Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

82. Cautiva

Los mechones de pelo se acomodaban en la sangre todavía pegajosa del último escarmiento antes de la huida.

En la plaza, ensordecedora de venganza, las tijeras herrumbrosas hacían su faena. Los gritos de dolor y humillación escapaban de todas las gargantas menos de una. Colette podía estar sin estar.

Cuando la resistencia entró en el pueblo, no solo fue liberada sino respetada. Había sido la favorita del coronel para convivir con el enemigo. Fue la espía perfecta, esa mujer que solo parece servir para adorar al hombre.

Cuando por fin se reencontró con Gérard, se dieron el abrazo del cangrejo; todavía era pronto siendo tarde.

Con el tiempo las cosas se fueron puliendo. Si él preguntaba de más, ella mentía lo adecuado.

Tenía el alma trastocada todavía y así el teatro en la cama se le venía como obligatorio. Ese que también fue necesario con el nazi al principio. Sí, al principio.

 

 

81. Diez por ciento

Hace meses que el día y la noche alternan escasos minutos entre sí, y de forma impredecible. Al principio, se sucedían los accidentes y los trastornos en la alimentación: algunos desayunaban y cenaban varias veces al día.

Poco a poco, la situación se ha normalizado: las farolas de las calles y los vehículos disponen de sensores para detectar la falta de luz y la gula se ha dejado vencer por la falta de apetito de los enamorados, que ya son el noventa por ciento de la población tras verse sorprendidos por hermosos y continuos amaneceres y atardeceres. Mi esposa y yo seguimos; engordando.

80. Amor lunático (Blanca Oteiza)

Mi novio vive en la Luna. Lo descubrí una noche que observaba el cielo con un telescopio mágico que yo misma había construido. Entre cráter y cráter vi su figura mirando el infinito. Nuestras miradas se cruzaron y supimos, en ese mismo instante, que estábamos conectados, como si tuviéramos cada uno el extremo de un hilo invisible. Llevamos unos meses enviándonos notas de amor impresas en las estrellas. Él tiene que terminar una misión especial, esa que le llevó hasta allí arriba, es tan secreta que no puede contármela, pero en unos días me ha dicho que podrá bajar. Ya estoy preparando la casa para cuando llegue. Mientras tanto me conformo con observarlo cada noche, intercambiar mensajes y sonreír imaginando montarme en una estrella, llegar a su lado y abrazarnos como lunáticos.

En la oscuridad se ven dos ventanas iluminadas y tras los cristales sendos catalejos artesanales, hasta que suena la campana que anuncia el apagado de luces y el silencio impuesto en la clínica. Con la luz de la mañana, llegará la hora de una nueva dosis de pastillas y un día menos para el encuentro de los amantes.

79. Hotel Hollywood

 

El todoterreno negro de la mujer del jefe era inconfundible. Me coloqué detrás de ella en el semáforo preguntándome que hacía en este barrio de las afueras, donde solo había tiendas de muebles y centros comerciales. La seguí por la antigua carretera nacional, aunque el jefe me había dicho que quería en su mesa el informe de congelados Mauricio e hijos antes de las 12 . Se detuvo en un hotel de carretera casi invisible, de los que pasar una noche entera es una estancia de larga duración. La puerta estaba abierta. La recepcionista debía estar acostumbrada al trasiego de amores clandestinos; me hizo una rápida valoración y enarcó levemente una ceja antes de volver a su teléfono. El ruido de sus tacones me guió por el pasillo. Me sentía el doble de acción de mi propia vida, rodando una escena que jamás me atrevería a protagonizar. Cada habitación tenía una estrella en la puerta con el nombre de una actriz de la época dorada del cine. Avancé por aquel paseo de la fama de extrarradio sintiendo celuloide en las rodillas. La vi entrar en la de Jane Mansfield, tal vez por lo de perder la cabeza. Y la perdimos.

78. FUROR AMORIS (La Marca Amarilla)

Aquel era un pueblo gris en medio de una comarca triste, donde ya no quedaban perros ni gatos. Tan sólo lo habitaban unos cuántos viejos, algunos hijos y pocos nietos, había también una parroquia donde Don Francisco, el cura, ni siquiera residía.

