Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

74. Trapos sucios (montesinadas)

La fatiga del duelo se reflejaba en el rostro de todos, quizás en unos, más que en otros. La pérdida de nuestro padre me había provocado una pena que vagaba como un soplo adherida al pecho, como una desdicha incorpórea.
La casa conservaba su olor y su memoria reciente. El vaso del cepillo de dientes con la marca blanquecina de sus dedos aún en el lavabo. Los objetos que había tocado por última vez y que me parecieron impregnados de una extraña tristeza. El escritorio donde nos enseñó a escribir, donde también recibimos alguna que otra paliza y mis hermanas demasiado cariño. Cartas sin abrir, invitaciones a las que ya nunca asistiría…
La familia fuera no dejaba de discutir sobre lo que pudiera aparecer en el testamento. ¿Contaría historias, hasta entonces inconfesables, que oscureciera aún más aquella atmósfera de ira, odio y resentimiento? A mí lo que más me sorprendió fueron la palabras que escribió sobre el espejo antes de colgarse: “la penitencia del pecado durará tres generaciones”. ¿Será verdad lo que mis hermanas y mi madre han callado durante años? Y rompí a llorar al ver la soga que usó oscilando sobre la cabeza de mi hija.

73. Primer contacto

Temblé de emoción cuando vi uno por primera vez. Asomado al balcón, vislumbré una forma con traza humana y unos ojos refulgentes que hubiera jurado que me contemplaban con el mismo asombro que sentía yo en aquel instante.
Un día, habían comenzado a caer del cielo unos insólitos seres de procedencia desconocida. Se había corrido la voz de que eran ángeles enviados por el Señor para transformar aquel lodazal de desgracias en un edén. Durante un tiempo, las iglesias se llenaron de nuevos conversos, pero la pobreza subsistió con inquebrantable persistencia. El desencanto sembró una idea que fue calando entre la gente como una lluvia fina: si no poseían alas, solo podían ser ángeles caídos, demonios expulsados del paraíso.
Hoy, cuando volvía de recoger un bocadillo en la parroquia, he visto a otro rebuscando en la basura. Unos vecinos le han gritado «hijo de Satán» y ha huido perseguido por un aluvión de piedras.
Intento explicárselo mientras devora su mitad con avidez e intercambiamos miradas curiosas. Contesta con palabras ininteligibles, pero sus ojos parecen decirme que, si es así como concebimos a los demonios, tal vez nuestro mundo sea un infierno que no somos capaces de reconocer.

71. Plenilunio (Juana Mª Igarreta)

Lucía no sale de su asombro. Acaba de enterarse en un programa de ciencia de que la Luna es hija de la Tierra. Que hace millones de años un gran asteroide impactó en nuestro planeta y provocó el desprendimiento de un trozo del mismo, dando origen a nuestro enigmático satélite. Cautivada por el descubrimiento, hoy no se tomará la pastilla para dormir. Es noche de luna llena y prefiere soñar despierta.

Son las tres de la mañana. Lucía, embargada de plenilunio, anota en su pequeña libreta las múltiples sensaciones que brotan en ella bajo la gran esfera plateada. De pronto, un golpe seco proveniente del patio de luces del edificio la saca de su embeleso. Se asoma y ve, sobrecogida, que un cuerpo yace inmóvil sobre el cemento. Chilla, pero las ventanas permanecen cerradas. Sobreexcitada y presurosa baja las escaleras, golpeando en cada piso cada puerta. Los vecinos, hasta hace unos momentos reos de Morfeo, la observan perplejos. Unos, incrédulos, se frotan incesantemente los ojos. Otros, mitigan su temblor apoyándose en la pared del pasillo. Pero todos permanecen paralizados escuchando el fatal suceso que a voz en grito narra una y otra vez Lucía “la Mudita”.

70. Mariposas en el riñón (Patricia Collazo)

«No hay sorpresa más mágica que la sorpresa de ser amado». Charles Morgan

Tengo unos oídos privilegiados: con ellos puedo oler las castañas de navidad aún en septiembre, puedo percibir la rugosidad de la hojarasca en noches cerradas, puedo saborear las manzanas con caramelo que vendía un hombre de bigotes a la salida de mi escuela.

Mejores son mis manos. Con la izquierda puedo ver las efímeras estrellas fugaces de las noches de verano o encandilarme a fuerza de atardeceres nunca vividos. Y con la derecha, al ponerla cóncava, escucho el mar.

De mi nariz tampoco me puedo quejar. Con una de las fosas nasales soy capaz de percibir el sabor de la sonrisa polizón que está a punto de escaparse de tu boca, mientras con la otra acaricio tus manos temblorosas y sé que estás tan ansiosa como yo.

