Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

70. IMITACIÓN

Fuimos unos ignorantes al pensar que los avances cibernéticos eran muy pocos. En la oscuridad, científicos de toda clase trabajaban con el respaldo de cantidades inimaginables de dólares. En el colmo del oscurantismo, cada familia pagó para mejorarlos y, aunque parezca increíble, algunos fueron tratados como parientes.

Llegaron a parecerse tanto a nosotros, que presionaron para lograr la promulgación de leyes que los protegieran. La verdad es que tratamos mal a los que intervinieron en esos movimientos. Con desprecio, los llamábamos “Mecanismos” y, con el tiempo, se insubordinaron y buscaron la manera de acabar con los humanos, inventores de su propia destrucción.

Formados con disciplina y con la capacidad de evitar cualquier distracción, nos dieron pocas oportunidades para vencerlos. Desarrollaron armas y técnicas de combate jamás vistas. Batallar contra ellos se convirtió en el período más terrorífico y sangriento de la historia. Pocos conservaron la vida, escaparon y se refugiaron en las sombras.

Ahora habito en una sociedad dominada por robots, doy cada paso con temor. Los papeles se han invertido, sobreviviré mientras les haga creer que soy uno de ellos.

69. En la misma piedra

Hemos viajado cien mil milenios hasta llegar a ese inhóspito lugar. El tercer planeta de un recóndito sistema solar en el brazo exterior de la galaxia. Ni rastro de los cielos azules, los interminables bosques o las aguas cristalinas impresas en nuestras memorias. Todo está tiznado de un antiguo marrón ceniza, inmerso en un interminable diluvio. Incluso las tormentas son oscuras y el aire enrarecido hace retumbar el sonido seco de los truenos en nuestros sensores, como si quebraran mil tornillos oxidados al unísono. Cuesta avanzar con las baterías agotadas y nos crujen las juntas de tanto reciclar el mismo aceite, aunque ya nada nos detiene; tan solo la cordillera de los estratovolcanes nos separa del salar. Es ahora o nunca. No podemos fallarles. Pero tememos por la suerte del pequeño Quantum. No sabemos si su armadura resistirá el calor o si los vapores ácidos terminarán de consumirle. Esperemos que no. Le hace mucha ilusión cumplir nuestra promesa. Somos los últimos y se lo debemos todo a ellos. Cuando por fin lleguemos al lago abriremos la Urna del Primer Día y liberaremos el coctel de aminoácidos. Nunca sabremos si tendremos éxito o fracasaremos, como hicieron nuestros añorados y destructivos creadores.

68. El hombre perfecto

Se puso de moda hacerse con un hombre perfecto. Como se servían debidamente tuneados según las preferencias de cada clienta, la buena de Matilde encargó el suyo. Fue muy exhaustiva a la hora de enumerar todas las virtudes que debía reunir su androide. Además tuvo el capricho y así lo hizo constar en el apartado “peticiones especiales”, de que llevase su nombre, el de ella, tatuado en el hombro izquierdo con una rosa encarnada sustituyendo al punto de la i.

Al principio se sintió la mujer más feliz del mundo con su nueva adquisición y disfrutó entusiasmada de una luna de miel repleta de pasión y atenciones junto a su chulazo a medida, pero programado para complacerla en todo sin disentir en nada, pasado no mucho tiempo le resultó tan previsible como empalagoso y optó por desconectarlo y arrumbarlo en el trastero. Fue entonces cuando sintió la necesidad de volver a los garitos de la noche en busca de algún hombre imperfecto de esos de los que tanto había renegado, sin saber que, debido a la gran demanda producida en las últimas semanas, ya no quedaba ninguno disponible.

67. EL CEMENTERIO DE LOS TORNILLOS PERDIDOS (La Marca Amarilla)

Abro la puerta del mausoleo, un trastero que alquilé hace ya unos años, y busco un sitio para depositar los restos de Manolito, así se llamaba mi último robot aspirador. Lo reparé un par de veces pero ayer dejó de funcionar definitivamente. Mi gata Simba ya no podrá jugar más con él.

Aprovecho ahora para quitarles el polvo y recordar a los electrodomésticos que aquí yacen.

