Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

53. SILENCIO TRAICIONERO

El silencio al que se veía obligada por su amor filial le estaba corroyendo más que el cáncer que cada día se iba adueñando de sus entrañas.
Había confesado la gravedad de su enfermedad a sus hijos, hermanas, a su ex, amigos y compañeros para despedirse de aquellos a los que quería, a los que albergaba en lo más profundo de su corazón.
Aunque lo había hecho con un gran dolor y una sensación de culpa porque sentía que les hería el alma.
Pero ahora que iba a visitar, con la autorización de los médicos, a su familia en Galicia, no sabía como afrontar ese silencio.
Su madre, anciana, en sus momentos de lucidez recordaba que en verano ella había tenido graves malestares gástricos y le había hecho prometer que iría al médico.
Y se preguntaba, ¿sería capaz de mantener cara a cara todas las mentiras que le había dicho por teléfono?
¡Lo que daría por poder hablar con ella abiertamente, como hacía en el pasado, de sus miedos!
Pero sobre todo, le gustaría saber si las «almas caritativas» del pueblo, conocedoras de su estado, le habrían dicho que estaba tan mala para saber a que iba a enfrentarse.

52. Mediciones

He buscado y no he encontrado a nadie capaz de describir un descampado. Por eso acabamos por llenarlos de cemento y de palabras. De no hablar las cosas y empeñarnos en callarlo todo, a golpes como en un combate amañado, le dimos a lo nuestro la capacidad de destruirse a sí mismo. Tu voz es ahora una campana que me despierta del sueño, pero que no hace ruido. Silencio.

Si no hubiéramos cometido el error de medir el tiempo con números. Si usáramos canciones para contar el paso inevitable de los días. Si el ritmo, la cadencia o la palabra exacta dieran paso a las estaciones. Si en vez de momentos juntos, hubiéramos vivido estrofas. En vez de años, haría solo versos que no te veo.

51. Sin remite

Cada jueves, cuando regreso del trabajo, tengo en el buzón una carta de las de antes, aunque el timbre no lleva matasellos.

Ese día, la jornada laboral se me hace más larga de lo habitual, que no es poco.

Me siento en el sillón con una luz de lámpara amiga. Abro el sobre delicadamente, extraigo el papel y comienzo a leer sin prisas.

Es un momento tan placentero que hace de mi vida algo más que los silencios continuos rodeando el pasar entre voces extrañas.

No sé por qué me alaba tanto.

Podría sentir que no merezco sus lisonjas y su amor, pero me niego a hacerlo.

Me acuesto, releyendo por última vez, para forzar un sueño tangible y dichoso.

Los miércoles, por la noche, escribo.

50. LA LIBERTAD SILENCIOSA (Belén Mateos)

Tras seis días se hizo el silencio.

La luz cegaba la celosía de su ventana, y la niebla cegaba su memoria, en esas noches sin sábanas ni pastilla para dormir disuelta en un vaso de ron.

Las aguas menores se contenían en su vejiga hora tras hora, por temor a pisar el frío suelo de terrazo, o esa extensión de alfombra floreada de un color marrón profundo.

Su boca, semilla de palabra, se resecaba en su propia saliva, en el verbo irregular de sus aguas contenidas.

Temía separar la noche del día, las estaciones, la luz de las tiemblas, el canto de su pájaro enjaulado sin vuelo, de su pecera embarrada en turbia agua sin filtrar.

Se miró tímidamente al espejo, se revolvió el pelo, pellizcó sus mejillas y vio su mestizaje con la tierra, los animales, las piedras y al rio.

Liberó el vuelo de su ave, limpió los residuos de las algas, rezó al cielo.

Entonces bebió ese vaso engalanado de veneno. Tras nueve minutos contempló su cuerpo levitando en la afonía de su última certeza.

Tras siete días encontraron su cuerpo santificado en mercurio.

Hoy la prensa hace eco de su nombre: Cariel.

 

Se rompió el silencio.