Mi lengua, que siempre me ha permitido escucharlo todo, hasta el más mínimo alfiler cayendo sobre la alfombra de la habitación vecina, está ahora paralizada y solo oye el retumbar atronador de mi propio corazón.

De los ojos, nada te puedo decir. Ya ves, los tengo cerrados desde que nos dimos el primer beso. Y no quiero volver a abrirlos.

69. Feliz Año Nuevo (Alberto Jesús Vargas)

Cuando se encontró aquella carta, cuidadosamente doblada sobre la mesa del comedor, prefirió no abrirla. Aunque era lo último que hubiera esperado, ya se temía lo que iba a leer en ella. Recordó que él, siempre tan elegante, decía que hay determinadas cosas que no son para comunicarlas por WhatsApp. Tras varios días resistiéndose a aceptarlo, reunió el valor suficiente y sin ni siquiera desplegar aquel folio, la rompió en dos, en cuatro, en ocho trozos. Así hasta convertir aquel texto contaminado de traición en un montón de palabras rotas, en desengaño hecho trizas. Luego, descorchó la botella reservada para la ocasión que, festiva, dejó escapar su impaciente bocanada de espuma y llenó una copa que no pensaba beberse para elevarla en un brindis solitario mientras lanzaba, por encima de su cabeza, los minúsculos trocitos de papel. Acariciándose el vientre bajo la breve lluvia de confeti, se deseó a sí misma un feliz Año Nuevo.

67. VENANCIO (Diego Cano-Lasso Pintos)

Venancio siempre llevaba la contraria, todo lo refutaba. Si uno decía blanco, él corregía con negro. Era un negacionista de cualquier afirmación. La gente lo tenía calado y no se le tomaba en serio.

Un día quedó a tomar copas con unos amigotes. Él llegó ya cargado, articulando palabras alcoholizadas y dando incluso traspiés. Bebieron en abundancia y discutieron encendidamente, como otras veces.

A altas horas de la noche todos estaban ebrios y con la lengua de trapo, pero Venancio, sorprendentemente, a medida que vaciaba los vasos de whisky pasaba poco a poco del estado ebrio al sobrio. Todos se dijeron, a ver si va a tener razón y somos nosotros los equivocados…

A partir de ese día sus opiniones contrarias eran tenidas muy en cuenta.

66. Paradigma

Quemamos la montaña de pergaminos en el patio de la abadía. El prior se encarga de seleccionar el catálogo de pliegos y láminas heréticos. En la tarea de copiar el resto de los manuscritos, nos dicta en griego y latín: de vez en cuando, modifica la sonoridad de un topónimo, la ortografía del apelativo de un personaje, la ubicación de algún episodio. Luego, revisa nuestras transcripciones y las corrige con minuciosidad de orfebre hasta que suenan las vísperas y el «scriptorium» se queda en sombras.

Por la noche, durante maitines, lo sorprendí cambiando hojas de los códices: incluía páginas nuevas de su puño y letra. Ambos respetamos el voto de silencio. Esta mañana me ha permitido retratarme dentro de una mayúscula, e inmortalizar mi rostro para los siglos venideros.

65. CONQUISTADORES, PIMIENTOS Y LA PÉRDIDA DE CAPACIDAD

Éstas siempre fueron buenas tierras para los conquistadores, que vendíamos al peso por aquella época, cuanto más si brotaban vestidos con armaduras metálicas, así que, cómo no nos íbamos a sorprender los labriegos el día que brotó el primer pimiento, que ni hablaba ni nada y hasta que supimos que se podía cocinar un buen pisto con ellos pasaron muchos años; pero más sorpresa todavía cuando descubrimos que eran pimientos de Padrón, que unos pican y otros no, madre mía, las primeras veces… Luego ya todo volvió a la normalidad, porque a fuerza de repetirse una cosa deja de sorprender, y sacamos provecho a aquellas matas tan hermosas cargadas de frutos. Lo raro sería que volvieran a brotar conquistadores ahora que no está bien visto eso de conquistar y la fábrica de conservas funciona a todo trapo. Y no sé si eso provocaría alguna reacción, porque después de lo de los pimientos perdimos esa capacidad de sorpresa, ya ves tú, el mes pasado llovió tocino y como si nada, ya te digo. En fin, que voy a echarle un poco de alpiste a la alpargata, que el otro día se metió en una jaula y resulta que hasta canta.

