Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

38. La verdad sobre Nunca Jamás

En Nunca Jamás los niños no crecen, pero sí tienen responsabilidades. Forman grupos con funciones bien definidas. Así, hay Pescadores, que, además de peces, capturaron a una sirena en la laguna para que arrullase sus sueños. Pero en su jaula de madera, lejos del agua, se fue convirtiendo en un pingajo reseco que aún se aferra a los barrotes suplicando que la liberen. También hay Cazadores, que antes de degollar a sus pequeñas presas suelen sacarles un ojo o amputarles una pata como trofeo. Y hay Recolectores, que para distinguir qué setas son venenosas las dan a probar a los más jóvenes y, si no agonizan entre dolor y vómitos, las llevan al refugio.

Por una de las hadas, han sabido que allá en la Tierra un escritor fantasea con narrar su historia. Han elegido a Peter, un chaval fanfarrón con mucha labia, para que vuele hasta su ventana y, mientras duerme, le susurre al oído cuentos adorables sobre polvo de estrellas, princesas indias y dulces pequeños que añoran una madre. Porque aunque en Nunca Jamás los niños no crecen, siguen siendo humanos, y no piensan permitir que ningún jodido juntaletras exponga según qué asuntos privados al escrutinio del mundo.

37. Cegada de amor

Fuimos unas gemelas enamoradas de dos hermanos, también gemelos. Pasábamos el tiempo observándolos y apreciando su extraordinaria belleza.

Un fatídico día nuestro dueño tropezó, resbalamos de su nariz y caímos. No solo perdimos de vista a nuestros amados, sino que la suerte quiso que mi querida hermana se rompiera en mil pedazos. Sin tiempo para llorarla, nos llevaron a un taller reemplazándola por esta intrusa que ahora tengo de compañera, y encima ha resultado ser una verdadera siesa.

De vuelta junto a mis idolatrados, la amargada empezó a criticarlos sin piedad: «que si el color era desvaído y sin gracia», «que las pestañas resultaban escasas», «que siempre tenían ojeras profundas». De tantas cosas como dijo acabé viendo lo mismo que ella, y llegué a sentir tal bochorno que me empañaba toda, resultando un inconveniente para nuestro portador, así que finalmente nos abandonó en un cajón. 

No esperaba este destino, aunque bien mirado me ayudará a descansar de la vista.



36. VERANO DEL 93 (Rafa Olivares)

Semidormida, pego mi cuerpo al suyo y lo abrazo por detrás reposando mi cabeza en su espalda. Ya hace treinta años y ahora lo recuerdo con nostalgia. Entonces yo tenía 15 y Monchito 16, y aunque veníamos coincidiendo en aquel pueblo de la costa desde hacía varios veranos, fue en ese cuando descubrí su atractivo. Que siempre buscara ponerse a mi lado no me pasó desapercibido. El día que rozó mi mano en la feria estuve tiempo sin lavarla y aspirando su aroma,  evitando que ese tramo de piel se contaminara por el contacto con otras superficies. Y cuando, la noche anterior a nuestro regreso a Madrid, me besó la mejilla aprovechando la oscuridad del cine, temí que los latidos de mi corazón se escucharan en toda la sala. 

Ahora, en la cama, con la emoción del recuerdo en mis ojos, el ronquido profundo de Ramón acompañado de un cuesco sostenido me sacan de mi ensimismamiento.

35. El balneario

Aparcó su descapotable en la entrada, un clásico que levantaba miradas a su paso. Antes de salir, se retocó el carmín y se colocó sus gafas de sol estilo “vintage”. Parada, admiró la majestuosidad del edificio. Se dirigió a la entrada principal con pisar estiloso. Abrió la puerta y enseguida se impregnó del ambiente que ella bien conocía. Se dejó llevar.

El suelo de mármol blanco, las paredes estucadas y las estatuas de cuerpos hercúleos que circundaban la entrada. La música del piano que se colaba desde el bar, acompasando el melódico tintineo de las copas de cristal de la gente que disfrutaba del aperitivo, después de una agradable mañana termal, solo al alcance de unos pocos.

De repente, se le aclaró la mirada y regreso. El suelo polvoriento había perdido todo el lustre, las paredes desconchadas. Ya no había estatuas. El silencio ensordecedor inundaba la estancia. Ni un suspiro, ni una pisada. Las puertas que una vez hubo, acabaron en alguna fogata.

