Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

37. En el jardín del amor

Un puñado de amapolas ajadas sobre la mesa, un dibujo con una dedicatoria de letras desiguales, un bracito que se colocaba sobre el respaldo de su silla, rozándola apenas, cuando todos se sentaban a su alrededor para escuchar el cuento. Hasta que no las perdió, la seño Julia no se había fijado en cómo las atenciones de Manolito le permitían sobrellevar aquel pueblo desangelado y la fría relación con las demás maestras, que censuran su desaliño y su forma poco ortodoxa de enseñar. Ahora en las clases mastica una tristeza rutinaria que se aguza cuando Eva, mirándola con una mezcla de desdén y triunfo femenino, se acerca a enseñarle el cuaderno. El dictado, de caligrafía impecable, no tiene una falta. La seño traza una gran «B» en el margen. La niña se aleja agitando la coleta repeinada.

Por suerte las Mates no se le dan tan bien. Tres veces ha tenido que borrar las restas con llevada cuando suena la campana. Pero la satisfacción de la seño al castigarla sin recreo se empaña en cuanto, a través de la ventana, distingue a Manolito, que mastica en un rincón el bocata mientras espera impaciente que su nuevo amor acabe las cuentas.

36. Piruetas

El hombre bala estaba distraído. Fue por eso que todos pensaron que erró el disparo. En vez de caer sobre la red atravesó un dulce de algodón, tres globos, un sombrero y una peluca rubia, la jaula de los leones, dos platos del malabarista, un aro de fuego, el hueco entre las trapecistas, el pañuelo del mago y la carpa del circo, saliendo, como era lógico, a la noche estrellada; pero en un giro brusco, e inesperado, volvió a entrar por la puerta siguiendo con  la inercia. La orquesta mantuvo el redoble de tambores, conservando en todo momento el suspense, mientras el público ya no sabía si aplaudir o salir huyendo, hasta que con toda la precisión, suavidad y complicidad del mundo, fue a caer sobre los brazos tersos y robustos del hombre forzudo, que estaba a pie de pista, esperándole. La ovación duró diez minutos. La esposa del hombre bala, que temió por la vida de su amado esposo, abrazó llorando al hombre forzudo en agradecimiento. El circo era una explosión de júbilo. Qué sabía nadie de las vueltas que había que dar algunas veces para esconder algunas cosas.

35. Nirvana. Paloma hidalgo

Antes de acercarme, aunque esa mirada azul y salvaje con la que me observas no puede ser otra que la tuya, te voy a seguir un rato. Quiero estar seguro. No deseo sentir de nuevo el dolor de descubrir que no eres tú, mi amor. Recuerdo aún el bofetón que me propinó la vestal al acariciarle la mejilla, las risas del comerciante de sedas de Damasco tras lanzarme a besarle, y los gritos de aquella actriz, creo que se llamaba Lauren Bacall, llamando a seguridad al verme en su camerino. Esta vez parece que tú también me has reconocido, ralentizas tu caminar, tus pupilas atentas me buscan entre los otros usuarios del parque, y disimulas oliendo algún diente de león hasta que nuestras miradas vuelven a cruzarse y me reafirmo, solo tú podrías mirarme así. Ahora, me aproximaré, y quizás tras un momento de tensión, mi boca tan cerca da la tuya, tu nariz recorriendo mi anatomía, mi lengua pueda volver a recrearse en tus intimidades, como cuando empezamos a ser amantes hace siglos, y juntos alcancemos el nirvana, por fin, aunque sea reencarnados en husky y mastín napolitano, hasta que nuestros dueños nos encuentren.

34. 13 de Mayo

Ay trece de mayo cuando me encontré contigo… comienza la copla y  nuestra historia. Entre la oscuridad y las luces de una discoteca cruzamos nuestras miradas y casi ya desde el principio apenas hacían falta las palabras para entendernos. Pero hablamos, discutimos, viajamos, reímos, amamos… todo lo hicimos intensamente.

Nunca te  gustó conducir de noche;  aquel día también volvíamos a casa a tiempo de que la noche no nos alcanzara; el viaje había sido precioso, llevábamos un reportaje fotográfico digno de enmarcar y una sonrisa en la cara al recordar nuestra amena conversación con el pastelero más peculiar del pueblo. De repente todo se volvió oscuro.

Rehúyo continuamente tus ojos, sé lo que me pides y no estoy segura.

Veneno que tu me dieras tomara de medicina… dice otra copla.

Esta noche enfrento tus ojos y brillan cuando te acerco la “medicina”, veo deslizarse una lágrima por tus mejillas, en ella va un caudal de agradecimiento y alivio y sobre todo un amor infinito. Con tu mirada clavada en el alma bebo de tu misma pócima, no pensaba dejarte solo en este viaje.

Sobre la mesa un calendario, un ramo de tulipanes rojos y una nota:

“Feliz aniversario”

33. Todo estaba en las canciones

 

Serrat, Sabina, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Cecilia y alguna de los Pecos, ahí, encerraditas en esas láminas de vinilo  en círculo, giraban y giraban, horas, tardes y noches enteras. Canciones,  amores que no por  ganas, sino por no haber vivido solo daban vueltas sin más.

