Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

18. PARÁSITOS

Odiaba las cucarachas, estaban por todas partes, sus padres tenían cerdos y vacas en el corral y esos asquerosos bichos proliferaban a sus anchas entre el ganado. Antes de irse a dormir, le tocaba ir de caza: miraba el suelo, las paredes, debajo de la cama y, si veía alguna, la liquidaba inmediatamente a golpe de zapatilla. Detestaba ese denso crujido al machacar cada negro insecto, pero más detestaba irse a dormir con su asquerosa compañía y darles opción a compartir su cama.

Una noche despertó súbitamente tras el sobresalto de haber escuchado un grito que, a continuación, fue seguido del inconfundible sonido de un buen zapatillazo. Después del susto inicial, sonrió al imaginarse a su hermana pequeña enarbolando su zapatilla. Claro, ella aún no había instaurado la recomendable costumbre de la caza antes del sueño.

17. «Boomerang» (Sara Lew)

La destrucción era absoluta. Los balcones habían desaparecido dejando aquellos diminutos apartamentos como rostros sin nariz, mutilados.

Una linterna temblaba en la mano derecha del General mientras que con la izquierda se enjugaba las lágrimas. El lugar, un estacionamiento subterráneo que no estaba destinado a aguantar un misil de esas características, había sido el último refugio de su familia y de los demás habitantes de aquel edificio, ahora convertido en un triste esqueleto de hierro y cemento.

No mucho tiempo atrás había dirigido aquella atroz Operación Militar Especial.

“Todo lo que das a los demás regresa a ti de alguna manera”, solía decirle su madre.

16. Ajenos (Anna Jorba Ricart)

Estaba sumida en la lectura cuando de pronto sentí una vibración. La lámpara empezó a temblar, las macetas de mi balcón se movían de tal manera que los troncos de la dama de noche se partieron y fueron a caer encima de la casa de mis mirlos, vaciando su comedero y el agua de su piscina.
Tú, mirabas atento en el televisor un reportaje de Escandinavia.
De repente te lanzaste a la pantalla que empezó a moverse de izquierda a derecha, de las profundas aguas agitadas del Mar de Noruega emergiste como el Kraken, lleno de tentáculos. Tu boca empezó a lanzar rayos y tu voz me ensordeció retumbando con estrépito en la sala.
Cuando me aíslo en el mundo de los libros y de la escritura o la lectura, se te envenena la sangre como la serpiente marina.
Tu mirada inquisidora la de siempre.
Tu ira, la de siempre.
Discutes sin la máscara que la convivencia incrusta en la piel y te ofuscas de tal manera que no sabes ni siquiera quien soy, pero tú a mi me pareces una sabandija, si, si, un bicho y tan extraño.

15. Refugios de la vida

Un pellizco le agarra el corazón cuando enfila la calle y mira hacia arriba, hacia la segunda balconada. La que daba a la habitación de sus padres. Donde ella y sus hermanas nacieron.

Donde su padre murió. Donde su madre guardó luto y se refugió de la vida, esperando su muerte; porque ‘sin un marido, una mujer ya no tiene nada que hacer en este pueblo’.

En ese balcón, sentada en su mecedora, tejía, rezaba y leía lo que alguna vecina, que había servido en aquella casa tiempos atrás, le traía cuando iba de visita. Le contaba cotilleos, le regaba las pocas plantas que le quedaban y descorría las cortinas para que, al menos, algo de luz entrase a través de aquel balcón donde la vida había muerto.

De ahí se fue ella, se fueron todas. Ella a veces vuelve. Pero en ese balcón solo hay recuerdos muertos.

14. Serpientes de verano

Para ella, estar desnuda no es solo despojarse de la ropa, separar la tela del contacto con su piel; para ella, estar desnuda es sentir como el sol la reconoce, como el viento examina su espalda, como el fuego de la barandilla del balcón la penetra cuando, todavía indecisa, a horcajadas, piensa en traspasar esa frontera y asomarse al asfalto líquido del verano. Para ella estar desnuda es mostrarse a unos ojos asombrados, lascivos, temerosos, inquietos, insaciables. Para ella los curiosos que abajo se amontonan son hormigas que acuden a la llamada de la carne. Para ella estar desnuda es crear expectativas: desconcierto, gula, sexo, suicidio, Cuando llegan los bomberos sus pies ya están en la cornisa, sus manos sujetas a la balaustrada, su cuerpo hacia delante, como el mascarón de proa de un edificio a la deriva; su pecho un ariete que desafía al horizonte; su pubis un rastro de miel ofrecido al abismo. No sabe cómo han averiguado su nombre, pero al escucharlo siente la necesidad de acudir a la llamada, de soltarse mientras una plegaria solemne, un coro de lamentos, se prepara para recibirla, igual que los judíos recibieron el maná en el desierto.

