Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

MAMIHLAPINATAPAI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. Comenzamos el año con MAMIHLAPINATAPAI, el entendimiento con la mirada. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de MARZO

Relatos

ENE102. LA BALLENA, de José Vicente Pérez Bris

-¡Por allí resopla!-gritó el marinero acodado a mi lado en la chalupa.
Brincábamos sobre olas enormes, en pos del animal más bello que vieran mis ojos. El arponero preparó la saeta y los músculos del brazo se le tensaron como cuerdas de violín.
Cuando el monstruo cabalgó sobre la siguiente cresta de espuma, dejando al descubierto su costado, el cazador lanzó la muerte desde lejos.
El acero templado penetró en su carne como mantequilla, hundiéndose hasta el mango.
Yo baldeaba la soga del arpón para que no se quemase, mientras ésta volaba arrastrada por el cetáceo.
-Sigue así, pequeña Jane-gritó el timonel animándome. Era la primera mujer enrolada en un ballenero y deseaba hacer carrera en la mar.
La ballena viró en redondo súbitamente, abalanzándose contra el bote. Su resoplido se hizo intenso, ensordecedor. Lo último que pude ver fue la mole gris que nos sepultaba bajo las olas para siempre. Sentí toneladas de presión sobre mi pecho.
Entonces fue cuando desperté sobresaltada, bajo el peso de mi marido, que resoplaba roncando con un auténtico ballenato.

ENE101. PUNTO FINAL, de Alfonso Carabias Antúnez

Al abrir los ojos se noto molesto y desorientado, y le costó percibir de entre la amalgama de cables y tubos que lo rodeaban la figura de un joven que lo miraba expectante.
– Pensé que este momento no llegaría nunca – dijo el joven acercándose a su cama. Quiero darte las gracias por no dejarte vencer; hace mucho tiempo que nuestros destinos están unidos y tu lucha es la mía.
– ¿Sabes? – continuo diciendo mientras caminaba hacia la puerta de la habitación y echaba el pestillo- yo también lo he pasado mal este tiempo, y la verdad, hubiera sido fácil para los dos terminar con esto, pero sé que ni tu ni yo nos lo hubiéramos perdonado nunca, y eso nos ha retroalimentado a los dos, el saber que este día llegaría.
– Hace cuatro años el deportivo que conducías se salió de la vía y se estrelló contra el coche en el que viajaban mis padres. Ellos murieron en el acto y tú quedaste en coma.
El joven saco un arma de su bolsillo mientras una lágrima recorría su mejilla.
– Serán cinco balas para ti y una para mí. Lo sé, no es justo. Tampoco lo fue entonces.

ENE100. DIOS NO TE QUIERE, DISFRUTALO!!!, de Gemma Calero Sanchez

Cuando despertó aún no habia sonado la alarma del reloj. Se dirigió a la ducha. Eran sus minutos de reflexión y como siempre sus ojos reflejaban emoción contenida. El con él mismo, con sus pensamientos y sentimientos, preparándose para comenzar un jornada más. Agua templada y al final fria. Se ciñó la toalla blanca a la cintura y salió del baño. Le gustaba sentir el resto de su cuerpo mojado. Volvió descalzo a la habitación mirando de reojo la cama de matrimonio con ternura, amor y esperanza. Era el instante en el que su corazón verdaderamente latia. Puso el canal internacional, bajito, lo suficiente para oirlo mientras terminaba su aseo. Continuó su ritual afeitándose con calma. Intercalaba su mirada ausente entre la suave pasada de la cuchilla y un marco plateado con el único retrato de su alma gemela. El resto de imágenes las guardaba en su retina y se deleitaba en ellas permanentemente.Sintió una leve brisa por la espalda, sonriendo dijo: «Amor, te quiero. Ya estoy casi listo para afrontar el día y dar lo mejor de mi. Volveré tarde. Tendremos que esperar un poco más para estar juntos. Dios hoy tampoco me ha querido a vuestro lado«.

