Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

09 TAL PARA CUAL (Mercedes Marín del Valle)

Cuando  mi vida llegó al final todo sucedió muy deprisa. Ni burocracia ni de salas de espera, ni colas ni atascos.

Una voz grave y seductora preguntó si me había portado bien.

—Claro, soy un hombre bueno. — Contesté seguro.

— ¿De verdad? — Insistió.

Recordé algunas cosas… estaba dispuesto incluso a confesar ciertos detalles, pero me cortó en seco y dijo:

—¿Ángel o demonio?

Respiré aliviado y sin vacilar respondí.

—Ángel, llevo mal el calor.

En un chasquido de dedos lucía trajecito blanco de raso, alas de plumaje fino y una corona de flores. ¡Menos mal que iba a ser invisible!

De haber sabido en qué batalla me metía me hubiera decantado por la segunda opción, sin duda alguna.

Ayer, al intentar salvar por enésima vez a mi protegido, lo cogí de un brazo y lo puse a buen recaudo en el último segundo, cayendo yo vertiginosamente por el acantilado con tan mala suerte que no pude desplegar mis alas a tiempo. Aquí estoy convaleciente, con una rota y otra magullada. Podría renunciar, pero no quiero abandonarlo porque sé que le hago falta y porque mis heridas siempre sanan antes que las suyas. Si lo sabré yo que aún tengo sensaciones mortales.

08. El guardián (Susana Revuelta)

Fue un instante, un segundo, ni tiempo para un pestañeo hubo. ¿Pudo ser el cansancio acumulado del día? ¿La fatiga de aquellos cuatro años con Sara? A saber, porque menuda lata dio la niña desde que nació de seis meses, tan chiquitina que en varias ocasiones los médicos pensaron que no sobreviviría.
Esa tarde, en la feria, estuvo vigilando que no saltase fuera del hinchable, que se estuviera sentada en el tiovivo, que no se tirase de cabeza por el tobogán, que masticara despacio los churros… y ella venga a dar chillidos. Después, mientras esperaban a subirse al tren de la bruja, un repentino soplo de viento se llevó el globo de la niña, que echó a correr tras él cuando pasaba el primer vagón. Pero gracias a su habilidad, de un tirón consiguió arrastrarla fuera del raíl, lo justo para que solo tuvieran que amputarle un pie.

La cosa es que, desde ese día, la familia le tiene en gran consideración, «¡ay, su ángel de la guarda, cuántas veces la ha protegido!», comenta la abuela en el parque mientras la niña juega quietecita en la arena, y así sus remordimientos se van entibiando mientras sestea plácidamente al sol.

 

07. ATERRIZAJES (Edita)

Laura se ha enamorado de su ángel de la guarda, pero nadie la cree. Trabajador, discreto, siempre atento… Es la pareja ideal. Cuando Felipe descubre quién es su rival, no puede parar de reír. Laura se disgusta, no por ella, sino por el pobre querubín que está presente. El novio continúa actuando como si nada: la invita a cenar, quiere que sigan durmiendo juntos… Ella lo rechaza, mas no consigue alejarlo. Toma una decisión: se escapará a un lugar donde no cuestionen su nueva relación. Solicita la baja laboral y compra un billete de avión para Oslo. Vuelve a casa y sube rauda las escaleras; debe ultimar algunas cuestiones del viaje. Al pisar el último escalón, da un traspié y rueda hasta el fondo. Le duele todo. ¿Dónde está su custodio? Nunca antes le había fallado. ¡Otro que huye del compromiso! Llora desconsolada. Desde arriba, el ángel la mira con pena. Siente dejarla, pero se ha aclimatado a planear bajo y ahora no desea volar sobre las nubes ni aguantar el frío escandinavo. En la vivienda contigua esperan un bebé y ya ha solicitado al jefe ser su protector. Felipe, casualmente, aparece en el portal y auxilia a Laura.

06. TRAGALDABAS – EPI

Una tarde de septiembre de hace 55 años, llevé a mi hermana pequeña a la feria de Valladolid.
Al llegar al Campo Grande, en mitad de la explanada, estaba un gigante tumbado con la boca abierta, Gargantúa se llamaba.
Mi hermana me apretó fuertemente la mano y se escondió detrás de mí.
Se oían las risas de muchos niños, qué hacían cola para subir por las escalerillas hacia la boca del monstruo.
Tiraba de mí hacia atrás y yo intentaba que no tuviera miedo, que era muy divertido.
Nos pusimos detrás y cada vez que entraba un niño por la boca, esta se cerraba con gran estruendo.
Cuando llegó nuestro turno, la empujé hacia dentro, se cerró la boca y salí corriendo hacia la parte de detrás.
Juro que no tardé nada, pero al rato, salió un niño y otro y mi hermana no apareció.
Hablé con el encargado del tragaldabas, se avisó a la policía, se desmanteló la atracción y en el entramado de madera se encontró uno de los zapatitos de ella.
No hubo explicación, solo culpa, hasta el día de hoy, en que he recibido una carta suya.

