Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

37. El hado (Susana Revuelta)

Vemos con alivio a la mosca desenredarse de la telaraña o al topo que, huyendo de un zorro, logra por los pelos alcanzar su madriguera. Y nos alegra que el depredador se quede por esta vez sin su almuerzo. Fijémonos ahora en ese polluelo de mirlo, impaciente por que regrese su madre con un gusano en el pico. Hambriento y sintiéndose preparado para el vuelo, va y salta fuera del nido listo para planear en el aire con sus alas recién estrenadas. Pero ¡ay! los dos muñones cubiertos de plumón aún están sin desarrollar, no se abren y cae derecho al suelo. Con suerte, ahí abajo habrá un lecho de hierba y hojas secas, su madre no andará muy lejos, oirá sus piidos, lo rescatará y lo llevará de vuelta a la seguridad del nido, quedando todo en un susto y una buena reprimenda.

Habrá sido una bonita lección para este polluelo temerario: en esta vida hay que ser prudente. O habría sido si, en su caída libre desde la copa del árbol, no se hubiese golpeado con las ramas, rompiéndose todos los huesos, antes de estamparse sobre la tierra dura y seca justo cuando pasaba por allí una comadreja.

(Fuera de concurso)

36. Ritual de apareamiento.

Lo esperó inmóvil, con el vientre tenso de anticipación. Sabía que vendría. Todos vienen. Siempre.
No por ella, sino por el eco de algo antiguo que nadie recuerda, pero todos obedecen.

Él caminó sin darse cuenta de las señales: el aire quieto, los restos de otros. Entró. La tocó, y ella lo dejó hacer.

Lo recibió en silencio, envolviéndolo sin manos, sin prisa. Cada roce era una atadura invisible. Cada suspiro, un nudo nuevo.

Él no entendía por qué su cuerpo se volvía pesado.
El amor sucedió como debe: con lentitud, con saliva, con fuego. Él se rindió todo. Ella lo rodeó con sus piernas largas, lo inmovilizó con caricias exactas, y cuando él cerró los ojos, creyendo que dormía en brazos de una diosa, lo atravesó.

Sus hijos, dormidos hasta entonces, despertaron uno a uno, hambrientos, ordenados.

Descendieron del techo como gotas, rodeando la ofrenda. Con cuidado, ella recogió los restos blandos y los repartió con ternura.

En la penumbra, bajo las hojas, una viuda negra se relamía las patas. 

Tejió una hebra nueva.

Y volvió a esperar. 

35. Diario de un espermatozoide

El continuo vaivén aumentaba la agitación en ambos boxes. A pesar del creciente bamboleo, me esforzaba en anudar por pares las colas de todos los rivales que podía, o en indicar mal la salida a los demás aprovechando su confusión. Con un asombroso repertorio de artimañas conseguí, finalmente, abrirme paso hasta la primera línea. Se me daban muy bien, salían naturales. Cosas de la genética.

Y salimos todos propulsados. Muchos se estrellaron contra las paredes y la desorientación casi agotó al resto. Yo aún conservaba mis fuerzas cuando nos acercamos a la enorme esfera que nos aguardaba.

Me escapé del pelotón entre empujones y fui el primero en penetrarla. Era un lugar complejo, confortable, repleto de cosas flotando. Allí me sentía pequeño y con la ancestral necesidad de establecer un lazo helicoidal, surgida de vete tú a saber dónde. En medio de un abrumador puzle de códigos entrelazados, todo se empezó a recombinar. Comencé a sentir que mi esencia abandonaba todo vestigio de modestia y se preparaba para ocupar el centro de la creación.

Nuestro protagonista ya ha cumplido. Ahora tú, querido lector, tienes que adivinar qué perturbador animal surgirá de este desoxirribonucleico follón.

34. El arca de Eva

La llaman Unidad de Redención Zoológica, pero nosotras preferimos “el zoológico de las rebeldes».

Cada reclusa recibe un animal. A mí me ha tocado una criatura extraña: pequeña, desdentada, frágil. No camina, no caza, solo llora. Las demás se ríen de mí. Una tiene un osezno, la otra un lince. Y yo, esto. Sin duda, un castigo adicional.

Nuestra misión es cuidarlos. Estamos aquí para proteger lo que la humanidad ha destruido. Educación medioambiental, lo llaman. Pero nadie nos ha preguntado si queremos redimirnos.

Los días pasan y la criatura solo come y duerme. A veces parece sonreír. Me mira con sus inmensos ojos marrones y yo siento que algo se remueve en mi interior. Algunas reclusas me observan con recelo, otras con algo que parece envidia.

Pasan los meses y sus animales crecen, se hacen fuertes, se vuelven independientes. El mío sujeta mi dedo índice con su manita y, con voz aguda, me llama mamá.

