Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

22. Romance anónimo

«…lo importante para madame Maroszek no era que alguien escribiese su historia en un libro contable, o en los márgenes de una mala novela francesa, o en partituras invisibles, o en papeles membretados de los hoteles de una ciudad; acaso lo importante, para alguien como madame Maroszek, no era dónde escribimos nuestra historia, sino escribirla.»

Eduardo Halfon

Oh gueto mi amor

 

 

Llegó al hotel cerca de las nueve. Tenía la habitación reservada y algo de hambre. Se duchó enseguida. Tranquilizó a su mujer que pegada al teléfono esperaba su llamada.

—Ceno y me acuesto cariño, estoy agotado— mintió; como tantas otras veces.

Volvió a llamar; esta vez para decir: «me alojo en el Majéstic, en la 321, mi nombre es Baltasar». La chica llegó en media hora. Era tal como habían acordado: morena, ojos claros, uno sesenta, la tez pálida, casi transparente.

—Me llamo Irina— susurró, y llegaron a la cama todavía hecha.

Le quitó primero los zapatos, anduvo por sus muslos con los dedos hasta alcanzar la cinturilla de los pantis y bajarlos muy despacio. Descolgó el vestido de sus hombros, quedando al descubierto sus pechos sin corsé, sus bragas mínimas, sus piernas de cristal. Le pidió que se tumbara, que le ofreciera el blanco de su espalda. También desnudo se sentó sobre sus nalgas, esgrimió su arma favorita y noveló sus frustraciones sobre la piel inmaculada. La tinta de su pluma se acabó al escribir la última palabra, y dio así por satisfecho su apetito. Vestido de su nuevo personaje, abandonó aquel alojamiento clandestino para concebir el próximo capítulo.

21 PARA FOLLAR Y LO QUE SURJA

Las mujeres somos multiorgásmicas, aseguraba la revista que le había cogido a su hija. Hay que ver qué cosas leían estas crí… ¿multiorgásmicas? Pero ella… ¿no se habría perdido algo? Consultó el asunto con su amiga Maripi, que tenía mucho mundo.

–Lo mejor es ponerse en manos de profesionales –le recomendó al darle una tarjetita que, si no fuera por el nombre: “Chicos, chicas y viceversas”, parecería la de un despacho de abogados. Prueba y verás.

Tras pensárselo dos veces, llamó para solicitar a un hombre maduro. No quería que le apeteciera menos hacerle el amor que hacerle un Cola-Cao.

El día indicado, se presentó un rubio entrecano con acento extranjero, que, como enseguida pudo comprobar, tenía un gran dominio de la lengua. Una vez colmados sus vacíos más urgentes, sintió la necesidad de charlar sin prisas –como hacía con su difunto Rafa– de las ventajas del coche eléctrico o de la última peli de Woody Allen. Los dos orgasmos no habían estado mal, pero necesitaba encontrar algo más multifuncional. Se decidió entonces a escribir a una página de contactos: “VIUDA INTERESANTE BUSCA HOMBRE FORMAL…

20 AMANECER EN LA RESACA (Belén Mateos)

Amanezco desnuda, desubicada, sedienta.

 

Son las trece horas de un sábado con sabor a resaca, con el aroma a sexo impregnado en mi piel, con el cabello enredado en unos bucles imposibles, con los ojos hinchados en el vientre de mi memoria.

 

Las sábanas, arrugadas, hidratan mi cuerpo, el contorno de mi pubis, el regazo extenuado de orgasmos.

 

Mi boca carece de aliento y gemidos, quizá se agotaron en mis sueños o entre mis dedos.

No sé, estoy todavía en el espasmo del delirio, entre la saliva de la almohada y el perfume del pecado.

 

Recuerdo un Cardhu sin hielo, en copa ancha, rebosado de ansia. Recuerdo un cigarrillo apurando su toxicidad en el cenicero, la música estallando mis oídos, las cortinas corridas de deseo.

 

Suena un WhatsApp en el móvil, creí que lo había dejado en vibración; es mi madre, me recuerda que hoy hay comida familiar, que Ricardo vendrá.

 

Me aseo, me dibujo una sonrisa, me sirvo un zumo con toda su pulpa y un ibuprofeno.

 

Compro dos botellas de vino.

Subo las escaleras, con la autoestima negando esa propuesta clandestina concertada entre ellos, contra mi voluntad, contra el invierno de mi vida.

Amanezco hundida de lluvia.

