Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

70. El paquete (Ana María Abad)

“Ponga un robot en su vida”.

La mujer contemplaba boquiabierta la etiqueta pegada en la enorme caja de madera que acababan de dejar en su puerta. Bajo la lapidaria frase, bien clarito, el nombre de su esposo. La curiosidad era tan fuerte que, finalmente, cedió al impulso y corrió a por unas tijeras para cortar las cintas que sellaban la tapa.

Los laterales se desprendieron, revelando un sofisticado robot con forma no sólo humana sino marcadamente femenina: una perfecta y preciosa mujer metálica, inmóvil y silenciosa, que le produjo un escalofrío de aprensión.

¿Tras veinte años de matrimonio, su marido iba a sustituirla por aquel engendro mecánico? Perfecta, sí, pero sin alma. La primera oleada que la inundó fue de tristeza; luego, llegó la ira: cogió una pesada maza y la emprendió a golpes con la intrusa hasta reducirla a un amasijo de metal, cables y microchips. Jadeante, miró la maza y visualizó a su marido.

Mientras, el hombre regresaba a casa después del trabajo, feliz por la sorpresa que le preparaba a su esposa por su cumpleaños: una asistenta robot que la liberase de las tareas del hogar. Estaba ansioso por averiguar cuál sería su recompensa.

69. Nos sobran las palabras (Nuria Rodríguez)

Puedo oírles susurrar a nuestra espalda. Me consta que somos la envidia de todo el vecindario ya que, a pesar de llevar más de cincuenta años casados, seguimos paseando de la mano.

Nunca nos han oído discutir, es más, seguro que hace años que no escuchan salir ni una sola palabra de nuestra boca.

Para ser sincera, no sé como empezó todo, simplemente  pasamos de las conversaciones a frases cortas y concisas. Las frases se convirtieron en monosílabos y estos en gruñidos a modo de afirmación o desacuerdo.

Ahora, en el silencio de nuestro hogar, solo con mirarnos nos entendemos perfectamente.

Hoy sin ir más lejos he podido leer en su mirada lo mucho que me odia y tan solo he necesitado parpadear dos veces para dejarle bien claro que yo a él también.

68 La otra mejilla

Una sopa de cocido te sentará bien para matar el frío, le digo, pero al observar el plato humeante se le apaga la mirada. Por eso le he traído a casa. Por el resplandor de sus ojos. Por eso, y porque soy cristiana practicante. Anda, prueba con las croquetas, le insisto, que no hay en el mundo quien me supere. Y aunque advierto cómo se le agrandan las orejas al escucharme, él que nada. No come, tampoco habla. Solo al contemplar mis mofletes sus ojos se dilatan y reaparece el fulgor de sus pupilas doradas. Y yo, embobada, tan segura de tener a un ángel sentado a mi mesa que no puedo reaccionar cuando abre la boca y descubro la naturaleza de sus fauces. 

67. Nochevieja (Patricia Collazo)

Nochevieja

En cuanto servimos los entrantes tu padre anuncia que es hora de dejar de aparentar, que no vamos a empezar un nuevo año entre mentiras. Me levanto a buscar algo a la cocina. Me sigues. ¿Crees que lo sabe?, murmuras. Niego enfática, pero temblando. Deposito la salsera sobre la mesa y acaricio tierna el hombro de tu hermano. Me mira extrañado y sonríe como pensando esta noche por fin, tanto hace que lo esquivo. Te sientas frente a mí, junto al que has presentado este año como novio oficial. El pobrecillo está más rojo que el marisco.

Tu padre mira divertido a cada uno de los comensales. Parece que no somos las únicas con algo que ocultar. Tus tres hermanos han quedado súbitamente mudos, y hasta mi Santi echa miradas de soslayo al abuelo. El primer año que me siento a la mesa grande y ya ves, pensará. Los únicos que corretean despreocupados son los niños. Hasta tu madre, la santa, parece inquieta. Sobrevivimos hasta los postres disimulando silencios y atragantamientos. Pero lo que nadie puede disimular es el alivio que sentimos cuando el cuerpo de tu padre se inclina sobre su plato lleno de restos y calla para siempre.

66. Almas caritativas

A nuestro vecino no parece importarle que ese tipo vestido de negro arañe su puerta cada noche hasta el amanecer con el filo de una guadaña. Nosotros también estamos acostumbrados a las perrerías del cobrador del frac, solo que el nuestro es más discreto y se disfraza una vez por semana, en riguroso horario de oficina. Este debe de pasar hambre. Mi mujer ya tiene pena y me apremia para que le invite a pasar, que un plato de sopa más o menos no nos sacará de pobres. Estoy pensando que sí, que basta ya de soportar los chirridos de esa herramienta endemoniada.

En cuanto la Muerte se sienta a la mesa de nuestra cocina comprendemos nuestro error; ni tiene apetito ni eso que gime en su interior como almas en pena son sus tripas.

