Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

77. Fulguración

El amor nos llegó tarde y mal. Quizá, de habernos llegado a tiempo, hubiera sido atemperado, digno de admiración. Pero nuestro amor no pudo ser así.

Sufríamos una febril atracción mutua desde que nos presentaron en su fiesta de compromiso con mi hermano. Intercambiamos largas miradas, besos caídos, roce de antebrazos. Luego, años de encuentros furtivos en una cocina, de fingir el azar en una cafetería. Encuentros llenos de deseo y autocontrol, solo por mirarnos sin testigos, por admirar nuestro fuego.

Cuando mi hermano murió, hubo un tiempo de respeto. Hasta que una furia incontrolable nos arrasó.

Ocurrió unos años después, durante el funeral de nuestro amigo David. La muerte siempre regala enseñanzas a los que continuamos la partida. Nos empuja, como diciendo: «Eh, gilipollas, espabila. Se acaba el tiempo».

Ese mensaje cristalizó en la sacristía, bajo una enorme mesa de caoba. Y ya no pudimos parar. Nos amamos en el coche patrulla, en el calabozo de la comisaría, en nuestros dormitorios, en el juzgado. Y nos amamos sabiendo que alguien moriría…

Y murió el amor. Se agotó como la luz de una bengala.

Ahora a veces quedamos, un rato. Solo por mirarnos como se mira cuando no hay testigos.

 

76. EL AMOR de los números POR LA PROPIEDAD ASOCIATIVA

Estoy sentado junto a la ventana. Una mujer, que por su figura convencería hasta los que son felices en su matrimonio, hace de camarera.

La cuchara se marea mientras da vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj.

Empiezo a pensar cómo sería la posibilidad de que un número «uno» tuviese una relación con un número «dos» que no fuese el suyo. Qué pasaría si dos números «unos» se sintiesen atraídos a espaldas de sus números «dos». Como tengo pinta de «dos», me ánimo a pensar si habrá alguna regla que impidiese a que dos números «dos» tuviesen una relación clandestina a expensas de sus números «uno».

Cuando levanto mis pensamientos veo que la camarera ha dejado un postre: arroz con leche (como en la «Comanda” de Maria Gil).

La distancia se ha empequeñecido ahora sus labios sujetan los míos, mientras su lengua humedece del deseo… al oido susurra…

—No me importaría ser un «uno» o un «dos» siempre y cuando seamos tres.

Retiro la cuchara del café. En el cristal de la ventana de mi piso veo reflejada a mi pareja: los dos teletrabajando, aburridos de tanto número.

75. Rarezas

Bajo la ducha cálida, rememoraba, una y otra vez, el placer que le proporcionaba esa extraña pasión que sufría, tan irrefrenable que le dejaba sin aliento. Y se le erizó la piel.

Durante años, había soñado con tener una pareja muy peculiar. Sabía que no sería fácil, pero de todas las rarezas que anhelaba encontrar, aquella era la más extraordinaria. Cuando aquel domingo la vio por primera vez en el paseo, supo que debía actuar con cautela. Respiró hondo, disimulando así sus ansias de poseerla. Temía que, si se precipitaba, podía cometer algún error y no debía arriesgarse. Necesitaba desplegar todas sus estrategias de seducción para no desaprovechar semejante oportunidad. En cuanto la hizo suya, supo que cumplía todas sus expectativas. Su búsqueda había terminado.

Y se estremeció, tanto como la primera vez, al contemplar en sus manos la belleza excepcional de aquellos ojos de mirada bicolor.

74. Mi reflejo está en tu espejo (Mercedes Marín del Valle)

Ella era pragmática, realista y suficiente. Él era filántropo, iluso y entregado.

Se conocieron en una librería.

Él palpitaba leyendo poesía, a ella le apasionaba la neurociencia.

Sus móviles vibraron a un tiempo y a la vez salieron para coger sus llamadas. Volvieron a entrar juntos y, sincronizados, pidieron información al librero.

La misma tarde se encontraron en un bar, tomaban idéntica bebida y degustaban la misma tapa.

Ella abandonó su mesa y, copa en mano, se sentó frente a él y le dijo su nombre. Él, con el ruido de fondo no pudo escucharla, ella tampoco oyó el de él.

Salieron de la mano y, sin preguntar ni explicar, acabaron en la misma cama.

