Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

67. VENANCIO (Diego Cano-Lasso Pintos)

Venancio siempre llevaba la contraria, todo lo refutaba. Si uno decía blanco, él corregía con negro. Era un negacionista de cualquier afirmación. La gente lo tenía calado y no se le tomaba en serio.

Un día quedó a tomar copas con unos amigotes. Él llegó ya cargado, articulando palabras alcoholizadas y dando incluso traspiés. Bebieron en abundancia y discutieron encendidamente, como otras veces.

A altas horas de la noche todos estaban ebrios y con la lengua de trapo, pero Venancio, sorprendentemente, a medida que vaciaba los vasos de whisky pasaba poco a poco del estado ebrio al sobrio. Todos se dijeron, a ver si va a tener razón y somos nosotros los equivocados…

A partir de ese día sus opiniones contrarias eran tenidas muy en cuenta.

66. Paradigma

Quemamos la montaña de pergaminos en el patio de la abadía. El prior se encarga de seleccionar el catálogo de pliegos y láminas heréticos. En la tarea de copiar el resto de los manuscritos, nos dicta en griego y latín: de vez en cuando, modifica la sonoridad de un topónimo, la ortografía del apelativo de un personaje, la ubicación de algún episodio. Luego, revisa nuestras transcripciones y las corrige con minuciosidad de orfebre hasta que suenan las vísperas y el «scriptorium» se queda en sombras.

Por la noche, durante maitines, lo sorprendí cambiando hojas de los códices: incluía páginas nuevas de su puño y letra. Ambos respetamos el voto de silencio. Esta mañana me ha permitido retratarme dentro de una mayúscula, e inmortalizar mi rostro para los siglos venideros.

65. CONQUISTADORES, PIMIENTOS Y LA PÉRDIDA DE CAPACIDAD

Éstas siempre fueron buenas tierras para los conquistadores, que vendíamos al peso por aquella época, cuanto más si brotaban vestidos con armaduras metálicas, así que, cómo no nos íbamos a sorprender los labriegos el día que brotó el primer pimiento, que ni hablaba ni nada y hasta que supimos que se podía cocinar un buen pisto con ellos pasaron muchos años; pero más sorpresa todavía cuando descubrimos que eran pimientos de Padrón, que unos pican y otros no, madre mía, las primeras veces… Luego ya todo volvió a la normalidad, porque a fuerza de repetirse una cosa deja de sorprender, y sacamos provecho a aquellas matas tan hermosas cargadas de frutos. Lo raro sería que volvieran a brotar conquistadores ahora que no está bien visto eso de conquistar y la fábrica de conservas funciona a todo trapo. Y no sé si eso provocaría alguna reacción, porque después de lo de los pimientos perdimos esa capacidad de sorpresa, ya ves tú, el mes pasado llovió tocino y como si nada, ya te digo. En fin, que voy a echarle un poco de alpiste a la alpargata, que el otro día se metió en una jaula y resulta que hasta canta.

64. Primera comunión

Es mi ídolo. Padre, confidente, pareja de juegos y mucho más. A pesar de andar muy ocupado, no ha olvidado que hoy cumplo dieciocho años. Me ha llamado temprano desde su clínica. Mira en el cajón de tu mesilla, ha dicho. Había unas llaves de coche. Ahora asómate por la ventana, ha proseguido. Delante del garaje he visto un Golf rojo, reluciente. No olvides dar las gracias a tu madre, el regalo te lo hacemos los dos, ha concluido.

Me he dirigido a la habitación de mamá (duermen en habitaciones separadas a causa de los horarios de papá, me habían explicado), he llamado y he entrado, pero no estaba. Posiblemente ya había salido a correr. Encima del buró había una carpeta. Anselmo, ponía en la etiqueta. ¿Quién es Anselmo? Sobresalía la esquina de una fotografía y, curioso, he tirado de ella. ¡Era yo el día de mi primera comunión, con un traje de marinero azul oscuro! He sonreído, pero algo no encajaba… He bajado corriendo al salón. Sobre el aparador hay diversas fotografías enmarcadas: yo con mi primera bicicleta, yo con mis primeros esquís…, yo el día de mi primera comunión con el traje malva claro y la corbata blanca.

