Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

70. Calor o bochorno

Aquel caluroso día decidió tumbarse a tomar el sol en la hamaca del jardín de su casa. Su alta autoestima a la par que el bronceador de coco impregnaban todo su cuerpo. Se sentía tan poderosa y creativa que decidió enviale una insinuante fotografía a su férvido mancebo.

Buscó en su teléfono de forma agitada la oculta aplicación. Asistida por la inquietud y la excitación, envió la foto. Esbozó en solitario una pícara sonrisa esperando la respuesta.

El sonido de la notificación la despertó del letargo solar. Acalorada, abrió el mensaje.

-Mamá, ¿qué haces enviándome una foto desnuda?.

69. Una charca amorosa

Ya se presentaba el atardecer en el pequeño estanque del palacio y el sapo, inquieto, no dejaba de moverse y de dar saltos sin control. ¿Por qué no llegaba su amada? Había sufrido mucho los primeros años; no encajaba en ese mundo, pero ahora había encontrado a su alma gemela. Por fin apareció el ser objeto de sus anhelos, una rana vestida de tonos verdes, marrones y algún amarillo sutil, cuya profunda mirada lo volvía loco. Tenía planeado esa noche en su nenúfar favorito, donde se conocieron, croar con ella hasta el amanecer declarándole así su amor incondicional. Pareciera que ella lo había intuido, ya que se había engalanado como nunca.

De pronto y mientras ambos se cortejaban con sus prominentes ojos, apareció una sombra gigantesca que hizo dar un fuerte respingo a la rana saltando a esconderse detrás de los juncos.

— Príncipe querido, voy a besarte para romper el hechizo y que podamos casarnos.

A toda velocidad, el sapo se apartó de la trayectoria de aquellos enormes labios que se cernían sobre él, «¡ni muerto cambio yo tu chillona presencia por el dulce cantar de esta ranita!».

68. Sudorosos y diferentes -Calamanda Nevado-

Necesitábamos reposar. Habíamos caminado, más de la cuenta, confiando en la generosidad del gentío. Lo sabía, aun así, insistió. “Quiero olvidarme por unas horas de la cruz de las limosnas y del sol. Dejar tranquilo el hombro, harto de extender la mano. Necesito volar sobre el fuego, y después ver las estrellas a tu lado”. Nos fundimos en un abrazo. Mi pobre corazón, mellado por una espina seca, lo dejó ir con un escalofrió infinito.

Poco después nos reencontramos cerca de la orilla, temblaba. Apenas le quedaban fuerzas, y la sangre se avivaba en sus múltiples heridas. El dolor le brotaba en la cara. No podía verme con claridad. Ni al mar   con su senda nácar. Me sentí perdida sin su cercanía. Unos chicos, que jugaban al futbol, parecían pendientes de nosotros.

Me fascinó la oportunidad que podían traernos. Avisarían a las urgencias. Les grité ayuda prisionera del miedo. De pronto, me chutaron en la espalda con fuerza; no la había sentido nunca, y caí sobre su cuerpo sangrante. Asaetado por las quemaduras, sus ahogadas quejas gemían entre las risas de los muchachos

Corrieron para alejarse. Permanecimos en silencio con la respiración breve, hasta comprender que no nos levantaríamos más.

 

 

 

 

67. Locos de amor (Nuria Rodríguez)

Los primeros síntomas llegaron en la adolescencia y arrasaron con todo.

Si ya era insoportable ella solita, el tener que bregar con sus otras tres personalidades, fue devastador.  Además, las tres eran totalmente contrarias, y el convivir con “ellas” se convirtió en un auténtico infierno.

A sus padres no les quedó otra alternativa, era consciente de ello, como lo era de que el nombre de “sanatorio” era sólo un disfraz de la cruda realidad: estaba como una cabra y la ingresaban en un psiquiátrico.

El diagnóstico fue claro y conciso: trastorno de  identidad disociativo, teniendo, la identidad predominante un claro trastorno depresivo; era una auténtica bomba de relojería.

Los primeros días fueron muy duros, todas sus identidades estaban hundidas, tristes y desubicadas.

Entonces, ingresó él.

Habitación 230, esquizofrenia paranoide y la sonrisa más encantadora que había visto jamás.

