Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

66. Así nacen los héroes

Lo miró un instante y observó su cara de terror. Un curioso burbujeo removió su estómago, y notó una sensación de calor ascendiendo desde sus pies hasta las orejas, tan intensa que lo obligó a detener sus pasos.

Sabía que solo tendría una oportunidad antes de que aquel abusón propinara un puñetazo al chico arrinconado del patio. Pero, a veces, en el  fragor de las batallas más nobles cuesta calcular la distancia con el enemigo, y el destino ya había decidido cómo habría de librarse el combate. Antes de que aquel puño en vuelo rasante encontrara su objetivo, se estrelló de lleno en la boca de la barrera humana que nadie vio llegar. A Miguel nunca se le dio bien controlar los tiempos.

La herida sangrante y sus ojos desafiantes fueron suficientes para persuadir al matón, pero lo que realmente le acobardó fue la firme promesa de delatarlo al director.

Con una paleta menos y la férrea decisión de cambiar las cosas, volvió a entrar en el colegio.

A pocos metros, un niño tembloroso, que aún no salía de su asombro, recogía un diente ensangrentado. Lo limpió con mucho cuidado, justo antes de guardarlo en su bolsillo como un tesoro.

65. MALOS TRAGOS (La Marca Amarilla)

Deciden que ya recogerán mañana los platos, ahora lo que les apetece es tomarse un café sentados en el sofá. A la vez que ella lo prepara y acuesta a sus preciosos hijos, él aprovecha para pasear al perro juguetón y pensar un momento en la pelotera que ha tenido hoy en la oficina.

A la vuelta del recorrido acostumbrado, por fin se sientan juntos y, después de un delicioso café, él se toma una buena copa de coñac mientras ven una comedia romántica en la tele. Al poco rato se sirve otra copa, y otra, hasta acabar bebiendo directamente de la botella.

Se despierta con un intenso dolor de cabeza. Está solo en el sofá, sucio, rodeado de latas vacías de cerveza y con un pequeño transistor radiando un programa matutino, su televisor hace ya meses que no funciona.

Se tambalea al levantarse y observa que en la mesa todavía hay un triste plato, una cuchara sucia y un cazo requemado con sobras de días anteriores. Antes de ir al lavabo coge un par de analgésicos y no puede evitar mirar de nuevo la fotografía donde todavía se les ve felices, situada en un lugar preferente del mueble.

64. Nunca más (Pilar Alejos)

Se sintió muy desconcertado cuando, nada más llegar al lugar de la cita, le obligaron a tumbarse en el sofá y le arrancaron la ropa de manera violenta. Después, le ataron las manos a la espalda y le cubrieron los ojos con un pañuelo negro. Su rostro enrojeció por una mezcla de sentimientos de ira y vergüenza. La oscuridad y la incertidumbre acrecentaron su miedo. Suplicó que lo liberaran, pero no se apiadaron de él. Un sudor frío recorrió su piel y su pecho se estremeció al escuchar aquellas voces desagradables a su alrededor. Le repugnó percibir el hedor de su aliento acechando su boca y el humillante roce de múltiples manos invadiendo lo más privado de su cuerpo. Luchó por liberarse de las ataduras que le impedían defenderse. Sin embargo, no tuvo escapatoria.

Cuando todo terminó, juró que nunca más se dejaría engatusar para amenizar una despedida de soltera.

 

63. Trapos sucios (Adrián Pérez Avendaño)

Ayer, paseando por la sección de “Utensilios de cocina y Repostería” de Ikea me llamó la atención un rótulo que señalaba los cajones que había bajo la encimera y decía: “Trapos Sucios”. Al abrir el primer cajón encontré una pila de paños de cocina perfectamente doblados y perfumados, con apariencia de estar recién salidos de la fábrica. Tomé el primero de ellos y lo extendí por completo para comprobar que, en letras bordadas, había algo escrito: “Tuve un lío con mi vecina”. Tras digerir aquello, sentí una enorme curiosidad y cogí el siguiente. Lo desplegué para ver su contenido: “Perdí seis mil euros en las apuestas”. Y luego hice lo propio con otro más: “Guardo una colección de películas porno en el armario”. Así, fui sacando de la cajonera hasta una docena de trapos cuyos mensajes cada vez me desconcertaban más.

–¿Le puedo ayudar? –preguntó de repente alguien a mis espaldas.

–Solo estaba mirando, –respondí sin saber qué decir ni ser consciente de la que había liado a mi alrededor.

Conduciendo de vuelta a casa, seguía sin poder quitarme de la cabeza la absurda idea de que alguien llevaba mucho tiempo espiándome.