63. El impostor (Anna López Artiaga)

Últimamente voy de sorpresa en sorpresa. Ayer llegué a casa y me encontré leyendo en mi sillón con los pies sobre la mesilla. Mi otro yo no me esperaba tan temprano y pareció algo incómodo, así que volví a marcharme y no regresé hasta pasadas las siete para no estorbar.
Por la noche, me quedé viendo una película antigua en televisión. Acabó pasada la una. Bebí un vaso de agua y me cepillé los dientes, pero cuando llegué a la cama, mi hueco estaba ocupado y Ángela dormía acurrucada en mis brazos. Me supo mal despertarme, así que me acosté en el sofá.

Hoy no ha sonado el despertador. Al llegar al trabajo —azorado—, el encargado me ha dicho que no me preocupase, que ya estaba en mi puesto desde primera hora y que mi actitud había mejorado mucho. Me he espiado desde el ventanal, trabajando con diligencia, y he regresado a casa cabizbajo.
Ahora no sé qué hacer: podría preparar la cena para cuando vuelva, podría espiar mis redes sociales para saber a qué atenerme… o podría adelantarme, comprar un ramo de flores para Ángela e ir a recogerla a la oficina.
¡Menuda sorpresa me voy a llevar!

62. SED (Carmen Cano)

Hacía apenas unas semanas que mi mujer me había abandonado sin discusiones previas, sin explicación alguna, cuando me ingresaron en el hospital aquejado de una grave neumonía. En las tardes macilentas y solitarias de mi habitación rememoraba los días en que fuimos felices. Cuando me subía la fiebre creía ver sus ojos grises y sus cabellos ondulados cayendo como una cascada que podía apagar mi sed.
En mi lenta recuperación obró el milagro la doctora, su acierto en el tratamiento y la cascada luminosa de su voz, sus altos pómulos caucásicos y las bromas con que me obsequiaba.
Meses después ha querido el azar que escuchara su risa en una mesa vecina del restaurante en donde cenaba. Me he levantado emocionado a saludarla. Sonreía con la alegría de siempre. Estaba acompañada de otra mujer. Al acercarme he visto que la tenía cogida de la mano en inequívoca actitud de enamorada. Cuando he pronunciado el nombre de mi neumóloga, una melena ha ondulado el aire con un leve movimiento de rotación y unos ojos grises se han cruzado con los míos en una doble mirada atónita.

61. Últimas voluntades (Nieves Torres)

En el funeral de la abuela Don Ramón destacaba, entre las virtudes de la finada, el apoyo económico a las familias necesitadas de la parroquia. Mi madre negaba con la cabeza, convencida de la equivocación del señor cura. La abuela era una mujer sencilla con una pensión modesta que le alcanzaba apenas para lo básico. Don Ramón agradecía sus cuantiosas aportaciones a causas benéficas. Mi madre murmuraba: «Que no, que no». Y el párroco, «que le debían la restauración del retablo y el nuevo tejado. Y que gracias a eso el Señor le habría perdonado algunas de sus ocupaciones más mundanas».

Aquí mamá ya estuvo a punto de interrumpir la homilía y sacarlo del error, pero finalmente su prudencia pudo más que su enfado.

Con el disgusto aún en el cuerpo, nos presentamos ante el notario. Nos recibió en una sala llena de gente: abogados, agentes literarios y representantes de oenegés esperaban, para nuestro asombro, la apertura del testamento de la abuela, quien había dispuesto, detalladamente, cómo se repartirían los derechos de autor de la exitosa colección de novela erótica que firmaba bajo el seudónimo de Miss Lolitta.

60. Espectadores (Rafael Loscertales)

Al mediodía, todos se paran y miran al cielo. Esperan con la boca abierta a que hoy, de nuevo, pase el hombre que vuela. Y lo hace: hoy vuelve a pasar. Nadie parpadea. Se dan codazos y, atónitos, señalan hacia arriba. Siguen la trayectoria con sus índices y dibujan el vuelo. De pronto, escuchan un disparo y el hombre que vuela es el hombre que cae. Los dedos le acompañan en la caída, cruzan el horizonte y, al final, apuntan al suelo. Se acercan y, sin dejar de señalarlo, se congregan alrededor del hombre que gime. Desde su pequeño cráter de asfalto, el hombre que agoniza los mira y pide ayuda. Nadie mueve un dedo hasta que el hombre que muere deja de respirar. Es entonces cuando todos se giran y guardan las manos en los bolsillos mientras se alejan del hombre olvidado.

