Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
8
horas
0
4
minutos
0
0
Segundos
5
8
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

21. Hágase tu voluntad

 

Cruzaron sus miradas en aquel huerto envuelto en la noche. Y aún las mantuvieron cuando, pasando uno por delante del otro, depositó sus labios en el rostro de un tercero que les acompañaba. Esa era la señal acordada y al momento, hombres armados apresaron al depositario de aquel ósculo. Y mientras los soldados se llevaba a Santiago, conocido como el Menor, Jesús, el Nazareno y Judas Iscariote se dedicaron una última mirada cómplice antes de separar sus caminos.

20. INTERCAMBIO DE PAPELES (Sara Lew)

En una esquina cualquiera de una calle poco transitada un joven espera con las manos en los bolsillos y una mochila con el logo de la NASA. El viento le hace volar la capucha con la que se afana en ocultar sus desgreñados cabellos.  A los pocos minutos, otro chaval llega en una Vespa. Se saludan. Charlan un poco mientras intercambian papeles, seguramente apuntes de la Facultad.

Desde la ventana de un segundo piso una anciana los observa. Todos los días, a la misma hora, descorre la cortina y los ve. Aquella escena que tanto la atormenta se reproduce ante sus ojos, inmutable. Hoy, sin embargo, algo cambia. Se ha atrevido a mirar distinto, aunque luego se odie por ello. El de la Vespa, en vez de marcharse, se baja de la moto y le entrega las llaves al de la capucha. Este se acomoda las greñas bajo el casco, arranca y se aleja raudo de allí. Entonces gira el autobús descontrolado porque su conductor ha sufrido un desmayo, se sube sobre la acera y atropella al joven que está en la esquina con los apuntes bajo el brazo. Solo que esta vez no es su nieto.

19. EL ESPEJO DE PAPEL

Me quedé paralizado, atrapado entre los cercanos contornos de su borde infinito. ¿Cómo era posible que un desconocido describiera con tanta precisión sensaciones tan esquivas que nunca pasaron de toscas corazonadas? ¿Cómo podía un extraño entrar en mis temores más profundos, invisibles a la lucidez, y jugar con ellos hasta amansarlos y quedar despojados de cualquier coartada?

Mis ojos desorbitados parpadearon en silencio, deslumbrados por la claridad inconcebible que proyectaban aquellas pequeñas siluetas negras. La sensación de vértigo era tan intensa que tuve que cerrar sus tapas de golpe.

18. EL ÚLTIMO MAMIHLAPINATAPAI (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Aquella última noche yo acariciaba con mi dedo pulgar tu nuca. Pretendía así aliviar los dolores de tu cuello. Solo por un instante se abrieron tus ojos y me miraste y yo te miré. El iris de tu ojo ciego también me observaba. Ya no tenías fuerzas para articular palabras, ni yo, con la esperanza perdida, ánimo para susurrar nada en tus oídos sordos, pero entendí que me decías: “adiós aita”. Luego la morfina en vía cerró a medias tus párpados.

17. Entre los escombros

Los gritos de mi compañero me sacaron del shock. Confuso, miré a mi alrededor. La agobiante cavidad medía poco más de un metro cuadrado. Debía quedarnos muy poco aire. Empezamos a mover los escombros, con urgencia y sin control. Tras unos minutos, unos dedos fríos e inertes surgieron de entre las piedras. “Aquí hay un muerto”, dije. “Y aquí otro”, contestó. Seguimos moviendo rocas, intentando abrir un túnel, mientras los dos cadáveres quedaban cada vez más expuestos. Entonces, en la muñeca del primer cuerpo vi el tatuaje que me había hecho a los quince años. Carpe diem, rezaba a modo de funesto presagio. Comprendí, y me detuve. “Para, es inútil”, le dije. pero no me escuchó. Hasta que se percató de que los calcetines del segundo muerto eran los que él se había puesto esa mañana. Y por fin lo entendió.