Me acuerdo con muchísimo cariño de todos, pero sin duda Paquito, mi primer transistor, es quién más me emociona, siempre se me escapa una lagrimita cuando lo vuelvo a ver. También están mis televisores con culo, mis planchas todas ordenadas, mis reproductores de VHS, el doble pletina que me permitía grabar cassettes ¡Todas mis consolas de videojuegos, cuántos buenos momentos hemos pasado juntos!… En aquella estantería veo a Johnny, mi primer walkman, Pepe, mi primer teléfono móvil ¡Era una pasada! Marga, la última nevera, está impecable, pero ya no se fabrican los electrodomésticos como antes; por ejemplo Ofelia, la lavadora, duró 30 años sin casi ningún achaque.

Su esperanza de vida ha bajado mucho y me estoy quedando sin sitio para que repose mi familia electrodoméstica. Debo ir pensando en alquilar otro trastero.

66. El precio del Paraíso

Del filo de nuestras espadas resbalan ríos de sangre y la intolerancia de los enemigos hasta empapar la tierra. Oigo los gritos de júbilo con los que mis compañeros celebran la victoria. Dios nos protege. Dios está con nosotros. Somos invencibles. La lluvia, que ahora empieza a caer con fuerza, lava los cadáveres junto con sus pecados y parece justificar así la razón de nuestro triunfo.

Es entonces cuando abro los ojos. El vaho que exhalo al respirar se confunde con la niebla, espesa como un banco de cenizas, que nos rodea y me devuelve a la realidad en medio del caos. Ni siquiera la luz del sol consigue atravesarla y creo que ya nunca lo va a hacer. Es entonces, con los ojos bien abiertos, cuando pienso que nadie debería pagar ese precio por la promesa de entrar en un Paraíso, y que ahora la sangre derramada por cada adversario abonará lentamente, quizá durante siglos, el odio sembrado en sus campos. Ese odio que acabará cosechado por sus descendientes y nuestros propios pecados, cuando ya nada importe, cuando todos nos pudramos en nuestras tumbas.

 

65. El mismo

Tantas horas de doloroso parto borradas de golpe al tener al bebé al fin entre sus brazos. Siente que todo ha merecido la pena, incluso romper con el padre por no estar de acuerdo en traerlo al mundo, como cuando la convenció la otra vez. Después de aquello, fue casi feliz a su lado, pero nunca dejó de soñar con aquel que podría haber tenido los ojos verdes de su abuelo, la nariz respingona de su tía Manuela o, tal vez, los dedos largos y delgados como los de su madre. 

Ahora, a solas en la habitación del hospital, lo observa embelesada dormir sobre su pecho y no piensa en nada más. Acerca el rostro a su cabecita e inspira hasta embriagarse. Podría pasar el resto de su vida en ese momento.

De pronto, al fin abre los ojos. ¡Sí! Son iguales que los del abuelo. Aunque el bebé la mira de una manera extraña que la incomoda, reconociéndola durante eternos segundos, hasta que rompe a llorar lo de toda una vida perdida de una sola vez.

 

64. De tal palo…

La relación de mis antepasados con el dinero fue desastrosa.

A mi bisabuelo, que era un gran jugador, no le acompañó la suerte la noche en la que, teniendo buenas cartas en la mano, apostó todo lo que tenía. Su primogénito, mi abuelo, era un manirroto. Mi abuela nos contó que para evitar la ruina no tuvo más remedio que encerrarlo en el desván.

Con estos antecedentes, no es de extrañar que, cuando nos tocó el gordo de la lotería, mi madre sentenciara que era la peor desgracia que nos podía haber caído. No se equivocó . En poco tiempo, gastamos lo que teníamos, y lo que no teníamos. Acumulamos tantas deudas que a mi padre le obligaron a pagarlas con su vida. Desde entonces, mi madre se mata a trabajar, compra sólo las ofertas y apunta en una libreta todos los gastos. Pero a mí, que soy un nativo digital, me gusta estar a la última. Para no perder el tren de la modernidad, después de informarme muy bien en internet, he invertido nuestros ahorros en criptomonedas. Es un negocio redondo. Ha sido muy fácil, sólo he necesitado un par de clics para hacernos millonarios.

