Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

81. La casa que habló

La casa comenzó a hablarnos el día que la estufa carbonizó las cortinas y fuimos desalojados por los bomberos. Mientras todos parloteaban apiñados en la acera de enfrente, yo estudié la fachada desde aquella perspectiva novedosa. Entonces, uno de los balcones del segundo piso descolgó la persiana en un guiño perverso.
—La ventana se abrió sola —justificaba, nerviosa, la abuela—. Y empujó la cortina hasta el fuego.
Nadie pareció creerle y, aunque el incendio había sido pequeño, el edificio humeó un tiempo, como si pensara.
Días después, regresando del colegio, descubrí en todo el exterior una única habitación iluminada. Su resplandor sonrojado persistió hasta la noche de los gritos. Vino la policía y hallaron dos cadáveres.
Comencé a parame delante y observaba sus ventanas bostezantes y las temblorosas cornisas. La puerta de entrada, tragaba o escupía gente y los faroles del zaguán parpadeaban un código indescifrable. Nos desprendía tejas al pasar y el viejo ascensor se atragantaba entre pisos.

La madrugada que huimos, al alejarnos, escuchamos las cañerías eructando y la caldera resonó como un caos de tripas. Mi hermana pequeña quedó enganchada por un pie en la puerta del garaje, pero corrimos y nadie se atrevió a mirar atrás.

80. RACHAS DE VIENTO

Lo trajo el Levante, una tarde de marzo. Volaba sin rumbo a merced del viento que agitaba los árboles, arrancando las hojas y las penas. Ella estaba en el balcón, viendo pasar los días, y le tendió una mano a la que se agarró con fuerza, instalándose en su vida. Entonces el viento soplaba de cara y una ligera brisa se colaba entre los huecos que dejaban sus cuerpos al abrazarse, hasta que una gélida noche de invierno llegó el Cierzo y se lo llevó. Lo vio alejarse desde la ventana, sin  despedirse siquiera. Ahora todas las noches, sale desnuda al balcón, ingrávida y ligera, esperando que la Tramontana o el Mistral la lleven de vuelta con él.

79. Y PARIÓ LA ABUELA

Era el cumpleaños de mi pequeño y al volver de dejarle en el colegio, me dispuse a preparar una tarta.

Comencé batiendo las claras y demás ingredientes, cuando sonó el teléfono. Me limpié las manos y fui a saber quiénes nos llamaban. Teniendo al peque en el cole y el mayor en el instituto, siempre piensas que puedan haber tenido un inconveniente y contesté con cierto temor.

─ ¿La señora Domínguez?

─ ¡Sí, dígame!

─Le tengo que comunicar que pasaremos por su casa a ofrecerle totalmente gratis, una muestra de nuestra agua de manantial. Es la mejor de la autonomía donde residen y…

Le corté diciendo, ─ ¡Por favor, tengo una tarta a punto de meter en el horno y no tengo tiempo ni de escucharle, ni atenderles, ya que tengo que ir a recoger a los chicos y…!

Como no me dejaban terminar educadamente, no me quedó otra que colgar y como una loca, encaminarme a la cocina. Ya había perdido un precioso tiempo y el tipo de bizcocho necesitaba entrar al calor, hacía ya diez minutos.

Cuando me dispuse a pasar mi masa al molde, maldije en todos los idiomas conocidos. Las hormigas habían invadido mi masa.

78. Mi plaga

Son negros. Y pequeños, sí. Pero son muchos y no paran de moverse. Suben por mis sandalias, pasan entre los dedos de mis pies y siguen hacia arriba por las piernas. Luego, no sé cómo, los siento dentro: por mi estómago, en mi torrente sanguíneo que late a trompicones o paseando por los orificios de la nariz. Se quieren asomar a mis ojos, que cierro muy fuerte. Entonces se van a un lado de mi cabeza, después al otro, y consiguen que todo me dé vueltas.

