Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

QUIJOTERÍAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en QUIJOTERÍAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el tercero serán QUIJOTERÍAS Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE MAYO

Relatos

43. Punto de inflexión (Luisa Hurtado)

Lo recuerdo bien: llamaron a la puerta, me encontré con la cara de tristeza de El Chato y adiviné lo que había ocurrido. Después retrocedí algunos pasos hasta dejarme caer en una silla del comedor y dejé que las lágrimas comenzaran a cubrirme el rostro. En realidad fue todo muy fácil, había pasado demasiado tiempo guardándolas y solo tenía que dejarme arropar y seguir las indicaciones que me daba su familia, como era costumbre. Cuando me tranquilicé un poco, no obstante, osé pedir dos cosas: unas gafas de sol y que mi vecina Carmen se ocupase de la niña, aún en la escuela.
Fue un instante perfecto que él muriese en el trabajo, un deseo cumplido que no me había atrevido a confesar nunca; y ni tan siquiera tuve que mentir o disimular, todo lo que lloré en su entierro fue en recuerdo de sus palizas; ahora, en cambio, pasados unos meses y viviendo con Carmen, lo que no pierdo es la sonrisa.

42. Gemelos

Nadie sabe apenas nada de mi existencia. Hace años que marché del pueblo en busca de porvenir. La familia, en lugar de expandirse, tendió a contraerse, de los hermanos que fuimos, solo quedamos dos. Del último me mandó recado a primera hora de la mañana Juanito, amigo común de la infancia de ambos, donde me informaba de su deceso.

Hizo falta poco para hacer la maleta y poner rumbo al aeropuerto con destino Madrid. Con un poco de suerte, llegaría a la ciudad de madrugada.

Amanecía cuando, exhausto, llegué al tanatorio vacío a esas horas. En la penumbra, me acomodé en silencio velando a mi hermano. A mi mente vinieron nuestras travesuras de niños, nuestros intercambios en el colegio cuando Don Mariano preguntaba la lección, incapaz de reconocernos. Las dobles guardias en el cuartel, para que el otro librara el día entero en la mili, sin que el sargento sospechara. Una vida resumida en pocos minutos y muchos recuerdos.

Unos pasos pausados que se acercan me devuelven a la realidad. Al voltear la cabeza, a la viuda casi le da algo al creer sentado a su marido en el banco de la primera fila contemplando el ataúd, que supone vacío.

 

 

 

41. Rituales (Francisco Javier Igarreta)

A primera hora, Bernardo tuvo que dar el callo en un entierro de excesiva pompa para tan efímera circunstancia, pensó emulando la ácida socarronería de Eustaquio, su antecesor en el cargo. Él le había enseñado a relativizar la transcendencia de su oficio. Amén de a liar un cigarro, como si fuese un ritual.

Precisamente hoy se cumplían dos años de su defunción. Qué mejor manera de honrar su memoria que liando un pitillo con aquella actitud suya, casi sacramental.

Al pie de su tumba, Bernardo sacó la picadura y un librillo Abadie, moldeó una hojita entre sus dedos y distribuyó las hebras en el nicho de papel. Después las envolvió con él, ensalivó su borde engomado y selló el canuto. Una vez compactado lo colocó en sus labios y activó el chisquero. Al segundo intento afloró una llamita agonizante, suficiente para cebar el cigarro. La primera calada le llegó al alma. Bernardo retuvo el humo hasta el límite de su capacidad. Cuando sus alveolos pulmonares detectaron la mordida de la nicotina, lo fue expulsando. Voluta a voluta, el humo debió de alcanzar el más allá. En medio del sepulcral silencio se escuchó un lejano carraspeo.

40. Paradoja

Cuando le ofrecieron la inmortalidad, aceptó con entusiasmo todo lo que una existencia eterna prometía. Disfrutó de instantes memorables: un cometa que pasaba cada cien años, ver el mar, un vuelo en avión, todo era una novedad. Pero el paso del tiempo le robó su capacidad de asombro y lo que antes eran maravillas ahora es rutina.
Se había negado al amor. El dolor de perder a un ser querido era un precio demasiado alto. Sin embargo, con los años, entendió que los momentos verdaderamente irrepetibles nacen del afecto: un primer «te quiero» o el primer llanto de un hijo recién nacido, pero también el primer silencio cómplice y las primeras risas de una broma privada. Momentos que vivía de manera única con cada persona.
Ha pasado los últimos años (¿siglos?) acumulando esos instantes. Primeros besos y vocecitas infantiles diciendo «papá» se suceden en un ciclo inacabable y le dan fuerzas para seguir adelante, como sorbos de agua en el desierto. Y con cada historia, llega invariablemente el desenlace. El momento más único, el que descubrió que más saciaba su sed. Aquel en que, cuando sus manos temblorosas quiebran la garganta, escucha el último suspiro del ser más querido.

