Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

44. La guerra después de la guerra (Antonio Bolant)

A veces se sorprendía esbozando sonrisas con la misma amargura que usa la madrugada para juguetear con los recuerdos. Durante algún tiempo, esa sensación de agria dulzura le mantuvo confundido hasta que entendió que la vergüenza más cruda se viste de nostalgia cuando intenta ocultar, entre la suavidad del tiempo transcurrido, aquello que nunca debió permitir, o, en su caso, obedecer.

Pero el pasado es obstinado y, finalmente, consiguió rasgarle las vestiduras para exigir respuestas a aquel joven miembro del partido que aceptó germinar en una tierra abonada de pavesas humanas. Ahora, completamente desnudo, su insomnio sólo quiere abandonar el sórdido lecho de los pretextos, y tratar de encontrar un lugar donde las horas no muerdan, donde el silencio no sea tan denso que haga impronunciable el perdón.

43. Lo siento mucho (J. L. Chaparro)

De nuevo miro el reloj que parece devorar los minutos. ¡Maldita sea! Acelero. Una hora y cuarenta y cinco minutos decía el Maps, antes de perder la cobertura, y llevo casi dos horas y media al volante por esta carretera que parece sacada de una novela de Stephen King. «La tía Encarna se ha muerto y alguien de la familia debería ir al entierro», dijo mi madre para ponerme en el compromiso, a mí, que nunca estuve en el pueblo y que ni siquiera la conocía. Por fin aparecen las primeras casas. Aquí debe ser. Todo está desierto. Llego a la iglesia cuando salen los quince habitantes —ayer, por lo visto, eran dieciséis— que acompañan al féretro hasta el coche fúnebre. Me meto los dedos en los ojos hasta que se me saltan las lágrimas. Un vecino se me acerca y mientras me abraza, susurra con tristeza: «Nieto de Braulio ¿verdad? Ya está descansando… el pobre. Lo siento mucho».

42. ¡Señor, llévame contigo!

Me abruma pensar que me han maquillado demasiado, yo que apenas uso maquillaje y el rímel se me seca de no utilizarlo. Tampoco el vestido que llevo me parece el más adecuado para la ocasión. Esta no es la imagen que yo querría dejar de un día tan especial.

Se ha corrido la voz del evento y muchos han querido hacer acto de presencia.

Pronto empezaron a llegar amigos, conocidos, familiares; también acudieron gente no grata, ¡uf me sacan de mis casillas!

Me agobia sentir sobre mi piel sus miradas y hubiera querido huir de este lugar.

Ante tanta gente me siento tan vulnerable, tan expuesta, tan a la vista que esta situación está acabando con el poco espíritu que aún me queda.

Los corrillos, los cuchicheos, me están poniendo de los nervios. Rezo porque todo acabe lo antes posible.

Llegó la hora, se hizo el silencio, algún llanto, algún suspiro y mi alivio cuando pusieron la tapa de la caja.

¡Por fin podré descansar en paz!

41 Hola y Adiós (Rosy val)

Quise irme de allí, de su lado y cariño, a un lugar cualquiera. No era mi momento. De lazadas ni de alianzas. Y tras hacer añicos su corazón le eché un pulso al mío y a mis veintidós primaveras. Cuando embarré bien mis botas y mis faldas se enredaron entre cardos y mil espinos, la melancolía, ávida de sus brazos, me aconsejó retornar a sus besos.

Llamé a su puerta. Me abrió una mujer delicada y serena. Una pitusa alojada en su regazo me trajo su mirada aceituna; un querubín aferrado a su pierna su ensortijado pelo. Pregunté por él pero no necesité respuesta… seis ojos me desvelaban que yo había muerto. Recogí mi turbación del felpudo y el bochorno de mis mejillas y partí de nuevo, pero mi estupidez todavía sigue allí, delante de su puerta.