33. Los ojos del cocodrilo

Víctor, una persona constante y muy meticulosa, trabajaba sin descanso dedicado a un arte heredado de su familia. Todo en su taller estaba ordenado: los escarpelos, las tijeras y demás utensilios necesarios. Los líquidos para limpiar y conservar las pieles de los animales, bien clasificados.

Decenas de cabezas colgaban de las paredes; le observaban con ojos de cristal: búhos, ciervos y tigres, sus piezas más perfectas.

Pero él no se conformaba con la perfección externa ya lograda, quería llegar más lejos, entrar en el alma del animal, devolverle la vida. Poder llegar a ello le provocaba una sensación inmensa de poder.

Después de muchos años de pruebas y fracasos, se decidió con la definitiva en el cuerpo del cocodrilo, su obra por excelencia. Y es que los ojos de aquel reptil no parecían estar fijos, ni daban sensación de frialdad. Reflejaban emociones.

Fue entonces cuando el cocodrilo parpadeó y, mientras  se frotaba las manos de satisfacción, se le ocurrió la idea de regalárselo al impresentable de Fermín, su cuñado. Aunque antes tendría que afilarle bien los dientes.

32. ¿QUEDA ALGUIEN CON VIDA?

Quito la llave del contacto y los cinco que formamos el equipo médico bajamos del vehículo. Gritamos palabras sin eco que desfallecen nada más pronunciarse. Pero volvemos a gritarlas: ¿Alguien puede oírnos?

Las cordilleras de escombros por las que trepamos no distinguen hospitales de escuelas, funerarias de guarderías. Si hubo parques o jardínes, avenidas o callejones, nunca lo sabremos. Me vuelvo a preguntar en qué clase de animales nos hemos convertido. Pero no, ellos no son capaces de esto. No se autodestruyen como nosotros.

Gritamos y volvemos a gritar: ¿Alguien vivo? Y, entonces, ocurre. Un instante. Un sonido. Nuestros corazones que se encojen. ¿Es posible que haya supervivientes en esta devastación? Y se hace real, despacio, ante nosotros y el silencio. Mantiene las distancias. Huesos y piel. Desconfía. Se aleja para volver a acercarse. Cómo confíar en la peor criatura a la que se puede enfrentar un ser vivo.

Ahora podemos verle. Ojos secos, hambrientos. Ojos vivos. Él, que en otro tiempo debió ser un perro, nos mira sin saber bien qué decir.

(Basado en el testimonio de Stephan Dujarric, Naciones Unidas, en Gaza: «Cuando finalmente se autorizó la misión ayer, no se encontró a nadie con vida”).

31. EL INFLUJO

El anciano se queda algunas noches como un tonto mirando la luna. Apenas parpadea. Sus ojos surcados de cráteres viajan miles y miles de kilómetros. El molesto regolito, finísimo y gris, le sirve como excusa para frotarse los ojos y esconder, de paso, las lágrimas que se le escapan. Las huellas que una vez dejó allí desaparecieron hace tiempo. Pisadas que un día fueron un hito pero que hoy la mayoría minimiza, o ni siquiera cree. El viejo se retuerce de frustración y de rabia. Sus pupilas dilatadas se convierten en el espacio mismo, negro e insondable. Un aullido largo y sentido pone fin a sus ensoñaciones. Se adentra en el bosque. Su pelaje de plata desaparece en la espesura.

30. Instinto

Esmoki ladraba con firmeza aunque sin la energía de antaño, esa jamás volvería. Su cabeza apuntaba con la seguridad de la experiencia hacia un hueco en los escombros. Su pelo, escaso y ajado, realizaba un esfuerzo por tensarse aparentando una emoción que había dejado de sentir.

Sus acompañantes miraron el agujero y desecharon la idea de mover los cascotes, si bien la última sacudida aconteció una semana atrás, todavía podía haber algún sobreviviente, también decenas de fallecidos, pero no les interesaban, serían tan solo competencia en busca de un alimento ya escaso y huidizo.

Esmoki insistía ladrando alrededor del socavón intentando con sus macilentas patas apartar tierra. Una mano emergió de la profundidad y el perro se lanzó a por ella. Sin ninguna resistencia se desprendió del brazo. Con su trofeo en la boca corrió a sentarse apenas unos metros más allá y, agotado por el esfuerzo, comenzó a dar gruesos lametones a su comida.

Sus acompañantes, al unísono, comenzaron a taponar la grieta con las pequeñas rocas que podían levantar, algunos ni siquiera fueron capaces de eso. No debían arriesgarse a que nada saliera de allí. Se volvieron y miraron a Esmoki, tal vez había dejado de serles útil.

29. Instinto maternal (Aurora Rapún Mombiela)

Mamá pata tiene mala memoria. Ordena a sus patitos en fila. No quiere que se le despiste ninguno.

Mamá humana recoge a su hija y emprende el viaje a la hora prevista, siempre puntual.