39. TIMON LEPIDUS (Rosa Gómez)

El lagarto trepa por la roca en busca de los primeros rayos de sol. En su cenit confluyen el cielo y la tierra. Tras varios días lluviosos hoy amanece despejado. Un paisaje de colores lavados se revela a la vista, el canto de los pájaros se pega al oído, olores de humedades recientes se dispersan insuflados por el viento.

Nuestro amigo, siente fuerzas renovadas y solo desea una cosa para completar el espectáculo, que ocurre mientras la piensa. A su lado aparece el compañero de solarium: un hercúleo adonis de “la especie reptiliana”. Mira de reojo y lo ve ausente, ofrecido al mundo. Exhala feromonas que impactan en sus orificios nasales. En ese punto, incapacitado para la contención, decide acoplarse sobre el otro de un salto. Abortado, porque entra en escena una despampanante lagarta contoneando su palmito.

El lagarto se siente chof al ver cómo desaparecen los dos en la espesura.

Pero él no va a llorar, al contrario que sus parientes lejanos, prefiere disfrutar del momento.

(Es posible que Lorca hubiera aprobado su actitud).

38. La boda secreta de papá y mamá (1973)

A las doce del mediodía y debido a las circunstancias, la boda se celebró a puerta cerrada. El mesurado sacerdote ofició una ceremonia breve pero también emotiva, y no faltaron las lágrimas ni la emoción en el rostro de los cohibidos contrayentes. Actuaron como padrinos el afable sacristán y una joven catequista, y como testigos se ofrecieron voluntarias dos asiduas parroquianas a las que se rogó discreción.

Tras el enlace y posterior rúbrica del acta, se brindó con vino de Misa en la sacristía y mi padre, agradecido, depositó un generoso donativo en el cepillo de San Expedito. Luego, emprendieron camino a casa con el certificado de viudedad de mamá bien doblado y el flamante libro de familia en el bolsillo. Ese día, para celebrarlo, comimos cocido lebaniego y flan tieso.

A la mañana siguiente, Adri, Toñi y yo —muy contentos y algo retadores— exhibimos y después entregamos, en la secretaría de la escuela, la fotocopia del tantas veces requerido documento acreditativo. Nos encantó demostrar a la rígida directora que éramos una familia en toda regla. Y aunque al salir sentimos su mirada acusadora clavada en nuestro tierno espinazo, aquel fue el momento más feliz de toda nuestra infancia.

37. Liberación (Alberto BF)

Por fin llegó el día de la despedida, aunque tú, cariño, no lo sabías.

Acudiste puntual, con tu ramo de margaritas de las reconciliaciones. Yo, por primera vez, llegué a mi hora, maquillada con esmero para disimular las oscuras marcas de tu amor.

Caminamos hacia nuestro rincón secreto. Mientras escuchaba con poca atención cómo me pedías perdón por enésima vez en los últimos años, mi mano jugaba en el bolsillo con la bonita cadena que me regalaste en nuestro aniversario.

Fue un detalle que te colocaras delante de mí; así facilitaste que tu regalo rodeara por completo ese cuello varonil que tanto me gustaba. Entonces comenzó mi ansiada liberación:

Qué impactante el quejido de un hombre que implora clemencia mientras se ahoga.

Qué hipnótico el brillo de la plata al asfixiar implacable una garganta impróvida.

Qué pacífico el descanso inerte de un cuerpo que convulsionaba agitado segundos antes.

Pero, por encima de todo, qué apropiadas son las margaritas cuando te despides para siempre del amor de tu vida.

36. PROGRAMA DE TARDE (Rafa Olivares)

Decidimos regresar a Roma. La centuria de Cayo Livio ya había cedido, el ejército enemigo nos superaba en número, tenía el viento a favor y nuestros legionarios de vanguardia se habían declarado en huelga de escudos caídos. Además, si apretábamos el paso aún podríamos llegar al Coliseo, donde esa tarde se clausuraba la semana de festejos en honor a Marte, con la intervención de Espartaco contra tres gladiadores nubios, y a continuación con la comida de los leones, que ese día tenían de menú a un grupo de Adventistas. Del Séptimo Día, claro.