05 Nobiscum Deus

Y creces…. y siempre hay gigantes…

Días atrás, en la cabalgata desfilaron en primera línea los gigantes y cabezudos que tanto miedo me provocaban en la niñez, un miedo que sólo se atenuaba aferrándome a las manos de mis particulares ángeles guardianes.

Sonrío:  aquellos disfraces  escondían personas de carne y hueso…

Días atrás, mi desesperación por ordenar los zapatos me llevó a IKEA  y apareció ante mí un gigante vestido de manual y tornillos. Después de dos horas mi ansiedad crecía ante la terrible idea de que me iban a faltar piezas, pero al caer la tarde  milagrosamente todas habían encajado y el  zapatero quedó  instalado en el dormitorio.

Sonrío:  era cuestión de seguir las instrucciones…

En la batalla contra los gigantes el conocimiento tiene muchas posibilidades de vencer y si además ángeles con o sin alas te llevan en volandas por la vida, todo resulta mucho más fácil.

Me he venido arriba y voy a necesitar una cohorte de criaturas celestiales porque ayer volví  a la tienda y ahora tengo varias cajas repletas de maderas y tuercas;  he decidido que voy a redecorar  mi apartamento.  La avanzadilla de mi ejército son un destornillador y un taladro.

¡ Nobiscum Deus!

04 Esperando justicia poética

Nunca fui un héroe. La verdad es que mi aspecto no ayudaba: un labriego gigante y desgarbado con un solo ojo en el rostro. Pero tampoco Kong era bien parecido y ahí lo tenéis destilando glamur para toda la eternidad.

Yo creo que la culpa fue de los partenaires que nos tocaron en suerte. Kong se enamoró de una bella joven y ella no le hacía ascos. En cambio, yo tuve que lidiar con Ulises. Quién podía competir con un enchufado de los dioses, cuya verborrea era capaz de aturdir al más espabilado. Mucho se habló también de su astucia y de mis pocas luces, pero eso no es del todo cierto. Conozco hechos que desmentirían esa idea y que se ocultaron intencionadamente.

Por eso, por lavar mi imagen, quiero contar las cosas tal como fueron. Y he conseguido que una gran productora de entretenimiento online me contrate. En cuanto encuentren hueco entre tantos remakes y secuelas del Capitán América, la Viuda Negra, Godzilla y Hulk, abordarán mi historia. Prometo que habrá sorpresas.

03. DESDE EL INFIERNO

Regresó de su voluntario exilio interior y decidió enfrentarse a sus demonios de una vez por todas.

La bondad no tiene buena prensa y estar siempre del lado de los tontos, como le decían, había acabado agotándolo.

Entonces, se alzó desde lo más profundo del infierno y se convirtió en el gigante que nunca quiso ser.

Y el recién nacido ángel vengador exterminó a sus enemigos,  expulsándolos, definitivamente, de su vida.

Una gloriosa mañana se asomó al amanecer y, por fin, sonrió al sol.

Y el sol hizo brillar su nuevo par de amenazantes colmillos.

02. ESTIRPE (Ángel Saiz Mora)

Alonso Burillo era el mejor cantero de la catedral. También destacaba por su considerable estatura. Tan hábil como despistado, una mañana puso sus pies en el vacío. Aseguraron los testigos que una fuerza invisible volvió a colocarle sobre el andamio. Convencido del milagro, el obispo encargó al maestro que esculpiese sus propios rasgos en el rostro de un santo mártir.
Rodrigo Burillo, descendiente del artesano, formó parte de los defensores de la ciudad durante un ataque. Había quedado solo frente al enemigo por descuido. La lluvia de flechas ni siquiera le rozó a pesar de su elevada talla. Fue interpretado como una señal desfavorable por los asaltantes, que emprendieron la retirada.
Fernando Burillo entró en la catedral ocho siglos más tarde, ensimismado con sus cálculos mentales. Bajo una escultura de facciones semejantes a las suyas se le ocurrió cierta combinación química, que terminaría por ser efectiva como tratamiento contra muchos tipos de cáncer.
Salió absorto con su metro noventa de altura, sin mirar la calzada. Solo pensaba en iniciar los ensayos clínicos. Una inexplicable avería detuvo a un camión a punto de arrollarle.
Nadie llegó a ver las plumas de unas alas que disipaba el viento, tampoco esta vez.