 

19. Tira al monte (Edita)

 

Está rara. No había quien la sacara de casa y ahora lleva meses saliendo varias veces por semana. Por lo visto, va con las amigas, pero el atuendo y una cara de felicidad mal disimulada la delatan. Su pareja desconfía. Lo primero que hace al regresar es meterse en la ducha; seguramente para camuflar aromas, piensa él. También es sorprendente verla investigando en el ordenador durante horas después de esas misteriosas salidas, y más teniendo en cuenta que antes ni lo encendía. Cuando el marido muestra extrañeza por estos cambios conductuales, ella responde con evasivas, lo que hace agrandar las sospechas de aquel. La mujer comprende el malestar del esposo, e incluso siente remordimientos porque hace años prometió no volver a caer en la tentación. Además, teme que cualquier día le haga elegir entre el amor que se profesan o su verdadera pasión. Pero, si llega a ponerla ante semejante dilema, esta vez la decisión será tajante: por mucho que él se lo pida, por más que el hombre le recuerde su aversión y alergia hacia ellas, no dejará de ir a buscar setas. Aunque deba regalarlas antes de entrar en casa.

 

18. LO PROHIBIDO, LO MÁS TENTADOR

A Eloísa le gustaba que su madre la enseñara su joyero con tan alhajas distintas. Había una en especial que le causaba una emoción incontrolable: un collar de oro con una piedra verde en el centro que era de su abuela.  Se lo ponía y lo veía brillar. ¡Le quedaba enorme!

-Cuando seas grande será para ti—. Decía siempre su mamá antes de cerrar el cofre.

Eloísa empezó a comer más de la cuenta. Comía a escondidas, se aficionó al pan, a las patatas fritas, a comer bollos a todas horas, daba igual que le gustaran o no; se hartaba de chuches al menor descuido. Comía y comía sin parar.

Dejó de jugar al baloncesto, de salir con sus amigos, de nadar en la piscina. Su cuerpo empezó a crecer, las faldas se le quedaban cortas y estallaba las costuras de blusas y jerséis. Ganó seis tallas en varios meses y con solo doce años.

Un día, cuando volvieron a abrir aquella caja de las maravillas, Eloísa cogió el collar con tanta prisa que su madre empezó a entenderlo todo. ¡Le sentaba tan bien!

Pero primero habría que visitar al endocrino.

17. El tejo de Lebeña (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

Triste está Doña Justa. El conde de Liébana, su esposo Don Alfonso, lo sabe y como aquel califa que cubrió de almendros Medina Azahara para curar el alma de su amada norteña, mandó traer la más hermosa de las olivas de Lucena para plantarla junto al camino de pasos y rezos del templo.
El Tejo, dueño del lugar, harto de herboleras que para conjurar bienes o males le sacaban sus untos, quedó admirado cuando aquel primer mayo descubrió la belleza de su nueva vecina. Él que nunca tuvo flores la vio vestida como una novia envuelta en su mantilla de encajes de floridas rapas blanquecinas y quedó prendado. Amoroso la protegió de vientos, nieves y celliscas y lanzó sus raíces, con la parsimonia propia de su raza, hacia las de su amada. Cuántos nudos tejerían juntos bajo tierra. Y pasaron siglos de romance hasta que el tejo sucumbió en la peor tormenta del milenio. El lugar es santo y propicio para resurrecciones. Solo una rama, replantada, se recupera lentamente y la oliva, por San Miguel, continuará regando con sus aceitunas el camino y su renacido compañero mostrará sus arilos de colorines que solo los pájaros negros saben comer sin daño.

16 El joven que gritaba a sus testículos (Antonio Bolant)

«…de modo que ya lo sabéis. No pienso volver a quedar como un salido por vuestra culpa, ¡par de tarugos!

Sólo os importa el deseo. Me he pasado toda la adolescencia en volandas sobre vuestros chutes de hormonas, con dosis extra si se acercaba una falda o me sonreían unos ojos bonitos. Me habéis dopado el corazón y alienado el cerebro, secuestrándome el criterio entre entrepiernas repletas de relaciones vacías. No tenéis ni pajolera idea de amor, sólo conocéis la pasión en unidosis, ¡putos camellos!

Os lo repetiré por última vez; esta noche he quedado con una chica muy especial, no he sentido nada igual por nadie, nunca. Creo que tengo posibilidades y sé que a ella le gusta ir despacio, así que procurad no espantármela o ateneros a las consecuencias. ¡Estáis avisados!»

— ¡Puff! ¡Menudo cabreo se ha pillado! Sinceramente, derecho, la amenaza de hacerse eunuco ha logrado acojonarme. Deberíamos abortar la distribución de testosterona.

— Ni de coña, pequeño; va de farol, seguro.

15 Entre el deseo y el miedo (Gemma Llauradó)

Acercándose a ella, la tomó por la cintura y sus manos recorrieron su espalda, bajando seguidamente hacia los muslos y posándolas en sus nalgas que apretó con ambas manos.

Se besaron y él llevó una de sus manos hacia su cuello, la deslizó por el escote de su blusa, avanzando un par de dedos por debajo del sujetador hasta que su mano alcanzó uno de sus pezones. Ambos sentían un deseo irrefrenable.

Ella se estremeció y era evidente que estaba excitada, pero entonces una imagen y un recuerdo no lejano en el tiempo la abordó. Se dio cuenta que no estaba aún preparada. No todavía. La agresión sufrida meses antes, seguía latente en su mente.

