Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

AGO149. TERAPIA EFICAZ, de Pilar Pastor

¿Se acuerda de mí? Estaba al borde del precipicio cuando entré en su consulta y, gracias a su empujoncito, mi caída al pozo fue inminente. Adaptarme al medio acuático fue sencillo y la experiencia vivida, casi indescriptible.

Una agradable sensación traspasaba los poros de mi húmeda piel, me di cuenta de que una metamorfosis empezaba a desarrollarse . Los poros, cada vez más dilatados, se abrieron y unas diminutas, diáfanas e irisadas láminas cubrieron todo mi cuerpo dotándolo de un brillo y una belleza envidiables. Embelesada, mi mirada llega a los pies y descubro que las uñas han crecido espectacularmente, la cutícula ha dejado de ser punto de unión entre uña y carne, mis extremidades lucen unas dinámicas y esbeltas aletas.

Decidí asomarme a la superficie, mis aletas se convirtieron en ágiles alas que yo sacudía alegremente para desprenderme de las diminutas gotas de agua. El cielo azul que tenía por techo me invitaba a volar, empecé a elevarme hasta que caí en picado en un palomar. Allí encontré mi hogar.

Usted tenía razón, la felicidad está en hacer algo por y para los demás. Gracias por ayudarme a recuperar mi identidad, soy una mosca cojonera.

AGO148. GREGORIO SAMSA, SUPONGO, de Manuel Montesinos

Huelo a rosas, no sé de qué color porque está oscuro, casi negro, pero son rosas. También percibo el relente húmedo de la tierra agitada y la eclosión de nuevos moradores, alquimistas de la materia, que han empezado a cuchichear muy cerca de mis antenas, ¿O todavía son oídos?
No me asusto, no tiemblo, ni siquiera intento girar la cabeza para no escucharlos, porque ya descubrí, hace unas horas, o quizás sean días, que no puedo moverme. Tengo la certeza de que la sangre no me circula, que no dispongo de actividad cerebral, pese a estos destellos torpes de los sentidos que, obstinados, se aferran a sus últimos estímulos.
Me cuesta aceptar que aún sigo vivo, que la metamorfosis no ha concluido del todo y que, aún, quedan larvas carroñeras dispuestas a profanarme. Finalmente, al paso de sus invertebrados cuerpos, la mandíbula se me descuelga y, con su peso de materia invertida, dibuja una sonrisa erosionada al sentir que todo va desaparecer.
A mi espalada, el vértigo del río arrastra gusanos sorprendidos de que, aún mi alma, se aferre a un trozo de carne descompuesta con olor a polen.

AGO147. ESCENA, de Marta López Cuartero

Como cada viernes, entre bambalinas y al son de la rumba, entreabre sus labios y desliza suave la barra de carmín. Con destreza perfila la línea que separa el reborde carnoso de los oscuros bulbos pilosos, difíciles de ocultar. Arquea la espalda y ajusta el desbocado pecho dentro del corpiño, orgulloso de poder mostrar su verdadera identidad contenida por terror a un padre despiadado.
Con una amplia sonrisa sale a escena entre aplausos y, ante un público entregado, entona con desgarro los versos de una canción. Al compás de las maracas y los tambores de conga marca fuerte el ritmo en cada taconeo, pretendiendo así borrar su oscuro pasado; como si fuese una cucaracha aplastada bajo la suela de un zapato.

AGO145. RECOLOCACIÓN, de Pablo Vázquez Pérez

¡Y lanzó otro golpe más del matamoscas y otra vez que fallaba! La abeja seguía volando por el despacho mientras César se preguntaba qué había hecho mal. Y mal, lo que se dice mal, no es que hubiera hecho nada, pero sí había sido un jefe muy malo, menospreciando a sus empleados más leales y útiles, acosándolos y despidiéndolos en cuanto pudo hacerlo, sin perder ni un euro de sus beneficios y sin importarle la suerte que corrieron. Planteó un expediente de regulación que había dejado a muchas personas debajo de los puentes y con un pie en la tumba. En resumen, había sido un malnacido al que se debería ajusticiar, pero no por trámites legales a los que pudiera pagar para salir impune. La verdad que eso ya lo tenía resuelto.
Por fin logró matar a la avispa, aplastándola contra el número siete del calendario que colgaba en la pared. Y en ese momento recordó a los siete mil trabajadores despedidos y escuchó el zumbido de un enjambre de abejas que se acercaba por el aire. Ni siquiera el doble acristalamiento aislaba del ruido ensordecedor. Ni tampoco era capaz de detener la llegada de esos siete mil insectos voladores.

