Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

38. IN MEMORIAM (Rafa Olivares)

Al poco del naufragio, Robinson Crusoe construyó con los restos del barco y materiales de la isla un cobijo espacioso y cómodo. Tampoco tardó demasiado en descubrir los mejores lugares para la pesca, la caza o la recolección de frutos y vegetales silvestres. Así logró comer todos los días a la carta, pues no faltaban en su dieta pescados, crustáceos, pechugas de ave, lomos de roedor, piñas, cocos y guisantes. Tan organizado tenía el aprovisionamiento que podía permitirse todos los días un baño relajante en aguas impolutas o tomar el sol en una hamaca bajo las palmeras. Sintiéndose el amo del mundo, tomó la decisión de que si apareciera un navío a rescatarle se ocultaría para no ser visto.

Pero todo empezó a torcerse cuando llegó un malhadado Viernes, aunque era martes, a compartir su paraíso. Se trataba de un morenito con apariencia de cantante de boleros pero que no tenía más ritmo que el  pumba pumba que extraía dando golpes, siempre en horas inoportunas, a un tronco hueco. Pronto empezaron las desavenencias, que si «tú racista mucho», que si «solomillo mucho hecho», que si «roncas noche toda»… 

Tiempo después, por respeto, los viernes no utilizaba sus restos como carnada.

37. Filántropo

La carrera había sido desaforada. Años de trabajo tenaz, reuniones con gente odiosa. Implacable estudio de la competencia, maldades, zancadillas.

No pudo despedir a mamá. A papá, lo destruyó. Sacrificios, renuncias…

La boda de los hermanos no era sitio para él. Ya habría tiempo de compensar. Sobrinos idiotas, amigos extenuados.

Más dinero de lo que podría gastar en cien vidas.

Sobornos, pactos.

Cinco matrimonios. Cinco hijos que no conocía. Alguno más por ahí.

Alcohol, drogas y muy poco rock and roll. Las bellas artes, una mercancía más.

Y al final, la soledad en la cumbre.

En su jaula de oro el anciano observa el juguete y reflexiona en silencio. Un lacayo limpia su aura mientras recita mantras. Le desafío en silencio. Una lágrima gruesa desborda el ojo cansado.

La última certeza irrumpe demoledora. El precio ya ha sido pagado.

“Un ciudadano ejemplar”, rotulan en su epitafio.

36. Anotaciones

La mujer sabe que acaba de romper una regla de esas de piedra y cincel. Los dos últimos nombres que ha registrado no existían y, al menos hasta ahora, cada anotación significaba acabar con una vida. Lee varias veces esos dos nombres seguidos de su edad: Julieta Capuleto, 13, y Romeo Montesco, 16. Tan jóvenes. Ella casi siempre despide viejos, no sabe bien por qué; quizá porque sus nombres son más densos y se abren paso con facilidad a través de la tinta. Afuera la noche abandona el bosque cuando se levanta y se dirige al baño caminando entre paredes repletas de libros. Se lava la cara, las axilas y desprecinta otro día. De vuelta al salón, observa cómo la luz sesgada del amanecer devora centímetro a centímetro el libro abierto sobre el escritorio. Bosteza, languidece a pesar de ser inmortal.

Sale al jardín para despejarse. El nombre que lleva semanas rondándola —William Shakespeare, 33—, aún tardará en pasar por su pluma. Habrá otros que ocupen su lugar.

Cuando intenta sonreír, los pájaros huyen.

35. EL VIAJE DE HELIO (A. Barceló)

«El éxito fue entrando poco a poco en mi interior y se expandió hinchando mi ego. Cuando comencé a despegar, todo el mundo se centró en mi ascenso. Conseguí deslumbrar y pensé que podía brillar con luz propia sin darme cuenta que existía un sol inmenso por encima de mí. Sorteé innumerables intentos de hacerme caer y me cubrí con una pátina de falsa invulnerabilidad. Me mantuve en la estratosfera hasta que empezó a faltarme el oxígeno y me atacó el frío extremo de la soledad. Entonces, me desinflé y fui descendiendo rápidamente y sin remisión.»

Nada más terminar de escribir el borrador del prólogo, algunas lágrimas caen sobre papel. La idea es contar su experiencia para ayudar a otros a no cometer sus mismos errores. Recoge sus cosas, apaga la luz, cierra la puerta del cuartucho en el que vive y se marcha al parque a intentar vender globos para poder subsistir. Cuando consigue que alguien le compre uno, al entregarlo, siempre le aconseja que lo sujete bien fuerte para evitar que se pierda.