01. LA BANDADA

Benigno criaba canarios hasta que se le empezó a morir la gente que quería. Liberó a los más viejos y limpió sus jaulas para acoger allí a los ángeles que encontraba en la terraza, cuando salía a echar el pitillito y ver encenderse el faro del puerto.

Todo comenzó cuando falleció su amigo Miguel. Apareció por allí un ángel con su misma cara de muñeco irlandés: pelirrojo, flaco, con orejas de soplillo. Como Miguel, prefería escuchar que dar discursos, y le gustaba silbar a las jovencitas de la academia de enfrente.

Un mes después del accidente de su hijo, encontró a Víctor. Lo llamó igual, claro. También era simpático, ocurrente… “una fiesta con alas”. Los domingos, Benigno encendía la radio para que Víctor escuchara el fútbol. Era del Madrid también, lo que le permitía hacer bromas con su “uniforme”… tan blanco.

Al que recogió cuando una embolia acabó con Remedios le gustaba cantar, como a ella. Tarareaba la discografía de Raphael al completo… “Como los ángeles”, bromeaba Víctor.

A Benigno le ha vuelto a pellizcar ese dolor del pecho. Ha abierto las jaulas, las ventanas y la terraza, y les ha comunicado que anda planeando darse un garbeo hasta el faro.

73. Primeras vacaciones sin ti

Hoy vamos a estrenar la autocaravana que planeábamos comprar juntos. Las niñas ya están sentadas en sus asientos. Paula se ha traído a su muñeca y Elena lleva tu oso. El pobre peluche está muy viejo ya pero no consigo cambiárselo por uno nuevo. “¡Vamos, chicas, la playa nos espera!”, les digo. Y enciendo el motor. Las dos sonríen muy nerviosas y se ríen y hablan fuerte. Pongo la nueva lista de canciones para cantar que hemos preparado para el viaje. Entrando en la autopista un rayo de sol asoma tímido entre las nubes y sale el arcoíris. La abuela les dijo a las chicas que el arcoíris eras tú, sonriéndolas desde el cielo. Elena se ha dado cuenta y se ha puesto a chillar. Los tres te mandamos un beso y, después de este ritual nuevo, estamos más tranquilos. Nos quedan muchos kilómetros; también mucha vida. Sin decírnoslo, los tres lo sabemos: nuestro primer día es hoy.

72. JURADO CON RECURSOS (Domingo J. Lacaci)

En estos seis meses desde mi graduación cum laude en Informática sigo sin salir mucho y apenas tengo amigos. Lo de siempre. Me aburren mucho las series, así que una noche me siento al teclado, jaqueo Tráfico, y le pongo una multa al matón que me amargó el instituto riéndose de mis gafas. Al día siguiente no puedo dormir por el calor, entro en una web de flores y hago que le envíen cuarenta rosas anónimas a la monada del 5º C.  El jueves, trasteando en una emisora, accedo al servidor de su concurso de microrrelatos y encuentro allí los seiscientos de esa semana. Todos empiezan por “De repente”, y se me ocurre borrarlos todos, por entretenerme.

“De repente, Marisa.”, escribo en el de una tal Marisa Pérez y lo guardo de nuevo.

“De repente, Julián.”, en el de un Julián López.

Así todos, hasta el último: “De repente, Paula”, pero olvido teclear el punto final.

Semana muy igualada, dictamina el jurado ese lunes, pero nos quedamos con Paula y su atractiva propuesta de final abierto.

71. Mi primera lectura de enjundia

En la casa que erigieron mis bisabuelos había candelas por si se iba la luz, aunque ya hacía muchos años que eso no sucedía.

A mí me gustaba prender una cuando me acostaba. Así instauraba un clima especial antes de aferrar entre mis manos esa osadía en papel que encontré rebuscando por la habitación, la que fuera de mi padre.

Tenía ya mis páginas preferidas e iba de unas a otras en la secuencia que había comprobado más efectiva. Mi mano izquierda era solo de sujeción y la derecha de ritmo.

Faltando poco para la explosión, se abrió la puerta sin previo aviso. Era el abuelo. Se le había ocurrido darme las buenas noches. Así, sin más.

Supe que mis mejillas se desplazaban a un rojo intenso, pero quise suponer que la poca luminosidad ambiente conseguiría que no se percatara, aunque no pude evitar que mi entretenimiento cayera sobre la colcha con la portada hacia el techo.

Me dijo, con circunspecto semblante, que no creía que eso fuera adecuado para mi edad. Luego me dio un beso en la frente antes de que se le escapara esa orgullosa sonrisa porque su nieto ya tuviera interés por leer a Nabókov.

 

 

 

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