64. Primera comunión

Es mi ídolo. Padre, confidente, pareja de juegos y mucho más. A pesar de andar muy ocupado, no ha olvidado que hoy cumplo dieciocho años. Me ha llamado temprano desde su clínica. Mira en el cajón de tu mesilla, ha dicho. Había unas llaves de coche. Ahora asómate por la ventana, ha proseguido. Delante del garaje he visto un Golf rojo, reluciente. No olvides dar las gracias a tu madre, el regalo te lo hacemos los dos, ha concluido.

Me he dirigido a la habitación de mamá (duermen en habitaciones separadas a causa de los horarios de papá, me habían explicado), he llamado y he entrado, pero no estaba. Posiblemente ya había salido a correr. Encima del buró había una carpeta. Anselmo, ponía en la etiqueta. ¿Quién es Anselmo? Sobresalía la esquina de una fotografía y, curioso, he tirado de ella. ¡Era yo el día de mi primera comunión, con un traje de marinero azul oscuro! He sonreído, pero algo no encajaba… He bajado corriendo al salón. Sobre el aparador hay diversas fotografías enmarcadas: yo con mi primera bicicleta, yo con mis primeros esquís…, yo el día de mi primera comunión con el traje malva claro y la corbata blanca.

63. El impostor (Anna López Artiaga)

Últimamente voy de sorpresa en sorpresa. Ayer llegué a casa y me encontré leyendo en mi sillón con los pies sobre la mesilla. Mi otro yo no me esperaba tan temprano y pareció algo incómodo, así que volví a marcharme y no regresé hasta pasadas las siete para no estorbar.
Por la noche, me quedé viendo una película antigua en televisión. Acabó pasada la una. Bebí un vaso de agua y me cepillé los dientes, pero cuando llegué a la cama, mi hueco estaba ocupado y Ángela dormía acurrucada en mis brazos. Me supo mal despertarme, así que me acosté en el sofá.

Hoy no ha sonado el despertador. Al llegar al trabajo —azorado—, el encargado me ha dicho que no me preocupase, que ya estaba en mi puesto desde primera hora y que mi actitud había mejorado mucho. Me he espiado desde el ventanal, trabajando con diligencia, y he regresado a casa cabizbajo.
Ahora no sé qué hacer: podría preparar la cena para cuando vuelva, podría espiar mis redes sociales para saber a qué atenerme… o podría adelantarme, comprar un ramo de flores para Ángela e ir a recogerla a la oficina.
¡Menuda sorpresa me voy a llevar!

62. SED (Carmen Cano)

Hacía apenas unas semanas que mi mujer me había abandonado sin discusiones previas, sin explicación alguna, cuando me ingresaron en el hospital aquejado de una grave neumonía. En las tardes macilentas y solitarias de mi habitación rememoraba los días en que fuimos felices. Cuando me subía la fiebre creía ver sus ojos grises y sus cabellos ondulados cayendo como una cascada que podía apagar mi sed.
En mi lenta recuperación obró el milagro la doctora, su acierto en el tratamiento y la cascada luminosa de su voz, sus altos pómulos caucásicos y las bromas con que me obsequiaba.
Meses después ha querido el azar que escuchara su risa en una mesa vecina del restaurante en donde cenaba. Me he levantado emocionado a saludarla. Sonreía con la alegría de siempre. Estaba acompañada de otra mujer. Al acercarme he visto que la tenía cogida de la mano en inequívoca actitud de enamorada. Cuando he pronunciado el nombre de mi neumóloga, una melena ha ondulado el aire con un leve movimiento de rotación y unos ojos grises se han cruzado con los míos en una doble mirada atónita.

61. Últimas voluntades (Nieves Torres)

En el funeral de la abuela Don Ramón destacaba, entre las virtudes de la finada, el apoyo económico a las familias necesitadas de la parroquia. Mi madre negaba con la cabeza, convencida de la equivocación del señor cura. La abuela era una mujer sencilla con una pensión modesta que le alcanzaba apenas para lo básico. Don Ramón agradecía sus cuantiosas aportaciones a causas benéficas. Mi madre murmuraba: «Que no, que no». Y el párroco, «que le debían la restauración del retablo y el nuevo tejado. Y que gracias a eso el Señor le habría perdonado algunas de sus ocupaciones más mundanas».

Aquí mamá ya estuvo a punto de interrumpir la homilía y sacarlo del error, pero finalmente su prudencia pudo más que su enfado.

Con el disgusto aún en el cuerpo, nos presentamos ante el notario. Nos recibió en una sala llena de gente: abogados, agentes literarios y representantes de oenegés esperaban, para nuestro asombro, la apertura del testamento de la abuela, quien había dispuesto, detalladamente, cómo se repartirían los derechos de autor de la exitosa colección de novela erótica que firmaba bajo el seudónimo de Miss Lolitta.

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