13. Una plaza con solera (Javier Igarreta)

La plaza nació como triángulo trapezoidal. Un aborto del urbanismo, junto al río. En la antigua huerta de las monjas. Algún cronista incluye un cementerio. Un aluvión de gente de pueblo dio sentido al descabellado proyecto. Los balcones se llenaron de flores y pájaros enjaulados. Una ajustada metáfora del agridulce sinvivir del animado núcleo poblacional. Después daría paso a un abigarrado microcosmos, en consonancia con la heterogénea procedencia de sus nuevos moradores. “Demasiado cambio”, decía una vecina de enfrente. Siempre me chocaron los ademanes ceremoniosos con que acariciaba a su gato sobrealimentado. Alguien me comentó de su afición al esoterismo.

Hoy me despertaron unas luces oscilantes, la ambulancia, pensé. Asomado a mi ventana vi coches de policía. Ayudados por los bomberos accedieron a la vivienda. La señora había activado su alarma, pero no estaba allí. Tampoco el felino. De pronto, alguien la vio encaramada en una lámpara. Reducida a su mínima expresión emitía un ultrasonido que aumentaba de intensidad al chocar contra la ventana. Amparada en el secreto de sumario volvió a su ser. El felino salió de su encierro. Aún pasean al anochecer junto al río. Ella cantando a la luna, el gato, triste y azul.

12. Malvas y blancas (Susana Revuelta)

Sale el sol aligerando de rocío las telarañas y despertando los aromas del campo: limón, lavanda, tierra mojada, estiércol fresco de vaca. Se oyen ladridos, ruido de tractores, el trino de aves alborotadas.

De estos sonidos y olores, Hanna no percibe nada. Cada mañana disimula los pinchazos en el pecho para no preocupar a sus compañeras del albergue, que intentan animarla charlando con ella, sacándola a pasear. Llega después la traductora y les enseña en español el nombre de algunas plantas: hortensias, margaritas, lirios, jaras.

Pero su mente está en su balcón, a miles de kilómetros de distancia. Allí tras el verano no sobrevivían ni azaleas ni camelias ni nada; se amustiaban en cuanto se debilitaban los rayos de sol. Además era tan pequeño que apenas cabían cuatro macetas, el tendal y la silla donde se sentaba Viktor a fumar. Siente otra punzada en el alma al recordar cómo le reñía cuando se encendía un cigarrillo, ¿no tragas bastante humo en la fábrica?, solía decirle, mientras le quitaba el paquete enfadada.

Hanna escucha esas palabras extrañas y reza en voz baja. Solo pide que su corazón resista, para poder regresar y depositar un ramo de flores en su tumba improvisada.

 

 

11. Titular de mañana (Toti Vollmer)

Algo se estrelló en su balcón. Tras el sobresalto inicial, encontró un dron estropeado junto a las macetas. Se asomó a la calle, pero no vio a nadie. Entonces lo examinó y le pareció que era irreparable. Estaba a punto de botarlo cuando le interrumpió el timbre. Abrió la puerta y se encontró con un chico guapísimo que venía a excusarse y a buscar su chatarra. Encantada con su suerte, y como esa sonrisa se le hizo tan familiar, lo hizo pasar. Le costó un par de cafés reconocer que se trataba del de la foto que inundaba internet, el que acechaba a sus víctimas con cámaras ocultas.

