Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

70. El amor mudo

Mis padres dejaron de hablarse en 1997. Discutieron por algo de la preferencia en una rotonda y él dijo:
—Muy bien, pues no hablaré más.
—No, tranquilo —respondió ella—, ya me callo yo. Calladita estoy más guapa.
Y no se dirigieron más la palabra en todo el fin de semana.
Al principio resultó incómodo y luego incluso divertido, pues mi madre nos pedía a alguno que dijéramos a nuestro padre que había que sacar la basura o él nos usaba para hacerle saber que necesitaba que le cosiera un dobladillo del pantalón.
Cuando la situación se prolongó descubrimos en ellos una obcecación desconocida. Sabíamos que se amaban porque se preocupaban el uno por el otro, veían películas cogidos de la mano y, noche sí y noche también, emitían gemidos ahogados al hacer el amor.
Sus miradas eran profundamente elocuentes y transmitían tanto que llegó un momento en que dejamos de esperar que se llenara aquel vacío verbal, cosa que, quizá, incluso nos hubiera decepcionado.
Cuando murió mi padre, mi madre lo veló día y noche, sentada junto al féretro. A ratos parecía que entreabría la boca para decirle algo, pero al final la cerraba y todo continuaba igual de perfecto.

69. REVELACIÓN INESPERADA (de Óscar Quijada Reyes)

Además de la carta que confirmaba mi jubilación, ese mismo día recibí una segunda carta. Han sido tantas llamadas y visitas en la oficina que, ubicar un momento para leerla, se hizo complicado.

De inmediato supe que no era comercial, sino personal. Después del saludo, noté que no solo era personal, también era una declaración de amor. Esta es la parte más sorprendente de la carta: «Creo que te amaba antes de conocerte, después he rechazado varias propuestas amorosas, dos de matrimonio y la oportunidad de trabajar en otro lugar. Tu has pasado por una viudez, un divorcio con traición incluida y la soledad. Jamás has tenido ojos para mí y la tímidez me ha impedido hacerme notar. De todas formas, siempre te amaré».

Leo las cosas en orden, si el autor no se menciona al principio no lo busco hasta el final. Cuando observé la firma, una que veía todos los días, la busqué a través de los vidrios. Su puesto estaba al frente, ella tenía sus ojos en una sola dirección, y era una mirada que me había otorgado miles de veces. En medio de mis ocupaciones, nunca me fijé en la menos notable de la empresa.

68. Cartomancia.

cada día el miedo me alimenta, he olvidado mis oficios y soy presa de la autolesión y del ayuno. Ayer rechacé un festejo de hormigas, hoy he golpeado mi cabeza contra un árbol. Y es ahora por extraño que parezca, cuando amigos y familia se afanan más en atenderme. He perdido al mus con el colgado, a la ruleta rusa con el loco y he bebido, más de lo que debo mano a mano con la muerte.

No fue, sin embargo, en aquella barranca donde dio giro mi destino. No fue el silencio de la pitonisa el que martilleó los clavos que cierran mi ataúd. Fue el blanco de tus ojos al contártelo, el  frío anónimo que atravesó mi espalda igual que una guadaña siega a ras los trigos del sembrado.

En vez de callar podía haber mentido la sibila o haber fingido tú que te importaba el latente vaticinio de su ausencia de palabras. Podía yo no habértelo contado, aparentar no tener ningún pánico a pesar del escaso camino por andar que me quedaba.

Hubiera preferido sentir el mordisco de un millón de garra rufas en mis pies, que el beso que has venido a posar sobre mi frente.

67. Fuenteovejuna

Ataviados con botas de agua, cestas de mimbre y navajas se agolpan tras la línea de salida. No faltan codazos ni empujones. Se oyen las chanzas de los héroes de años pasados, las maldiciones de los siempre envidiosos. El alcalde corta la cinta, el alguacil toca la bocina. Salen disparados, como si su honor dependiese de ello. Gritos y jaleos azuzan la carrera: los jóvenes alardean de agilidad, los ancianos de experiencia; los flacos se burlan de los gordos. 