ENE99. VIAJE A OTRA EDAD, de Mercedes Solsona Guillén

Hacía frío y una insolente penumbra empastaba perfectamente con el ambiente. Elisa, no recordaba ese lugar, tras un ávido vistazo, comprobó que era un espacio sin recuerdo.
Árboles de hojas bailonas asomaban por las ventanas semidesnudas, comprobó con extrañeza que el paisaje se alteraba en cada golpe de mirada. No reconoció sus manos cuando las llevó hasta la cara para desperezar unos ojos legañosos…
¿Qué estaba ocurriendo?
Al incorporarse, sintió un dolor agudo en la pierna derecha, por la parte de atrás del muslo hasta el glúteo… Sus pies estaban descalzos. El pelo, largo, enmarañado y de un color indefinido.
Se acercó al espejo que simulaba levitar sobre el aparador, se atusó el pelo en un atisbo de reconocer la imagen que proyectaba.
¿Quién era esa mujer? ¿Por qué estaba tan sola?
Elisa, en ningún momento sintió miedo, pensó que las respuestas dormitaban en su interior, serena, viajó hasta el fondo de su mente ¡Nada! Infinidad de cajones cerrados con llave y algún fragmento de vida sin conectar…
Volvió a recostar su ajeno cuerpo en el sofá del que había amanecido y entornó los ojos. Cuando despertó, sintió una sonrisa de alivio entre los labios.

ENE98. PLOMO, de José Ángel Gozalo Molina

 Las luces del puerto me han hecho recordar que hubo un tiempo en que todo nos lo quisimos dar.
Hoy mi corazón está a punto de reventar y monstruos acechan en la oscuridad. Resuenan lejanas en mi mente palabras de amor que como barcos fantasmas en el mar se perderán.
Los recuerdos pesan como plomos al andar cuando me acerco a este lugar donde todo comenzó. Juntos los dos, con el mundo esperando para vernos triunfar.
Que ingenuos éramos tú y yo. Creímos en la fuerza del amor y nos entregamos sin miedo a aquella dulce sensación. No nos guardamos nada y nuestra luz se consumió.
Hoy las estrellas ya no lucen igual, porque no te tengo aquí a mi lado para verlas en tus ojos mientras dibujo tu cuerpo desnudo con mis manos.
Esta mañana cuando desperté solo en mi cama con la botella vacía junto a la almohada, la certeza de que nunca volverás me hirió de muerte el alma.
—Inspectora ¿se encuentra bien? Está usted temblando.
¿Acaso conocía al hombre de la carta?

ENE97. EL SUEÑO DE RUT, de María José Abia (MJ)

Cientos, miles de hormigas bailaban enloquecidas al son de una imperceptible música. Algunas, cargadas con una enorme letra, trataban de encontrar su sitio, donde permanecerían inmóviles, petrificadas, una vez logrado su objetivo.
Llena de curiosidad, Rut observó atentamente la indeleble hilera negra que aparecía ante sus ojos. Leyó el mensaje:

«ASÍ, RUT, ÁRIDA Y SECA YACES… ¡YA DIRÁ TU RISA…!»

Se despertó sobresaltada. Se levantó. Encaminó sus pasos hacia la cocina; su boca, seca y pastosa, le pedía a gritos un vaso de agua. Bebió despacio, como queriendo extraer de lo insípido una pizca de sabor. Con la mirada perdida en sus recuerdos y la mente enmarañada de sueños… Rut sonrió.

ENE96. TRÁNSITO, de Cándido Macarro Rodríguez

Despierto postrado en esta cama de hospital, mi prisión durante tantos días.
Las últimas horas han resultado harto estresantes.
Al menos ese pitido intermitente que me taladraba el cerebro ha cesado por fin.
Hay demasiada agitación a mi alrededor.
Toda mi familia se encuentra aquí. Unos lloran. Otros sonríen y me tienden la mano. Es muy extraño. Algunos… no deberían estar. No tiene sentido.
Mis abuelos ¡Hacía tanto que no los veía! Mirándoles a los ojos me inunda una agradable sensación de serenidad. Pero mi mujer, mis hijos, mis padres, mis hermanos… No sé. Les noto tristes. Tienen todos los ojos enrojecidos.
Y esa luz…esa cálida y acogedora luz…
Me siento liviano, ligero, como si flotara sobre todos ellos.
Pero ¿Qué es esto? ¡Desde arriba veo mi cuerpo inerte!
¿Qué ocurre?
– No temas – me dice, tranquilizadora, mi abuela como cuando era niño y me despertaba de noche llorando aterrado –
– No tengo miedo, abuela. Pero no quiero irme. Todavía me queda mucho por hacer. Mis hijos, mi mujer…me necesitan.
– ¡Anda zalamero! Vuelve, que todavía no es hora. Nos veremos más adelante.
– Gracias abuela.
De nuevo ese pitido entrecortado. Pero esta vez… no me molesta.

