Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

93. BESTIARIO (IsidroMoreno)

Cada vez entiendo menos a nuestros lanzadores de palos. Que porque ambos seamos de raza Golden, porque tú seas preciosa, que yo sea un macho ejemplar —que lo soy—, se creen que pueden traernos aquí, en mitad de un huerto, bajo el sol de media mañana, para que forniquemos como salvajes, que te quedes preñada y que vendan nuestra camada para su beneficio.

Además piensan que somos tontos, que desconocemos el amor o ignoramos la pasión y el deseo. No solamente nos intentan aparear por la fuerza, sino que como no lo han conseguido, ambos se han tirado bajo la higuera quizás para demostrarnos como se hace. Ahora, mi dueña está gimiendo y chillando y el tuyo, tumbado sobre ella, jadea como un búfalo, pero si piensan que vamos a ir en su ayuda, están listos.

92. Parafilias

Desde que abrieron al público el jardín del museo, Adela dejó de venir con nosotras a jugar a la canasta. Sus visitas a la parroquia también se espaciaron hasta desaparecer. Todas sabíamos, aunque no nos gustaba comentarlo, que pasaba las tardes sentada al pie del Perseo que decoraba la pérgola leyendo en voz alta poemas de amor o haciéndose selfis mientras le acariciaba el tórax dulcemente curvado, las piernas elásticas o el culo firme. Aquel maldito  encaprichamiento no podía traer nada bueno. La noche más fría del invierno nuestra amiga abandonó su casa para reunirse con el objeto de sus desvelos y allí la encontramos a la mañana siguiente, el cuerpo huesudo abrazado al adonis de mármol. La cabeza de Medusa yacía en el suelo, ensortijada de serpientes, y el brazo musculoso que antes la sostenía rodeaba a una Adela rígida y blanca cuya fláccida desnudez solo se interrumpía por un tanga de encaje rojo. Y todo habría resultado entre ridículo y triste si no nos hubiera sido dado contemplar, bajo una impotente hoja de parra, la erección salvaje que lucía el mancebo.

91. A-PASIONADOS (Javier Puchades)

Permanecían desnudos encerrados entre aquellas cuatro paredes. Vivían atrapados bajo un silencio denso, frío, que casi se podía tocar. Tan solo se rompía cuando él pasaba las hojas del periódico o cuando ella, tras dar una profunda calada a un cigarrillo, exhalaba el humo. Su desnudez de cuerpo les impedía ver la de su alma. Sus ganas de amarse se conjugaban en pasado. Ahora era solo sexo, solo placer carnal, solo deseo sin sentimiento. Él, tras leer la noticia más horripilante, era capaz de hacerle el amor fríamente. Mientras tanto, inerte como una estatua griega, ella continuaba fumando.

Eran sombras que se acompañaban, porque el miedo a la soledad les empujaba a ejercer la prostitución de los sentimientos.

90. APASIONADO, SIN SABERLO (Nani Canovaca)

Siempre me aconsejaron mis padres que tenía que respetar a mi chica, que debía quererla apasionadamente y si alguna vez dejaba de desearla, debía ser sincero y decírselo con toda honestidad.

Fui un chico muy reposado, al que gustaba la lectura, las películas de héroes y jugar al futbol. Ya en mi adolescencia, me preguntaba por qué no era como mis compañeros que bebían los vientos por las chicas, hacían escapadas al bosque y luego entre clase y clase, contaban sus aventuras. No me llamaba la atención ninguna aventura, ni lo que todos y todas hacían.

Un día estando tomando un refresco con mis padres, mientras charlábamos animosamente, me preguntó papá por mi futuro y que era lo que tenía pensado hacer. Le contesté que no estaba seguro y  que a veces me lo preguntaba, pero no encontraba la respuesta. Sabía que debía optar por algo que me gustara realmente. Tener pareja no me preocupaba por el momento.

Cuando fui a la universidad, disfruté la carrera escogida y allí encontré quién me apasionó.

