Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

JUN93. EL VIENTO DE LA CULPA, de Juan Carlos Garzón Encinas

Ocurrió durante la celebración del sexto cumpleaños de Luis, cuando apagaron las luces uno de nosotros le levanto el hábito y… ¡zas!. El grito de la Hermana Sara resonó por toda la finca. “El tocamiento de la monja” como llamaríamos todos al asunto a partir de entonces no debió pasar de simple chiquillada, pero Tía Virtudes lo convirtió en asunto de Estado y se nombro una comisión de investigación. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos los cuatro implicados pactamos no confesar nunca jamás quien fue el autor, culpasen a quien culpasen, y culparon al primo Jaime. El viento de la culpa soplo fuerte en su dirección durante mucho tiempo, pero en la celebración del vigésimo sexto cumpleaños de Luis, Tío Anselmo volvió a sacar el asunto
     –    Os acordáis de… dijo entre risas
     –     Pues yo creo que no fue Jaime,  dijo mi hermana Alicia
Y la culpa cambio como el viento, de forma inesperada y caprichosa; viro ligeramente hacia mi hermano Héctor, soplo indeciso hacia Luis y tras algún titubeo arrecio claramente en mi dirección; ya son tres años soportando un vendaval continuo de culpa, en cualquier momento cambiará.

JUN92. DESTINO PERDIDO, de Yael Fernández Cadenas

Entró por la ventana del balcón. Impulsado por la ventisca dibujó un par de truculentos tirabuzones y aterrizó con un suave planeo junto a mis pies descalzos. Me temblaban las manos, y a decir verdad también las rodillas. Siempre aquella misma corriente que conectaba nuestros balcones, nunca había cambiado. Caprichosa, en contra de mi voluntad, decidió abandonarme en aquel preciso instante.
Desplegué el papel: Raúl había sido llamado a la guerra, rogaba que no lo esperase. Me apresuré a escribir un mensaje. Me temblaban las manos, y ahora también el alma. “No te vayas, fuguémonos”. Plegué de nuevo el avión según las líneas que sus manos habían trazado, más firmes que las mías. Lo sostuve hasta que la corriente lo hizo despegar y lo observé titubear en el aire, indeciso: él también temblaba. Por primera vez en cinco años la corriente había cambiado y mi mensaje se perdió entre las calles. Lo vi desaparecer una y otra vez en erradas trayectorias. Raúl se asomó al balcón con su maleta preparada en busca de un avión con un destino diferente a la muerte, pero no pudo encontrarlo porque el viento había cambiado, arrastrándonos consigo.

JUN90. PÁJAROS DE PLOMO, de Sergio Haro Gómez

– Mamá, ¿qué es un pájaro?- me pregunta, sin apartar la vista del libro.
No debí enseñarle a leer.
Mi madre y las otras madres lo tuvieron más fácil. Señalaban uno y decían: “Mira, un pájaro”. Yo no puedo. Jamás podré. La certeza se estrella contra mi pecho como una ola de ceniza. Por primera vez en mucho tiempo, no sé qué hacer. Finalmente reacciono y busco una hoja de papel y un lápiz. Dibujo un pájaro. O algo parecido. Mi hijo estudia el garabato, absorto. Quién sabe lo que piensa.
Me acerco de nuevo a la ventana del refugio, intentando distinguir una señal, escuchar algún sonido. Si el viento no vuelve a soplar, moriremos pronto.
– Mamá, ¿qué miras? ¡Súbeme!
Le aúpo hasta la ventana, aunque no estoy mirando nada. El aire es invisible, por muy venenoso que sea. Y sólo el viento podría llevárselo, permitiéndonos salir.
– ¡Mamá, mira! ¡Un pájaro!
Incrédula, sigo la dirección que indica su dedito. En el tejado de una casa lejana, algo se mueve. Es la vieja veleta, el gallo que recordaba de mi niñez. Ahora apenas reconocible, como mi garabato. Pero aún gira. Y con él, todo gira. Aún.