Ajeno a sus pensamientos, él la tomó por las muñecas y la llevó al filo de la cama. Ella cayó de espaldas sobre el colchón.

Sus manos, soltaron las muñecas para posarse sobre sus pechos nuevamente. Luego sus dedos desabrocharon su blusa. Sus músculos se tensaron y él empezó a deslizarse hacia abajo. Todo el deseo desapareció y se convirtió en angustia cuando supo a dónde iba el roce húmedo de su boca. Sintió miedo. Entonces ella lo apartó violentamente de su lado.

14 VEHEMENTE CALMA (Juan Manuel Pérez Torres)

Como un cuerpo desnudo que reposa agotado de amor, el camisón de Leo se abre a sus ojos y en su espejo se contempla. Cuando lo recoge de la cama lo acaricia, lo huele, cuidadosamente lo dobla, lo coloca en la mesita, junto al joyero. Despliega el edredón y las sábanas con delicada atención evocadora. Le gusta rememorar las horas pasadas, devolverlas a esta luz cuya caricia le infunde gozo, limpiar no sé qué máculas.

Cabe toda la mañana en estos gestos por cuyos bordes se escapan a diario sus maduras deidades y esta dulce batalla le aniquila nuevamente (o, cabe decir, esta nueva batalla le aniquila dulcemente) lo mismo que este amanecer en que la luz parece vacilar y, no obstante, con dulzura se impone a las sombras caducas. Y, como llevado por un viento oscuro que en la mañana de pronto su ira desata, mirando a lo invisible  –quien yo amo, quien a mi vida sentido da, vibración y llama, no está-  lanza su queja que es memoria en carne viva –o sí que está, pero sin estar, inútilmente.

Cuánto amor mana de su pecho estando solo, ella no lo sabrá.

 

13. Sabiduría popular

«Guzmán, todo lo que sube baja», repetía incansable mi abuelo cuando hacíamos volar la cometa. Descubrí el valor de aquella frase al trasladarla a campos diferentes al aéreo, cuando la adolescencia pujaba por mi cuerpo inflamado de deseo y dejaba tras de sí pasiones caudalosas que iban a dar a la nada, que era su albo morir. Años después hube de recordar el famoso dicho. Todo empezó cuando mi mujer, hecha una amazona a horcajadas sobre mí, me recriminó: «Guzmán, esto no va como antes». Yo era su media naranja, pero por mucho que exprimiera, aquel zumo no resultaría. Temiendo no estar a la altura de sus pretensiones, la noche siguiente probé el milagro azul. Resultó. Ella se quedó dormida, satisfecha, sonriente, regando la almohada con un hilito de baba. Entonces comprobé horrorizado que la frase de mi abuelo ya no tenía aplicación en mi cuerpo. Porque algo en mí apuntaba hacia cotas bien altas, testarudo, contradiciendo la ley de la gravedad, la caída de una manzana del árbol, el orden natural de las cosas, el reposo del guerrero. Esperé y desesperé. Finalmente, un pantalón holgado y un taxi a urgencias devolvieron la razón a mi abuelo.

12. Desescalada (MaríaJosé Escudero)

Se conocieron sin querer cuando enloqueció marzo y, poco antes de asomar la nueva normalidad, se enfrió su frágil concordancia. Al principio, la incertidumbre del confinamiento les hizo aferrarse a una ilusión y se miraban de soslayo.Cada tarde, tras los aplausos agradecidos y entusiastas,cantaban juntos «Resisitiré» y mientras se saludaban, se imaginaban. Poco después, presos de una insensata euforia, se hacían señas más explicitas e, incluso, llegaron a lanzarse besos en el aire.Pero en el momento que los días clarearon y vislumbraron su verdadera silueta, ella no dudó en dibujar un corazón verde en el cristal de su ventana y él no tardó en colocar una bandera en el balcón. Luego, atendiendo a consignas enfrentadas, él decidió aporrear cacerolas y ella optó por aumentar la distancia de seguridad. A día de hoy, ambos siguen cultivando prejuicios y también tele-trabajando y, aunque suelen encontrarse en la cola del supermercado y tropezarse por los jardines de la urbanización, parapetados detrás de la mascarilla, ella ni siquiera lo mira y él hace como que no la ve.

11. LA MARCA DEL AMOR (Mariángeles Abelli Bonardi)

Siempre he sido de buenos sentimientos, porque a todos me doy sin reservas: la sombra de mi copa, mis ramas para el nido, el sutil perfume de mis flores. Lamento confesar, sin embargo, que la edad me ha puesto quisquilloso, y más ahora en primavera, cuando el gordito alado, arco en mano, empieza a hacer de las suyas: los trinos, arrumacos y besos nunca han sido un problema, los cobijo con gusto, pero esta moda del tatuaje no va conmigo. Me preparo, tomo aire, soporto el punzón en mi corteza: rodeados por un nuevo corazón se leen sus nombres, «Iris y Rosendo».

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