Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

65. Cuentas pendientes

Me dieron el soplo en «La Casa Nostra» , el bar de la calle 45 donde solía abrevarme. Luca Falce salía de la cárcel y había jurado hacerme una visita. Había huido de Sicilia por un lío de faldas, le hizo tragar una de tubo a un policía. En América alcanzó sus mayores logros profesionales, incluso llegó a ser gangster del mes. Su prestigio en el sector era enorme, un miembro de la banda rival al que acababa de liquidar, le felicitó antes de morir por su buen asesinato. No tardó en cumplir su palabra y presentarse en mi casa. Con movimientos lentos de animal peligroso puso sobre la mesa una desgastada Biblia. La cicatriz de su cara parecía viva con las luces del sex- shop de la calle de enfrente.
– He cambiado, – me dijo-.
-No pienso volver a la sombra, sólo quiero encontrar a mi mujer. Saqué una botella de whisky y llené dos vasos. Cuando se fue guardé el revolver en el cajón, mejor ser precavido que lucir el traje sin espalda que te ponen en la funeraria.

Su mujer salió de mi habitación vestida con mi camisa hawaiana. Aún temblaba cuando se sirvió un whisky doble.

64. «Umbilicalitis»

Ya son las siete y mi dulce bebé se vuelve tremendamente irascible a medida que cae la tarde, su cabecita ya ha interiorizado la rutina:  baño, cena, a la cama y……………….al colegio. Su papá se levanta a las seis de la mañana y entonces  ella hunde la cara en la almohada sollozando ante la inminencia de lo que se avecina, su angustia es infinita, y es tan buena que se deja vestir sin rebelarse aunque rogando aterrada  entre lágrimas que por favor no la lleve al cole.

Llegamos a la puerta de la clase,  su seño me la arranca de los brazos,  la dejo “esmorecía”  y dándole la espalda me voy con su llanto clavado en el alma, pero firme en mi decisión.

Después de mes y medio se acercan las vacaciones de Navidad, me asusta pensar que tenemos que volver a empezar……

Cumplió los tres añitos el día de Nochevieja y  de nuevo volvimos a las clases. Esta semana  ha ido de excursión a una granja escuela ( el cordón umbilical ya se ha alargado), regresó a las cinco de la tarde, casi dormida en el autobús pero FELIZ  y en sus manitas una manualidad para su mamá.

63. De vuelta (Patricia Collazo)

Espero hasta el último momento para apretar el botón de próxima parada. Si alguien se pusiera en pie para bajar detrás de mí, me echaría a temblar y no me atrevería a hacerlo. Pero por suerte soy la única que abandono el autobús.

Cuando mi pie toca el bordillo de la acera se inicia la carrera.

La calle se convierte en un bosque impenetrable. Un bosque cuyas ramas ocultan la luz de las farolas, cuyos cientos de ojos acechan mis pasos, cuyas pisadas furtivas, murmullos socarrones, croares y chillidos me erizan la piel.

Los pies se me enredaban en las abultadas raíces. Tropiezo, caigo y me levanto a la vez. Una trampa a la que el bosque me somete siempre que cojo el Búho. Y, aun sabiéndolo, soy incapaz de caminar, necesito correr. Sé que el bosque me echará a las fauces de una jauría en cuanto me detenga. Que los lobos hambrientos me devorarán sin piedad. Y que, como si los depredadores no fueran ellos, por la mañana todos me culparán a mí por haberlo permitido, por no haber gritado lo suficiente, y porque las niñas buenas no cruzan el bosque pasada la medianoche, y menos aun llevando minifalda.

61. Amor ciego

Aún tiembla al cerrar la habitación del hotel. Se quita la ropa y evita el espejo del armario. Sabe que él todavía la busca. Se deshace de su melena a tijeretazos. Los mechones cortados se le pegan en los pies cuando se da la vuelta para mirarse. Se estremece al recordar sus manos dibujando el mapa de lunares de su pecho. Uno a uno, los arranca, hasta que la sangre se une al pelo formando una masa viscosa. Ahora no podrá reconocerme, piensa. Hasta que el espejo le devuelve el verde de sus ojos.