 

(RELATO FUERA DE CONCURSO)

35. Día uno

Mi existencia había consistido en una sucesión de momentos placenteros dentro de un mundo inalterable. No necesitaba nada porque todo lo que era necesario lo tenía a mi alcance. El ritmo de mi vida tenía una cadencia lenta, suave y dulce. No había alteraciones de ningún tipo, tan solo mi normal crecimiento que me convertía poco a poco más fuerte. Era como flotar en la mas absoluta de las felicidades. Paz y amor conjugándose en perfecta armonía.

De repente todo cambió. Irrumpieron estrés, impaciencia, temor, agonía, sufrimiento. Todas estas sensaciones me llegaban primero lejanas, después algunas de ellas las pude sentir en mi cuerpo. Una manos me agarraron de la cabeza y tiraron de mí. Intenté hacerme fuerte, esconderme en el que había sido mi hogar, pero no pude ofrecer resistencia, el poder de esas garras era inmenso, me arrastraban hacia una luz insoportable que me cegaba. Grité con todas mi fuerzas, pero fue inútil. El frio recorrió mi piel sin piedad. Me vi rodeado de unos seres verdes que me aterrorizaron y me alejaron del rincón que había habitado. Todo concluyó cuando cortaron el vinculo que me unía a mi confortable universo.

34. La cobardía y un destino

Tomé la decisión más difícil de mi vida, y mi vida era ya larga. Ayer cumplí ochenta años y al mes que viene hacíamos, este muermo y yo, cincuenta y siete de casados.

No era aburrido porque fuera viejo, siempre fue así, pero cuando le conocí tenía unos ojos muy bonitos y buen carácter. De mayor se volvió cascarrabias y el brillo de sus ojos se empañó por unas cataratas que nunca se quiso operar, porque además de cascarrabias era un cobarde. Aunque más cobarde soy yo, porque nunca me atreví a matarlo.

Ayer me despertaron sus ronquidos infames y, cuando mis piernas respondieron, me levanté, desayuné tranquila mirando el cuchillo con el que cortó anoche unas lonchas de jamón; como el médico le había dicho que no podía comer grasa, dejó allí los hilillos de tocino y ahora me tocaba a mí limpiar. Pero antes agarré el cuchillo y avancé despacio por el pasillo, el muy cerdo ya había dejado de roncar, justo después de fastidiarme a mí el sueño. Cuando me acerqué a la cama con el arma en alto, me di cuenta de que también había dejado de respirar.

33. Partos difíciles

Ahí. A ese momento volvería para quedarme. Al instante en que por fin te tuve entre mis brazos, después de meses de espera que se me hicieron eternos. Ahí volvería. Al segundo en que sentí la emoción de reconocernos con la mirada. Mis ojos oscuros y tus ojos azules. La ternura que papá captó en la cámara de su móvil. Recuerdo que los dos lloramos de felicidad. Y tú, que ya sabías sonreír, habías llegado, sin saberlo, para cambiarnos la vida.

«Te llamaremos Elsa», muy bajito te susurré al oído. y horas después volábamos lejos, dejando atrás el frío y la soledad del orfanato.

32. NACER (Paloma Casado)

Te lleva un tiempo transitar por ese túnel palpitante en busca de la luz. Al fin, alguien te ayuda a salir celebrando tu llegada: primero la cabeza, enseguida los brazos y el resto del cuerpo, tan pequeño, tan perfecto y, aunque ya era sabido, ese alguien proclama tu sexo como si se tratara de un ritual. Lloras por el esfuerzo y quizás por sentirte expulsado de ese mundo acuático donde eras un príncipe pez. Recobras la calma sobre el vientre redondo de tu madre que es calor y latido de su corazón cercano, el compás con el que te mecías. Han cortado el cordón que os unía, aunque el otro, el que no puede verse os tendrá siempre conectados. Ahora ella introduce en tu boca una carnosidad pequeña y suave, como hecha a tu medida, de la que surge un líquido templado que instintivamente comienzas a succionar. Ya saciado, sientes una placidez calma con la que te vas quedando dormido. Así comienza todo, pero no serás tú quien narres el inicio de tu vida ni tu muerte, los dos actos en que eres protagonista serán parte de la memoria de otros.

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