Fue un flechazo y todas sus identidades por fin coincidieron en algo, se enamoraron perdidamente de él.

Él, al verla, sintió lo mismo, era sin ninguna duda la mujer que había estado esperando toda la vida y, por una vez, estuvo de acuerdo con las voces que, desde niño, taladraban su cabeza; la amaría locamente el resto de su vida.

 

66. Amores carnívoros

Víctor Ternera, aprendiz del oficio, vivía en el barrio de los matarifes; allí  eran expertos en descuartizar con arte la presa más difícil.

Mi sobrina se enamoró con locura de este aprendiz. Desde que se acercaba a su calle, el olor a matadero le abría el apetito. Se citaban a eso de las doce del mediodía, cuando él andaba en plena faena. Se escondían en el armario refrigerado y ella, muerta de amor y de frío, lamía sus manos. El ácido sabor a sangre agitaba su fogosidad.

––Soy una mujer afortunada, una entre miles, que ha encontrado el voraz trinchar de la pasión ––le susurraba.

––Draculita, te quiero ––contestaba él, mientras le mordía con buenos modales los cachetes.

Todo se volvió un desbarajuste la mañana en que el deseo se le arrebató.

El amante resultó ser un Bocatto Di Cardinale, demasiado jugoso, demasiado provocativo.

El comisario le miró los dedos de los pies, manchados de sangre y, autoritario, le preguntó:

––Hay unos «rojillos» por aquí que están suculentos. ¿Quiere usted, señorita, colaborar con la justicia?

 

 

65 A la vejez, vivencias (Alberto BF)

Cada mañana se le alegraba el alma cuando veía su cara.

Ella tan bonita, recién peinada, sentada en el patio en su silla de ruedas. Con esa sonrisa que detenía el tiempo mientras tomaba el sol con los ojos cerrados. Ay, sus ojos. Con solo abrirse iluminaban el cielo y daban sentido a todo.

Él, que hasta hace poco estuvo cansado de la vida, harto de fracasos prolongados y éxitos efímeros, había vuelto a nacer en el momento en que cruzó con ella su primera mirada. Ya tenía un motivo para levantarse cuando los madrugadores rayos del sol acariciaban su ventana.

Hace pocos días se atrevió a decírselo, al salir del comedor. Albergaba algún temor de no ser correspondido, pero la confirmación llegó con un dulce y tierno beso.

¡Qué felicidad! Nunca pensó que en la residencia volvería a encontrar el amor. Fue duro el ingreso, pero la vida a veces regala sorpresas inesperadas.

Sentía que flotaba en el aire, pero había un pequeño detalle que empañaba su dicha completa: a ver cómo explicaba esto a su mujer y a sus hijos en la próxima visita.

64. PRIMER AMOR (Nieves Torres)

La quería con ese amor ciego y obstinado que solo se siente a los dieciséis. No había nadie más fuera de su alcance que ella, pero aún así se acercaba cada día a su toalla a preguntarle la hora o a pedirle un cigarrillo.

Al año siguiente le confesó su amor y durante tres meses se amaron en la playa cada fin de semana con un amor intenso, clandestino y sin futuro. Nunca fue tan feliz como ese verano. Nunca tan desgraciado como ese septiembre.

Después, como esperaban, ella se fue Madrid. La universidad, el máster y un buen puesto en la empresa familiar, que dirige con éxito desde que su padre se jubiló.

Hoy ella, al leer el nombre de él en los papeles que están sobre la mesa, no puede evitar cierta nostalgia. Su última locura ha sido encadenarse a una grúa en aquella misma playa y paralizar los cimientos de la urbanización. Él sigue siendo un loco romántico. Ella necesitará pensarlo un minuto, pero al final estampará su firma y cursará la denuncia.

63. Frenesí (Juana María Igarreta)

¿Quién puede esperar que en el mínimo espacio del botón de un ascensor germine la semilla de una pasión desaforada?

La casualidad hizo que dos índices chocaran al pulsar aquella pequeña esfera luminosa. Pegados a esos dedos estaban Arturo y Germán. Tras sendas disculpas intercambiaron miradas. Arturo, al observar a Germán, deseó quedarse a vivir en él; sus musculosos brazos se le antojaron firmes muros en los que guarecerse. Germán no pudo evitar ruborizarse ante aquellos escrutadores ojos negros.