En las afueras vivía Margarita, la solterona, la persona del pueblo que se llevaba todos los comentarios y las burlas porque bailaba descalza en la plaza del pueblo las tardes de lluvia, cantaba a la luna las noches que no había nubes, y hablaba con los cerdos que criaba; a todos les ponía nombre y nunca comía su carne.

Decían que Margarita nunca se había casado porque enloqueció siendo una niña. Se enamoró de Javier, un joven que no le correspondía y que murió en un insólito accidente cerca de las porquerizas. Su afligida familia terminó marchando a la ciudad y todos en el pueblo creían que eran ellos los que protegían su nicho con flores.

Pero quien más conocía a Margarita era Don Francisco, que cada semana traía a escondidas las flores que ella le pedía, y que prudente guardaba la frase que un día le confesó: “Si puedes morir de amor, también puedes matar por amor”.

77. Fulguración

El amor nos llegó tarde y mal. Quizá, de habernos llegado a tiempo, hubiera sido atemperado, digno de admiración. Pero nuestro amor no pudo ser así.

Sufríamos una febril atracción mutua desde que nos presentaron en su fiesta de compromiso con mi hermano. Intercambiamos largas miradas, besos caídos, roce de antebrazos. Luego, años de encuentros furtivos en una cocina, de fingir el azar en una cafetería. Encuentros llenos de deseo y autocontrol, solo por mirarnos sin testigos, por admirar nuestro fuego.

Cuando mi hermano murió, hubo un tiempo de respeto. Hasta que una furia incontrolable nos arrasó.

Ocurrió unos años después, durante el funeral de nuestro amigo David. La muerte siempre regala enseñanzas a los que continuamos la partida. Nos empuja, como diciendo: «Eh, gilipollas, espabila. Se acaba el tiempo».

Ese mensaje cristalizó en la sacristía, bajo una enorme mesa de caoba. Y ya no pudimos parar. Nos amamos en el coche patrulla, en el calabozo de la comisaría, en nuestros dormitorios, en el juzgado. Y nos amamos sabiendo que alguien moriría…

Y murió el amor. Se agotó como la luz de una bengala.

Ahora a veces quedamos, un rato. Solo por mirarnos como se mira cuando no hay testigos.

 

76. EL AMOR de los números POR LA PROPIEDAD ASOCIATIVA

Estoy sentado junto a la ventana. Una mujer, que por su figura convencería hasta los que son felices en su matrimonio, hace de camarera.

La cuchara se marea mientras da vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj.

Empiezo a pensar cómo sería la posibilidad de que un número «uno» tuviese una relación con un número «dos» que no fuese el suyo. Qué pasaría si dos números «unos» se sintiesen atraídos a espaldas de sus números «dos». Como tengo pinta de «dos», me ánimo a pensar si habrá alguna regla que impidiese a que dos números «dos» tuviesen una relación clandestina a expensas de sus números «uno».

Cuando levanto mis pensamientos veo que la camarera ha dejado un postre: arroz con leche (como en la «Comanda” de Maria Gil).

La distancia se ha empequeñecido ahora sus labios sujetan los míos, mientras su lengua humedece del deseo… al oido susurra…

—No me importaría ser un «uno» o un «dos» siempre y cuando seamos tres.

Retiro la cuchara del café. En el cristal de la ventana de mi piso veo reflejada a mi pareja: los dos teletrabajando, aburridos de tanto número.

75. Rarezas

Bajo la ducha cálida, rememoraba, una y otra vez, el placer que le proporcionaba esa extraña pasión que sufría, tan irrefrenable que le dejaba sin aliento. Y se le erizó la piel.

Durante años, había soñado con tener una pareja muy peculiar. Sabía que no sería fácil, pero de todas las rarezas que anhelaba encontrar, aquella era la más extraordinaria. Cuando aquel domingo la vio por primera vez en el paseo, supo que debía actuar con cautela. Respiró hondo, disimulando así sus ansias de poseerla. Temía que, si se precipitaba, podía cometer algún error y no debía arriesgarse. Necesitaba desplegar todas sus estrategias de seducción para no desaprovechar semejante oportunidad. En cuanto la hizo suya, supo que cumplía todas sus expectativas. Su búsqueda había terminado.