Mamá pata sale de su charca, seguida de cerca por 6 pompones amarillos: 1, 2, 3, 4, 5 y 6. Están todos. Empieza la excursión.

Mamá humana se asegura de que esté todo correcto: cinturones, retrovisores. Se pone en marcha.

Mamá pata mira bien antes de salir de la zona de cañas.

Mamá humana no sobrepasa el límite de velocidad.

Mamá pata y sus seis algodoncitos se balancean sobre sus patas: uno, dos, uno dos.

Mamá humana no tiene tiempo de frenar. Tras ella circulan tres coches más.

Mamá pata mira hacia atrás sobresaltada. Algo no cuadra en su perfecta fila de patitos: 1, 2, 3, 4 y 5. Repasa. Parece que están todos. 

Mamá pata y sus patitos continúan hacia el lago que hay al otro lado de la carretera. Uno, dos, uno dos.

Mamá humana se tapa la boca horrorizada. 

A través del espejo retrovisor se asegura de que su hija, dormida en el asiento de atrás, no se haya enterado de nada. 

28. EL OLOR DE MI VIDA HAS SIDO TÚ (Jesús Alcañiz García)

El amor de mi vida sigues siendo tú.

Por lo que más quieras, no me arranques de ti.

De rodillas te ruego, no me dejes así.

Camilo sesto

Señalo con la pata un coche que apesta a hachís, se ponen tan contentos y me dan mi mordedor. ¡Me encanta cuando me traen a la aduana! ¡No se me escapa ni uno! A ver este… ¡PERO SI ERES TÚ! ¡Te reconocería entre millones! Un día nos bajamos del coche en una carretera y te olvidaste de mí y salí corriendo y no te alcancé y te busqué y te busqué y no te veía y me moría de pena hasta que me encontraron unos policías. ¡TÚ! ¡QUÉ ALEGRÍA! Me vuelvo loco, me acerco moviendo la cola, araño la puerta, te hacen salir y te recibo de pie para lamerte la cara, tan contento, pero tú ni me dices Rufo, Rufo, ni me acaricias ni nada, me apartas enfadado como si no me conocieras y te llevan lejos de mi vista. Mordisqueo el mordedor sin ganas, que lo sepas, te llevo siempre en mi olfato y no dejaré de buscarte allá donde estés.

27. HERENCIAS Y SUCESIONES (IsidrøMorenø)

Los simios heredaron el planeta tras la caída del Homo Sapiens. Se juraron no repetir los errores humanos.

Y lo lograron durante casi tres semanas.

Luego, empezaron las guerras; las redes sociales; el culto al mono musculado; el “Negacionismo Darwinista”.
–¡Descendemos de humanos! —defendían unos.

–¡Falso! ¡Somos divina creación de César Primus! —gritaban otros con casquetes de coco en el cogote.

Luego vinieron los debates televisados entre gorilas populistas y chimpancés influencers. Se privatizaron selvas y mares. Al orangután medio ya no le interesaba trepar árboles, sino comprar propiedades en Marte –como los famosos─  y procurarse una buena jubilación en tan exótico planeta.

Surgieron dos predominantes doctrinas. Lo que en principio intentaba unir a todos los simios, acabó pronto en desavenencias, guerras y luchas intestinas. Unos seguían las enseñanzas de “Cesar Primus El Iluminado” y otros, más moderados, estudiaban las ideas y creencias de “Cornelius El Precursor”.

Finalmente, tras siglos de avances tecnológicos e involuciones mentales, un botón rojo fue presionado, ¿por error?, durante un TikTok.

Y fin.

Solo las ratas bailaron, ¡otra vez sin depredadores! Serían las siguientes dueñas de La Tierra.

Una cucaracha guiña el ojo. Sabe, por experiencia genética, que ellas sobrevivirán. Y se acerca su turno.

26. SUPERSTICIONES (Mariángeles Abelli Bonardi)

Cuando lo trajo a casa, era un pomponcito oscuro en brazos de mi hija. Ella enfermó y él se quedó en su cama, echado cerca, como queriendo curarla, ronroneando sobre su cabeza…

Haiku hace honor a su nombre: metáfora del silencio, sabe ser buena compañía mientras ella escribe, mientras yo tejo, y cuando no se lo ve, es porque se camufla, y más que bien, en alguna sombra…

Gatos negros… En la Edad Media los cazaron hasta casi exterminarlos, y gracias a eso se esparció, rápidamente, la Peste Bubónica… y por lo visto, aún hoy, la superstición persiste, porque junto con los perros negros, son los últimos animales en ser adoptados…

– ¿Y no le da miedo tener un gato negro? – me pregunta la empleada doméstica.

– ¡Nelly! – exclamo – ¡No me diga que usted cree en esas estupideces…!

– ¡Ay, no, señora! – me contesta, pero igual lo mira con recelo…

 

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