Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

02. Arcanos menores

El aire y la luz en casa de la abuela siempre eran dulces: una de esas sensaciones que se adhieren a la memoria sin remedio y fijan los recuerdos con una pátina de nostalgia perenne.

Maite, Fran y yo disfrutamos mil tardes en aquel rincón mágico y sosegado. Mientras nuestras madres jugaban a ser aristócratas con sus tacitas de té y sus partidas de bridge en el salón, nosotros mordisqueábamos rosquillas de anís, conteniendo el aliento para no derrumbar las torres de naipes construidas con las barajas que mi abuela guardaba en el baúl, inventando juegos de reglas inciertas adecuadas a nuestro capricho. Maite siempre se las apañaba para deslizar la reina de corazones en mi bolsillo, yo reservaba todos los diamantes para ella y ambas nos reíamos a carcajadas cuando Fran exhibía orgulloso el as de bastos, o el de oros, las cartas más poderosas del mundo.

Entonces no hubiera podido predecir mi futuro: hastiada de copas, de reyes de bastos podridos de oro, sin ases en la manga, ni corazón en el pecho, ni un maldito trébol de cuatro hojas, mis muñecas entregadas al filo de una espada, decidida a vender el alma por revivir aquella antigua dulzura.

01. MI AS

Mi padre decía que “el buen jugador siempre tiene suerte” y que por eso nadie quería jugar con él en el pueblo. Yo recordaba la euforia de algunas tardes cuando llegaba a casa mostrando un buen fajo de billetes, y también, alguna otra en la que aparecía maltrecho porque, al parecer, un “mal perdedor” había querido recuperar su dinero.

Cuando mis compañeros de la facultad vinieron a pasar unos días a casa, me propusieron organizar una timba con mi padre de invitado: les motivaba el reto de enfrentarse a ese “jugador legendario” del que había presumido tantas veces.

Pactamos una noche sin apuestas reales pero, animados por el reparto equitativo de manos ganadas por unos y otros, terminamos vaciándonos los bolsillos. La jugada definitiva acumuló más de trescientos euros sobre la mesa, prácticamente todo lo que teníamos disponible. Yo renuncié a seguir la apuesta, con un rey y un as de picas como únicas cartas de valor. Pero se hizo el silencio cuando mi amigo Gonzalo aguantó el envite de mi padre que, una a una, fue descubriéndonos sus cartas. Un as. Otro. Uno más… Cuando soltó el cuarto sobre la mesa sonó estrepitosamente el hundimiento de un mito.

85. Entomología (Pablo Cavero)

En el colegio se burlaban de su rostro deforme, le llamaban “bicharraco”. En su mochila siempre portaba frascos o cajitas con insectos que había atrapado y a los que les dedicaba mucho tiempo de observación: moscas, arañas, gusanos, cucarachas, saltamontes… Comenzó a buscar lecturas acerca de los animalejos que tanto le fascinaban. Se convirtieron en los aliados silenciosos de sus pequeñas venganzas. Ya de universitario ayudó a su familia con sus conocimientos sobre los cultivos ecológicos, sin utilizar insecticidas. Era considerado un verdadero entendido en la materia. Emprendió viajes a países para completar su experimentación con especies venenosas  únicas de insectos y arácnidos. En la actualidad su agenda como conferenciante está muy cotizada. Hoy en su cara se advierte un gesto sonriente tras escuchar en las noticias la extraña muerte del magnate que le ridiculizó ayer tras su charla. La misma mueca que mostraba el mes pasado cuando el que estafó a su abuelo falleció tras una misteriosa enfermedad.

84. INFESTADOS

El día que encontramos el primer montoncito de serrín junto a la cama incluso nos hizo gracia. Un poco de carcoma no iba a asustarnos, a cualquiera puede pasarle. Pero luego continuó con los armarios, la librería y hasta el parqué. Por las noches yo me desvelaba escuchándola excavar túneles en la madera, mientras mi marido fingía dormir, como quitándole importancia.

Desesperada, intenté combatirla con todo, desde los productos milagrosos de la teletienda hasta los consejos de mi hermana, que me aseguraba que en su caso había funcionado. Pero nada.

Hace unas semanas decidimos cambiar de piso y empezar de cero. Durante la búsqueda casi nos olvidamos de la carcoma y volvimos a reírnos de las mismas cosas, como cuando nos conocimos. Ayer nos instalamos en el nuevo apartamento, una monería en pleno centro. Después de cenar descorchamos una botella de champán para celebrarlo, tras la segunda copa empezamos a besarnos sin entusiasmo y acabamos enredados en un amasijo de cuerpos desencontrados.