Presos de esa pulsión propiciaron sus encuentros un día tras otro, descubriendo los recovecos más insospechados de aquel inmenso edificio de oficinas. Encapsulados en una suerte de escafandra de amor irracional se olvidaban de quiénes eran y dónde estaban; su estado civil, posición social y demás etiquetas convencionales se disolvían como pastillas efervescentes en medio de aquel frenesí.

Recobrada la calma, regresaban a sus puestos de trabajo que compartían en la misma empresa multinacional. Arturo era un alto directivo que gozaba de un enriquecedor presente; Germán, un becario que, bajo las órdenes de muchos Arturos, trataba de esquivar un empobrecedor futuro.

62. Vuelco al corazón

Cada vez que atendía un servicio se desdoblaba. Ya no era Rosario, la chica que trabajaba para pagarse los estudios y ayudar en casa, sino Gigi, la domadora de bestias. Destilaba sexo y poder con aquella ropa mínima y botas de látex que daban vértigo. Mantener ambas fachadas era un juego excitante que la hacía sentir viva, le aceleraba el pulso… hasta el día en que llegó a la habitación del hotel y quien le abrió la puerta fue su padre.

61. Enamorados en bronce

Mientras sonaban los últimos acordes de la orquesta, las farolas de la plaza se rendían al horizonte recién estrenado. La penúltima copa endulzaba el aire fresco. Entonces, te tomé de la mano y acerqué tu cuerpo al mío.  Te susurré al oído que me gustabas y nos miramos hasta rozarnos el alma. Tan feliz estaba que, inocente, pedí un deseo. El universo, borracho de magia, me lo concedió.

 

60 Amor del bueno (Rosy Val)

«Esta vez lo celebraremos por todo lo alto», pensaba Ramiro mientras salía de casa con su colección de sellos —hobby que convirtió en pasión cuando le despacharon de la fábrica y decía amar casi tanto como a Tomasa—. A ella, lejos de enojarle, le encantaba verlo con su álbum, pasando sus hojas y las horas, menos cuando centraba su mirada en unos huecos de la tercera y quinta fila de la décima página. Huecos que, animada por la celebración de sus cuarenta años de casados, pensaba llenar. Aunque tuviera que buscar debajo de las piedras. 

Hallarlos, descubrir que no le alcanzaba para adquirirlos y acordarse de su colección de Samsonites… la que aguardaba en el desván y que nunca pudieron estrenar a causa de incontables biberones y pañales; extraescolares de matemáticas, francés y judo; madre y suegra que enviudaron con un mes de diferencia y una operación de rodilla y dos de cadera; fue todo uno.

Cuando llegó el día del intercambio, Ramiro, con ojos conmovidos, admiraba esos diminutos cuadraditos que llevaba media vida buscando. Tomasa, con los suyos como platos, sostenía en sus manos un colorido folleto del crucero que llevaba media vida deseando.

59. Sin remedio (Josep Maria Arnau)

La mujer que deseaba se le resistía. Se llamaba Roxanne, era romántica y culta. Vivía rodeada de libros. Él estaba desorientado y, siguiendo el consejo de sus amigos, empezó a mandarle cartas con sus anhelos más íntimos. Todos sus intentos quedaron sin respuesta. Aunque los libros no eran lo suyo, buscó en ellos hasta que encontró una historia inspiradora.

Después de darle muchas vueltas, tomo una decisión y acudió a la consulta de cirugía plástica. Al conocer sus motivos, el especialista desaconsejó la intervención. Decepcionado, recorrió numerosas clínicas con idéntico resultado. Cuando ya estaba a punto de rendirse, encontró a un cirujano que accedió a su extraña petición sin preguntar el porqué.

El día que le sacaron el vendaje había una gran expectación en la clínica. Él se miró en el espejo y comprobó satisfecho que ya tenía su gran nariz. Pidió papel, cogió el bolígrafo y empezó a escribir ante los atónitos ojos del equipo. Era la enésima carta de amor para Roxanne. La enfermera accedió a leerla y se sonrojó; después mencionó aquella devastadora palabra: «ortografía».

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