JUN89. VIENTO AMIGO, de Juan Luis Blanco Aristondo

Aquello no podía ser. La suave brisa de la víspera se había convertido durante la noche en un vendaval de lluvia y hojarasca. El cielo plomizo no auguraba mejoría, y los dos cerezos del jardín se retorcían humillados por un viento avasallador y prepotente. No quedaba ni rastro del cordel que su marido ató entre ellos hace más de treinta años. Aquel en que ella solía colgar la ropa recién lavada. Aquel en que decidió poner a secar todos sus atuendos de luto sin los cuales nunca había salido de casa desde que la mina se lo tragó. A excepción del pañuelo negro prendido en la alambrada que cercaba el acantilado, no quedaba nada de lo que había sido su indumentaria todos y cada uno de los días de los últimos cuarenta y dos meses. Abrió el armario, tomó aire y, temblando todavía, abrazó con infinita delicadeza el vestido de flores con el que minutos más tarde se habría de vestir.

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JUN88. RECUERDOS, de Pilar Montes Conde

En sus labios afloró una sonrisa cuando escuchó a su hija decirle a su nieto adolescente: «No hay quien te entienda;cambias como el viento».
Era una sonrisa suave, dulce, nostálgica…Evocando un tiempo lejano, recordó aquel día que oyó a su padre decir que el viento había cambiado.
Le sonó raro, no le entendió;lo único que sabía entonces del viento era que cuando hacía mucho frío se llamaba Norte y cuando había olas en la bahía,Sur. Es verdad que a veces asustaba con su sonido, que parecía lobos aullando, pero cuando eso pasaba, su madre cerraba bien  las contraventanas, como ocurrió aquella noche.
Después todo fue más confuso. Recuerda que no fue a la escuela, la cara de miedo de sus padres y vecinos hablando de un gran fuego que decían, arrasaba la  ciudad, y se ve subiendo de la mano de su madre la cuesta de la Atalaya, para ir a casa del tío Angel.
Más tarde, escuchó que habían volado su barrio para hacer un cortafuego. Pero eso eran cosas de mayores. Él siempre creyó que se había ido con el viento cuando cambió.

JUN87. CAMINANTE SON TUS HUELLAS, de Sara Snezha Pozo Rodríguez.

A tus pies descalzos maduros de tanto desgaste funcional a lo largo de los años, seguían unas piernas todavía firmes, seguras y elegantes. Tus pasos detonaban diferentes sentimientos a los que el corazón daba sentido y emitían diferentes dosis de sangre según la circunstancia, cuando estabas triste, alegre, con miedo…
Tu caminar era capaz de desatar la locura e inspiración de cualquier artista, tu elegancia al borde del abismo de la ignorancia de muchos provocaba desajustes rutinarios y así cambiando como el viento, haciendo entender que no se trataba de nadie especial sino de tí, simple y terriblemente hermosa, penetrabas por todos los recovecos de mi cuerpo, así como el viento se colaba por todas las esquinas de nuestro dormitorio…

JUN86. EN UNOS SEGUNDOS, de Pilar López

Los días para ella eran siempre iguales, trabajo, casa, casa, trabajo, clases de tai-chi, lunes y miércoles, y de natación, martes y jueves, cañas el viernes al salir del trabajo, sábado, cine y el domingo visita familiar, invariablemente, una semana tras otra. No tenía amigas, las tuvo, pero el tiempo y las circunstancias, las alejaron, no tenía relaciones sentimentales, no las tuvo nunca, demasiado común, demasiado tímida, demasiado lejana para los demás. Pero la vida depara muchas sorpresas, ayer saliendo de la panadería tropezó con alguien, al levantar la vista se sintió perdida, esos ojos color miel, esa sonrisa de disculpa, casi tiene que agarrase para no caer, ya en la calle el viento le golpeó la cara y al mirarse en el cristal, no se reconoció, en unos segundos había cambiado toda su vida. Apoyada en la pared, tomó aire y esperó su salida. Le dijo que sin el moriría, que su vida era la de él, que no podría existir sino dentro de su mirada. Ahora los dos son uno, un solo rostro cuyos ojos cambian de color según el amor con que los mires.