Esta mañana, mientras nos vestimos de espaldas el uno al otro, una nube de polillas golpea con furia el cristal de la ventana del dormitorio. No lo hemos hablado, pero llevan horas así.

 

83. Sin descanso

El escarabajo arrastra con ímpetu su pelota por la carretera sin asfaltar de un pueblo abandonado con cuatro casas que, a duras penas, se mantienen en pie. Pero, tras una pequeña cuesta arriba, se le escapa cuesta abajo a toda velocidad y el angustiado insecto la sigue lo más cerca que puede. Sin embargo, la dichosa pelota choca contra una piedra que la hace saltar por los aires hasta que, al fin, cae a plomo cerca de la cuneta, perdiendo su hermosa redondez. 

El golpe provoca una fisura en el suelo seco por donde se cuela el sol del mediodía, metro y medio hacia las entrañas de la tierra. Allí, el rayo despiadado alcanza a un grupo de lombrices que, molestas, se escabullen a una zona más oscura, dejando iluminados, como una efímera aparición, algunos relojes, un montón de huesos y unas cuantas llaves que no volverán a abrir ningún hogar.

 

82. UN HERMANO GALÁCTICO

Una noche, de repente, un bicho raro apareció en nuestro balcón. Al verlo, enmudecimos. En seguida se abalanzó
sobre nosotros, nos abrazó, nos besó y, entre lágrimas, se presentó como nuestro hermano. Nos quedamos de piedra. No podíamos creerlo. Era tan enorme el desconcierto que mamá no tuvo más remedio que revelar su gran secreto: papá no había muerto en un accidente aéreo. Lo que realmente sucedió fue que en su afán por explorar planetas habitados acabó formando una nueva familia a miles de años luz.
Aunque quedamos en estado de shock, decidimos acogerlo en casa y enseñarle nuestras costumbres. Se
adaptó pronto, aprendía todo con asombrosa rapidez. Como nos hacía las tareas de la casa, terminamos cogiéndole cariño. Lo malo fue el día que nos pidió que lo presentáramos en sociedad. ¡Casi nos da algo!                ¡Qué vergüenza! ¡Creímos morir! Intentamos disuadirlo, le decíamos que cómo en casa no se estaba en ningún sitio, pero no lo convencimos.
No hemos necesitamos mirar al cielo para encontrarlo, hoy,  espiando desde el balcón, como todas las noches, a nuestra escultural vecina de enfrente, lo hemos visto besándola apasionadamente.

 

81. La casa que habló

La casa comenzó a hablarnos el día que la estufa carbonizó las cortinas y fuimos desalojados por los bomberos. Mientras todos parloteaban apiñados en la acera de enfrente, yo estudié la fachada desde aquella perspectiva novedosa. Entonces, uno de los balcones del segundo piso descolgó la persiana en un guiño perverso.
—La ventana se abrió sola —justificaba, nerviosa, la abuela—. Y empujó la cortina hasta el fuego.
Nadie pareció creerle y, aunque el incendio había sido pequeño, el edificio humeó un tiempo, como si pensara.
Días después, regresando del colegio, descubrí en todo el exterior una única habitación iluminada. Su resplandor sonrojado persistió hasta la noche de los gritos. Vino la policía y hallaron dos cadáveres.
Comencé a parame delante y observaba sus ventanas bostezantes y las temblorosas cornisas. La puerta de entrada, tragaba o escupía gente y los faroles del zaguán parpadeaban un código indescifrable. Nos desprendía tejas al pasar y el viejo ascensor se atragantaba entre pisos.

La madrugada que huimos, al alejarnos, escuchamos las cañerías eructando y la caldera resonó como un caos de tripas. Mi hermana pequeña quedó enganchada por un pie en la puerta del garaje, pero corrimos y nadie se atrevió a mirar atrás.

