Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

03. EL ANHELO Y LA AUSENCIA (Sara Lew)

Se llama Branco. Una sutil oscuridad lo rodea. No es la desesperación del que está dentro del pozo, sino la tortuosa serenidad del que ha salido de él.

Aunque aparenta caminar sin rumbo, sus pies lo devuelven siempre al mismo sitio: un mirador en lo alto de la ciudad donde se reúnen los jóvenes a beber por la noche, y que a esa hora de la mañana tiene el aspecto de un vertedero.

Branco se apoya en la barandilla y contempla aquel paisaje urbano como si buscase algo familiar en la distancia. En los días excepcionalmente claros logra ver en lontananza la cruz de la iglesia a la que suele acudir su madre los domingos, y los días de melancolía.

Ella ignora que el cuerpo de su hijo se halla bajo aquel mirador, casi al final del barranco, encallado entre unas ramas y oculto bajo los escombros que han ido lanzando los albañiles de una obra ilegal.

Branco se siente agotado, ansía que su madre rece por el descanso eterno de su alma, sin embargo se la imagina orando con devoción para que regrese a casa sano y salvo. Sabe que ella nunca perderá la esperanza de encontrarlo vivo.

01. PRIMEROS AUXILIOS

Nada más llegar a las instalaciones, descubrí la desaparición del maniqui de prácticas que solemos usar en nuestros cursos. Lo hablé con el instructor y nos pareció interesante solicitar voluntarios entre los alumnos para que representaran al ahogado.

Anselmo aceptó al momento. El monitor fue explicando la técnica con unas primeras insuflaciones que resultaron claramente ostensibles. El pinzamiento de la nariz. La maniobra frente mentón. La elevación del pecho. Y luego comenzaron las risitas entre ellos, los comentarios al oido, hasta parecer evidente que la respiración de la víctima, más que normalizarse, entraba en manifiesta agitación. Tras la quinta repetición del ejercicio pedí a los demás alumnos que me acompañasen fuera.

Nos hemos dedicado a pasear por el pasillo sin mirarnos, sin hacer ningún tipo de comentario, aunque no podríamos decir que “en el más absoluto silencio”. He pensado que si no salen en unos minutos, sería conveniente iniciar alguna práctica dentro de la piscina.

98. Recién horneado

Quinientos gramos de harina, dice vertiéndola sobre la mesa, treinta gramos de levadura fresca, trescientos mililitros de agua tibia, —y, cuando dice tibia, sumerge la punta del dedo índice y sonríe—. Los labios se le llenan de una pulpa carnosa, como de mango. Me esfuerzo en no mirarle la boca y en cerrar la mía. Hace calor aquí, con el horno encendido. Intento concentrarme en sus manos, que se hunden en la mezcla de harina y agua, removiendo, apretando y estirando, envolviendo, acariciando. Espolvorea un poco más de harina sobre la mesa y divide la masa en dos, en cuatro, en seis bolas. Las hace girar por parejas, una en cada mano, modelándolas a su antojo, ahora en un sentido, ahora en el contrario. Siento que me estoy mareando. Entonces me mira directamente a los ojos y pregunta: ¿quieres probar?

En el autobús de vuelta, mi compañero de asiento habla a gritos con la profesora, al otro lado del pasillo. El resto de alumnos ríen y se lanzan proyectiles de pan. No me apetece participar en su guerra —me parece infantil— y  me hago la dormida, con la bolsa de panecillos sobre el regazo, todavía caliente.

97. PRIMERAS VECES

“Sin calcetín”, escuchó. Azorado, se agachó para quitarse con disimulo los calcetines negros que se había dejado puestos. “Sin calcetín”, repitió el director mirando insistentemente a su entrepierna. Las risas ahogadas en el set y la mirada burlona de su compañera le hicieron sentirse extrañamente vestido. Balbuceó cuatro disculpas mientras se descubría el miembro viril pero ya nadie le escuchaba y se encontró, en medio de toda aquella gente, demasiado desnudo. Le dolía la cabeza y se empezó a sentir mal; la borrachera se le estaba pasando. