Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

48. Amor inesperado

Por fin he conseguido escabullirme. Ahí se quedan discutiendo los niños con su padre mientras me tomo un café caliente; espero que con una galletita y un poquito de paz y tranquilidad. Me intimida un poco el bar nuevo del barrio, pero qué demonios, puedo ser tan moderna como esas jovencillas tan monas y despechugadas que hay detrás de la barra. Y total, un café es un café, la música es agradable, y tienen hasta sillones. ¡Sillones! Lo que hará que no me siento a gusto. Me traen una taza con un corazón dibujado en la espuma. La chica que me atiende es sorprendentemente amable; tanto, que no me importa sacrificar mi ansia de silencio a cambio de su conversación, aunque a ratos me distraen los hoyuelos que le salen cuando sonríe. Mientras el café me calienta por dentro, me pierdo en risas y confidencias, y de repente, se ha hecho tarde. Me sorprende la pena que me da irme, pero ella sonríe y me da, sin necesidad, la tarjeta del bar, con el anverso de un arcoíris igualito al del toldo. La miro a los ojos y le prometo que volveré pronto. A por café.

 

47. Toda una vida

Llegas a casa y te sientas en el sofá. Sacas el teléfono móvil del bolsillo y decides entretenerte un rato antes de cenar. El olor a lentejas consigue que lo dejes encima de la mesa y te dirijas a la cocina. Allí encuentras a una mujer madura, con los ojos y la voz de tu esposa, que te explica que pronto estará la cena. Sorprendido, vuelves al sofá y enciendes la tele. Todos los programas son nuevos. Una chica de unos veinte años se sienta a tu lado y te llama papá, y tu reflejo en la ventana te devuelve a un hombre canoso y arrugado.

46. Tradición familiar (María José Escudero)

En su familia no se estilaba morir de viejo. Aquel que no moría por accidente, devastado por una grave enfermedad o de repente, se suicidaba. No había otra. Y ni uno solo de sus predecesores había logrado jamás pasar de los cincuenta. Sin embargo, ella estaba empeñada en romper la tradición y se protegía para esquivar la muerte y aunque muchas veces había escapado por los pelos, aquella noche, en el camino hacia su casa, sintió unos latidos discordantes y tuvo miedo de transitar por una calle inusualmente solitaria. Advirtió, además, que su reloj y el de la Estación marcaban horas diferentes y que las pisadas que la perseguían no eran otras que las de las tinieblas. Sobresaltada, aceleró la marcha, pero al doblar la esquina comprendió que la vida ya la miraba con gesto arisco. Y a pesar de que no quiso dejarse dominar por el pánico, apenas alcanzó el portal, cayó fulminada en contra de su terca voluntad.

La descubrió su hijo al regresar de un concierto y cuando la parca, obsequiosa, se arrimó para entregarle el testigo, el muchacho la miró con desdén y exhaló un suspiro de alivio, porque siempre había sabido que era adoptado.

45. Tesoros incomprendidos (fuera de concurso)

Recuerdo haberlo visto en casa toda la vida: calzando la mesa del salón si había comida solemne, de pisapapeles sobre las cartas que mi padre enviaba desde ultramar hasta que venía la prima Rosaura a descifrárnoslas, sujetando la hoja de la ventana que daba al huerto cuando la brisa jugaba traviesa a cerrarla. Yo lo usaba para alcanzar la lata de caramelos del aparador y mi madre para meter entre sus páginas las flores que le regalaba a escondidas don Felipe. Era el único libro que teníamos. Con tapas azules, sus hojas amarillas garrapateadas con tinta negra y dibujos de cucarachas jamás despertaron nuestra curiosidad.
Pero un día vino un hombre distinguido, con gafas y una carta que habían recibido en la universidad antes de la guerra, preguntando por el bisabuelo Manuel. Habló de que era un pionero, de nuevas especies de insectos. Mi abuela le contó que lo habían matado las avispas años atrás mientras husmeaba en el hueco de un olivo. A mí se me ocurrió enseñarle el viejo mamotreto. Su entusiasmo al descubrir que era el cuaderno de campo del bisabuelo solo fue comparable al enfado de mamá al ver desparramadas sus flores secas por la alfombra.

44. La magia de lo cotidiano (Sara Pinto)

No sé si mi novio me ha dejado, solo sé que ha desaparecido de la noche a la mañana. Ya han pasado dos días y nada. Ni una nota, ni un whatsapp. Muy raro todo. El otro día discutimos, pero no fue para tanto. Siempre está con lo mismo: que soy muy desordenada, que esta semana me tocaba fregar los platos, que da miedo que de la montaña de cacharros salga algún ente monstruoso. Menudo exagerado. De todas formas, tampoco me parece un motivo como para irse de casa. Porque las cosas se arreglan hablando, ¿no?

Por si vuelve, voy a dejar la cocina reluciente. Una pila de platos, cazuelas y sartenes se interpone entre mí y el horizonte. Bueno, pues lo mismo tenía algo de razón. Aparto algunos chismes y empiezo a darle al estropajo, pero a medida que el fregadero se va vaciando, algo llama mi atención. ¿Y ese pie? Comienzo a tirar de él hacia arriba y le sigue una pierna, un cuerpo y por fin, la cabeza de mi novio. Ante mi total estupefacción, sale y recolocándose el pijama, masculla: “¿No te decía yo que esa montonera tenía mucho peligro?”

 

 

43. BALADA PARA ELISA (Belén Mateos)

Elisa era ese tipo de mujer que desconcertaba, que no ubicabas en ninguna parte y menos a la sociedad a la estábamos acostumbrados.

Su cuerpo era puro asombro a nuestra mirada, sus andares delicia, el canal del escote memoria. Era un cuerpo sostenido por la fruta prohibida.

 

De niña tropezaba a cada paso, le era imposible aprender la tabla de multiplicar, las declinaciones y menos entender el alfabeto.

El pediatra le diagnosticó reuma. Estuvo en reposo tres meses. Ella los contaba en un ábaco que le regaló su abuela, envuelta en la manta de ganchillo que tejió mientras le aplicaba gasas calientes y una nana.

 

Llegó a casa recomendada por nuestra matrona.

“Tiene las piernas firmes, los pechos tempranos y una lozanía que hará de sus labores una complacencia”.

Y así fue durante seis meses. Aprendió el abecedario y devoró libros.

 

Tras un año de aprendizaje su vientre comenzó a tejer vida, el mozo de cuadra a evaporarse, el hijo bastardo a enmudecer, el legítimo a profanar su desliz.

 

Pero Elisa señaló al dueño de su gemido y él, sumiso, atesoró toda su fuerza en hacerla solo suya por encima del decálogo de sus antepasados y de su fortuna.

 

42. Omertá

Habíamos llegado a Pequeña Italia al acabar la guerra. Éramos carne de reformatorio hasta que el padrino nos dio trabajo y nos enseñó el modo de vida americano. Cuando murió, Tonino Fiore y yo repartimos la ciudad por barrios. La guerra comenzó cuando dejaron sin fondo de armario a uno de mis hombres. Le llenaron de agujeros su mejor traje cuando lo llevaba puesto. Tonino Fiore tenía unos dientes amarillos por el tabaco y una cara anodina que recordaba a un semáforo en ámbar . Se decía que vivía con una muñeca hinchable y que la explotaba sexualmente. Le cazamos en un motel de Atlantic City, estaba haciéndo un casting a una actriz de serie z antes de lanzarla al estrellato. Tiempo después la chica comentó que besarle era como tomar una infusión de colillas. Nunca le gustó el agua, pero se sumergió en ella con facilidad, aunque ayudó la lápida de mármol que le ataron a la cintura. Le encantaba la pizza de anchoas y acabó siendo pasto de ellas. Era cuestión de tiempo que los hombres de  azul llamasen a mi puerta. Mi cara de sorpresa fue sincera: Fiore estaba vivo, mi gente se había equivocado de hombre.

41. Una pasmosa mañana de verano (Rosy Val)

Me desperté desazonada recordando las noticias sobre esa chica a la que habían destrozado la vida. Y según bajaba a desayunar pensaba en mi vecina, y en sus tres hijas, y al tiempo que me lamentaba por ella, me alegraba de no tener su suerte.  

Mis hijos preparaban el desayuno en la cocina. Le abrí a un sol que pedía entrar por la ventana y por la que se colaron también las risas de las jóvenes que se hallaban en el jardín. Mientras desayunábamos propicié la conversación. El de 17 opinaba que eso era de sinvergüenzas. Jaime, dos años menor, que eso no se le hacía a una chica. Cuando el mayor condenaba tamaña barbaridad, las risas vecinas mutaron en algarabía y una voz sobresaliente viajó hasta nuestras tostadas pringándolas de desconcierto…

«No tienes ni idea, Marita, esa nos está troleando, te lo digo yo, ¡no quiero imaginarme la clase de padres que tendrá!». 

Seguidamente, otra voz, más alterada y socarrona, aterrizó sobre nuestros cafés, zumos y colacaos, transformándolos en sorbetes y granizados de asombro y perplejidad…

«¡Que ésta es una ingenua, hermanita, y la otra una zorra, anda que no se lo pasaría bien montándoselo con los cuatro!»

40. IRREPETIBLE (Nani Canovaca)

Me fui a la cama muy cansada. Me dormí de inmediato porque no recuerdo haber dado vueltas en la cama como otras veces. De pronto me despertó algo  Sé que me levanté y me sobresalté. Al estar la luz apagada, no sabría decir si en el suelo había agua, o si era algo viscoso y muy frío lo que noté bajo mis plantas. La impresión me erizó el bello, ya que la inseguridad me produjo un vértigo nunca antes conocido. Quería llegar a la llave de la luz. La tenía a escasos centímetros de la cama, pero estaba tan desorientada, que no sabía si girarme hacía la izquierda o la derecha, solo notaba un frío glacial y un pánico que me paralizaba. Intenté moverme, hacer algún movimiento y sobre todo, escuchar, pero tan solo noté un extraño roce en mi cara, lo mismo que cuando entro al desván y tropiezo con alguna telaraña crecida al paso de los años. Cuando conseguí articular mi brazo, apartar lo que me rozaba  y tocar la pared; di la luz y allí estaba.

Siempre original, solo repite la tarta. ¡Aunque creo que la felicitación de este año, es un poco heavy!

39. Boquita de ¡oh!

¡Mamá! ¡Mamá!

Cuando alcé la vista sobre el libro,  ante mis ojos se desarrollaba una escena propia del costumbrismo playero de años atrás. Un niño pequeño abrazaba con dificultad una sandía enorme y corría en busca de su madre para enseñarle semejante tesoro pirata enterrado en la orilla de la playa.

En su inocente carita se dibujaba una preciosa boquita de ¡oh!  asombrada ante aquel inesperado hallazgo. Yo pensaba que era imposible no empatizar con aquel crío que había provocado una amplia sonrisa en mi rostro imaginando que tal vez en su mente infantil habría pensado que las sandías crecían allí, pero instantes después  los dueños del “tesoro” corrían por la arena tras el pequeño ladrón.

Casi de un manotazo arrebataron la sandía de las manos de la madre del niño con muy malos modos y sin dar tiempo a sus educadas explicaciones, en un pis pas desbarataron  las ilusiones del niño y de paso marcaron en mi rostro una descolgada  boca de ¡AH! ante la sorpresa de tal comportamiento. ¿En serio? Una cala de sandía para todos , ése hubiera sido mi final para esta historia.

38. Uno de los nuestros

–Últimas tardes con Teresa –dijo el recién llegado–.

Accedió al recinto porque esa era una contraseña válida.

Después de la última catástrofe, la biblioteca se alzaba como el único edificio más allá de la zona contaminada. A él llegaban damnificados en busca de refugio. Solo les exigíamos la combinación de palabras que les abriese la puerta. Luego, el abrigo de los libros haría el resto. Cuando creían recuperarse, volvían a su mundo hasta la próxima recaída. Había quienes se incorporaban a nuestro empeño y así conseguíamos ganar adeptos. Por aquel entonces las campañas de promoción de la lectura, como escudo contra los agentes tóxicos, eran un vago recuerdo sepultado bajo pantallas mutantes, voces pretendidamente salvadoras y promesas de felicidad a la vuelta de la esquina.

Lo que nos asombró de este náufrago que venía desde tan lejos –Sancho se llamaba– es que, tras confesar sentirse mohíno y confundido, añadió que entraba en este lugar sagrado para reencontrarse con la sabiduría y el alivio que antaño le proporcionara su llorado compañero de fatigas.

37. Frank despierta

El pequeño Frankensteinchen abrió los ojos de par en par, como un ciego que no viera los focos que deslumbraban su piel pálida y temblorosa por debajo de la que parecía bullir un pajarito. Frankensteinchen era un creación hecha de injertos con cerebro de político, piernas de futbolista retirado y corazón de poeta enamorado. El engendro, nacido de una conjunción científica y cósmica, capaz de hibridar un ser que sería más que la suma de sus partes, susurró una frase, bien medida y acompasada, convocando una rueda de prensa. Luego, soltó un gritito agudo, se liberó de cables y salió por piernas. Se esfumó. Un milagro dentro de otro milagro. Tres horas después, tras —como más tarde desvelarían unas cámaras de seguridad— retozar en un prado rebosante de margaritas, compareció puntual ante los medios. El mundo entero pegado a pantallas móviles, televisores y aparatos sincronizados. Una babel de traductores y ciudadanos ansiosos contenía la respiración esperando escuchar sus declaraciones difundidas por todo el planeta. Un poeta con cerebro de dirigente, extremidades de acero, pulmones entrenados en el do de pecho, forjado por científicos de élite, suponía una gran esperanza para la humanidad. En verdad, sus palabras causaron sorpresa y asombro.

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