Ni miradas primeras ilusionadas, ni palabras  tristes de final. Ni “te quieros”, ni  «olvídames» . Y es que el amor pasaba por delante de mí  sin pararse. Pero todo empezó en la sorpresa, en un encuentro casual,  cuando Yolanda, siendo caprichoso el azar, se me  cruzó como ángel para un final, y con un ramito de violetas me  dio esperanzas, y aunque duró solo unos breves segundos, mi corazón sintió el calor que jamás había percibido antes , luego, otro extraño sentimiento se apoderó de mí cuando ella se marchó  para seguir vendiendo sus flores a otros transeúntes.

Regresé a casa con un nuevo disco bajo el brazo, que giró y giró horas, tardes y noches enteras, mientras  tumbado en la cama y susurrando  «hey «, al igual que un auténtico loco enamorado lloré, pero no, no por despecho sino por la emoción de haber sentido amor.

32. LÍQUIDO AMOR (Juan Manuel Pérez Torres)

Descalzos por la playa paseaban disfrutando la frescura de la brisa. Las cosquillas, que los dorados brillos de la arena ponían en sus pies, eran verdaderas caricias, casi minúsculos besos de espuma. Sus pasos, solitarios y silenciosos en la distancia y sin vocación de encuentros casuales, paulatinamente se acercaban y, con la aurora, una suave luz creciente les permitió, aun siendo desconocidos, reconocerse. El azar los juntó en la orilla y se dejaron inundar por la marea.

Primero fue una ola traviesa que rompió por sus tobillos y recorría sus pantorrillas a salpicones. La piel acrecentaba sus brillos marinos con el agua, y, a la par que en el cielo iba clareando la luz, de sus cuerpos brotaban mil corrientes hacia el pecho.
Después, la intensa refracción del sol disfrazaba su fuerza cegadora que, desde el rebalaje, los empujaba, los arrastraba y los adentraba en un mundo de algas nuevas, ignoradas, en un acuático espacio de encantadoras sensaciones, en un mágico limbo de fondos oceánicos.

Luego, cuando más bucearon, las luces sucumbieron bajo la superficie y, con tanta penumbra, no supieron emerger de lo abisal. Hoy siguen compartiendo el mismo mar, aunque, cada náufrago, una isla.

31. Receso (fuera de concurso)

 

—¿¿Tiene habitación libre?? —preguntan los dos desconocidos, al unísono.

—Solo tengo una. De una cama –les responde la recepcionista.

Hay un silencio. De hielo afilado.

—¡¡Yo lo he dicho primero!! —explotan ambos.

De nuevo, otro silencio. De estalactita.

—Miren… no quiero problemas. Ya hay bastantes problemas ahí fuera. Decidan ustedes mismos.

Los desconocidos necesitan descansar, pensar. Dormir, al fin, en blando, después de tantos días. Por tanto suben, y ocupan los extremos del colchón. Uno a la izquierda, otro a la derecha. En silencio.

El sueño los invade pronto. Arden las pesadillas y los músculos. Estallan odios, remordimientos, dudas… Fogonazos de frío y sangre. Sueños de guerra puñetera, con sus puñeteros giros. De hecho ahora hay dos. Dos giros, sincronizados, que hacen coincidir sus brazos. Y sus manos.

Ambos disimulan. Ninguno se mueve. Así. Así se está bien.

Fuera nieva. Es época de tormentas, bandazos, avances y retrocesos. Es noche de polos opuestos. De movimientos lentos, indecisos, de apariencia casual… Hasta que llega el primer beso. El primer beso es como el primer disparo.

Al amanecer se visten, se miran.

—¿Pagamos a medias? —pregunta un coronel.

—Sí —responde el otro coronel, sonriendo—, lo otro ya veremos cómo lo apañamos.

30. DISCO MYSTERY – EPI

Mis recuerdos más nítidos de aquella noche de verano en la playa pertenecen a mi sistema límbico.
Sobre todo, los olores de la arena mojada, el del fuego de campamento, los aromas del porro comunitario y el de mi chica.
He vuelto a recordar esos olores, todos, menos el de mi chica.
El sonido también lo recuerdo, el casette de los Beatles se fundió con nosotros aquella noche.
Gracias a mis amigos pude reconstruir aquella noche mágica.
El porro rulaba de mano en mano, la sangría estaba riquísima y las risas iban en aumento.
Nos bañamos desnudos, jugando a la pelota en el agua. Al poco rato dejamos de hacerlo y nos abrazamos, salimos despacio y nos tumbamos en las toallas.
No recuerdo nada más que su olor y la arena mojada y según me contaron, nos quedamos dormidos, nos taparon y nos dejaron en paz.
Me despertó justo cuando estaba amaneciendo, nos miramos, nos besamos y al darnos cuenta de que estábamos desnudos, nos entró vergüenza y nos tapamos.
Al despedirnos nos prometimos mil cosas, ninguna se cumplió y no la he vuelto a ver.
Cuando me cruzo con unos jóvenes fumando un porrete, algo de mí añora.