      Cuando llegan al pinar se dispersan entre árboles y zarzas sin apartar la vista del suelo embarrado. Escudriñan cada centímetro. Los mayores son los primeros en comprender. Ningún animal podría desollar así la tierra. Sólo han dejado hongos inservibles, raíces levantadas, matorrales arrasados. El pueblo se une en una atmósfera de rabia. Organizan batidas para cazar a la bestia. Cae la noche cuando los jóvenes la encuentran.  

      No se equivocaban los viejos: botellas, latas, plásticos y colillas revelan el campamento clandestino de sucios forasteros. Cuentan diez hombres, dos furgonetas y toneladas de setas, «sus setas». Escuchan risotadas y el choque de vasos al brindar. Defienden su tierra y su alimento, como les han inculcado sus mayores. 

66. Arrendador (Salvador Esteve)

Cuando la guerra le arrebató a su marido vi mi oportunidad. Compruebo que su fuerza se diluye a medida que sus palabras se apagan. De sus entrañas, una voz grita maldiciendo a lo terrenal y lo divino. Sé que es el momento. Como moho enfermizo me adhiero a las paredes y a cada rincón de su hogar. Con regocijo siento que mi poder aumenta.

El reloj de cuco cesa su tictac. El gorgoteo del calentador de agua y el zumbido de la nevera enmudecen. El jilguero acalla su canto. Y las risas de los niños se acurrucan de frío y hambre. Yo, el silencio, soy ahora dueño y señor.

65. En modo mute

No sé si fue el portazo que di al salir o que algún Dios incongruente decidió bajar el volumen de nuestras vidas, pero de un día para otro o el mundo se convirtió en un lugar silencioso o los dos nos quedamos sordos. El caso es que de repente volvió la calma, cesaron las obras, la tele ya no se oía y el bebé dejó de llorar. Ella intentaba explicármelo, aunque yo no podía entenderla; al abrir la boca de mis cuerdas vocales no salía nada. Tuvimos que comenzar de nuevo. Era tan gracioso vernos gesticular y utilizar cartelas para comunicarnos, como si estuviésemos en una de esas películas de cine mudo. Con el tiempo hemos aprendido a leer en los labios y a decir te quiero y pedir perdón en el lenguaje de signos. A veces, me coge por la cintura y, en un gesto de compenetración perfecta, recordamos aquella canción que nos sabíamos de memoria. Resulta tan romántico vernos bailar en silencio. Ya apenas ponemos la tele y por las mañanas, como el despertador nunca suena, nos quedamos en la cama haciendo el amor. Solo tengo que cerrar los ojos para volver a escuchar sus gemidos.

64-La riada ( Paz Monserrat Revillo)

Cuando Don Ricardo preñó a la hija de la Engracia, la familia se mudó a una ciudad del sur.

Al año regresaron. Engracia acunaba a una niña de tres meses envuelta en un chal. Su hija llevaba la vergüenza prendida en la mirada y una venda prieta alrededor de sus pechos. Oculta a la visión de la gente, la leche blanca y esperanzada se iba transformando en un suero sucio y amarillo. Desde entonces algo fétido y doloroso rezumó bajo la superficie de las cosas sin derramarse del todo.

El silencio se instaló en aquella casa, y colmó todos los resquicios de su realidad. La pequeña compartió apellidos y juguetes con su verdadera madre, convertida ahora en su hermana. La estrategia era impecable si la abuela cumplía resignada su papel de madre añosa. La confusión funcionó. Nadie habló.

Pero sesenta años después Don Ricardo, en su lecho de muerte, reconoce a esa hija. La herencia inesperada retuerce el árbol genealógico hasta convertirlo en un olivo milenario. El silencio escapa de su guarida y cede todo el espacio al grito, a la murmuración y a todas esas palabras astilladas que ahora circulan como troncos liberados de una presa tras la riada.

63. LA LLEGADA

No llegó de golpe, fue poco a poco. Tanto, que no nos dimos cuenta hasta que, una mañana, no se oyeron las cantarinas risas que nos habían acompañado desde siempre.
Es ley de vida, dijeron.
Después todo se precipitó: faltó el petardeo de la moto del Enrique, la música a todo volumen de la furgoneta de reparto y los ritmos acompasados de los tacones en el paseo.