 

 

 

 

 

49. De eso no se habla (Montesinadas)

La enfermera dijo su nombre y le sonó extraño en inglés. Se levantó de la silla y recorrió tras ella un largo pasillo sin cruzar palabra. La moqueta amortiguaba el ruido de las pisadas y el silencio era el refugio de su conciencia y su pecado. Al fondo, una mujer abrió una puerta y la invitó a pasar. En la sala, una camilla y un carro con instrumental que utilizarían para hurgar en su sexo. Sólo de pensarlo casi se orina encima. Se quitó las medias y las bragas, las miró por si alguna gota de sangre pudiera suponer que había vuelto la normalidad, pero ya eran tres faltas, cuatrocientas libras y un billete de vuelta para ese mismo día. Dos horas de vuelo donde aguantó el dolor y lloró bajito. Ya era tarde para arrepentirse. De vuelta en el pueblo, ni mu, punto en boca, silencio y todos callados, como calló Pablo el día que le dijo que estaba embarazada, o las amigas, cuando les pidió dinero para ir a Londres y el cura que no le dio la absolución, ni le dijo que había una señora en el barrio que, por mucho menos, le hubiera arreglado el asunto.

48. Sociedad anónima

 

Siempre subo despacio las escaleras de mi edificio. Me paro en el primero y apenas oigo el respirar de un perro, continúo hasta el segundo y un niño juega, oigo su infantil voz. Ya en el tercero, una mujer, quizá frente al televisor, entretiene su tarde y comenta con alguien la película que está  viendo. Y en el cuarto, ese me preocupa más, dos ancianos  hablan en voz más lenta que mis pasos, rememoran tiempos, rebuscan en cajones tal vez algún objeto de valor. Todo está al parecer tranquilo. Y es así, cada uno en su casa, dejando que el silencio no nos pegue dentelladas, preferimos, que aunque poco, se escuche nuestro día a día , desde que llegaron  las cartas de desahucio por la supuesta  ruina en la que se encuentran los hogares de todos nosotros.

Ya en el último piso, en mi dormitorio, redacto una carta de reclamación, a esa constructora que va tirar nuestras vidas,  sin conocernos siquiera , con el  certero golpe de una  máquina infernal.

47. Manicura

Tenazas. Clac. Falange. Cauterizar. Esas son las órdenes. Y volver a preguntarle, una vez recuperado del desmayo, dónde está la mujer del jefe, con la que intentó fugarse después de transferir toda la recaudación del Casino a una de esas cuentas que tan bien sabía manejar. ¿Quién iba a esperarse algo así de este tímido contable cuando lo contratamos? Ya llevo cuatro seccionadas y no se rinde. ¿Por orgullo, por amor? Bah… a mí qué cojones me importa. Allá él, que no se hubiera dejado atrapar para protegerla. Menudo gilipollas, como si a ella le importase una mierda.

Y mira que me jode el olor acre de la sangre y el de la carne chamuscada, aunque habrá que aguantarse, porque si se empeña en mantener su silencio, cuando acabe de recortarle las uñas, vete a saber qué le tiene preparado el jefe. Nunca le he visto tan cabreado, y además… eh, que ya se despierta…

­—¿Sabes qué toca ahora, pedazo de cabrón? Pues a mí hacer un poco más de fuerza porque voy a necesitar las dos manos. Mira que es grande tu dedo gordo, joder… ¿Me vas a decir dónde está escondida esa puta con el dinero?

—…

Claaaaaaac.

46. REPOBLACIÓN

Después de años de ausencia, una bandada de cigüeñas llegó al pueblo. Traían en sus picos tiernas criaturas que fueron repartiendo entre los vecinos. A Soledad le dejaron un infante de mofletes sonrosados, que logró que sus ropas atezadas mudaran a otras de colores vivos. En casa de los panaderos depositaron dos criaturas de piel trigueña. En el domicilio del alcalde soltaron un bebé orondo y dormilón, mientras que, la cotilla del pueblo, halló trillizas de mirada curiosa en su balcón.

El pueblo es ahora un lugar diferente. Hay muchos proyectos en marcha: reabrir la escuela, poner columpios en los parques, traer un pediatra al municipio…

Todos ansían el paso del tiempo para escuchar de nuevo el sonido de la infantil algarabía en sus juegos, en sus cánticos y risas. La Navidad, el Carnaval… cobrarán de nuevo sentido y las calles y las casas se llenarán otra vez de ruido.