65. Complementarios

Es incapaz de combinar los zapatos con el bolso. O el pantalón con el color de sus labios. Me refiero a Sisí, mi amante. Daniela, mi esposa, acostumbra a reprochármelo: “Deberías escoger amantes con más estilo, algo más glamorosas y que no tenga nombre de puta”, suele repetirme. Yo me encojo de hombros, que es lo que se hace cuando no sabes muy bien qué decir. O cuando lo que quisieras decir, puede ser utilizado en tu contra, como dicen los policías americanos en las películas cuando detienen a un delincuente. Y así seguimos: ella critica a mi amante, yo me encojo de hombros y la vida continúa. Y como ambos somos razonablemente discretos, de puertas para afuera seguimos siendo lo más parecido a una pareja ejemplar.

64. El poeta es un fingidor

En las primeras citas muestro ese lado sensible de ciertos hombres que les encanta: me presento en el restaurante con una rosa roja, suelto la lagrimita en el cine con un drama romántico, acaricio perritos que se nos acercan por la calle… Cuando acceden a venir a casa y les enseño la habitación del sótano, observar cómo pasan de la sorpresa al horror, y del horror al llanto y a las súplicas, es la mayor inspiración para mis poemas.

63. Inmovilizados

¿Quieres saber lo que veo desde el edificio más alto del mundo? La humanidad fuera de control. Necesitamos poner orden en este caos. La gente vive cada vez mejor mientras nosotros generamos cada vez menos riqueza. Hay que desequilibrar la balanza de nuevo. ¿La solución? Condicionar sus mentes, sus vidas. Debemos conocer dónde están en tiempo real, lo que hacen, tener acceso a sus gustos, a sus intimidades, les guiaremos a consumir cosas inútiles y les inculcaremos nuestra versión de la realidad. La información es poder, así de sencillo. Por extraño que te parezca, serán ellos los que se peleen por comprar estos dispositivos. El impacto crecerá de manera exponencial en las generaciones venideras. No lo verán venir. Pero es crucial ser pacientes. Empezaremos ofreciéndoles un producto atractivo que puedan llevar encima y que lo vean, sobre todo, inofensivo. Te presento el primer prototipo que tan solo permite hacer llamadas. Hazme caso, no habrá vuelta atrás.

62. No son lo que parecen (María Rojas)

 

En el fondo del jardín, bajo las pomarrosas, habitan bestias insomnes, que sin ningún recato miden el espacio que hay entre mis ojos. Monstruos aletosos de suspiros roncos que me meten en borondos que no me llevan a ninguna parte.  Bestias de bocas impías, que juegan a repiquetear cosquillas orgiásticas en las noches en las que solo tengo ganas de dormir. Mis monstruos, ya sin dientes, siguen allí, en el fondo del jardín, bajo las pomarrosas.

 

 

 

 

 

61. Reina y caballero (Blanca Oteiza)

«Parece que hoy no va a llover» comento mientras doy al botón del ascensor. Me entretengo mirando sus zapatos, bien lustrados como cada mañana. Traje impoluto y camisa a juego con la corbata. En su trabajo tiene que dar imagen de seriedad, de aburrido solterón cercano a los cincuenta.

Nos despedimos al llegar a la calle. Una sonrisa asoma a mis labios y comienzo a tararear al ritmo de la noche festiva, recordando el espectáculo del sábado en la despedida de soltero de mi amigo Luis. Todavía sigue viva la imagen en mi retina del traje rojo ajustado de la Drag Queen, con sus botas de tacones de diva y su peluca rubia. Sobre todo, lo que no puedo borrar de la cabeza, es la cara de mi vecino cuando se quitó la peluca tras el espectáculo y vio mi sorpresa.

60 La desaparición de Aitana (Juana Mª Igarreta)

Aquella apacible tarde otoñal el parque rezumaba algarabía. Los niños se disputaban los columpios como una camada de gatitos las mamas de su madre. Seguir los movimientos de cada pequeño tras el velo cegador del sol a la altura de los ojos era una auténtica proeza visual.

La desaparición de Aitana fue fruto de la habilidad de unas manos que, actuando al dictado de unos ojos vigilantes de otros ojos, los de la madre de la niña, se hicieron con la presa en unos fatales segundos de distracción. No fue casual que fuera Aitana la elegida: sus gritos imposibles la hacían más vulnerable.

Si el espejo del armario de luna del piso alquilado de Palmira  pudiera poner palabras a los reflejos devueltos desde su pátina de azogue, hablaría de dos imágenes: la primera, de una mujer morena de planta erguida y  atractiva madurez; la segunda, de una afable anciana de cabello plateado que se pasa horas frente al armario practicando el lenguaje de signos. Dos aspectos para una misma mirada; y en el fondo de la misma, el obsesivo anhelo de ser madre.

59. Ciencia aplicada

Nunca pensé que aquel curso de grafología me sería tan útil. Porque su escritura trasluce siempre la verdad, por más que ella disimule con tanta perfección al escoger las palabras que me escribe. Desde la primera respuesta estuvo claro: “gracias por los piropos”, decía, y también “lo nuestro es imposible”. Pero el trazo de la pe de “imposible” indicaba pasión. Quedó así inaugurado nuestro lenguaje secreto: alegaba sus obligaciones y su marido, y el oleaje de esa eme decía sálvame del naufragio. Después se volvió más escueta. Se sentía vigilada, sin duda. Pero la zeta de “déjame en paz” rezumaba deseo. Esta noche iré a rescatarla. He recibido ya la señal definitiva, en esa jota temblorosa, inclinada hacia mí, con la que escribe “orden de alejamiento”.

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