Un año, no hubo orquesta por fiestas y nos quedamos sin baile. Aún nos quedaban los órdagos y los chasquidos del marfil sobre la madera de las mesas, pero al poco, se apagó el silbido de la cafetera y con él también se terminaron las partidas.
Los que aún resistíamos nos consolábamos con frases de esperanza y algunas fotos a la espera del verano. Con el calor, volvían cual golondrinas y, al igual que ellas, inundaban las calles con sus trinos. Pero esas visitas, y también las golondrinas, se hicieron cada vez más escasas. Ley de vida.

El invierno pasado murió el Eulogio y llegó el silencio. Las esquilas de sus ovejas habían enmudecido dos años antes, cuando sus hijos dijeron que estaba mayor para andar por el monte. Era ley de vida.

62. El parlanchín

No habla demasiado, lo suyo es la expresión corporal. Si quiere dar los buenos días hace una voltereta hacia delante, una reverencia y muestra una flor. Cuando se despide repite el ejercicio para atrás, repliega la reverencia y se guarda la flor en el bolsillo de la americana. Entre una acción y otra ha exhibido un repertorio conversacional de contorsiones y cabriolas que ni el más dicharachero saltimbanqui podría emular en años. Pero no se siente agotado, ni mucho menos, en cuanto se cruza con otro vecino vuelve a combinar saltos y figuras hasta que le refiere todas las historias que ese día rondan su cabeza. Cuando en un compromiso formal se ve obligado a recitar de viva voz alguna frase con sujeto, verbo y predicado, articula tan despacio y entrecortado que jamás llega a terminarla. Y se siente tan desfallecido que necesita dormir durante horas, como un mimo, para que le vuelvan a brotar con fluidez las piruetas.

61. Navidad (fuera de concurso)

Atisba tras el visillo y observa, con regocijo, las maniobras desesperadas de los vecinos por hacerse con un hueco donde aparcar. Esos días la calle parece un gusano multicolor de vehículos amontonados. De ellos salen familias enteras que llenan de voces  y risas la paz habitual.

Tanta alegría ajena envenena su alma, las luces de colores hieren sus retinas, las músicas perforan sus oídos. Maldice y perjura, pero después se convence a sí misma de la estupidez de la gente aborregada que despilfarra y celebra por obligación, al mandato de los intereses consumistas, unas fiestas impuestas llenas de falsedad e hipocresía. Los espía desde la ventana, día y noche, a la búsqueda de más argumentos que apuntalen la inteligencia de su  postura al despreciarles y la superioridad moral de su visión al respecto.

Aunque a veces, por mucho que la rechace y le moleste, le asalta la imagen de su garaje, vacío y silencioso, y de aquella polvorienta caja de cartón llena de adornos que nunca se decide a tirar.

60. Múltiple verdad (La Marca Amarilla)

El silencio esconde muchas verdades, casi nunca la mentira, y yo sentía que no podía callar más. Sentado en el sofa, esperaba a que ella volviera de trabajar para contarle mi infidelidad.

Cuando Maite entró en el salón me miró como si ya lo supiera todo, bajó la vista y fue ahí cuando entendí su comportamiento de los últimos días, esa distancia y ese silencio evidenciaban que ya sospechaba algo. Me levanté decidido a hablar para acabar definitivamente con este mal ambiente cuando Maite se me adelantó:

– Victor, escúchame bien, sé que últimamente he estado huraña y taciturna… Y sé que lo sabes todo. Tu actitud distante y flemática de estos últimos días demostraba que intuías algo…

– ¿Cómo?

– Victor, lo siento, no puedo callar más. Te he sido infiel.

59. Sorpresa (El Moli)

Quizás mañana…
Debo esperar, no se como lo va a tomar.
Ella tiene una vida plena, es joven, con futuro, sueños y proyectos.
Pronto lo sabrá, será terrible porque no lo espera, sólo supo amar, aunque él no le corresponda.
A mi me faltan aún ocho meses…

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