Quedamos una tarde y le dije que deseaba compartir su vida, él me contestó que me deseaba desde el primer día que me vio.

89. Clases particulares (Pablo Cavero)

Mi madre se empeñó en que aprendiera alemán ese verano. Yo era reacio. La caminata hasta el chalet y el horario de las clases en plena calima de la siesta, no ayudaban a motivarme. Me recibió la amiga de mi madre, germana de rasgos innegables. Mi mente completó el dibujo de las partes de su cuerpo que su top y la escasa falda, escatimaban a mi mirada. Tenía proporciones de modelo. Aparentaba diez años menos.

Aquella noche no me la sacaba de la cabeza, apenas dormí. La segunda clase fue junto a la piscina. Luego ella me desnudó y nos bañamos libres. Tomó la iniciativa de una clase particular de libido y pasión que transcurrió por todas las estancias. La madrugada nos sorprendió en la geografía corporal del deseo.

Disfruté la fantasía tres días, hasta que su amiga nos pilló in fraganti. Lejos de escandalizarse, le resultó divertido y a cambio de su silencio bisexual, creó un trío. Entre ellas surgió una chispa de lujuria, se ansiaban por tiempo completo. En ese triángulo la hipotenusa era mi diosa germana, y yo un cateto que se hacía invisible. Así que eliminé la tercera incógnita de aquella ecuación tan complicada.

88. PRIMERA VEZ

Es ella quien toma la iniciativa. Se acerca muy despacio y alarga la mano derecha sin dejar de mirarle. Con delicadeza desliza sus dedos por el cuello de él, de abajo  hacia arriba. Al rozarle el lóbulo de la oreja él se estremece, pero ella continúa hasta alcanzar la tira y sacarla del todo.

Él la imita y todo se precipita.

Las bocas hambrientas sacian su hambruna de meses.

En el suelo, una mascarilla quirúrgica y una ffp2 semejan vallas derribadas.

87. Desvelo

Cierras los ojos antes de alcanzar el orgasmo. Quizá los músculos en tensión de los brazos del joven Fernando cuando está sobre ti o, tal vez, las caricias de Marcelo entre tus piernas ocupan tu mente en este instante. Aún así, tu esposo, conocedor de tus encuentros furtivos, se sigue esforzando en buscar tu mirada en vano, complaciéndote con dedicación. 

Pero llega el día en el que te despiertas encendida de madrugada. Él recorre tus pechos con su lengua cálida mientras tu cuerpo se vuelve pasión. Te posee con la fogosidad de una primera vez que se hace esperar. Te vuelve loca de amor. Y, esa noche, con las pupilas dilatadas en la penumbra titilante, sí que buscas la complicidad en sus ojos mientras alcanzas el clímax, aunque tan solo te encuentras con sus párpados sellados.

 

86. Balidos de amor (La Marca Amarilla)

Si fuera un humano diría que estoy como una cabra, pero como soy una cabra tendré que decir que padezco como un humano.

Reconozco que le amo, que le veo por el prado y me vuelvo loco de deseo. Y lo peor es que las demás cabras no tienen ni idea, no intuyen mi pasión, ni escuchan mi corazón excitado; ellas, por lógica, adivinan que todo es puro instinto, que mi sentimiento es la de un animal que simplemente desea tener contacto carnal, aparearme sin más.

Y no.

Lo mío es amor. Estoy como una cabra, pero de amor.

Ella ni se percata, por supuesto, me ignora sin piedad, y es en esos momentos cuando echo en falta poder escribir un bello poema de amor, y que lo leyera, dibujarle un bello amanecer donde nos veamos ella y yo en el prado, y que lo apreciase, o regalarle un precioso ramo de flores sin que se lo comiera.

Pero no puedo, soy una cabra, con sentimientos, pero una cabra.

Ustedes sí que lo tienen fácil.

