Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

13. Dos ramitos (Jerónimo Hernández de Castro)

La chica de la guitarra me ha descubierto. Con frecuencia pasa cerca de la floristería camino del local donde ensaya. Era cuestión de tiempo. Me gusta comprar las flores aquí y elegirlas personalmente.

La primera vez, ella estaba parada frente al escaparate y me vio salir con los ramos. Entonces no podía saber lo de mi amante, y mucho menos percatarse de este sentimiento de culpabilidad que me obliga a enviar a mi mujer un ramillete igual, siempre de violetas.

Mi esposa debió sorprenderse mucho por recibir aquellas flores anónimas y aún me oculta todas las que ha recibido después. Ahora parece más feliz, aunque siga quejándose de mi falta de ternura. Desde el primer envío, no me atreví a adjuntar la tarjeta con los besos apasionados, la que nunca falta en el otro ramo, destinado a quien me vuelve loco desde hace ya más de tres años.

Creo que en mi casa nadie sospechará cuando escuchen la canción que acabo de oír en la radio. No cabe duda de que la chica de la guitarra se ha inspirado en mí y en mis ramos de violetas. Es mejor para todos que solo hable de uno de ellos.

12. En mis sueños

No me conoces, pero habrás leído cartas mías. O quizás tengas a alguien que te las lea, estarás tan ocupada… Espero que no te tomes a mal cada escrito que recibas, todos sin fecha, sin nombre… No soy ni un acosador ni nadie peligroso. Sé que jamás podré acercarme a ti, porque hay muchas barreras que lo impiden. Mis intenciones, ya digo, son honestas.

En mis sueños junto a ti soy alguien especial. Amable, cariñoso, educado, inteligente, culto, atrevido…, del que te enamorarías al instante.

En la realidad no soy nada del otro mundo. Más bien diría que tú eres de otro mundo; uno inalcanzable, brillante y lleno de estrellas.

Yo, simplemente, soy un ser gris y anónimo de los muchos que habitan este mundo. Que, a veces, se sienta en un mullido sillón, delante de una enorme pantalla blanca, de un multicine sin nombre, de una ciudad que no conoces y a la que posiblemente nunca vendrás. Y que, en reverente silencio, te adora en cada plano, haciendo que la vida sea algo menos gris.

11. Remake (Francisco Javier Igarreta)

Había dormido mal, apenas un duermevela poblado de fantasmas. Últimamente, las constantes llamadas telefónicas le sacaban de quicio. Sobre todo cuando colgaban sin contestar. O permanecían a la escucha, respirando al acecho.

Aquel lunes cogió por los pelos un metro atestado de gente. Pese a las apreturas pudo acomodarse al fondo del vagón. Enseguida reparó en una chica con gafas de carey que, asomando entre las cabezas, le miraba con una sonrisa burlona. Se esfumó mientras él contestaba un inoportuno wasap. Al mediodía, volvió a casa malhumorado. Torció el gesto ante una primorosa labor de papiroflexia que halló en el buzón. Cualquier cosa le infundía sospechas y el “regalo” podía encerrar un mensaje sibilino.

No podía sospechar que aquella mariposa blanca daría alas a su imaginación, retrotrayéndole al momento preciso en que perdió de vista a la chica del tren. Aupado en un presentimiento, se apeó tras ella y siguió sus pasos a una distancia prudencial. La justa para comprobar que el rumbo rimaba con su sospecha. Incomprensiblemente, la perdió de nuevo, cerca de casa.

Cariacontecido y confuso, se sentó en el portal mirando fijamente al buzón. Por si le servía de consuelo, salió volando una mariposa.

10 GUERRA (Paloma Casado)

Solo sus pisadas rompían el silencio inmaculado del bosque. Había logrado escapar con vida de la última refriega y ahora buscaba cualquier refugio donde guarecerse. Por fin encontró una cabaña semicubierta por la nieve. Seguramente estaría vacía, ya que ninguna nube de humo escapaba por su chimenea. Le sorprendió que la puerta estuviera abierta y al traspasarla, el desorden de las sillas caídas en contraste con la pulcritud de la alacena. Al entrar en la habitación, las vio: eran una mujer de mediana edad y una chica muy joven, presumiblemente madre e hija. Tenían los ojos abiertos y un gesto de terror en el rostro que el frío de la estancia había conservado. También manchas de color granate en los vestidos y riachuelos de sangre secos entre sus piernas. Contuvo una náusea para cerrarles los ojos e incapaz de mantenerse en pie, se sentó a su lado. El agotamiento hizo que se quedara dormido y soñó con ese hogar en un tiempo sin guerra. Ellas le recibían con la calidez de sus voces y un guiso que burbujeaba en el fuego encendido. Despertó tiritando con un vacío negro en las entrañas. Ni siquiera le quedaban lágrimas para llorarlas.

