Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

56. La tormenta

La lluvia caía con fuerza. Desde el interior del apartamento se escuchaba el suave murmullo del noticiero, la respiración acompasada de mi madre, anclada en la silla que estaba frente la televisión.

—Hay una tormenta en la ciudad. —me dijo en voz alta, tan lejos de la realidad.

Giré hacia ella, la miré por largos segundos y luego volví la mirada hacia el frente. Me apoyé en la barandilla de mi balcón y saludé con un gesto a mi vecina, quien también había salido para mirar la fuerza destructiva de la naturaleza.

Por un momento, quise ser como mi madre. Ver el paso de la vida delante de un televisor, en vez de estar en este balcón y ver cómo todo por lo cual luché se ahogaba en el agua, bailaba en el viento. Mi vida entera desaparecía bajo sus gotas y yo solo podía apretar con fuerza la barandilla, ahogar el grito en mis entrañas.

55. Trapos

Aunque Mauricio llevaba jubilado varios años, seguía trasteando con su máquina de coser. Liberado de fechas de entrega, mezcló su oficio de sastre con su afición de sociólogo. Engalanó su balcón con sus creaciones y se asomó a observar a la gente. Libreta en ristre, se dispuso a apuntar sus reacciones, si las había, para escribir un libro al que quería titular, Estudio sobre la inteligencia del ser humano. Primero colgó un retal estampado con los colores del arcoíris. Recibió algunas miradas de aprobación, veinte gritos con vocales muy abiertas, que pronunciaron: ¡Maricón!, y una voz aterciopelada que le cantó Over The Rainbow. Tras unas horas lo quitó, y puso un trozo de tela tintada con dos franjas rojas y una amarilla. Le llegaron catorce ¡Viva España! y veintisiete ¡Facha! Posteriormente, cambió una de las franjas roja por otra morada. En esta ocasión hubo quince ¡Viva la República! y veinticinco ¡Rojo! Finalmente, extendió una sábana con el dibujo de un tipo barbudo con melena, y la cosa estuvo más reñida. Sus oídos captaron dieciocho ¡Viva el Che!, dieciséis padrenuestros y catorce ¡Como tú ninguno, Camarón!
Desde entonces solo sale al balcón para dejar un puñadito de alpiste a los pájaros.

54. PLAGA (Carmen Cano)

Venimos al barrio cada verano con el viento rojo del Sáhara. Ocupamos, en un principio, callejas, rincones y zaguanes. Algunas, más atrevidas, salen de día por las aceras y provocan el asombro de los viandantes. Las más afortunadas anidan en la cocina de un restaurante o de un hogar bien guarnecido.

Yo me tengo que enfrentar hoy a esta humana mediterránea que grita y hace aspavientos mientras me persigue con una escoba. Y ya sé cuál puede ser mi destino si no me escondo rápido, lo he visto en mis congéneres: patas y antenas quebradas y a las fauces del estrepitoso monstruo municipal. Después dirán que no es xenofobia.

53. Curso del 89 (Miguel Ibáñez)

Una araña enorme y peluda comienza a mover perezosamente sus patas cuando dos tipos con el cuello de la camisa asomando por encima del jersey, y gafas de sol, se encuentran. Escucho distraídamente su conversación, y veo al insecto también. Todo mezclado en la misma escena. Se abrazan, al principio tibios, pero el contacto los confía tanto que apenas se sueltan la mano. Aunque no pasan más de dos minutos, ocurre todo muy despacio, gelatinoso, pesado. Un animal cansado que se arrastra por necesidad, pero sin convicción. Se cuentan cosas de pasada, trabajo, amigos comunes, matrimonios. Cuánto hace, más de veinte. Se quedan callados, incómodos. Uno de los dos busca la frase, el pie para cerrarlo. Como niños jugando al pañuelo. Atraparlo y correr hasta lugar seguro. Bueno, a ver si nos vemos. Otro abrazo, más fuerte este. Y se despiden. Los dos han aparcado al final de la plaza y tienen que caminar juntos quinientos metros más. Los veo alejarse en la misma dirección. A tres metros el uno del otro, no vuelven a mirarse. Y así se queda todo. Porque las arañas, como el tiempo,  no andan hacia atrás. 