60. El paraguas vengador (Rosy Val)

Lleva toda la mañana triste y al ir a colgarse el bolso se le ha escapado un gemido de dolor. Se ha ido a trabajar sin mí y me ha cambiado por otro, claro, después de lo de ayer yo también ando algo resentido. Al menos hoy no tendrá que ocultar su cara, sus lágrimas se confundirán con la lluvia.  

Anochece y el otro deambula nervioso por la casa. Las baldosas del pasillo tiemblan. Su reloj tirita ante un acoso constante. Cuando por fin aparece la increpa fuera de sí. Ella recula asustada y acorralada de espaldas a la puerta trata de defenderse: que no ha sido culpa suya que salió más tarde del trabajo y perdió el autobús. Entonces me saca del paragüero y me levanta en alto…

Cómo me gustaría llevar un arma secreta dentro de mí, como la del protagonista con traje y bombín —el de aquella serie de los años sesenta—, y acertarle de lleno en el corazón.

Pero esto no es una película.  

Ayer me rompió dos varillas. Hoy sé que me dejará inútil, para siempre. 

59. UN INSTANTE DE VALOR

En el instituto, unos chicos la han tomado con él. Cuando nadie los ve, le obligan a darles dinero y se divierten a su costa. Al grito de mariquita, le acorralan, le tiran al suelo y le pegan patadas hasta que se hartan. Mientras, lo graban todo con sus teléfonos móviles y  después, al verlo en las pantallas, se parten de risa. Orgullosos de su “hazaña”, no tardan en enviárselo a otros colegas.

Desde que le amenazaron con dejarle sin lengua si no guardaba silencio, se ha quedado sin voz. Anda todo el día cabizbajo, muerto de miedo, le sobresalta cualquier ruido, se esconde en los rincones, huye despavorido cada vez que ve una sombra…Al llegar a casa, sus padres, ajenos a todo, ni le miran, sólo  le riñen por sus malas notas. Él no dice nada, se encierra en su habitación y no para de llorar. Se siente perdido, la angustia le asfixia, no sabe qué hacer, ni a quién acudir… no ve otra salida que la de marcharse, desaparecer. Sabe que no será difícil, para este viaje no necesita ni billete, ni maleta, le bastará con tener, por una sola vez, un instante de valor.

58. NO PUEDES HUIR DE LA MUERTE

Sentí que mi boca se desencajaba y como una fría losa pesaba sobre mi cuerpo. ¿Qué hacía allí, cómo había llegado? Muchas preguntas para las que no hallaba una respuesta. Las rodillas se me doblaron y caí de bruces contra el suelo. Temblé de miedo. ¿Quiénes eran esas mujeres? ¡Parecían hilanderas¡.

Penetré en la inmensa oquedad de una cueva sin ninguna dirección. Mis pasos eran torpes y mi mente se negaba a ver la verdad. ¡Estaba en las puertas del averno!

Mi corazón gritaba de una forma absurda y continúa; llega hasta el final de la gruta, no es oscura ni tenebrosa solo silenciosa… huye. La ansiedad se apoderó de mi cuerpo, sin embargo mi mente pensaba en aquellas mujeres junto a la rueca. ¿Qué narices hacían en un lugar así?

Noté en mis labios el cargado sabor de la sangre. La mano mortífera de la parca se acercó alcanzándome de lleno en el pecho provocando quejidos y náuseas. Tras varios espasmos dolorosos, la muerte abrió sus brazos y fue entonces cuando mis labios pronunciaron sus últimas palabras, a la vez que mis ojos sentían el rostro del diablo y la sonrisa de las hilanderas; estoy en el infierno.

57. NIVELES DE MIEDO (J.A. IGLESIAS)

Caí, volando de bruces, sobre el cráter producido por un obús.