Nos miramos, buscando inútilmente un poco de consuelo, mientras asumíamos que la bomba se había activado antes de tiempo, enterrando nuestros cuerpos bajo una tonelada de culpa y condenando a nuestras almas a vivir para siempre en este asfixiante y merecido infierno.

16. DUELO DE MIRADAS (Ana María Abad)

Crisis. Reestructuración. Odiadas palabras. Por suerte, me toca la papeleta de recolocado y no la de despedido, y mi destino en una nueva oficina se revela prometedor desde el primer día, cuando te encuentro sentada en el puesto contiguo al mío. Saludos corteses entre murmullos, breves cabeceos, algún que otro rubor.

Y aquí andamos los dos, enterrando las miradas en las macetas que adornan las ventanas o dejándolas volar con el viento helado de la mañana o incluso prendiéndolas en el sombrero de ese transeúnte que camina apresurado por la calle. Cualquier cosa para evitar que se crucen nuestros ojos y brote prematuramente esa llama que aguarda, latente y soterrada, durante toda la jornada laboral, para abrasarnos nada más trasponer el umbral de mi apartamento.

Hoy, tras reducirnos a cenizas el uno al otro, me confiesas que vuelas hacia otro nido en busca de una mejora salarial que reconozco legítima pero que me sabe amarga porque te aleja de mi lado. Tu puesto lo ocupa ahora un becario con pelusilla en el bigote: no sé cuánto cobra, pero su mirada miope no logra incendiar la mía que, triste, te añora.

15. En el fondo del ojo

Me pediste que escribiera sobre mi episodio, ahora que ha pasado cierto tiempo. Que contara cómo llegué hasta el destello plateado que brotó en el interior de mi cabeza. De cómo logré entrar allí, asirme a él y flotar. Y sentirme libre de dolores. Libre de voces. Libre de daño. Preso de inexistencia.

En flashes deshilvanados te sentí indagando dentro de esa maraña mía, más allá del fondo de mi ojo. Me miraste tan de cerca que conociste a todas mis rumiaciones, voces malévolas, visiones ponzoñosas,… y un largo etcétera de inquilinos indeseables.

Lloraba sin límite, como un bebé, cuando las palabras se me esfumaban. Tú me dejabas espacio y me explicabas que, por dentro era todo como un cubo de Rubik, lleno de colores desteñidos y desordenados, que tenían que recuadrarse y repintarse.

Entonces no entendía nada. Mi cerebro seguía deslizándose libre, obnubilado con la estela de plata.

Pero me miraste y te miré. Más allá del fondo de nuestros ojos. Y confié en ti y en el proceso.

Y salí de allí, de donde solo regresan unos pocos.

Todavía hoy no sé ponerle nombre. Aunque, como me dijiste el primer día, no hay prisa.

14. MIRADA / PARTIDA

Mano fría y mano caliente, enlazadas, como nuestras profundas miradas.

El silencio que corta la guadaña, una luz mortecina, tu última lágrima, tu último aliento.

Ahora ya no miras.

Te suelto la mano, te cierro los ojos, y lloro.

13. Aclimatados

Severino, sentado en una roca y cerca de su hijo, vigila el horizonte. Hace meses que la escena se repite cada tarde al tiempo que el Sol cae sobre los cerros secos, sobre el triste campo amarillo. La charca donde saciaban su sed las cabras está seca y, a lo lejos, pueden verse todavía los restos del bosque calcinado. Treinta años había tardado en crecer aquel hayedo.

—Treinta años, se dice pronto—piensa el viejo mientras se limpia el rostro con un pañuelo tan retorcido como las venas de sus manos. Igual que todo el mundo, saben que fue provocado y Severino, que siente muy cerca la rabia impotente del muchacho, le da palmadas suaves en el hombro para infundirle calma.