52. IMÁGENES NOCTURNAS

El hombre de negro sale al balcón y estudia las ventanas de los edificios vecinos, comprueba que nadie lo está mirando, se agacha a la altura de la barandilla, enfoca sus prismáticos e inicia la observación. Pasa rápidamente sobre imágenes de familas cenando pizza frente al televisor; ve una pareja que discute con una violencia tal que le hace migrar de ventana. Descubre a dos amantes que han escapado al calor del apartamento y hacen el amor en el balcón, pero como su  ángulo de vision no es bueno debe dejarlos y continuar. En una ventana muy iluminada un matrimonio de obesos devora su cena como si fuera la última, y el hombre se retira asqueado por la gula y los churretes de salsa que cubren mentones y papadas. Frente a él, pese al bochorno de la noche, tres adolescentes libran una pelea de almohadas. A través de los prismáticos el hombre casi puede tocar los torsos esbeltos en los que riela la transpiración, siente un deseo inconfesable y escapa del balcón en plena pelea, luego, con las imágenes nocturnas bullendo en su cabeza, enciende el ordenador y, tras un avemaría apresurado, acomete la escritura de su próximo sermón.

51. SAL AL BALCÓN

Al oír el vocerío en la calle, ella, que se daba ya por viuda tras el terrible episodio, se puso en lo peor y le ordenó al charcutero apurarse, salir de su alcoba y no volver por casa hasta nueva orden, porque los pioneros del espacio suelen ser desconfiados, y el marido era ambas cosas. En la NASA tampoco habrían visto con buenos ojos que la esposa del astronauta se la estuviera pegando al héroe local con un almacenero días después del azaroso despegue y sin tener confirmación del incierto paradero de la nave, quizás rumbo al hiperespacio, si no más lejos. Pero estos datos no aportan nada significativo a lo ocurrido después, menos épico aunque más noticioso, pues al anunciar su inesperado regreso con un sonoro «sal al balcón», ella recordó un viejo anuncio, y con una trayectoria parabólica perfecta, le lanzó un jamón de siete kilos que, si hubiera llevado el traje espacial, este le habría salvado de morir desfigurado y oliendo a sabores de la tierra. En suma, que este relato nos sirva de lección y, en casos así, no nos dejemos llevar por la primera musiquilla que se nos pase por la cabeza.

50. ANTES MUERTA QUE SIN VIDA (Edita)

 

Aburrida de aburrirse y no tener a quien contárselo, toma una drástica decisión: convertirse en titular de los informativos. Ordena el piso, se ducha, viste el traje nuevo y se despide de los peluches longevos y del consolador en desuso, sus mejores amigos. Sale al balcón. Cierra la puerta vidriera con un golpe preciso. Usa ingenio y gran esfuerzo para encaramarse a la barandilla. Está a punto de realizar el acto más importante en su vida. Tiembla de emoción. Justo cuando va a lanzarse, recuerda que no ha sacado la ropa de la lavadora. Retrocede, pero el cierre de seguridad, cuya función era evitar el acceso a intrusos desde el exterior, le impide entrar en casa. Ese contratiempo la desalienta. Empieza a dudar. Reconsidera el asunto. Mira alrededor. Hay varias plantas bien cuidadas, alguna incluso tiene flores. Siempre quiso hacerse vegana, aunque le faltó valor. Esta es la ocasión perfecta. Se alimentará de hojas y pétalos mientras no vengan a rescatarla; espera que tarden muchos días en descubrirla para que su imagen desmejorada cause impresión. Todos los programas hablarán de ella. Piensa narrar una historia inaudita. La escucharán boquiabiertos. Será feliz por fin.

 

 

49. Ese hombre (Miguel Á. Moreno)

—Te lo juro, Elena, intento olvidarlo. Intento olvidarme de ese hombre, la expresión profunda de sus ojos, su sonrisa perenne, su boca dispuesta para darme el primer beso, aquí mismo, degustando un café, sus abrazos que envolvían todo mi cuerpo. Hay una escena que me persigue permanentemente: su silueta desnuda entrando por el balcón y aproximándose entre las sombras del dormitorio. No se me borra la necesidad irrefrenable de recorrer su piel con mis labios o el deseo de hacer el amor a la vista de todos, sí, en el balcón. Intento olvidar qué sé yo más de él… Hay noches en las que me despierto empapada en sudor y lo veo alejarse sin volver la mirada, cual superhéroe. Y me asaltan las mismas preguntas. ¿Por qué me dejó? ¿Fue por cansancio, por despecho, lo hizo por otra? Entonces lloro desconsolada como un bebé apartado de su madre. Me excita tanto la idea de que esté con otra mujer, con otras mujeres, que me da hasta vergüenza. ¿Cuántas habrá conquistado? Te lo juro, Carla, intento quitármelo de la mente, pero no puedo.

—Te comprendo, Cristina, de verdad. A mi casa también entraba por el balcón. .