Los vecinos pasean a sus criaturas con orgullo, aunque, celosos de sus bebés, nadie comenta sus inquietudes. Nada dicen sobre los apósitos que les han colocado en la espalda. En la intimidad de sus hogares apartan las vendas, vigilan las protuberancias y recortan con cuidado el incipiente plumaje.

 

45. Sin palabras (Aurora Rapún Mombiela)

Yo nunca te dije que te quería, ni que no. A ti se te pasó comentarme lo que sentías. Se nos olvidó el día de nuestro aniversario y aquella amiga que nos presentó. No tuvimos canción, ni película preferida. Jamás hicimos viaje de novios, ni brindamos con champán al calor de una chimenea. 

¿Para qué?

Después de tantos años, aún dormimos abrazados bajo el viejo edredón y leemos en silencio, jugando tontamente con los pies, cuando nos tumbamos, cada uno en su lado del sofá.

44. El periplo de una sombra común

Entró mansamente en el tren como el resto de los niños que no lloraron al nacer. De estación en estación, el tiempo parecía pasar despacio. Hasta que, recién cumplidos los veinte, le bajaron con premura en un apeadero clandestino. Sin instrucciones ni herramientas, fue enviado a una contienda de la que regresó herido y amordazado. Luego, para sobrevivir, tomó un autobús que lo llevó, durante años, de casa al trabajo y del trabajo a la penumbra. Y, antes de que los zumbidos desacordes de la rutina le doblegaran la espalda, acertó a cambiar de trayecto y emprendió un crucero de vaivenes en busca de su voz. Surcó mares inciertos, atravesó páramos misteriosos y en la intemperie de un aeródromo se mezcló—ya cansado— con otras almas desdibujadas que hacían cola para alzarse. Dentro de la astronave, el piloto prometió que partirían rumbo a la Gran Luz. Pero la noche se deslizaba entre las nubes y por la ventanilla pudo contemplar una Luna nueva y las estrellas más bellas del invierno. Poco después, el destino, con sus alas obedientes, hizo una pausa y le envolvió una calma fría: Era el final de un mal sueño, aunque nunca lo supo.

43. Infortunio postrero

Él seguía creyéndolas casualidades, pero sin convicción. Recordó la vez que al reponedor del supermercado junto al que pasó se le cayeron las cajas con estrépito. O cuando asistía en primera fila a la función en que el actor enmudeció en pleno monólogo. También un día se quedó encerrado en un ascensor lleno de gente. No quiso seguir, por no deprimirse.

Sus conocidos lo evitaban. En su presencia no hablaban de planes compartidos. Lo habían sentenciado con una palabra.

El último suceso le ha aclarado sus dudas. Un individuo que corría ha tropezado con él, ha caído de mala forma al suelo y ha quedado inconsciente. Él se ha escabullido avergonzado y ha regresado a casa. Ha encendido por inercia el televisor, ha ido al baño y luego se ha encerrado en el dormitorio decidido a no sentirse culpable de nada nunca más. Mientras tanto en la pantalla se veía al delincuente herido. La locutora contaba que dos agentes de policía lo habían atrapado cuando huía del lugar del crimen. No se había podido identificar al ciudadano que con su decisiva intervención había contribuido a su captura. Se le debía un agradecimiento unánime.

42. CLAMOR

Cuando estamos juntos nos miramos sin decirnos nada.
De sus manos se desprenden a ratos aromas infantiles. Sin duda recuerdo de tantas caricias hidratantes en la suave piel enrojecida, el gesto de comprobar la temperatura del baño, la gota de leche en el dorso, los divertidos momentos de cosquillas mientras aplicaba el bálsamo.
Su rostro, surcado de tiempo y de quebrantos, transparenta tartas de galleta y chocolate, besos que perviven sin horario, cómplices guiños de difíciles adolescencias, inundaciones de lágrimas de amores llovidos. En su pelo luce el brillo de la plata, la cadencia del vuelo de las mariposas, el apresto del poder sobre el enredo, el baile sensual entre las ondas.
De tanto dar se fue quedando vacía y hoy, ya ausente, nos miramos de esa manera que se miran los felices. En sus pupilas brilla un reflejo de quien soy, su amado hijo, razón de toda su vida, que todo me lo dio, en las mías, una curiosa interpretación del tiempo intenta atesorar lo que tanto me ofrece el potencial de su silencio.

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