59. Epifanía (Virtudes Torres)

Con la moda del turismo dark gente morbosa acude al castillo esperando ver un supuesto fantasma, cosa que nunca ocurre. 

Cuando todos se marchan, el viejo lord, último inquilino del lugar, se dispone a degustar su jerez favorito, mientras recuerda cómo fue su regreso acaecido cuando uno de esos turistas rompió una valiosa botella de edición limitada.

Un estallido de colores cobre y oro devolvieron la luz a sus ojos vacíos. 

El sonido de cristales al chocar contra el suelo modularon ondas sonoras en sus oídos faltos de sensibilidad.

Sus neuronas olfativas se llenaron de un olor dulce, apetecible con recuerdos pretéritos ya olvidados.

Su esencia se iba configurando, vista, oído, olfato, lo iban dotando de una energía primigenia.

Tras muchos ensayos logró dominar el tacto.

Recuerda con placer cuando se sirvió una copa de Gran Reserva que, apenas rozó sus labios, hizo reaccionar su paladar dotando a todo su cuerpo de pura energía. 

 

58. El día del Juicio

El apocalipsis, con su bestia escarlata, sus jinetes y sus siete ángeles derramando siete plagas desde siete copas, me sorprendió con un dedo de raya blanca en el pelo y las uñas descascarilladas. Enseguida comprendí que no podía unirme a la fila de la derecha, donde se alineaban los impolutos bienaventurados, dispuestos a alcanzar la gloria. Tampoco me veía en la otra, en la que se apelotonaban los repugnantes condenados. Al fin, uno de los ángeles trompeteros vino a resolver mis dudas:
-¡Usted, al limbo!
Estuve a punto de reclamar, decir que ese lugar ya no existía, que el Papa lo había suprimido. ¡Qué equivocada estaba! Desde entonces sigo aquí, en el limbo, como si nada: llevo los niños al colegio, hago las faenas de la casa, echo un polvo los sábados con Julián, y todos los viernes voy a la peluquería y a la manicura. Por si hubiese otra oportunidad.

57. Espiral (Toti Vollmer)

Cuando nos ven en la fila de la sopa cambian de acera y nos miran con asco, pero sepan que cualquiera puede quedarse así, en la calle. Un día tienes trabajo y el otro lo pierdes porque te acusan de hablar solo, la familia te da la espalda porque ¡hasta cuándo!, los acreedores reclaman la nevera y el televisor, no hay dinero para las medicinas, se te acumula la deuda del alquiler, te botan a patadas aunque hayan menores, y eso que se supone que la ley los ampara, pero aquí no hay ley ni amparo. Amparo es la morena que ocupa el otro banco de la plaza, la que no sabe cómo quedó sin techo, solo que un día tenía trabajo y al otro lo perdió por estar hablando sola, la familia le dio la espalda porque ¡hasta cuándo!, los acreedores le reclamaron la nevera y el televisor, no había dinero para las medicinas, se le acumuló la deuda del alquiler, la sacaron a patadas, le quitaron a sus hijas,  y así… Pobre Amparo. Odia la sopa.

56. Efecto bumerán (Pilar Alejos)

Suena el despertador. Aunque mi cuerpo se niega a ponerse en pie, me levanto un día más. A pesar del calor, llevo ropa amplia, de manga larga. Prefiero eludir preguntas incómodas que no deseo contestar. Me despido de mi madre con un beso, como siempre. No la quiero preocupar. Salgo a la calle arrastrando los pasos. Cuando llego al colegio, el corazón se acelera, me falta el aliento, la frente, empapada de sudor y las piernas empiezan a temblar al traspasar la puerta. Allí están ellos, esperándome a la entrada, intimidándome. Sus miradas de odio anticipan lo que me espera. Sé que me lloverán los golpes, los insultos y las amenazas, que amordazan para que no hable. Aun así, mi intención es ignorarles y pasar desapercibido. Intento escabullirme aprovechando el bullicio de los demás, pero no tengo ninguna posibilidad de escapatoria. Me persiguen por los pasillos hasta lograr acorralarme en el baño.

Sin embargo, desconocen que hoy el miedo cambiará de bando. Sus caras desencajadas por un gesto amenazante adquieren una mueca de sorpresa cuando mis balas tiñen de cólera su silencio.

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