 

48. Vuelta a casa

Esta vez su perro no salió a recibirle. Tenía terror a los cohetes, en fiestas siempre se escondía bajo la cama. Le dijeron que murió de la impresión con las primeras bombas. Guernica estaba en llamas. Su mujer se salvó por un curso de bordado que hacía en el ayuntamiento, su hijo por la solidez de la vieja escuela. Llevaba años embarcado en un atunero en el Mar del Norte. Nunca olvidaría el prolongado lamento de las ballenas. Acompañaban a los barcos y se dejaban arponear, sin sospechar que en aquellos abigarrados ingenios flotantes se escondía el más feroz de los depredadores. En aguas de Noruega capturaron un calamar gigante, en cuyo interior hallaron intacta, conservada en tinta, la armadura de un templario. Escuchó los cantos de las sirenas que habitaban en los burdeles de Copenhague. Se decía que su voz y la contundencia de sus amores portuarios, podían someter al ballenero más curtido. Muchos compañeros jamás regresaron, él sobrevivió atándose a un mástil. Impávido ante las ruinas humeantes de su casa, decidió que no plantaría la semilla del odio en otra generación. No mataría pretendientes, educaría a su hijo como una persona de bien. Esa sería su venganza.

47. Nublado

El noticiario abrió con Salcedo, nuestro director, caminando esposado entre dos policías. Con el chándal y esa cara parecía otro. Nogales siempre dijo que él sería el primero, y que detrás iríamos los demás. Misma hora para todo el pelotón, añadía riendo. Los flases salpicaban la figura de Salcedo al entrar en el coche, su cabeza empujada por la mano del agente. Imaginé a Nogales viendo la tele entre los suyos, con la satisfacción amarga de haber acertado. Abrí una cerveza y salí al balcón. Observar la inmensidad del firmamento puede hacer que lo mundano pierda trascendencia, que hasta el asunto más grave parezca insignificante. Pero esa noche estaba nublado y tuve que conformarme con la inmediatez de las farolas y las luces de los vehículos. Reconocí a Marina, mi mujer, esperando en el semáforo al otro lado de la calle. Los últimos días se habían llevado la expresividad de su rostro. Nuestro saludo con la mano se vio interferido por la estridencia de una sirena. Era de un furgón policial que se acercaba y que al poco pasó veloz y casi rozándola, para acabar alejándose. Marina se sujetó el sombrero con esa elegancia tan suya y a continuación cruzó.

46. EL MICROSCOPIO (IsidrøMorenø)

Cuando me regalaron el microscopio descubrí la inmensa grandeza de lo diminuto. Empecé por las patas de mosca, sus alas, antenas de hormigas, muslos de chinches, la cabeza de un piojo con piojos, las decepcionantes caras de las mariposas y otros cientos de bichos desmembrados. Conservo las preparaciones en su lámina y protector escrupulosamente rotuladas y ordenadas. La sección de insectos ocupa casi todo mi archivo. A cualquier extraño podría parecerle la sala de los horrores al leer el índice de contenidos.

Llevo semanas sin salir a la calle. Lo que era mi habitación de estudio y sala de música ahora está repleto de estanterías con cientos de cajas, cajitas y sobres que contienen miles de muestras microscópicas.

Estoy confeccionando un nuevo insecto con apéndices y trozos de diversos congéneres, pero cada día me siento más torpe. Mis brazos y piernas se han acortado, sin embargo, se han multiplicado. Mi cuerpo está cubierto de duros pelos. Hoy no he podido abrir el sobre de correos que me han depositado bajo la puerta. Sé que viene a mi nombre, Gregorio Samsa, y que el remitente es un tal F. Kafka. Mañana lo abriré si mis tentáculos me lo permiten.

45.- La vida en los balcones (Adrián Pérez Avendaño)

Cuando se produjo el terremoto, la ciudad quedó en ruinas. Las banderas de la casa consistorial permanecieron enterradas bajo los escombros y los colegios enmudecieron, convirtiendo el griterío infantil en un cándido recuerdo. La muralla dejó de imponer su vertical respeto, mientras los árboles conquistaban la acera opuesta tejiendo el adoquín de ramaje y hojas. Hasta los templos sagrados fueron abandonados por la fortuna divina. Todo se vino abajo, excepto los balcones. «Es un milagro», decían algunos; «no tiene explicación lógica», manifestaban los escépticos; «esto es cosa del santo», confesaban los más devotos. Mientras opinaban, contemplaban con incredulidad los balcones flotantes, carentes de una fachada a la que aferrarse, pero perfectamente conservados: con su barandilla de hierro, su balaustrada repleta de ornamentos, sus macetas con flores y su prolongación voladiza recortada sobre el cielo. Desde entonces, a la urbe se la conoce como la ciudad de los balcones y cada vez que un vecino atisba la inminencia de un peligro corre a refugiarse al balcón más próximo.

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