40. Depravado (Alberto Jesús Vargas)

Le había vuelto a pillar. Esta vez intencionadamente. Se levantó de la cama sin hacer ruido y se acercó sigilosa como una felina dispuesta a cazar a su presa. Sentado frente al ordenador y de espaldas a la puerta no resultaba difícil sorprenderle mirando otra vez las dichosas fotos, con la mano derecha agarrando el ratón mientras que la izquierda la ocupaba en lo que por el movimiento rítmico del brazo se podía deducir. Sintiéndose humillada le llamó baboso, depravado y no reparó incluso en decirle que sentía asco por estar casada con un tipo así. Él, avergonzado, le pidió perdón y le prometió que borraría para siempre esas fotos íntimas en las que ella posaba provocativa y exuberante, solo para él, treinta años atrás.

39. Cuestión de clase (Juana Mª Igarreta)

El primer recuerdo que Marta guarda de su tía monja lo tiene grabado a fuego. Del hábito negro que la escondía apenas asomaban su cara enmarcada en un óvalo blanco y las manos que agitaba mientras hablaba ante Emilia, madre de la niña. Pocas, pero persuasivas, palabras después la religiosa conseguía su objetivo.
Marta dejó atrás la escuela pública del barrio y pasó a ser alumna de aquel colegio de “chicas bien”. Más lejos de su casa, pero más cerca de Dios.
Hoy todavía le duele haber sentido vergüenza aquel jueves de mayo. Claveles sobre los pupitres y gargantas afinadas para entonar en la capilla “Con flores a María”. Un ceremonial que se repite todas las primaveras como la vuelta de las golondrinas. Pero antes esperan conocer a la Madre Superiora General. Esta llega y, tras el ensayado saludo pertinente, la monja tutora de la clase cruza unas palabras con ella y, sumamente entusiasmada, ordena: “Niñas, las que seáis hijas de médicos, abogados, ingenieros, empresarios… poneos de pie, por favor”. Marta, confusa, visualiza a su padre con el mono de la empresa de limpieza al tiempo que su compañera de pupitre le pregunta: “Marta, ¿tu padre qué es?».

38 Taxonomías (José R. Codina)

«Que gusto da verlo todo recogido», dice estampándome un sonoro beso en la frente. Y es que a la abuela le gusta tenerlo todo ordenado, organizar la vida por categorías. «Los balones con los balones, los   los cuentos por temática y orden alfabético, y los animales, los animales por parejas y especie, como en el arca de Noé. ¿Entiendes, Samuel? Así es más fácil entender el mundo, cielo». Mamá, sin embargo, sigue empeñada en que los mezcle; tigres con elefantes, jirafas con cebras y leones con hipopótamos. Cree que así me será más fácil entender que me hayan criado dos tigresas y que mi hermana y yo tengamos la piel como las cebras, ella tan blanca y yo tan, tan negra.

37 El recluta y el general

Se celebraba el Día de la Fiesta Nacional y la culminación de los activos programados era la gran parada militar presidida por su majestad el rey. Participaban en el anual desfile conmemorativo de la victoria más de cuatro mil efectivos militares, guardia civil y policía nacional, aparte de cien vehículos y aeronaves. Especial atención recibió un joven militar que desfilaba en un pulcro anonimato entre los impecables soldados del destacamento de tierra.

Fue en el momento de alcanzar la tribuna de autoridades, cuando el joven perdió el paso produciendo en el capitán general que, orgulloso acompañaba al rey, un leve enrojecimiento y un imperceptible rictus de inquietud y vergüenza. Repuesto del desagradable infortunio, bastó un gesto suyo, una mirada amenazante, para que todos los participantes se acoplaran, con perfecta obediencia castrense, al paso perdido de su hijo.

36. Memento mori

Tras librar múltiples batallas por tierras remotas, volvió a casa como un héroe. Abriéndose paso entre la muchedumbre, desfilaba con un cachorro de tigre en brazos, junto a su anciano siervo en un carruaje tirado por cuatro caballos. Lucía una corona de laurel y la toga púrpura bordada en oro, a la espera de ser ovacionado. Sin embargo, conforme avanzaba la comitiva, el collar de piedras preciosas que llevaba el animal desató los murmullos de la plebe, que hartos de pasar hambre y calamidades, comenzaron a rebelarse. Viendo tal despropósito, el viejo esclavo le arrancó los rubíes arrojándolos a la multitud, un momento antes de interceptar con el pecho una lanza dirigida al amo.