ENE95. AMANECER, de Miguel Jimenez Salvador

 Cuando desperté, yo y el mundo aun estábamos allí. Los agoreros venían pronosticando, hacía meses, el fin de una existencia, pero al cabo, el plazo se había cumplido y había vuelto a amanecer.
Me aseé el rostro con mi lengua, larga y áspera, como cada mañana. Hice los acostumbrados estiramientos para deshacerme de la modorra. Atusé un poco mi lecho de hierba seca (tengo que acordarme de conseguir más, que las piedras ya se me clavan en el costado cuando me remuevo por la noche) y tras rascarme el lomo en las aristas de una Ceiba, me dispuse a iniciar una nueva jornada.

ENE93. DE ATAR, de Antonio Ortuño Casas

Tenía la costumbre de que después de extasiarse pensando en las musarañas, se quedaba profundamente dormido. Últimamente, durante el intenso sueño estaba alcanzando a ver en el más allá las fuerzas del bien y del mal y hoy, cuando casi logra descifrar del todo las artimañas de ese mundo de fuerzas opuestas, de repente del susto despertó.
Decidió que no volvería a pensar más en esos bichos, ya que para la próxima vez compraría un aparato con dos prototipos, uno que lo avisaría a tiempo de que están merodeando a su alrededor y el otro, invitándolo a cantar como cuando lo hace en la ducha. Tanto ha cambiado el mundo que piensa que se está volviendo loco.

ENE92. MIS POLLOS, de Laura Garrido Barrera

 Cuando murieron mis pollitos, me compré un par de huevos nuevos. Crecerán enormemente, me dijo la dependienta, sería mejor que usted viviera en el campo alejada de la gente para cuidarlos en libertad.
Hastiada de una vida carente de emociones, me lancé a la aventura. Vendí todo, abandoné mi trabajo y me compré una casa rural con veinte habitaciones, seis baños y una enorme cocina. Mis huevos dormían en una cesta entre algodones en la repisa de mi habitación abuhardillada. Ansiaba el día que eclosionaran y pudiera estrecharlos entre mis brazos. Acariciaba la tersura de sus envoltorios y les cantaba mis canciones preferidas. Ellos respondían con movimientos oscilantes y suaves gruñidos.
Un buen día se rasgaron sus vestimentas y pude admirar los milagros de la genética invertida: cuerpos escamosos, garras ganchudas, colores verdes oliva y cabezas apepinadas. Creo que me sonrieron al exhibir sus colmillos afilados. Cuando eran pequeños fueron el reclamo perfecto para mi negocio. Los paseaba con una correa doble mientras los fotografiaban. Cuando crecieron, cada día al despertar miraba a ver si seguían allí. Un día desperté y sólo encontré la caja mortuoria de mis pollitos fallecidos y un silencio abrumador en las diecinueve habitaciones.

ENE91. CEGUERA TRANSITORIA, de Eva Galindo Esteban

Esa mañana se encontraron y los ojos de ella no le dejaron ya ver su interior. Se habían convertido en un espejo en el que sus sonrisas se reflejaban sin más junto a otras. Como prueba ofreció sus caricias y no las quiso. ¿Mudaste de piel? – se preguntó desconcertado mientras despertó del sueño en el que había estado sumido. Toma aire y carga con quien ahora es tras haberse perdido entre besos, caricias y monólogos ajenos de verdades que duelen. Se impone distancia. «Eso ayuda«, aconseja una voz amiga. A la deriva todavía desea con todas sus fuerzas que se apaguen su intenso aroma y las sensaciones ahora inalcanzables cuando despierte, otra vez.

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