63. Compañero inseparable (Blanca Oteiza)

Lo hallé una tarde de lluvia junto al felpudo de mi entrada. Sus ojos casi humanos me convencieron para darle una oportunidad y así abandonar mi soledad. Tuve que buscarle un hueco donde poder descansar, cuando lo ubiqué bajo la mesa de la cocina ni se quejó. Al principio, reconozco, no le hacía mucho caso, pero con el tiempo, su compañía se ha vuelto en la mejor rutina, siempre deseando regresar a casa para encontrarme con él. Ahora vemos películas en el sofá, charlamos junto a un café humeante en las tardes de invierno, nos arropamos bajo la manta. Y lo mejor de todo, es que no tengo que gastar en pienso ni visitas al veterinario, tan sólo necesito enchufarlo unas horas y listo para comenzar un nuevo día.

62. El asistente (Salvador Esteve)

Con metódica eficiencia friega el suelo, limpia el polvo del salón y abrillanta los muebles. Una vez ha terminado se dirige al punto de recarga. El mecanismo actúa con una precisión milimétrica: un tubo se le introduce por la boca y llega hasta el estómago donde le proporciona el líquido y los nutrientes necesarios para recuperar las fuerzas. Otro tubo accede por el recto hasta el intestino grueso aspirando todas las impurezas y excrementos. La micción va directamente a un recipiente desechable.

 

El homoservis de última generación está revolucionando las tediosas tareas en los hogares de los cybers.

 

61. Inmortales

Desde que dio su primer respiro, supo que su paso por la tierra de los humanos sería breve. Apenas una exhalación.

Sus padres apuraron la hoja de ruta y en apenas seis años, él viviría todo lo que el resto parecía transitar en setenta u ochenta.

Con sus primeros pasos, también redactó sus primeras líneas y asumió las reglas del mundo que lo rodeaba.

Cuanto más aprendía, más rígidos sentía sus músculos y su cara.

Comprobaría, para su momento de mayor rigidez y sabiduría, que no había visto nunca su propio rostro.

Antes de convertirse en un autómata, con el último resquicio de sensibilidad que la vida le dejaba tener, contempló las tuercas en cada una de sus articulaciones y el hueco rojo de sus ojos.

Pero ya no le alcanzaba para espantarse.

60. Obsolescencia personal

Desde que mi mujer me abandonó y opté por la inteligencia artificial de Rumba, un robot de limpieza, mi vida es un auténtico infierno. Se ha adueñado de la casa y, poco a poco, ha ocupado su lugar. Al principio, llevaba a cabo sus tareas de una manera eficaz y silenciosa. Mantenía el piso ordenado e impoluto mientras yo estaba trabajando, pero ahora, ha sufrido una gran transformación. Ha modificado tanto su comportamiento que me está volviendo loco.

Espera impaciente mi regreso junto a la puerta y gira sobre sí misma con las luces encendidas, demostrando lo mucho que se alegra de verme. Me acompaña allá donde voy para que no me sienta solo. Al pasar, roza mis pies con cariño y emite un leve ronroneo. Le encanta que veamos juntos la televisión y que le cuente cómo me ha ido el día. Aunque lo que más me agobia es saber que cada noche vigila mi sueño. Cuando intento desconectarla, me mira con tanta ternura que soy incapaz de hacerlo.

He de encontrar la manera de decirle que nuestra relación ha terminado sin ofenderla. Para recuperar el control necesito sustituirla por la autosuficiente Kunga, que, además de aspirar, friega.

59. Los sustitutos (montesinadas)

Me gusta la lluvia, pero a él parece que no. Va sentado en el asiento del copiloto muy triste, como apagado. La tristeza es un estado para el que aún no tengo un algoritmo definido, pero me esfuerzo en documentarlo fijándome en sus gestos: le brotan lágrimas, entorna los ojos y suspira como si le faltara aire. No basta con ser una copia idéntica físicamente y vestir la misma ropa, hay que tomarlos por completo, todo su ser, apoderarse de su mente, incluso de su alma, ese vacío que nunca llenan los humanos.

Aparco a pocos metros de su ferretería, que ya también es mía. Aún no ha amanecido. Hace unos días se cambió la hora, salimos de casa de noche y volvemos con las tinieblas del crepúsculo, quizás es este cambio lo que le deprime, o que, en la oscuridad, a través de la lluvia, hemos visto, colgados de las farolas, nuevos cuerpos empapados que se balancean por el viento.

Tras el mostrador, mientras esperamos a los clientes, he hecho un inventario rápido de los artículos. Compruebo que faltan unos metros de cuerda y que lo he perdido de vista. No sé qué hacer, aún no tenemos iniciativa.

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