A veces, se cruzan las miradas y se interrogan resentidas: Acaso hubiera sido mejor marcharse. Acaso debió dejar que se marchara. Luego, tras un gesto de cabeza y un ademán de impaciencia por parte del hijo, entrarán en la casa a ver qué dice el parte y, entre cristales polvorientos, mirarán al cielo y esperarán con ansiedad a esa lluvia que no llega, porque saben bien que “el que en abril no riega, en mayo no siega”.

12. RESPUESTAS

–¿Qué haces que no estás preparando la cena? Si no está lista en ya y menos, me largo a comer fuera ¿Me has oído? –.
–Nada, ni caso.Tú sigue perdiendo el tiempo afilando cuchillos precisamente ahora, que te vas a enterar. Cortan perfectamente y tú estás para que te encierren…–.
–Vaaale, vaaale, muy bien. Yo me largo, pero prepárate para cuando vuelva, porque no aprendes. Ah, y ¡Toma! Esta hostia como adelanto, por inútil –.
–¿Y qué?¿Hoy ya ni contestas?‐‐ ¡Qué estarás tramando…!
Recibió una fría mirada que contenía todas las respuestas.
–¡Uyyyyy, qué mieeeedo! –…Y se marchó riendo.
Una certera cuchillada fue el saludo de bienvenida que se encontró al volver. Palmó allí mismo, en la puerta de entrada.
“Los cuchillos, siempre muy bien afilados –le decía su abuela–, para que no ocurra una desgracia”.

11. INTERMITENCIAS (Ángel Saiz Mora)

Nuestras soledades coincidieron en Barcelona, durante una excursión. Nada sabíamos uno del otro, pero no nos hizo falta escuchar las biografías para congeniar. Besos infinitos aparte, las bocas apenas se abrieron, salvo para comer y beber juntos. De regreso, volvimos a nuestras vidas separadas.

Fue suficiente un solo wasap tuyo, escueto, para establecer fecha y lugar de la siguiente escapada pocos meses después.

Durante años, en cumplimiento de un contrato no escrito y a tiempo parcial, el vínculo se interrumpe tras cada viaje, para retomarlo en el siguiente. Nos entendimos sin casi articular palabra en Budapest, Berlín, Bahamas o Bagdad.

Aquel mensaje fue extenso. Hablabas de presiones familiares y normalización.

Caí bien a tus padres, tú también a los míos. Nunca habíamos conversado tanto entre nosotros, no nos hizo falta hasta entonces. Los preparativos, sin embargo, fueron motivo de agrias discusiones.

Vestida de blanco, guardabas silencio ante la pregunta del sacerdote, cuya respuesta se daba por hecha. Cuando me miraste llena de complicidad, pedí a los invitados, de forma telegráfica, que respetasen nuestra relación diferente, alternativa, que denominé plan B. Cancelar la boda, para asombro y enfado de todos, no impidió que partiésemos de luna de miel a Bali.

10. Flechazo (Susana Revuelta)

Nadie es perfecto y esta noche, sin duda, Cupido el que menos. Ahora mismo está que no sabe dónde meterse, le está cayendo una bronca de primera. Sabía perfectamente que no hacía falta que viniera a la pedida de mano, que su intervención entre Bosco y Lucrecia había culminado con éxito, que la cena a la luz de las velas a base de flores de alcachofa, chupitos de calabacín y lonchas de ibérico estaba yendo como la seda.

Pero quiso ser testigo, por una vez, de tanto amor, disfrutar del trabajo bien hecho y se escondió debajo de la mesa. Y cuando estaba Bosco con una rodilla casi clavada en el suelo, a punto de ponerle el anillo de diamantes a Lucrecia, se dio cuenta de que la oía sin escucharla, que sus dedos entrelazados no le estremecían, que su melena ya no le olía a jazmín ni sus labios le parecían lujuria, volcán, fuego. Y que aunque intentase mirarla ya no la veía, pues sus pupilas se habían albergado para siempre en los ojos color violeta de Melissa, la sommelier, que en ese momento, con las manos temblorosas, derramaba sin querer un poco de champán sobre el mantel.

Nuestras publicaciones