Él deseaba no irse nunca y ella aceptó que se quedara, de la observación y el análisis de su comportamiento aprendería todo lo que necesitaba saber.

Él, al escucharla, se sintió grande al sentir que toda la poesía que quería aprender estaba en ella, en sus ojos y en sus labios, los mismos que nunca paraban de hacerle preguntas.

Ella terminó su trabajo y él se pasó a la prosa y, cuando se despidieron, ambos sintieron que hacia mucho que ya no estaban allí.

73. El hombre menguante

Mi preciosa hija se convirtió en mujer de un día para otro. O quizá es que yo me di cuenta al ver cómo miraba a ese afamado marinero cuando le dedicó un guiño. Me juré que no sería una de sus sirenas varadas en tierra y lo amenacé de muerte si no desaparecía rumbo a nuevos destinos.

-No, mujer, no llores -trataba de consolarla.- No hay hombre que merezca tanto penar.

Pero el mal ya estaba hecho pues, por dentro, esos ojos azules sin puerto le retenían la vida. Semanas pasó esperando avistar su barco. Una mañana, descalza, mi niña se fue a la mar en busca de ese ladrón de almas y se quedó danzando con las mareas. Y yo, me encojo cada día un poco, y otro poco más, con el peso de la culpa por su falta que nunca sabré llevar sin una botella por compañera.

72. Amor brujo

No comprendía cómo la llave del apartamento de su ex seguía en su bolsillo. Juraría haberla tirado al contenedor de la esquina cuando decidió abandonarla. Pero al llegar a su nuevo piso la descubrió enganchada al llavero, sucia, con cierto olor a podrido. Al día siguiente, recordaba haberla arrojado a las vías del metro, aunque ahí seguía, esta vez en interior de la cazadora, doblada como un clavo inútil. Decidido, la lanzó al Manzanares y grabó con su móvil la caída. Hecho y comprobado. Entró a celebrarlo en el primer bar. Saboreaba un buen trago cuando sonó aquella canción:I’ll be watching you… Oh, cant you see... You belong to me”. Esa melodía que ella le canturreaba al oído la noche en la que se empeñó en practicar aquel ridículo amarre de amor. Nervioso, rebuscó la cartera en la mochila, palpó algo espeso, frío, recubierto de lodo viscoso. 

71. Amor platónico (Salvador Esteve)

Dios se tomó su tiempo para cincelar ese rostro tan perfecto. Lo observo con amor desmedido, y siempre avergonzado, pues mis ojos invariablemente claudican ante los suyos. Sé que es un imposible, sé que no tengo esperanzas, pero tan solo las miradas furtivas llenan mi vida.

El tiempo, celoso y miserable, va cuarteando su piel, y con tristeza infinita siento que mi amor se diluye, se resquebraja. Día tras día mi corazón muere un poco más, hasta que el dolor se vuelve insoportable.

 

Con una tela oscura tapo el espejo; ahora vivo en soledad.

70. Calor o bochorno

Aquel caluroso día decidió tumbarse a tomar el sol en la hamaca del jardín de su casa. Su alta autoestima a la par que el bronceador de coco impregnaban todo su cuerpo. Se sentía tan poderosa y creativa que decidió enviale una insinuante fotografía a su férvido mancebo.

Buscó en su teléfono de forma agitada la oculta aplicación. Asistida por la inquietud y la excitación, envió la foto. Esbozó en solitario una pícara sonrisa esperando la respuesta.

El sonido de la notificación la despertó del letargo solar. Acalorada, abrió el mensaje.

-Mamá, ¿qué haces enviándome una foto desnuda?.

69. Una charca amorosa

Ya se presentaba el atardecer en el pequeño estanque del palacio y el sapo, inquieto, no dejaba de moverse y de dar saltos sin control. ¿Por qué no llegaba su amada? Había sufrido mucho los primeros años; no encajaba en ese mundo, pero ahora había encontrado a su alma gemela. Por fin apareció el ser objeto de sus anhelos, una rana vestida de tonos verdes, marrones y algún amarillo sutil, cuya profunda mirada lo volvía loco. Tenía planeado esa noche en su nenúfar favorito, donde se conocieron, croar con ella hasta el amanecer declarándole así su amor incondicional. Pareciera que ella lo había intuido, ya que se había engalanado como nunca.