 

 

09 Pato mojado, beso húmedo

Recuerdo la noche en que llegó al apartamento: fuera llovía a cántaros y ella se presentó ante mí como un pato mojado, el agua bañaba su rostro sensual, ensopaba sus cabellos y chorreaba sobre la blusa empapada, pegada a sus senos sin sostén. Nos miramos en silencio, ella sabía qué podía esperar de mí y fue quitándose las prendas una a una y yo imitándola hasta llegar al desnudo total. Ese fue el inicio de una historia de encuentros y desencuentros en la que cada cual jugaba su rol: ella me estaba utilizando y yo… lo aceptaba.

Tiempo después apareció él, era joven, atractivo y en su mirada descubrí su secreto. No lo juzgué.

Pasaron los días y, como siempre abierto a lo nuevo, me adapté a todo, incluso a que ellos tuvieran sexo delante de mí. La primera vez que ella salió dejándonos solos, él no tardó en confirmar lo que yo había descubierto el primer día: se acercó a mí e hizo lo que había hecho ella la noche del pato mojado, aunque, a diferencia de la chica, él me besó; fue un beso prolongado, caliente y húmedo que traspasó el cristal y, en silencio, templó mi azogue.

8. Amenaza cercana. (Fernando Garcia del Carrizo)

La carta no dejaba lugar a dudas. Con tono desafiante y con letras recortadas de una revista me daba un ultimátum de veinticuatro horas antes de perpetrar lo que consideraba un acto de justicia. Acabaría conmigo de una forma rápida, aunque estaba tentado de cambiar el método para que pudiera sentir de lleno el dolor y el sufrimiento similar al que yo le había hecho pasar toda su vida. Esta frase, y el hecho que no quisiera que reconociera su caligrafía me hizo pensar que era alguien próximo, posiblemente alguno de mis empleados. Repasé mentalmente algún incidente reciente que hubiera ocurrido en la fábrica, pero no recordaba nada fuera de lo común. No había habido ningún despido en los últimos meses. Esa noche no pude dormir nada y al día siguiente fui al trabajo inquieto y con miedo. Me encerré en el despacho, pero fui incapaz de concentrarme y solo miraba a la puerta. En el momento señalado, mi secretaria entró asustada al oír un disparo, encontrando mi cabeza ensangrentada sobre el escritorio y la pistola en mi mano derecha.

07. Silencio ergo ruido/Ruido ergo silencio

Me encanta oir los gritos de los niños jugando al fútbol  bajo mi ventana, el ir y venir de gente en la cafetería de enfrente, los perros ladrando en el parque, eso que te obliga a subir el volumen de la tele, eso que suena a vida.

Ayer mismo en esa dialéctica que nos mantiene siempre alerta, yo defendía que el ruido significaba vida, que en el cementerio sólo había muerte y silencio y él, que todo hay que decir, siempre ha soñado con pasar unos días en un monasterio, me rebatía: ¿Y en la guerra? Hay mucho ruido y mucha muerte.  Y mucha “vida”, le respondía yo, pugnando por sobrevivir.

Acabo de subir. Él está en absoluto silencio concentrado en la lectura de un libro y yo lo desconcentro, enciendo la tele y empiezo a hablar;  cierra el libro, me escucha. Ea, pues otra tarde más en la que nos envolvemos en un rifirrafe apasionado de opiniones diferentes.

Hace un rato  frente a una página en blanco pensaba que mis neuronas se habían ido de resort pero con un poco de realidad y otro tanto de silencio he conseguido dar vida a un pequeño texto lleno de ruido.

06. UN CÍRCULO DE SILLAS (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Era la primera vez que me encontraba en medio del pabellón de baloncesto.  Los otros siete estaban ensimismados, envueltos en una atmósfera de silencio solo roto por el roce de las sillas, dispuestas en círculo, contra el parqué, en las que esperábamos sentados. Se palpaba la desgana. Me peguntaba si estuvieran cumpliendo una obligación como parte de una condena judicial; tal era mi caso.

El que tenía enfrente disimulaba con un pañuelo al cuello una cicatriz; ¿el roce de una cuerda?, pensé. Una chica joven, a mi derecha, escondía sus muñecas estirando las mangas del jersey. A mi izquierda uno extremadamente delgado, de edad indefinida y sucia melena, balanceaba su cuerpo de atrás a adelante apretando con sus puños las fosas de sus codos tatuados. Los demás miraban hacia un horizonte perdido tras las ventanas por encima de las gradas vacías.