JUN85. ENTREVISTA DE TRABAJO, de Maite Alarcón Iglesias

Por fin era mi turno. Tras oír mi nombre, entré en la sala. Sabía que allí estaría él, y efectivamente, lo vi enseguida, difuminado a contraluz, postrado en su butaca. Me acerqué ignorando mi tembleque y tomé asiento frente a él. No había mesa alguna que nos separase. Noté la lava de su mirada recorriendo mis piernas. La secretaria salió sin dar explicaciones. De repente, el tiempo sin sabernos se convirtió en ceniza. Con los años había ganado en atractivo: esa barba de cuatro días le favorecía las arrugas de los cuarenta. Empezaron las preguntas y yo, respondiendo con decisión, era incapaz de despegar los ojos de esas palabras que alimentaban la burbuja feromónica que nos envolvía. Se levantó y su tono cambió como el viento. “Ya te llamaremos”, dijo secamente mientras yo, también erguida, me acomodaba la minifalda.
Pasó un ángel.
Al estrecharle la mano, por inercia, mi cuerpo se inclinó hacía él y de pronto, me hallé mordiéndole suavemente el lóbulo. Luego, cual olla a presión desatendida, estallé cuando me agarró la nalga y me empotró contra la pared.

JUN84. SOPLANDO AL VIENTO, de Belén Molina Moreno

Mi hijo me mira con ojos de pillo y una sonrisa mal disimulada, mientras me enseña su libro y su cuaderno de geografía. Tiene que presentar un trabajo en el colegio sobre los bosques y ríos de Europa.
Primero hojeamos el libro y repasamos los nombres geográficos y luego trazamos el mapa en el cuaderno.  Dibujamos  los ríos en un azul intenso y añadimos peces de varias formas y colores. Los bosques los recreamos pintando  grandes árboles en un verde profundo, y árboles pequeñitos en un verde generoso,  llenos de frutos que están comiendo osos, ardillas y pájaros. Así  ocupamos todo el espacio  blanco del mapa.
De pronto, me mira con ojos asustados porque teme no acordarse de ningún nombre. Le propongo que el día del examen use los colores, como hoy, y que dibuje y dibuje. Después  cierras los ojos, le digo, y soplas muy fuerte sobre el mapa para mover las hojas de los árboles y  que te manden  un viento con todas las respuestas.

JUN83. VIENTO SUR, de Ginette Gilart

El viento Sur sopla fuerte, seco y cálido. Suele durar varios días y tiene fama de influir en las personas sensibles provocando cefaleas y estados depresivos.
Manuela era una de esas personas. En los días de «surada» tenía intensos dolores de cabeza que le impedían moverse de casa. Los analgésicos a su alcance le aliviaban muy poco; solía tumbarse en la penumbra y esperar a que cambiara el Sur.
Pero llegaron vendavales tan potentes que afectaron a toda la población. Manuela no podía más de dolor; se acercó a urgencias. Después de darle calmantes apropiados decidieron ingresarla. Estuvo unos días hospitalizada.
Cuando cambió el viento, Manuela no regresó a su casa; del hospital la trasladaron al psiquiátrico, donde la voy a ver de vez en cuando.
El primer día que la visité, me invadió un sentimiento de impotencia al comprobar cómo puede una persona pasar tan rápidamente de la cordura a la locura definitiva.

JUN81. VOLARÉ, de Jorge Asteguieta Reguero

Lo intenté, de verdad que lo intenté. Se positivo, decían los médicos cada vez que su estado empeoraba un poco más. Aun así, me agarré con todas mis fuerzas a esa última esperanza. Rogué a todos los dioses que me concedieran el milagro.
Pero el soplo que daba felicidad a mi corazón se apagó de repente. Se ha marchado a un sitio mejor, dijo el sacerdote. Quiero creerle, por eso estoy aquí.
Desde aquí arriba tampoco puedo verla. En el reino de cielos, dijo. Confiaré en el viento, en sus vaivenes. Se lo contaré y me dejaré llevar por él. Mi cuerpo se estrellará contra el suelo, pero yo volaré hacia ti, amor mío.

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