29. Final de color rosa

Cuando ella se echó a un lado y él encontró acomodo sobre la balsa improvisada, el cine entero estalló en aplausos. Después de veinticinco años y miles de visionados, el amor verdadero triunfa y el público ve cumplidos sus deseos más íntimos.

Esta vez Rose y Jack son rescatados. La joya no acaba en el fondo del mar, si no en una casa de empeño, y con lo poco que les da el prestamista, se instalan en un ático del Bronx. Jack pinta y pinta sin cesar: Rose de espaldas, Rose tumbada, Rose desnuda… Siempre desnuda. No consigue  venderlos —dice—, pero lo cierto es que no se los muestra a nadie. Rose es solo suya.

Ella empieza a cansarse de fregar suelos para poder comer, le pide que se busque un trabajo. Él es un artista, no puede embrutecer sus manos. Ella empieza a guardar unas monedas en una lata que esconde bajo el fregadero. Centavo a centavo, junta lo estipulado para recuperar la joya.

Rose compra una maleta y un billete de tren. Emprende, esta vez sí, el viaje de su vida. Y lo hace sola.

Cuando se encienden las luces, el público abandona la sala en silencio.

28. Amor de diccionario

«creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.»

(Lope de Vega)

Abrió la caja de los truenos cuando, a la sobremesa, cansada de las sempiternos comentarios de su madre y hermanas (A ver cuándo asientas la cabeza, Ya va siendo hora de que te emparejes con alguien, se te va a pasar el arroz, te vas a quedar para vestir santos etc…) decidió abordar la cuestión directamente, afrontándolas:
«¿Te ha ido mejor a ti, Carmela, desde que te abandonó Carlos? ¿Y tú, Rocío, te has decidido de una vez a salir de la jaula en la que te ha metido Sergio? Quizás sea mejor que me meta a monja, a la desesperada, como la tía Hermelinda cuando la plantó su novio y no vuelva nunca a visitaros…»  «¡Qué extrema eres, hija!» repuso la madre. «¿Extrema yo, mamá? ah, no, perdona, sois vosotras las que os empeñáis en encasillarme. Yo tengo mis amoríos, y los disfruto plenamente, pero no soy de nadie; si os parece, la semana que viene invito a casa a mi nuevo amante, siempre que no empecéis a buscarle las cosquillas y a presionarle para que se se encadene a mi para siempre y tire la llave…»

 

Amanda sabía que con estas respuestas su familia la dejaría en paz por un tiempo. ¡Qué poco sabían su madre y hermanas del verdadero amor,  aquel que nunca hace preguntas y siempre da alas!

27 LA PACIENCIA ES MI MEJOR VIRTUD (Ana María Abad)

Que no se diga que no soy un hombre paciente.

Desde hace semanas, le envío a diario ramos de margaritas y violetas, y cajas de bombones rellenos de licor, sus favoritos, y no pasa una hora sin que su móvil tintinee al recibir algún emoticono tierno, apasionado o divertido. Estoy agotando el repertorio.

Y ahí sigue, dudosa, insegura, sin alentarme con claras esperanzas ni tampoco rechazarme de plano. Si no fuera un hombre paciente, ya me habría comido las uñas hasta los codos.

Pero sé que, al final, cederá. Lo leo en su rostro cuando le entrego mis presentes: las caídas de ojos son cada vez más profundas, el sonrojo cada vez más encendido, la sonrisa cada vez más abierta. Ayer, incluso, hizo un tímido ademán de alargar su mano hacia la mía, buscando ese primer roce electrizante destinado a romper los diques que aún contienen nuestra relación.

Por eso, creo que ya es hora de ir ajustando la alianza de bodas a su medida, rebuscando en el baúl una negligée de su talla, y preparando el tinte azul para la barba. Y, por supuesto, tendré que adecentar un poco el sótano, que con la última quedó hecho un asco.

26. Bailes de salón (Susana Revuelta)

Benita y Julián se mueven al son de las coplas que animan la noche del centro de mayores. Ella abrazada a su cuello, él rodeando delicadamente su cintura con las manos. En los vaivenes, Benita gira un poco la cabeza, lo justo para rozar con su pómulo la perilla blanca bien recortada. Entonces deja escapar un suspiro, «aahh», se siente tan confortada.

Julián le hace sentirse una mujer deseada. Con eso le basta.

Regresa después a casa, camina ligera por la acera, aminora la marcha, que le dé el aire frío en la cara. Tiene la respiración desbocada, el cuerpo ardiendo, el alma embriagada. Abre el portal con manos temblorosas y en el espejo del ascensor contempla con arrobo su rostro encendido, su mirada ilusionada.

A Fermín le cuenta que ganó al chinchón y él, después de tantos años viéndola apagada, sonríe, y es una alegría sincera, le sale de dentro ver feliz a su amada, aunque se le pone un rictus de dolor que ella confunde con la incomodidad de la cama articulada. Pero no es eso, no, es que no logra acostumbrarse al olor a loción de afeitado que queda cada viernes flotando en la estancia.

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