El paso del tiempo y el abandono habían hecho mella en el lugar, incluso en ella. Ambos, vivieron el esplendor de otra época. Su mente se negaba a percibirlo desde otra perspectiva que no fuera la belleza.

34. La rata

Se escapan de mis ojos. Dos lágrimas burbujeantes como el cava en libertad. Al deslizarse por mi rostro, van dejando estelas de un blanco luminoso y festivo. Así es el color de la alegría. ¡Lo logramos! ¡Lo logramos!, repetimos mientras mi marido me alza en volandas. Pero mi cuerpo ahora es papel de seda y hay que cuidarlo hasta que llegue el momento. Por eso me devuelve al suelo. Muy muy despacio.

Olvidadlo —nos habían advertido todos—. Desde que se acabaron los embarazos naturales, ser padres solo es para ricos. No hicimos caso. Y agostamos nuestras fuerzas trabajando noche y día. Pluriempleados con sueldos miserables hasta hacernos con unos ahorros.

Cuando visitamos la clínica por primera vez, nos mostraron los catálogos. Tan bellos, tan cándidos, tan por encima de nuestras posibilidades… Excepto el embrión con el que me fecundaron. Ahora, recién adherido a mi útero, nos queda poco tiempo para preparar su llegada. En unos veinte días, según el doctor, me pondré de parto. Ya imagino su cuerpo rosado, los ojitos cerrados al nacer. Incluso creo que la siento dentro de mi vientre. Sí. Nuestra hija acaba de mover su colita.

33. Un mundo feliz (Josep Maria Arnau)

Por fin el espejo le hacía justicia, pensó mientras admiraba su voluminosa figura. Esta vez sí, la ropa le iba holgada y podía respirar. El probador era espacioso, no la cámara de tortura habitual. Apartó la cortinilla, salió con paso firme y fue rodeado por una nube de dependientas cuchicheando. Lo hicieron pasar al despacho del director de la tienda: lo había estado observando y quería que fuera la estrella de la campaña «Tallas grandes» de la cadena. Era el chico ideal, transmitía un equilibrio perfecto entre sobrepeso y felicidad. Podía empezar las pruebas ese mismo día. Él consultó su agenda y no lo dudó, aceptó la oferta. Luego canceló la vista al dietista, la comida en el restaurante vegetariano y su sesión con el monitor del gimnasio. Y habría más cambios. La nueva etapa empezaría con un banana split doble como celebración.

32. HUMO

Cuando yo era niña, recuerdo que me fascinaba observar el recorrido de los aros de humo que exhalaba mi padre cuando fumaba uno de sus canutillos de tabaco.
Tras envolver el fino picadillo dentro de un papel, delgado como una cuchilla de afeitar, prendía una cerilla y disfrutaba durante largo rato de aquella obra de arte de la manufactura.
Yo no conseguía entender cómo algo tan indomable y volátil como el humo, podía obedecerle hasta enroscarse sobre sí mismo y girar en unos aros perfectos hasta deshacerse en el aire.
Creo que aquellos momentos únicos, siguiendo el vuelo azul de esas volutas, fueron mis primeros contactos con la belleza, efímera pero absoluta.
Mi padre murió demasiado joven, llevándose la fascinación con él.

31. Saber leer

Recuerdo bien la emoción que sentí cuando aprendí a leer. Juntar las letras, las sílabas, formar palabras y confeccionar frases perfectas que me  imbuían en las historias más fantásticas donde hadas madrinas, blandiendo su varita, convertían  el final en un «y  fueron felices», o en las que caballeros salvaban a la mujer que acababan de conocer en un hermoso bosque. Algo más tarde, ballenas y marineros, pequeños príncipes en mundos dispares, regresos de padres después de una gran odisea… para pasar a leer, a día de hoy, cartas de personas desconocidas que me recuerdan que no he  pagado la luz , el día que tengo consulta con el médico, la fecha de la operación. Qué triste debió ser mi vida antes de mi 68 cumpleaños, cuando no podía saber ni lo que ponía en mi buzón.

30. CLAUSURA (Rosalía Guerrero Jordán)

El día que tomó los hábitos y dejó de llamarse Carmen para convertirse en sor Virtudes fue tan feliz… Ese era su destino. Lo supo desde niña, cuando entró por primera vez en la capilla del colegio de las Clarisas y lo vio, mirándola desde su cruz.