35. Portugués para principiantes (Marian Ramos)

«Meu nome é José. A minha mãe era portuguesa». Al leer la redacción frente a la clase, el niño que fue se despierta en su interior con un pinchazo indefinido entre el estómago y la garganta.
Se ve saliendo del colegio, pegado al muro, atisbando desde la esquina hasta que todos sus compañeros eran recogidos. No sabría decir si le daba más vergüenza el olor a fritanga rancia por las horas trabajando en el bar o el cerrado acento portugués. Todas sus precauciones por ocultarla fueron vanas por culpa de su testarudez en ir a hablar con los profesores, la jefa de estudios y hasta con la directora. ¿Y para qué? se preguntaba, seguro de que una analfabeta que a los ocho años ya trabajaba en el campo no podía entender nada. «El hijo de la portuguesa», le llamaban, y él, en su mente, completaba el timbre de desprecio. Lo que hubiese dado por que su madre fuera otra, cualquiera menos ella, daba igual.
Ahora, sin embargo, lo daría todo por escuchar otra vez su hablar sinuoso, como de radio sintonizando, que él se negó a aprender.
«A minha mãe era portuguesa e tenho orgulho dela», continua leyendo.

34 Bajar a los infiernos

Esta calle no es la calle de siempre. O quizá es que he malinterpretado las indicaciones del google maps… Los mapas siempre me confunden. Endiablada bolita azul.

Mi calle tenía árboles, gente, tiendas abiertas, vida. Ahora no queda ni sombra de los árboles. Ni de aquellos a los que conocí… Solo quedan unos pocos, ánimas esperando a la muerte.

Y… ¿Es Él? Sí. Es. Él… Esos ojos gatunos son inconfundibles. Incluso ahora, que ya ni parece un ser humano.

Sí. Me ha reconocido. Ese gesto de desaire tan suyo… Me acercaría para convencerle, una vez más, para que regresase a este mundo. Pero ya sé la respuesta desde hace mucho. Ya es tarde. Siempre lo fue.

Un coche destartalado se detiene y él habla con el conductor; ambos sonríen con similares muecas desdentadas. El coche pasa por delante de mí con un petardeo endemoniado. Los ojos gatunos en el asiento del copiloto se vuelven para mirarme.

Y me siento ridícula ahí parada, en este lugar en el que ya no hay nada mío; dándole una nueva vuelta de tuerca a mi enrevesado plan de bajar a los infiernos para rescatar a un condenado.

 

33 La mancha (María José Escudero)

En la fotografía, la muchacha —ligera de ropa— ocultaba su cara con el pelo. Tenía un lunar en el párpado izquierdo y trataba de disimularlo. En la fotografía, papá la miraba embelesado, con una extraña veneración que, ahora que soy mayor, comprendo. La encontré en su cartera un día que enredaba mientras él echaba la siesta en el sofá. Mamá se ruborizó al mostrársela, pero no dijo nada y continuó con su intrigante afán por maquillarse y retocarse.

Papá trabajaba siempre de noche y, a menudo, viajaba al extranjero —a por material, decía—. Nunca supe qué contestar cuando me preguntaban mis amigas a qué se dedicaba. Él tampoco cuando le preguntaba yo. Por desgracia,  no tardé en descubrirlo: lo detuvieron en una redada en un hotel del extrarradio y lo acusaron de trata de personas. Las jóvenes que aparecían en las imágenes del periódico local —ligeras de ropa— eran casi todas menores procedentes del Este.

Desde entonces, utilizo el apellido de mi madre, Kowalenko, y aunque asisto con regularidad a mis sesiones de terapia y también he aprendido a maquillarme, apenas salgo de casa. Aún siento el peso de una mancha despreciable que me mortifica y me señala.

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