Mi madre dice que me llevará hoy al médico al acabar las clases, aunque yo así no quiero salir de casa, me niego a ir al instituto. Tampoco dejo que se me acerque, le digo que le voy a traspasar bichos, que me sobresalen por todas partes, que se pondrá tan mala como yo. Soy incapaz de comer. En cuanto abro la boca se me llena de bichos al momento y no puedo tragar nada. Hace unos días que me pasa. Desde que el imbécil de turno dijo en biología que repartidos en mi cuerpo podrían vivir infinitos enjambres de insectos distribuidos en multitud de ecosistemas. Y la clase entera se rio. Como siempre.

77. El delator (Salvador Esteve)

El ardor de la sangre, vuestra pasión por la piel ajena, es nuestro  pasaporte  para viajar, para reproducirnos.  Pero nuestra sola presencia crea conflictos, resquebraja sentimientos, agrieta corazones o, tal vez, simplemente abrimos los ojos entumecidos por promesas de amor eterno. Juro que no es nuestro propósito, no tenemos culpa de ser el brazo ejecutor de la verdad. No es nuestra intención. A fin de cuentas no hemos pedido nacer «Pthirus pubis», comúnmente conocidas como ladillas.

 

Los gemidos de placer me despiertan, el follaje púbico se entrelaza: es el momento.

 

 

 

76. La plaga  

El sol comienza a descender peinando los montes del horizonte, es el momento de regar las plantas que adornan mi balcón. En la lejanía veo una gran nube negra moviéndose a gran velocidad. Oigo un zumbido proveniente de la mancha que oscurece el cielo. No distingo qué clase de bichos son, pero el ruido cada vez me asusta más y decido entrar en casa. Las tinieblas tiñen las vidrieras. Me encierro en el baño que no tiene ventana. Escucho el sonido de cristales rotos y el zumbido ensordecedor aproximarse. Veo cómo intentan pasar por debajo de la puerta donde coloco una toalla. Comienzan a verse unas alas por las rendijas del conducto de ventilación. El pánico me paraliza hasta que todo se convierte en noche.

A pocos kilómetros, bajo tierra, unos científicos se pelean contra un batallón de insectos rabiosos dispuestos a escapar del laboratorio.

75. Relaciones a distancia

Desde nuestros balcones desayunamos juntos cada mañana, todos parecemos interesantes con la suficiente lejanía. Vigilamos la hora y nos asomamos hasta coincidir. Demasiado apartados como para hablar, gesticulamos frases sencillas: ¿qué tal?, hoy hace más calor, sin el café no soy persona, estas magdalenas son buenas, estás muy guapa, ¡hasta mañana!

Hoy ha querido quedar en una cafetería para encontrarnos por primera vez, pero voy a desayunar en la cocina, por el patio interior también se puede ver gente.

74. Vida

Te veo pasar cuando sacas a tu precioso pastor alemán a pasear por el parque, por la mañana temprano, a mediodía y al atardecer.

Te veo pasar de regreso de la escuela , cuando vuelves a casa con los dos peques cogidos de tu mano, y te veo pasar a media mañana, cuando sales muy arreglada y con prisa a desayunar con… bueno, tú ya sabes, y entras en el bar del Kiko, esperando te atienda el amable camarero gaditano.

Te veo pasar cada vez que bajas a la calle a tirar la  basura al contenedor gris de la esquina, y cuando vienes cargadísima del supermercado, al igual que al salir a correr por la avenida cada anochecer.

Te veo  pasar al salir de tu coche aparcado en la plaza habitual, y cuando entras en la oscura portería del número 29.

Sí, desde este balcón minúsculo, te veo pasar. Siempre y a todas horas, en diferentes tonos y percepciones.

A ti, de  graciosos andares, mirada traviesa  y desafiante a la vez.

Desde mi balcón del silencio, siempre  te observo viéndote  pasar tal y como eres… la vida misma.

 

 

 

73. Huellas en el camino -Calamanda Nevado-

Qué fea estás, repetía   él  mientras hacía de las suyas y soltaba una mujer para tomar otra.  Aunque  roja de vergüenza, aguantaba  su secreto a voces.  Su gente  lo notaba. Llegaron a decirle:   “Pareces una figura de cera”.

A veces salían   al parque, y los niños se alejaban dejándolos solos.  Entonces giraba en torno a  ella y le confesaba     que ya no era valiente,  solo un payaso al que  pegar como a un    burro.