Virtudes se siente dichosa entre Maitines y Vísperas; entre el obrador y el torno; entre el silencio de su celda y el trinar de los jilgueros en el claustro soleado. Mientras tanto, espera el éxtasis, esa mística comunión, que nunca llega.

Hasta el día en que el arzobispado les pide abandonar la clausura para asistir a los desamparados y llevar el amor de Dios a sus vidas descarriadas.

Entonces, lo ve. Un hombre desgreñado, con los ojos hundidos y el mismo dolor en su mirada ausente. Tan parecido a Jesús en su agonía que se le antoja su reencarnación.

Y aunque su piel ha perdido la tersura y las canas ya habitan bajo la toca, siente arañas hurgando en su estómago, y un ardor entre las piernas que no remite con cilicios ni flagelos. Mientras la voz de Satán le susurra al oído que Dios, no existe

29. A pesar de todo (Rosy Val)

Con sumo cuidado la levantas de su silla de ruedas y la sientas sobre la cama. Terminas de ponerle el camisón y para que duerma tranquila le das su medicina. Tras arroparla, le das un beso en la frente y le deseas felices sueños. Pero antes de alcanzar la puerta y apagar la luz, esperas. A que te llame asomando una mano por el embozo. A que te mire lánguida y circunstancial. A que se persigne y te pida que acerques tu cara a la suya para después implorarte al oído que la perdones. Como cada noche.  

Tú sabes de sus miedos a no despertar y no alcanzar la vida eterna. Por eso dibuja una cruz sobre su cara, arrepentida. Remordimiento que caducará a la mañana siguiente cuando descubra que aún sigue entre los vivos. Y volverá de nuevo a la tiranía. A los gritos, los insultos, al rencor, a su pasado. Al deseo de deshacerse de ti, como cuando él os abandonó. Tú apenas tenías unas horas.

28. TOLEDO

Amante de la novela histórica, con una imaginación desbordante y romántica, así esperaba ella conocer aquella ciudad con la que había soñado gracias a obras como La saga de los malditos o La mano de Fátima; sus páginas trasminaban vívidamente las escenas de aquellas gentes bullendo al ritmo de tres culturas y tres religiones diferentes en una convivencia difícil, como siempre, por motivos ajenos al vulgo.

Al apearse del tren ya se dio cuenta de lo monumental de la ciudad y enseguida, de lo difícil que es arrastrar las maletas por cuestas y adoquines… No tardó nada en percibir que el turismo había engullido el encanto de sus calles, ingentes grupos de japoneses siguiendo a un paraguas de color, móvil en mano fotografiando cada rincón, cruzándose con otros tantos grupos de turistas en pos de colores diferentes.

Seguramente las expectativas eran exageradas, pero es que un buen libro te invita a vivir inmerso en la historia que narra y ella había dibujado imágenes bellísimas que la realidad desdibujaba a golpe de ticket de entrada.

Preciosa ciudad, aunque la ciudad leída la superaba con creces, afortunadamente viajar con su pareja siempre añadía emociones a sus escapadas.

27. Campana sobre campana

 

El viejo castaño del jardín soportó con vegetal resignación como le cubrían de luces de colores. A Don Julián le gustaba ver su casa iluminada. Un sobrino que estudiaba electricidad en Albacete le traía las últimas novedades del sector. Juntos colocaron en el tejado un parpadeante «AMOR» en letras rojas, que atraía a camioneros despistados buscando compañía. Al año siguiente unos relucientes camellos tomaron el jardín, junto a tres Reyes Magos que desafiaban a la lumbalgia abriendo y cerrando sin cesar un cofre lleno de oro. Mandó traer de Las Vegas dos descomunales campanas visibles desde el espacio, tan brillantes que desconcertaban a los satélites. La Navidad comenzaba con el encendido de luces en la casa del castaño. Aunque el alumbrado se prolongaba hasta bien entrada la primavera, los vecinos comenzaron a imquietarse en agosto. Se necesitaron tres fornidos enfermeros para abrir un tunel en una compacta barricada de bolsas de basura. Una inacadada estrella de Belén «made in China» les guió hasta la cocina. Le encontraron semienterrado en una montaña de latas de conserva vacías.
La casa del castaño siguió iluminada mucho tiempo después. El fabricante garantizaba que las bombillas tenían una vida media de cien años.

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