34. Redención

¿Quién fue? Una Bestia depredadora que rapiñó todo lo que alcanzaba a su alrededor. Hasta casi devorar su propia alma, cerebro y corazón. Carcomidos por fabulosos viajes lisérgicos, ensueños llenos de luz y color, que se volvían sombras cuando todo terminaba. Subido en ese vaivén, su existencia dio tantos tumbos que perdió el norte. Y todos los puntos de equilibrio, cayendo en el rincón más oscuro.

Sabe que ha de descubrir quién es ahora.

Pero lleva tanto tiempo siguiendo su propia sombra, caminando a su lado, hablando con ella, que casi ha olvidado su propio nombre.

Es un caminante solitario. A quien acompañan un vacío gris y ecos de llantos y súplicas de cuerpos adolescentes, de los que no recuerda apenas nada. Solo retazos con olor a sangre, gritos, dolor y muerte. Y una sensación de repulsa hacía sí mismo que lo ahoga en las tinieblas de su propia maldad. Que le recuerdan por qué camina solo.

Con ese recuerdo transita cada día persiguiendo el rumbo acertado. Esperando que este sea el último viaje. Buscando un perdón que está aún lejos. Tanto como las estrellas que palpitan en su eterna noche.

33. Sin escapatoria

Necesitaba con desesperación sentirse humana y purgar su adicción a redes y pantallas. Probó el yoga, la meditación, correr maratones, pero nada parecía funcionar; buscaba un reto mayor. Por eso aceptó la propuesta de su guía espiritual: sobrevivir treinta días en la Amazonia con lo puesto y en soledad. Era, y por mucho, lo más extremo a lo que se había sometido, pero estaba segura de que eso respondía a lo que le pedían su cuerpo y su espíritu.

Cuenta el chamán que la vastedad de la selva la conmovió, que la soledad del entorno le sobrecogió, que saberse la única persona en cientos de kilómetros a la redonda le hizo sentir insignificante y poderosa a la vez. Estaba lista para vivir: tras el rito de despedida todos sus sentidos se aguzaron, podría enfrentar lo que viniera.

Semanas más tarde encontraron sus restos mutilados por lo que parecía una lucha encarnizada con un jaguar. La historia se hizo viral y el gurú, por fin, logró jubilarse.

32. Sueños

La niña le arranca la cabeza a su compañera de pupitre, pero luego no consigue encajarla de nuevo. No lo entiende, ella siempre puede hacerlo cuando las otras niñas despiezan su Barbie. Extrañada y envuelta en sangre lleva la cabeza a la profesora. Algunos niños chillan, otros caen desmayados y la mayoría huyen despavoridos. Al verlo, siente un extraño placer; ahora son ellos los que lloran, en especial Menganito, el novio de la niña decapitada, el que siempre la golpea en el recreo. Entonces despierta agitada y la madre la reconforta: “No te preocupes, hija. Ya pasó. Solo fue un sueño”.

La muchacha vive un sueño cuando años más tarde, hastiada de tanto martirio, le patea los cojones a Menganito hasta hacerlos desaparecer. Tiene suerte. En el hospital volverán a ubicarlos en su lugar. Ella regresa a casa temblorosa y la madre la sosiega: “Vive tranquila, amor mío. Mañana acabas el colegio. Nunca más lo verás”.

La joven quiere morir cuando Menganito y su manada la acorralan en los baños del instituto y juegan a ser papás. Si pudiera saldría volando.

Esa misma noche verá cumplido su sueño y durante quince pisos vivirá todas las vidas que siempre soñó.

31. Manipulaciones

Imagina una bola fantástica de cristal. Y dentro una cabaña, con un ser huraño, de sonrisa cínica, explotando lenta, mecánicamente, las burbujas de un plástico de embalar. Plop, plop, cada bolita estalla entre sus dedos, y resuena en tu cerebro, provocándote una migraña, y también una mezcla de miedo y repulsión hacia ese ser solitario que representa todo lo que odias. Plop, plop. Porque sabes (igual que yo sé) que él, en su fuero interno, siente que cada burbuja de plástico es una persona. Tal vez yo. Quizá tú. Por eso sonríe así. Es más, ahora mismo observas como ese placer, ese poder, le está haciendo flotar.