De pronto y mientras ambos se cortejaban con sus prominentes ojos, apareció una sombra gigantesca que hizo dar un fuerte respingo a la rana saltando a esconderse detrás de los juncos.

— Príncipe querido, voy a besarte para romper el hechizo y que podamos casarnos.

A toda velocidad, el sapo se apartó de la trayectoria de aquellos enormes labios que se cernían sobre él, «¡ni muerto cambio yo tu chillona presencia por el dulce cantar de esta ranita!».

68. Sudorosos y diferentes -Calamanda Nevado-

Necesitábamos reposar. Habíamos caminado, más de la cuenta, confiando en la generosidad del gentío. Lo sabía, aun así, insistió. “Quiero olvidarme por unas horas de la cruz de las limosnas y del sol. Dejar tranquilo el hombro, harto de extender la mano. Necesito volar sobre el fuego, y después ver las estrellas a tu lado”. Nos fundimos en un abrazo. Mi pobre corazón, mellado por una espina seca, lo dejó ir con un escalofrió infinito.

Poco después nos reencontramos cerca de la orilla, temblaba. Apenas le quedaban fuerzas, y la sangre se avivaba en sus múltiples heridas. El dolor le brotaba en la cara. No podía verme con claridad. Ni al mar   con su senda nácar. Me sentí perdida sin su cercanía. Unos chicos, que jugaban al futbol, parecían pendientes de nosotros.

Me fascinó la oportunidad que podían traernos. Avisarían a las urgencias. Les grité ayuda prisionera del miedo. De pronto, me chutaron en la espalda con fuerza; no la había sentido nunca, y caí sobre su cuerpo sangrante. Asaetado por las quemaduras, sus ahogadas quejas gemían entre las risas de los muchachos

Corrieron para alejarse. Permanecimos en silencio con la respiración breve, hasta comprender que no nos levantaríamos más.

 

 

 

 

67. Locos de amor (Nuria Rodríguez)

Los primeros síntomas llegaron en la adolescencia y arrasaron con todo.

Si ya era insoportable ella solita, el tener que bregar con sus otras tres personalidades, fue devastador.  Además, las tres eran totalmente contrarias, y el convivir con “ellas” se convirtió en un auténtico infierno.

A sus padres no les quedó otra alternativa, era consciente de ello, como lo era de que el nombre de “sanatorio” era sólo un disfraz de la cruda realidad: estaba como una cabra y la ingresaban en un psiquiátrico.

El diagnóstico fue claro y conciso: trastorno de  identidad disociativo, teniendo, la identidad predominante un claro trastorno depresivo; era una auténtica bomba de relojería.

Los primeros días fueron muy duros, todas sus identidades estaban hundidas, tristes y desubicadas.

Entonces, ingresó él.

Habitación 230, esquizofrenia paranoide y la sonrisa más encantadora que había visto jamás.

Fue un flechazo y todas sus identidades por fin coincidieron en algo, se enamoraron perdidamente de él.

Él, al verla, sintió lo mismo, era sin ninguna duda la mujer que había estado esperando toda la vida y, por una vez, estuvo de acuerdo con las voces que, desde niño, taladraban su cabeza; la amaría locamente el resto de su vida.

 

66. Amores carnívoros

Víctor Ternera, aprendiz del oficio, vivía en el barrio de los matarifes; allí  eran expertos en descuartizar con arte la presa más difícil.

Mi sobrina se enamoró con locura de este aprendiz. Desde que se acercaba a su calle, el olor a matadero le abría el apetito. Se citaban a eso de las doce del mediodía, cuando él andaba en plena faena. Se escondían en el armario refrigerado y ella, muerta de amor y de frío, lamía sus manos. El ácido sabor a sangre agitaba su fogosidad.

––Soy una mujer afortunada, una entre miles, que ha encontrado el voraz trinchar de la pasión ––le susurraba.

––Draculita, te quiero ––contestaba él, mientras le mordía con buenos modales los cachetes.

Todo se volvió un desbarajuste la mañana en que el deseo se le arrebató.

El amante resultó ser un Bocatto Di Cardinale, demasiado jugoso, demasiado provocativo.

El comisario le miró los dedos de los pies, manchados de sangre y, autoritario, le preguntó:

––Hay unos «rojillos» por aquí que están suculentos. ¿Quiere usted, señorita, colaborar con la justicia?

 

 

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