62. DILEXSIA

Mi médico me diagnosticó una dislexia por estrés pasajera después de acudir a su consulta, preocupado porque no lograba hacerme entender. Así descubrí que frases equivocando todo estaba tiempo el, cunfondía latres anu y atro vez, trostabaca le odren ed las pabarlas, y por qué a veces, is neiugla aíreuq emreel, abatisecen nu ojepse.

Durante la epata más aduga algunos incidentes también afectaron a mi vida privada, como cuando acabé trabajando en un edifico de oficinas distinto al de mi empresa; o las ocasiones que recogí a la salida del colegio a niños que no eran mis hijos; o todas esas noches que terminé acostándome con mi cuñada. En fin, nada que no pudiera solucionar la devolución de una nómina que no me correspondía, unas disculpas a padres más enfadados que intranquilos y una docena de rosas acompañada de un perdón y una cena romántica.

Poco a poco, como me dijo el doctor, los síntomas empezaron a remitir hasta casi desaparecer. Tan solo me han quedado unas secuelas que, más allá de algún equívoco odalsia y la recaída persistente en los hábitos adquiridos con mi cuñada, incluso sin mediar ataques de dislexia, son prácticametne inaperciables.

 

61. Engaño

Sube el volumen, muy despacio, y gira el dial buscando hallar otra emisora que no sea la que emite en el pueblo. Un día más debe conformarse con escuchar las mismas canciones y la voz engolada del locutor que lo acompaña desde hace décadas. El mismo que hoy vuelve a insinuar que el dictador está a punto de caer, que la oposición cada vez es mayor y solo queda esperar un poco más.

A él ya le da igual. Sus ideales se han ido apagando según lo hacían sus ojos. Lleva demasiado tiempo escondido en el desván y solo quiere disfrutar sin miedo del resto de su vida. Anhela pasear con su mujer, que el sol golpee en su rostro, recordar a qué huele el campo… Nadie sabe cuánto se añoran las cosas más simples cuando tu única compañía son un camastro y una bombilla minúscula.

Quizás sea mejor que nunca sepa que la guerra terminó hace años y que ganaron los suyos. Cómo explicarle con quién pasa las tardes su esposa. Cómo decirle que la voz que mitiga por las mañanas su soledad es la misma que entre risas cómplices le susurra a ella obscenidades al oído.

59. MIRADAS

Romper los espejos no ha servido de nada. Es más, ha empeorado las cosas. La mirada de la persona que nunca quise ser se ha reproducido en cada pedazo de cristal. Uno me trae los ojos del abuelo cargados de tristeza el día que me estrellé con la moto y di positivo en el test de drogas y alcoholemia. También están los ojos de la yaya —mirándome incrédulos— cuando me sorprendió hurtando unos billetes en la cartera de madre. Y la mirada de ella encubriéndome, intentado ahorrarle ese dolor: “coge el dinero que te prometí”, mintió acariciando mi rostro con una manos temblorosas como pájaros desnudos y tan frías que casi me hacen llagas. Y qué decir de la mirada que me espolea y me penetra como ninguna… La de los ojos de padre, cargada de una culpa que no le corresponde, porque él no me enseñó a odiar. Pero la que más me duele es la del animal acorralado por la vergüenza  que, rendido, me empuja hacia al camino sin retorno que se abisma desde la azotea.

58- Dile a Laura que la quiero (Manuel Menéndez)

Por los altavoces Dire Straits nos invitaban a bailar en la piscina. El olor a cloro diluía el recuerdo del curso. El verano se antojaba eterno.

Chapoteábamos y nos empujábamos como niños que éramos. Entonces llegaron ellas. Nos veíamos en clase; a veces, quedábamos los sábados. Pero cuando Julia, Mónica, Pilar y Laura nos saludaron y empezaron a desprenderse de la ropa, el mundo cambió. No recuerdo nada de las otras tres, pero los pechos de Laura…Han pasado más de treinta años y aún los veo: el bikini ajustado, quizás del verano anterior, el lunar justo encima de su pecho izquierdo, las marcas blancas… Y mi Meyba. Mi Meyba en expansión brusca, víctima de un súbito bombeo de sangre adolescente rica en hormonas. Mis amigos salieron del agua. Yo no pude. Para disimular hice un par de largos. Laura me hizo señas. Ocho largos más. Me gritaron, se enfadaron, merendaron y se fueron, llamándome imbécil, mientras yo seguía a remojo, hasta que la noche, el frío y el cansancio obraron el milagro.

Años después me entrevistaron, tras ganar el campeonato nacional de natación de fondo. Por fortuna, tenía una mesa delante cuando me preguntaron en qué pensaba durante la prueba.