Aunque luego cae. Cae hacia arriba, hacia los lados, hacia abajo. Y es sepultado bajo un tremendo alud. Se asfixia; siente dolor, pavor. Pero, en segundos, logra emerger entre la nieve. Sale. Respira. Grita. Heroico, regresa a su cabaña, y a su tarea: plop, plop. Cree que la tormenta ha cesado.

Y puede que sí. O puede que no.

Porque… sé sincero: cuando yo me marche, y esa mágica esfera de cristal, esa magnífica bola de nieve, quede sólo entre tus manos… ¿volverás a agitarla?

30. Desdoblamiento

Acodada a la ventana, la mujer entretenía sus horas contemplando a los gorriones. Saltaban por los tejados, cogían briznas con el pico, aleteaban en los cristales… Sus trinos parecían risas, la despertaban al amanecer y acompañaban su rutina. Envidiaba su libertad y ¡cuánto los echaba de menos los días de lluvia! Eran su único vínculo con el mundo y, a veces, imaginaba cómo sería regresar a esa vida de la que hacía tanto había abdicado. Pero al fantasear el más leve contacto humano, su corazón se desbocaba al instante y el pánico paralizaba su cuerpo. Regresaba entonces a la calidez de sus libros, al refugio interior que le habían construido, a su espacio de silencio y soledad.

«¡Qué sobrevalorada está la compañía!», musitaba luego, tristeza aplacada y ánimo sereno.

Las noches las dedicaba al trabajo. Se sentaba frente al ordenador, encendía el reproductor de música y un amago de sonrisa curvaba sus labios de inmediato. Ante la pantalla, se metamorfoseaba con rapidez en quien no era y, ajena a la inmensa contradicción que dominaba su vida, lanzaba a las redes su influjo. Una legión de seguidores aguardaba su mensaje con paciencia y con fervor.

29. Terminal-Man

Con la estilográfica que había robado a un cliente intentó redactar una nota para sus padres, pero lo pensó mejor y desistió. Nunca se le había dado bien dar explicaciones y mucho menos por escrito. Además, tampoco le iban a entender en esta ocasión. Después, con pausado esmero, se dispuso a abrillantar los faros que le guiarían hasta la obligada oscuridad. Y aunque odiaba mostrarse vulnerable, por una vez, no le importó lucir su cabeza desnuda. Y se acercó al club. En la misma puerta, mientras se despedía de sus chicas, un dolor de sobra conocido le retorció las entrañas y, al doblarse, surgieron de su camisa entreabierta una inquietante medalla de oro maciza y una calavera tatuada cuyo aliento apestaba a medicinas.

No estaba acostumbrado a perder una pelea, sin embargo, tenía sus principios y aceptaba aquella debilidad galopante como un castigo por sus vilezas y, sin mirar atrás, se enderezó como pudo, apretó la mandíbula y arrancó. Luego, condujo sosegado por el asfalto caliente hasta llegar a la costa.

El verano vibraba en el espejo retrovisor y el Sol era una bola de fuego sobre el mar cuando aceleró la Chopper y se lanzó por el acantilado.

28. SUPREMO

El hombre solitario es un Dios, al que las bestias acechan por su infinito poder para sobrevivir sin ellas.

27. TURNO DE GUARDIA – EPI

Tantas guardias en el hospital van modelando a cincel mi personalidad, haciéndola cada vez más inhumana.
Ahora soy una loba solitaria que deambula por la noche vigilando sus presas, premiando o castigando.
Al capullo machista del Box siete le he puesto una sonda uretral para bajarle los humos.
Siento mi poder de decidir sobre la vida y la muerte y depende del día que tenga, actúo de una forma o de otra.
En mi turno hay varios lobos con los que copulo cuando tengo ganas y me da igual el cómo, el dónde y el cuándo.
La otra noche, antes de llegar al orgasmo, la del box tres empezó a lamentarse por dolor. Me levanté iracunda, dejé a mi lobo aullando de frustración y fui a dónde estaba ella y ordené rejón de castigo, doble ración de nolotil intramuscular.
No tengo ni odio, ni lástima, ni escrúpulos con los pacientes que tengo asignados en mi territorio, estoy muy por encima de ellos.
Cuando por la mañana me dirijo a mi casa, voy satisfecha de mi labor realizada y más contenta me pongo, cuando soy recibida con los ladridos alegres de mis cinco perros.
Por cierto, mi nombre es Diana.

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