85. Experiencia Bonnie and Clyde

Salimos del banco disparando al aire. Cuando llegamos a nuestro escondite esparcimos los billetes por todas partes; la adrenalina del atraco excita nuestros cuerpos y lo hacemos allí mismo, sin importarte que aquello no sea muy higiénico. Cuando acabamos, te levantas y caminas totalmente desnuda y desinhibida hacia el baño. Yo te observo embelesado, pero en la parte inferior derecha de mis gafas aparece el símbolo de batería baja. Una vez volvemos a nuestra realidad, coges el bote de lejía y lo limpias todo. Por si acaso, me dices, mientras te abrigas con tu vieja bata de estar por casa.

84. Sin amor

Nos conocimos (sin querer) en las fiestas de Buñol. No me dio tiempo a sentir ese cosquilleo de mariposas en el estómago del que todo el mundo habla. Se quedó un poco más abajo, sin pasar de la cintura, en esa parte donde nacen y mueren (sin querer) todos las pasiones disfrazadas de amor para dignificar los instintos que nos uncen. Sin embargo, poco antes de quedarme ciego, uno de los efectos secundarios de esos conocidos cosquilleos, pude ver (sin querer) sus curvas de vértigo, sus labios de pecado, sus pechos desafiantes en permanente inspiración, su camiseta empapada fundida con su piel, su sonrisa inconsciente y temeraria. Fue muy rápido, milésimas de segundo, donde la bisoñez de mi albedrío quiso hacer frente a lo inevitable, millonésimas de segundo y su cuerpo se sumergió (sin querer) en un río incontinente de amapolas. Reventaron (sin querer) aquellos dos volcanes enhiestos y turgentes que me apuntaban con descaro. Se encendieron (sin querer) sus ojos, como un atardecer incendiando el horizonte de la sabana africana. Un nanosegundo. Después se rasgaron (sin querer) los velos del templo y ocurrió lo inevitable, lo que impuso el  destino (sin disfraces, sin querer).

83. Vanas maniobras de evasión

Se embadurna las manos de aceite y empieza masajeando sobre una hoja de arce tatuada en la breve cintura de la chica. «Qué bueno el sirope de arce —piensa enseguida—, descubierto según la leyenda por un indígena que observó beberlo a una ardilla. Y qué hermoso país Canadá, con su espectacular naturaleza, su variopinta sociedad, sus dos lenguas oficiales. El chiste de “Torontontero” hace gracia la primera vez, pero luego uno teme mencionar la ciudad por si alguien lo cuenta. Y está aquella película canadiense, “Crazy”, que tanto me gustó». A la chica entonces se le cae el móvil y él lo recoge. Al alargar el brazo para recibirlo, ella muestra uno de sus pechos. «Había también —se apresura a seguir— un tema musical del mismo nombre, aunque era estadounidense, sí, el del videoclip del test de Rorschach; hipnótico, tan bonito como la canción». Y rememora aquellas manchas cambiantes y, muy a su pesar, pronto forman una hoja de arce y, a continuación, una boca sensual, dos pezones, un triángulo de vello púbico… Su excitación alcanza un grado embarazoso. Decide entablar una conversación, seria a ser posible, que le permita sustraerse. Pero solo de le ocurre decir: «¿Conoces Toronto?».

 

82. Entre las sábanas (Jerónimo Hernández de Castro)

La siento muy cerca de mí una vez más. Un tacto inconfundible roza mi piel y mis ojos entreabiertos adivinan su silueta, mientas el frufrú de su atuendo blanco y algo transparente abre de par en par las puertas de mis fantasías. ¡Qué excitante resulta el látex de sus finos dedos! Me da miedo abrasarlos con el ardor de la sangre que parece hervir en todas mis arterias y que ella en un instante volverá a apaciguar.
Luego vendrá el sopor. A través de sus gafas protectoras, no me perderá de vista hasta que el fluido helado que me inyecta haga su efecto. Entonces, adormilado por completo, ignoraré los brazos fuertes de sus colegas de indumentaria, que volverán a izarme en volandas para proporcionarme una postura que aún no he experimentado.

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