57. DESGARRO

Mi cabeza da vueltas a mil revoluciones por minuto y no entiendo por qué.
Hace un instante me encontraba cuerdo, tranquilo, contemplando feliz el hermoso paisaje que se observa desde mi ventana: la orilla del mar, las olas rompiendo sobre las rocas, la gente bañándose despreocupada, el apacible paseo marítimo, los coches aparcando frente a los chiringuitos…
Y es en ese momento cuanto todo se mezcla, cuando se embarulla de tal manera que no sé que decir.
Desconozco a que se debe este estado de confusión que tanto me perturba.
Pero una sirena de ambulancia hace que regrese en mí, que durante una décima de segundo vuelva mi lucidez.
Entonces recuerdo el frenazo, los gritos desesperados de los testigos y ese aullido desgarrador de una madre, un lamento aterrador como jamás había oído.
Regresan a mi mente las terribles imágenes de la sangre que empapa un pequeño vestido rosa, la desesperación de una madre aferrándose a su pequeña desmadejada mientras los enfermeros tratan de hacerle comprender que ya es muy tarde.
Y entonces quisiera olvidarlas para siempre, para poder sumirme otra vez en esa confusión salvadora.

56. TODOS A UNA (Belén Sáenz)

No soy de meterme en peleas. Me incitó un alfilerazo de incomodidad cuando aquella mujer —que tanto se parecía a mi novia— se detuvo a mirar y luego siguió su camino sin variar el gesto. Me adentré sin pensar en la maraña de brazos y piernas, esquivando golpes e insultos mientras buscaba razones en los rostros y en las manos. Gritaba Mariano, que no levanta cabeza desde el ERE y nunca permite que le invite a un café. Vi también, o creí ver, a mi cuñado, que no es racista porque fue de vacaciones a Cuba. O si no, que se lo pregunten a las morenitas del malecón. Reconocí la gorra del Richard, el porrero que nunca hizo buenas migas con los libros. Mi madre, como si hubiéramos retrocedido mágicamente en el tiempo, se retaba a voces con la vecina. Los bultos de carne, que no parecían regirse por aliento humano, ascendían o descendían en la Noria de la Fortuna. Yo comencé a rodar manoteando, arañando, mordiendo. Reconociéndome, para mi horror, en el ímpetu acre del violento, en la saliva ácida del intolerante. Y aún sin saber cuál debía ser mi bando, como si eso fuera a cambiar algo.

55. Madrid – Benidorm

Mario y yo nos queríamos pero nuestras familias no aprobaban la relación. Cuando nos besábamos sentía ratoncitos traviesos correteando por mi estómago. Nos conocimos en un taller de repostería y, entre bizcochos y tartas de manzana, encajamos como piezas de Lego. Cansados de prejuicios decidimos huir a un lugar cerca del mar. Durante el viaje en autobús Mario se dio un atracón de de galletas Príncipe y Coca-Cola. El señor del asiento de delante podía hacerse una brocha con todo el pelo que tenía en las orejas. En el hotel nos dieron una habitación con vistas a una pared y Mario, a pesar de su miedo a contrariar a la gente, decidió bajar a reclamar. Impávido, armado sólo con la riñonera de España 82, avanzó hasta la recepción. La discapacidad que compartíamos y que hacía que la gente nos mirase con cara de pena de pronto pareció una anécdota. Con la resolución invencible de sus veinte años, decidido a no pasarle ni una más a la vida, dijo con voz clara.

– Hemos reservado una habitación con vistas al mar, y queremos una habitación con vistas al mar.

Aquel día supe que los héroes también llevan riñonera.

 

54 Entretelas (Rafael Loscertales)

Hoy, de nuevo, he salido del mercado con otra mamá. Todos los días alguna señora me dice cosas —que si estoy más alto, más guapo, más mayor— y entonces busco una falda, hundo mi cara en ella y no miro nada más. Y es que todas llevan ropa parecida y huelen igual de bien: a pan recién hecho, a mermelada de besos, a caricias de canela. Como no me atrevo a mirar por si la señora sigue ahí, hasta que no salimos a la plaza no me doy cuenta de que mi mamá ha cambiado. No digo nada, por vergüenza, porque se está muy bien, y sigo agarrado. No soy el único. Después de charlar entre ellas, nos deslían y cada cual vuelve a la suya. Es entonces cuando aprovecho para mirar a Paula, que me sonríe junto a su mamá. Yo vuelvo a esconder mi cara, pero hay algo que me hace devolverle la sonrisa por la rendija que se forma entre la falda y mis manos.

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