10. CONDENAS (Juan Manuel Pérez Torres)

La prensa la calificó de condena ejemplarizante, incluso salió en la tele, decían que era pionera, avanzada, porque aquello era maltrato…
En la celda, de tres por tres, al menos, tenía una cama pegada a una de las paredes, y, al lateral, por el lado de los pies, un minúsculo lavabo, aunque sin espejo, y, algo más allá, la letrina. Frente a la cama, una mesa hecha de obra sostenía, en una esquina, un vaso de plástico con el cepillo de dientes y otros artículos para la higiene. Precaria, sí, pero tenía higiene.
Lloraba arrepentido porque, ahora, era capaz de asumir las acciones pasadas sin eludir las consecuencias de su culpabilidad. Se dio cuenta de que había vivido solo para trabajar, para producir, competir, doblar turnos, comer un bocadillo y seguir, seguir, seguir. Seguir para qué, joder… ahora lo borraría todo. Pero ya era tarde, por eso lloraba, porque ya era tarde y porque lo había hecho una y otra y otra vez. Y lloraba de una forma sincera desde el momento que comprendió y reconoció su crueldad con Trueno, el mejor amigo… dejarlo encerrado cada día… tantas horas… en aquel balcón… a pienso y agua… a la intemperie…

09. Cantos de cigarra ( Fernando Garcia del Carrizo)

Es mi única oportunidad para escapar de esta sentencia a muerte. Llevamos varias horas trabajando, bajo la mirada cansada de los guardianes. Todos en fila, portando cada uno parte de la cosecha recogida hasta el almacén y vuelta a empezar. En un tramo del trayecto hay un árbol donde una chicharra nos castiga con su monótona canción. Allí podría esconderme inicialmente hasta la noche. Entre la multitud que somos, no se percatarán hasta el recuento diario en la prisión. Mi único temor es que algún compañero lo vea y me delate.

Es arriesgado, pero ansío la libertad.

Quiero decidir por mí mismo y dedicarme a aquello donde realmente me sienta realizado, aunque solo sea una hormiga.

08. Se juntaron dos cobardes

La primera escapadita romántica, alquilamos un apartamento en la costa para disfrutar de nuestra incipiente historia de amor. Quería impresionarla y organicé una cena  estupenda en la magnífica terraza de la que disponía el ático. Para sorprenderla aún más le vendé los ojos, abrí la cristalera y me disponía a poner un pie fuera cuando lo ví, sólo atiné a decir: ”Vuelve atrás”. Cerré apresuradamente  y ante la mirada atónita de ella, despojada ya de la venda, le señalé con el dedo: “¿Tu ves lo que yo? ¡Ése es el lagarto Juancho!” Pasamos la semana encerrados en la habitación con un calor espantoso. Por el ventanal  veíamos a la salamanquesa paseándose ufana por su feudo . En ese  momento temí la imagen más que infantil, que  había proyectado de mí, teniendo en cuenta además que le sacaba diez años.

Tengo que reconocer que  el amor puede superar estos trances porque han pasado los años y llevamos dos días con la ventana cerrada del dormitorio, un murciélago enorme, creemos ambos que se trata de un caso de gigantismo murcieguil, ha decidido acampar en el poyete…

El palo del escobón y lo empujo a volar…..sólo de pensarlo tengo los pelos como escarpias.

07. SIGILO NOCTURNO

Sentada en la cama, absorta en una trepidante novela de intriga policíaca, tarda en percibir la solapada actividad que se desarrolla a su alrededor. Más allá de los confines del círculo de luz que la envuelve, algo se arrastra lentamente sobre la colcha, algo pequeño y sigiloso. Agarra la lamparita de noche y enfoca directamente a sus pies.

¡Caracoles! La expresión de sorpresa es, en este caso, literal: una caravana de moluscos asciende, sin prisa aunque sin pausa, por su cuerpo cubierto por la ropa de cama. En primera instancia le resulta curioso; luego una bombilla de alarma empieza a parpadear en su cerebro. Cuando los caracoles trepan por sus brazos, por su pijama, por sus cabellos, intuye que es hora de pedir ayuda. Pero, al abrir la boca, los animalejos la invaden, asfixiándola…

Se incorpora en la cama gritando, bañada en sudor frío, la respiración agitada. Mira alrededor: está sola. Suspira aliviada y sale al balcón para que la brisa nocturna disuelva los últimos jirones de la atroz pesadilla. Y, mientras se deja acunar por la amable luna llena, cientos de estelas plateadas avanzan sobre el césped del jardín, inexorables, hacia su balcón…

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