80. RACHAS DE VIENTO

Lo trajo el Levante, una tarde de marzo. Volaba sin rumbo a merced del viento que agitaba los árboles, arrancando las hojas y las penas. Ella estaba en el balcón, viendo pasar los días, y le tendió una mano a la que se agarró con fuerza, instalándose en su vida. Entonces el viento soplaba de cara y una ligera brisa se colaba entre los huecos que dejaban sus cuerpos al abrazarse, hasta que una gélida noche de invierno llegó el Cierzo y se lo llevó. Lo vio alejarse desde la ventana, sin  despedirse siquiera. Ahora todas las noches, sale desnuda al balcón, ingrávida y ligera, esperando que la Tramontana o el Mistral la lleven de vuelta con él.

79. Y PARIÓ LA ABUELA

Era el cumpleaños de mi pequeño y al volver de dejarle en el colegio, me dispuse a preparar una tarta.

Comencé batiendo las claras y demás ingredientes, cuando sonó el teléfono. Me limpié las manos y fui a saber quiénes nos llamaban. Teniendo al peque en el cole y el mayor en el instituto, siempre piensas que puedan haber tenido un inconveniente y contesté con cierto temor.

─ ¿La señora Domínguez?

─ ¡Sí, dígame!

─Le tengo que comunicar que pasaremos por su casa a ofrecerle totalmente gratis, una muestra de nuestra agua de manantial. Es la mejor de la autonomía donde residen y…

Le corté diciendo, ─ ¡Por favor, tengo una tarta a punto de meter en el horno y no tengo tiempo ni de escucharle, ni atenderles, ya que tengo que ir a recoger a los chicos y…!

Como no me dejaban terminar educadamente, no me quedó otra que colgar y como una loca, encaminarme a la cocina. Ya había perdido un precioso tiempo y el tipo de bizcocho necesitaba entrar al calor, hacía ya diez minutos.

Cuando me dispuse a pasar mi masa al molde, maldije en todos los idiomas conocidos. Las hormigas habían invadido mi masa.

78. Mi plaga

Son negros. Y pequeños, sí. Pero son muchos y no paran de moverse. Suben por mis sandalias, pasan entre los dedos de mis pies y siguen hacia arriba por las piernas. Luego, no sé cómo, los siento dentro: por mi estómago, en mi torrente sanguíneo que late a trompicones o paseando por los orificios de la nariz. Se quieren asomar a mis ojos, que cierro muy fuerte. Entonces se van a un lado de mi cabeza, después al otro, y consiguen que todo me dé vueltas.

Mi madre dice que me llevará hoy al médico al acabar las clases, aunque yo así no quiero salir de casa, me niego a ir al instituto. Tampoco dejo que se me acerque, le digo que le voy a traspasar bichos, que me sobresalen por todas partes, que se pondrá tan mala como yo. Soy incapaz de comer. En cuanto abro la boca se me llena de bichos al momento y no puedo tragar nada. Hace unos días que me pasa. Desde que el imbécil de turno dijo en biología que repartidos en mi cuerpo podrían vivir infinitos enjambres de insectos distribuidos en multitud de ecosistemas. Y la clase entera se rio. Como siempre.

77. El delator (Salvador Esteve)

El ardor de la sangre, vuestra pasión por la piel ajena, es nuestro  pasaporte  para viajar, para reproducirnos.  Pero nuestra sola presencia crea conflictos, resquebraja sentimientos, agrieta corazones o, tal vez, simplemente abrimos los ojos entumecidos por promesas de amor eterno. Juro que no es nuestro propósito, no tenemos culpa de ser el brazo ejecutor de la verdad. No es nuestra intención. A fin de cuentas no hemos pedido nacer «Pthirus pubis», comúnmente conocidas como ladillas.

 

Los gemidos de placer me despiertan, el follaje púbico se entrelaza: es el momento.

 

 

 

76. La plaga  

El sol comienza a descender peinando los montes del horizonte, es el momento de regar las plantas que adornan mi balcón. En la lejanía veo una gran nube negra moviéndose a gran velocidad. Oigo un zumbido proveniente de la mancha que oscurece el cielo. No distingo qué clase de bichos son, pero el ruido cada vez me asusta más y decido entrar en casa. Las tinieblas tiñen las vidrieras. Me encierro en el baño que no tiene ventana. Escucho el sonido de cristales rotos y el zumbido ensordecedor aproximarse. Veo cómo intentan pasar por debajo de la puerta donde coloco una toalla. Comienzan a verse unas alas por las rendijas del conducto de ventilación. El pánico me paraliza hasta que todo se convierte en noche.

A pocos kilómetros, bajo tierra, unos científicos se pelean contra un batallón de insectos rabiosos dispuestos a escapar del laboratorio.

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