AGO144. INSECTO EFÍMERO, SANGRE ETERNA, de Luis Carlos Castilla Ortiz "LuisCar"

Esta mañana, cuando el sol se derramaba sobre mi lecho, he descubierto, ocultos tras la almohada, unos ojos que me observaban. Ellos me han regalado una dulce sonrisa y una mirada satisfecha que están envueltas en brisa de pasión y anudadas con los dorados hilos del deseo.
Te he visto, amigo mosquito, como libabas su sangre y luego te has posado sobre mí. Has unido nuestras almas en el último instante de tu efímera tu vida. Ahora, petrificado en ámbar y anudado a su cuello, vistes su nívea desnudez que sólo mis dedos se atreven a acariciar.

AGO143. AY, GALILEO, de Ignacio Feito

Solo cuando limó las ùltimas asperezas, suavizando la rugosa superficie a fuerza de girarla con antenas y patas, pudo contemplar aquella esfera casi perfecta. No hizo caso entonces a quienes lo increpaban advirtiéndole de que aquello no era más que un montón de bazofia, que esa forma tan perfecta solo era una carcasa para ocultar toda la basura que había acumulado día tras día de su corta vida, su ridícula vida malgastada mientras resbalaba una y otra vez por la inacabable pendiente de arena, arrastrado por el globo repulsivo. Todos lo condenaron por soberbio e insolente, los arácnidos, los coleópteros y los lepidópteros, y le advirtieron de que, de no retractarse, lo abandonarían y lo dejarían completamente solo.
Le invadió el pánico. El terror a la lechuza, a la rata infame, al sapo verrugoso, al lagarto que ataca a los solitarios, al murciélago, a la pisada del hombre extraviado. Se desdijo pues, volvió al seno de los insectos ortodoxos, abandonó su planeta de mierda y vivió razonablemente hasta que le llegó su hora la fatídica noche del crótalo, la noche del cascabel.
«Eppur…, si muove«, exclamó entonces, mientras lo engullían, el escarabajo pelotero.

AGO142. MALFORMACIONES, de Elisa de Armas

Los observé mientras eclosionaban. Algunos resultaron alicortos, otros gastaban un abdomen abultado o una cabeza desproporcionada. Ninguno se sostenía en el aire más de unos segundos antes de despanzurrarse contra la madera, salpicándola de un fluido viscoso.

El último sí se elevó, tan ligero que no hubo forma de alcanzarlo, le faltaba un final contundente que contrapesase su levedad.

Tras dar por perdida la puesta de microrrelatos, aún tuve que dedicarme a adecentar el escritorio, una pura inmundicia de adjetivos sobados, adverbios en mente, cacofonías, gerundios y puntos suspensivos.

http://pativanesca.blogspot.com

INSPIRACIÓN (CON BICHO) DEL MAESTRO MERINO…

La hormiga en el asfalto

Agosto, cuatro de la tarde. Casi cuarenta grados de temperatura. Una calle en obras, una profunda zanja lateral. La gran grúa mueve tierra y cascotes. En la soledad deslumbradora, un hombre espera el autobús. Se ha colocado un pañuelo sobre la cabeza, está inmóvil y siente brotar el sudor de toda su piel. Muy cerca se alza el pequeño surtidor de una cañería rota. El hombre descubre en la calzada un insecto minúsculo, acaso una hormiga solitaria que avanza en línea recta. El chorro de agua golpea contra un montón de arena y hace saltar piedrecitas que caen cada vez más cerca de la hormiga. El hombre piensa que aquel insecto avanza ciego hacia el punto en que una de las piedrecitas lo aplastará. En el silencio sólo se oye el ruido del pequeño surtidor fortuito, a sus pies, y el chirrido del contenedor de material que se bambolea en lo alto, justo encima de su cabeza.

