. Era imposible caminar sin escuchar, a cada paso, ese irritante crujido al pisarlos.
Pero nadie hacía nada.
No comprendí por qué hasta el día en el que vi chinches recorriendo la cara de mis padres; en hileras que nacían de sus fosas nasales y llegaban hasta sus oídos. Eso mismo observé, tiempo después, en las cabezas de los vecinos de mi calle. Hoy he visto abejorros en el rostro de las personas que salen en televisión.
Al final lo han conseguido. Esos bichos lo controlan todo. Menos a mí: ya no les tengo miedo.
Ignoro cómo lo haré pero los sacaré de cada ser humano. Aunque sé que no bastará con un barreño de agua para acabar con ellos.

AGO138. FUMIGADOR, de Miguel Ángel Cejudo López (La Marca Amarilla)

Como cada día, cuando el sol ya alumbra los rincones, Nicolás coge las herramientas y marcha al escondrijo a cumplir con sus obligaciones. Suele cambiar a menudo estas destartaladas cuatro paredes llenas de agujeros por otras dependencias cuando le envían a exterminar a otros edificios de la zona, pero a él no le importa pues ya es experto en localizar a sus víctimas. Pronto comienza su faena y con insano orgullo se carga a todo tipo de “putas cucarachas”, “chinches putrefactos”, “pulgas rastreras”, “gusanos cabrones” e “infames mariquitas”; a Nicolás le gusta llamar así a todo aquel que se cruza por la mirilla de su rifle de gran precisión, una joya para cualquier francotirador de cualquier absurdo bando.

AGO137. EL GRAN SALTO, de Antonio Ortuño Casas

Érase una vez una pulga que quería ser saltamontes para poder saltar más lejos y volar. Un día le pidió a un saltamontes que la dejara montarse sobre su lomo para que al menos sintiera esas emociones. Su experiencia no pudo ser peor, se mareó con el primer salto y después de un breve vuelo no pudo recordar nada. Completamente blanca volvió a buscar a su perro de turno, no sin antes escuchar de sus amigas las más sonoras burlas. Desde ese día la llamaron Superpulga 707, pero solamente hasta ese día cuando le pidió a una cigüeña que la dejara volar bajo su ala. Volvió al año siguiente con los galones de comandante, trayendo niños gemelos a la casa de su último perro.

AGO136. LA PICADURA DE UNA AVISPA, de Isabel Martínez Barquero

Era la primera vez que salía de viaje con ella. Estábamos en los inicios de la relación y todo era nuevo y sorprendente, como un día sin estrenar. Me gustaba aquella mujer, me gustaba mucho.
Por desgracia, no la atendí como debía durante el viaje. Una avispa inoportuna se enganchó a su brazo que, cándido y desprevenido, sufrió la picadura que le propinó el insecto con saña. Ella me dijo que sentía escalofríos y mareos al compás que su brazo se hinchaba como un flotador inflado por un aliento muy potente. Le quité importancia a su inquietud: el picotazo no tenía mayor trascendencia y pronto el brazo y ella misma volverían a la normalidad.
A lo largo de la jornada, se quejó varias veces y me hizo partícipe de su malestar continuo mientras me mostraba la hinchazón en aumento.
Cuando al caer la noche, decidí llevarla a un hospital por su aprensiva y cansada insistencia, fue demasiado tarde: en el camino, falleció entre convulsiones.
Desde aquel momento aciago, odio a las avispas.

AGO135. EL SUEÑO DE EVA, de Ana Belén Rodriguez Piqueras

Sucede doctor que a veces me despierto llorando con el rostro seco. Me limpio la cara notando como ellos la recorren con su sucio cuerpo y me dirijo a mi ducha matutina. Levanto los brazos, me inclino y aprehendo el alba como mejor puedo.
Todo comenzó hace un par de años cuando decidí mirarme al espejo. Antes los sentía pero pensaba que con una ducha se irían y ahora toda el agua del mundo no es suficiente para extraer los gusanos de mi cara.
_ Debemos buscar una solución Eva.
Doctor, el otro día uno de los gusanos se coló en mi casa, se aferró a mi rostro y en una de mis lágrimas salió viéndole uno de mis hijos.
_Necesita salir de esto, vénganse a mi casa unos días.
Eva salió de la consulta, se vistió en un bar cercano. Primero las botas rojas, luego la falda de terciopelo y finalmente aquellas viejas medias malva. Con cuidado salió a la calle procurando no ser vista, pero antes de situarse en el lugar de siempre compró un bolso grande y guardó todas sus ilusiones lejos de los gusanos , bajo llave, soñando recuperarlas algún día.