Llegó la sicóloga de gafas grandes y melena corta con un block de notas. Todos hablaron. Ella con ganas de terminar, escuchaba y apuntaba.

Llegó mi turno.

Miré al techo, tratando de ausentarme de aquella rueda de rostros anónimos que clavaban sus miradas en mí.

Invadido por la vergüenza vacilé antes de hablar:

Soy… Luis, y soy… ludópata, balbucí.

05. CADA DOMINGO (Ángel Saiz Mora)

Desde que he llegado me dedico a plegar en mil dobleces mis manuscritos. Desecho firmarlos, no es necesario. Los introduzco por una grieta de la lápida.
Desde el cementerio me dirijo a un hospital con enfermos de edad avanzada. Descartada toda desgana, por la tarde acudo a una residencia. Busco ancianos solitarios, descatalogados por el desprecio de sus familiares, que no les visitan ni en día de fiesta.
Desde mi corazón destilo palabras y comprensión hacia ellos. Recibir su gratitud me satisface, aunque no lo suficiente para deshacer remordimientos.
Desde que regreso a casa he de enfrentarme al desasosiego culpable. Maldigo las horas en las que no quise responder a las llamadas telefónicas de mi padre, tras una discusión llena de descalificaciones injustas por mi parte. No podía saber que él iba a fallecer de repente esa noche, sin reconciliación ni despedidas.
Desde que comparto mis jornadas festivas con quien necesita compañía soy mejor persona. Quien tanto me dio, hasta después de muerto parece desvivirse por mostrarme el camino correcto.
No desisto de escribir una y otra vez todo lo que hubiera querido decirle en papeles como este, que uniré a sus restos dentro de una semana.

04. OOOMMM

De 365 días, 15 son míos.

Lo saben mi pareja, mis hijos, mis amigas y amigos, mis vecinos, en el trabajo, todos.

En el monasterio de Shivandanphandengyang, recóndito rincón del Nepal, el Maestro dicta OOOMMM y nosotros repetimos desde lo más dentro OOOMMM. Estoy deseando que acabe la sesión. Miro al Maestro y sus ojos me poseen.

En mi habitación, en el más absoluto silencio, el Maestro me recorre. Me besa, lame, acaricia, toca. Cuando me penetra alcanzo el éxtasis, el infinito, el paraíso, el más allá.

Y así 15 días.

OOOMMM

03. SOLO POR MÍ

En la casa de acogida en la que estoy desde que salí de la comisaría con mi parte de lesiones y mi denuncia por la última paliza de mi marido, solo puedo pensar en una cosa: ¿Por qué mi hijo, de 20 años, siguió mirando la tele en el salón y no vino al dormitorio al oír mis gritos por la agresión de su padre?

Él había presenciado muchas de las palizas que me propinaba al volver de sus copas nocturnas, pero nunca hizo nada por defenderme ni por intermediar siquiera.

Empiezo a pensar que yo les sobraba a los dos y no sé por qué. Solo sé que mi marido gana mucho dinero con sus negocios y nuestro hijo solo mira por él.

Y ahora, yo, desde que decidí huir del infierno, ya solo miro por mí, mientras, tranquila y sin miedo por fin, disfruto del sol de cada día.

02. Las voces – Calamanda Nevado-

No había perdido la curiosidad tras recibir el segundo  telegrama.  Antes de coger el avión, escondí las joyas en unas botas, entre  ropa interior  y otras prendas. Una vez allí, me convencieron para que abandonara mi soledad.    Caminé al lado del fuego y a través del humo. La humareda  se arremolinó cuando añadieron  más maleza seca. Agitaban la paja  frente a mí y me impregné  desde la cabeza a los pies. Así podía quedarme,  había quedado limpia.

Cómo describir lo ocurrido aquel día. No eran imaginaciones mías los cortes en las plantas y a los lados de los dedos. Con estos parientes, que no sabía que existieran,  iba a aprender cosas nuevas sobre el modo de vida de mis ancestros y esta última rama de la  familia. Estaba  agradecida.  Aquella gente  parecía muy experta, no llevaban provisiones,  ni dependían de ninguna cosecha, y sabían buscar agua dónde no había sin contaminar la zona.

Me lo tomé como algo divertido, para entretenerme, hasta que  brotó agua arenosa y oscura. Allí los pájaros bebían, salpicaban y excretaban a sus anchas. Me prepararon hierbas medicinales, pero   tras  semanas aún no estoy lista. Deseo regresar a casa y no sé  cómo  hacer.

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