No  lo quería oír y se  acercaba a ellos. En otras ocasiones  regaba una y otra vez  los rosales y  los granados, o temblando salía a la puerta. Si  los niños estaban cerca, y la miraban,  jugaba con ellos, y les cantaba canciones y nanas. Qué poco equivocadas la observaban mirándola con ojos brillantes, o encaramándose en  sus caderas. La  provocaban con bromas y unían sus manos, muy fuerte, a las de ella, prolongando risas más allá de las paredes del patio. Gracias a  su amor testarudo por ellos, podía acariciarlos aparentemente feliz.

Sufriendo y pensando despertó.  La última noche que vino  a dormir, no la  encontró. Había echado   a caminar.   Caminó y caminó, con el pelo recién lavado, hasta que descubrió con asombro su silueta.

72. WENDOLYNE (Toribios)

Tan dentro de mí, conservo el calor, que me hace sentir…”. Era verano y nuestros balcones se miraban con la expresión de asombro de quien se encuentra a la novia de la infancia en una conferencia sobre el clima en Tombuctú.

Como buscan las olas la orilla del mar…”. Así esperaba yo la hora de la siesta para cantarte bajito la canción, escondido tras la persiana.

A pesar de estar lejos, tan lejos de mí…”. Tan cerca y… tan lejos, tus cabellos como hilos de oro, a pocos metros, en la calle estrecha.

 “Y al murmullo del viento le he oído decir…”. Te asomabas y tratabas de ubicar el origen de la melodía sin conseguirlo.

Aún recuerdo aquel amor. Y ahora te alejas de mí”. Fue solo un verano. Nunca supe tu nombre. En otoño te fuiste como las golondrinas.

Hoy has pasado por esta ventanilla sin sol a pedir una licencia para algo. Tenías mechas azules y en tu carné decía que te llamas Ramona.

71. La oferta de Fly

Vino al mercado a buscar trabajo y ahí se quedó, frente a la marisquería, semidesnudo y con el cuerpo lleno de moscas.

—¿Quién es usted? ¿Qué quiere con ese aspecto? Me va a espantar a los clientes —preguntó el empleado del puesto.

—Todos me llaman Fly, era mi mote en el colegio. Tengo una foto antigua rodeado por una nube negra, la uso para mi perfil en facebook y será el logotipo de la empresa que quiero fundar: El Rey de las Moscas. Vengo a ofrecerme para ayudarle, al igual que socorrí a algunas pescaderías y les quité esas moscas que dan aspecto de abandono y suciedad, como le pasa en su negocio.

—¡Déjese de monsergas! ¿de qué quiere trabajar con esa pinta?

—Está claro, de matamoscas.

—¿De matamoscas? Si cientos de ellas revolotean alrededor suya, parece que lo quieren.

—Pues por eso, me acerco a donde molestan, se me pegan —es mi don—, y solo tengo que matarlas o soltarlas en la competencia ¿Qué me dice?

—Qué se vaya y me deje.

 

Y se fue otro puesto, que hoy reluce sin insectos, mientras la marisquería se hunde y el dueño discute con un desconocido rodeado de cucarachas.

70. Bichos, bichas y “bitches”

Que mi madre y tía Carmela se odiaban desde hacía años era algo por todos sabido. Pero, a pesar de su antinatural aversión de hermanas, consintieron en vivir juntas desde que papá falleció, como si la rabia de la mutua compañía alejara a una de los pensamientos grises de la soledad, y a la otra del soberano aburrimiento de la vejez.

Nunca supimos del origen de su inquina hasta que una tarde de primavera, tras una larga siesta en el jardín, descubrimos un extraño zumbido proveniente del impertérrito moño de la tía, donde un enjambre de abejas había decidido montar su panal, atraído por el agua con azúcar de su arcaico fijador. Los golpes en su cabeza solo contribuyeron a soliviantar a los insectos, de modo que únicamente el rápido movimiento de tijeras de mamá consiguió decapitar el peligro de raíz.
Del canoso ovillo de pelo escaparon un puñado de bichos, el camafeo perdido con la foto de mi padre, y un secreto a voces que cobró fuerza en la lengua viperina de una viuda despechada.
―¡Lo sabía, maldita perra!

 

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