Y se estremeció, tanto como la primera vez, al contemplar en sus manos la belleza excepcional de aquellos ojos de mirada bicolor.

74. Mi reflejo está en tu espejo (Mercedes Marín del Valle)

Ella era pragmática, realista y suficiente. Él era filántropo, iluso y entregado.

Se conocieron en una librería.

Él palpitaba leyendo poesía, a ella le apasionaba la neurociencia.

Sus móviles vibraron a un tiempo y a la vez salieron para coger sus llamadas. Volvieron a entrar juntos y, sincronizados, pidieron información al librero.

La misma tarde se encontraron en un bar, tomaban idéntica bebida y degustaban la misma tapa.

Ella abandonó su mesa y, copa en mano, se sentó frente a él y le dijo su nombre. Él, con el ruido de fondo no pudo escucharla, ella tampoco oyó el de él.

Salieron de la mano y, sin preguntar ni explicar, acabaron en la misma cama.

Él deseaba no irse nunca y ella aceptó que se quedara, de la observación y el análisis de su comportamiento aprendería todo lo que necesitaba saber.

Él, al escucharla, se sintió grande al sentir que toda la poesía que quería aprender estaba en ella, en sus ojos y en sus labios, los mismos que nunca paraban de hacerle preguntas.

Ella terminó su trabajo y él se pasó a la prosa y, cuando se despidieron, ambos sintieron que hacia mucho que ya no estaban allí.

73. El hombre menguante

Mi preciosa hija se convirtió en mujer de un día para otro. O quizá es que yo me di cuenta al ver cómo miraba a ese afamado marinero cuando le dedicó un guiño. Me juré que no sería una de sus sirenas varadas en tierra y lo amenacé de muerte si no desaparecía rumbo a nuevos destinos.

-No, mujer, no llores -trataba de consolarla.- No hay hombre que merezca tanto penar.

Pero el mal ya estaba hecho pues, por dentro, esos ojos azules sin puerto le retenían la vida. Semanas pasó esperando avistar su barco. Una mañana, descalza, mi niña se fue a la mar en busca de ese ladrón de almas y se quedó danzando con las mareas. Y yo, me encojo cada día un poco, y otro poco más, con el peso de la culpa por su falta que nunca sabré llevar sin una botella por compañera.

72. Amor brujo

No comprendía cómo la llave del apartamento de su ex seguía en su bolsillo. Juraría haberla tirado al contenedor de la esquina cuando decidió abandonarla. Pero al llegar a su nuevo piso la descubrió enganchada al llavero, sucia, con cierto olor a podrido. Al día siguiente, recordaba haberla arrojado a las vías del metro, aunque ahí seguía, esta vez en interior de la cazadora, doblada como un clavo inútil. Decidido, la lanzó al Manzanares y grabó con su móvil la caída. Hecho y comprobado. Entró a celebrarlo en el primer bar. Saboreaba un buen trago cuando sonó aquella canción:I’ll be watching you… Oh, cant you see... You belong to me”. Esa melodía que ella le canturreaba al oído la noche en la que se empeñó en practicar aquel ridículo amarre de amor. Nervioso, rebuscó la cartera en la mochila, palpó algo espeso, frío, recubierto de lodo viscoso. 

71. Amor platónico (Salvador Esteve)

Dios se tomó su tiempo para cincelar ese rostro tan perfecto. Lo observo con amor desmedido, y siempre avergonzado, pues mis ojos invariablemente claudican ante los suyos. Sé que es un imposible, sé que no tengo esperanzas, pero tan solo las miradas furtivas llenan mi vida.

El tiempo, celoso y miserable, va cuarteando su piel, y con tristeza infinita siento que mi amor se diluye, se resquebraja. Día tras día mi corazón muere un poco más, hasta que el dolor se vuelve insoportable.

 

Con una tela oscura tapo el espejo; ahora vivo en soledad.

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