Mi compañero salto tras de mí. Vimos reflejado el miedo en nuestros ojos. Él me rodeó con su brazo, en un acto protector.

Otro cañonazo <<demasiado cerca>>. Ahora no podía oír estruendos, ni disparos, ni alaridos de dolor. El silencio, en medio de aquel tumulto desgarrador, tornó la visión mas insoportable, hasta el punto de paralizarme de terror.

La adrenalina me hizo reaccionar, teníamos que seguir a la orden de ¡avanzar, avanzar, avanzar!.

Sentí el brazo de mi compañero aún sobre mí. Cogí su mano para animarlo a seguir, al tiempo que me giré hacia él.

Creía que el miedo no podía ser más intenso, me equivoqué, vi que su brazo era lo único que quedaba de su cuerpo.

Intente levantarme, ¿por qué no podía?. Miré hacía atrás.

Pensé que el miedo alcanzo su máxima expresión, volvía a equivocarme, mis piernas ya no estaban.

Una mano estrechó la mía, elevándome al borde de aquella fosa sepulcral. Era mi compañero.

Observé en el interior del cráter, mi propio tronco junto a aquel brazo y otros cuerpos mutilados.

La ansiedad se había evaporado, ya no sentía ningún sentimiento de miedo.

56. Post Mortem

No debería sentir frío y sin embargo estoy helada. Me repugna el olor a casquería  mezclado con desinfectante y oírles hablar así  me angustia y entristece a la vez. Para ellos solo soy una mujer caucásica, de unos 35 años de edad. Por la forma y tamaño del útero, calculan que tengo un par de hijos. Me gustaría gritarles que sí, que los tuve y que todavía duelen. Dictaminan que mis prótesis mamarias son de 350 centímetros cúbicos con unos diez años de antigüedad y que el contenido de mi estómago se reduce a una papilla semilíquida de color amarillento. La causa de la muerte es clara: sobredosis de alcohol y barbitúricos. Respecto a que mi corazón no presente lesiones aparentes, sinceramente, no estoy de acuerdo.

55. EXTRAÑAMIENTO (Belén Sáenz)

¡Cómo tiemblas, chica! ¿Estás asustada?

La señora no desatiende sus bolsas de la compra; el caballero apenas levanta la vista del móvil. Yo rebusco en los agujeros negros que horadan mis nervios desquiciados. Estoy en el andén, así que he metido el billete en el torno y bajado las escaleras mecánicas. Demasiado tarde. El hormigueo que me paraliza la garganta se propaga al resto de mis miembros. Es como mirarte en un espejo y extrañar tus propios gestos, lentos e inéditos.

Intento en vano despegar la lengua del paladar para responder a la amabilidad del caballero, de la señora. Y esa imagen mía que ya imaginaba ajena se distorsiona más, distanciándome de las demás personas.

Un lejano traqueteo y la megafonía anuncian la llegada del metro. Entonces se acercan. El caballero o la señora, preocupados porque estoy demasiado cerca del borde. Me rozan las mejillas encendidas, me agarran los puños apretados. No lo soporto. Sin pretenderlo, con una fuerza sobrehumana sobrevenida, arrastro al caballero de las solapas, empujo a la señora por los hombros. En el último relampagueo de sus miradas busco la paz y el descanso que ansío. Solo encuentro el miedo y la angustia que ya conocía.

54. Pesadillas (Marta Navarro)

Los terrores nocturnos se habían convertido en rutina habitual. «No pasa nada cariño, son solo pesadillas», la tranquilizaba cada mañana mamá. «Los monstruos no existen, mi niña, no pueden colarse en tu cama», le guiñaba un ojo papá. Ella sorbía despacito el colacao, ensayaba en su rostro una sonrisa y fingía ser valiente. Camino del colegio, trataba de sacar al monstruo de su cabeza. Lo intentaba con todas sus fuerzas pero era tan difícil… ¡Si al menos su cara no fuera tan parecida a la de papá!, musitaba en silencio. Y un pinchazo de culpa anudaba al instante su garganta.

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