AGO134. VIAJE DE NOVIOS, de Asun Gárate Iguarán

Puedo empezar por un puñado de hormigas o de saltamontes. Para ir acostumbrándome. Estoy seguro de que han abandonado mi búsqueda. Después me será más fácil probar ciempiés y escarabajos, bien machacados con una piedra. Ha pasado mucho tiempo. Quizás tú también has perdido la esperanza. Hasta ahora solo he comido ensaladas de flores, moras y tallos verdes, y un huevo caído que enseguida vomité. A veces veo tu rostro en las nubes que pasan por encima de las montañas. Y continúo andando. Aunque me duele todo, fue un milagro que no me rompiera nada. En algunas plantas germinan unas semillitas picantes y sabrosas que me recuerdan los chiles que cenamos en el hotel la primera noche. Hoy he soñado contigo y al despertar he elegido el tronco delgado de un árbol. Como si fuera tu cuerpo lo he abrazado y me he echado a llorar y te he pedido perdón. Me incliné demasiado. Creo que estoy caminando en círculos. El hambre y la sed me hacen delirar. Imagino cosas terribles. Que me devora una serpiente. Que me capturan unos indígenas caníbales. Que me empujaste del globo en el que sobrevolábamos la selva. Que sonreías a nuestro atractivo guía turístico.

AGO131. EL MOSQUITO, de Cándido Macarro Rodríguez

Día caluroso, noche sofocante. Agosto es lo que tiene. Es hora de acostarse y tras innumerables vueltas en la cama el cansancio acaba por vencerme.
En mi sopor creo escuchar un leve zumbido en mi oído derecho. Intento ignorarlo pero el minúsculo hijo de puta insiste en su acoso. Me pica en la frente.
El mosquito ha perdido completamente la vergüenza y campa a sus anchas despabilándome y picándome.
¡Es la guerra!
Ya completamente consciente le espero. O él… o yo.
Siento un cosquilleo en mi mejilla. Acecho paciente. Espero a que proceda y se distraiga.
El autobofetón ha merecido la pena.
¿O no?
Pues no.
Nuevamente ese zumbido me taladra inmiseridorde el cerebro. Me arde la mejilla.
¡Ya está bien! Enciendo la luz pero, como si lo presintiera, el muy cabrón desaparece.
Vuelvo a apagar, vuelve a zumbar.
A oscuras cojo una chancla. Enciendo una linterna y busco con cautela.
Por fin le veo posado en la blanca pared con la tripa a reventar, confiado.
Se escucha un “zas” en el silencio de la noche. Cuando retiro la chancla descubro un círculo rojo en la pared y en el centro…él.
Sonrío satisfecho y, más tranquilo, me quedo dulcemente dormido.

AGO132. POR SI LAS MOSCAS, de Elena Casero

Es el retrato de un hombre alarmado. Mi abuelo estaba sentado en un banco de madera, de aquellos que los fotógrafos tenían como atrezo en su estudio. En el momento del disparo se observa que tiene las manos apoyadas sobre las rodillas, crispadas, convertidas en garras. Los ojos muy abiertos. El blanco y negro no deja apreciar la dilatación de las pupilas que miran con aprensión hacia un lugar concreto: la cabeza del fotógrafo, sobrevolada por un par de moscardas negras, inmensas, asquerosas.
De aquella sesión quedó el retrato de un hombre asqueado. Porque lo que a continuación sucedió fue relatado por el doliente retratista en una habitación del hospital, tras el vano intento de mi abuelo de rematar la corta vida de las moscas que se habían posado, con total descaro, sobre la calvicie sudorosa del fotógrafo.

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