La glorieta de los fugitivos. JOSE MARÍA MERINO. Páginas de espuma.

AGO141. EL HOMBRE QUE SE COMÍA EL ALFABETO, de Félix Valiente del Valle

Sin lugar a dudas el rasgo más excéntrico de Saulo Da Pinto era su nutrición. Comenzaba comiendo por orden alfabético desde el primer día del año y así sucesivamente hasta agotar el alfabeto y comenzar de nuevo. Las recetas de esta manera iban desde los aguacates rellenos de salmón hasta las zanahorias con chorizo y pasas, en un procedimiento que descontaba paralelamente días y letras del abecedario. Las únicas excepciones a tan curioso ritual eran dos: la prohibición de repetir comidas en meses consecutivos y la licencia con las letras difíciles, léase la ñ o la y, para las cuales se concedía que el alimento contuviese la letra aunque no comenzase por ella.

Un día alimentario G se armó de valor y esa tarde compró un bote de Hormigas culonas de San Gil para el día siguiente. Saulo murió esa misma noche devorado lenta y minuciosamente por aquella marabunta de insectos carnívoros en una agonía interminable y con el terrible desconcierto de no comprender que nada había salido mal, no hubo ningún fallo, tan solo el error de que aquel día no había sido elegido por él sino por las hormigas que habían resuelto comerse a un humano.

AGO140. ANA DE LAS LUCIÉRNAGAS, de José Ángel Gozalo Molina

Era una de aquellas noches de invierno sin luna, en la que sólo los guerrilleros se aventuraban a salir al monte, porque no se distinguía más allá de los dos palmos de distancia delante de los ojos.
Por eso, la pequeña Ana se hallaba muerta de frío y desorientada, sin poder encontrar el camino de regreso a su casa.
Llevaba horas vagando sin rumbo, tropezando a cada paso con las raíces invisibles de los árboles y cayéndose al suelo, cuando sin previo aviso, le pareció ver a lo lejos un grupo de pequeñas luces que, suspendidas en el aire , parecían bailar sin ton ni son en un maravilloso espectáculo.
Ana nunca había visto nada parecido, así que llena de curiosidad, se encaminó hacia ellas al límite de sus fuerzas.
Viéndose rodeada por ellas, intentó cogerlas durante largo tiempo , pero cada vez que conseguía atrapar una entre sus manos esta se apagaba.
—Por favor, iluminad mi camino —les pidió antes de que se le cerraran los ojos.
Casi despuntando el alba, los vecinos del pueblo que participaban en la búsqueda, pudieron ver una columna de pequeñas luces semejantes a polvo de estrellas, que ascendían directamente hacia el cielo.

AGO139. CRIPSIS, de David Rubio Sánchez

Ya se lo decía a mi padre cuando, de niño, me preguntaba por qué ahogaba a las hormigas en el barreño: “Porque están por todas partes, ¿es que no lo ves?”.
“No pasa nada, mi vida”, me consolaba mi madre cuando acudía a mi cama, alertada por mis llantos de madrugada. “¡Quítamelos!”, le rogaba.
Día tras día, cucarachas, moscas y demás insectos se agolpaban en las paredes de mi casa. Cuando las cubrieron por entero, ocuparon la calle. Era imposible caminar sin escuchar, a cada paso, ese irritante crujido al pisarlos.
Pero nadie hacía nada.
No comprendí por qué hasta el día en el que vi chinches recorriendo la cara de mis padres; en hileras que nacían de sus fosas nasales y llegaban hasta sus oídos. Eso mismo observé, tiempo después, en las cabezas de los vecinos de mi calle. Hoy he visto abejorros en el rostro de las personas que salen en televisión.
Al final lo han conseguido. Esos bichos lo controlan todo. Menos a mí: ya no les tengo miedo.
Ignoro cómo lo haré pero los sacaré de cada ser humano. Aunque sé que no bastará con un barreño de agua para acabar con ellos.

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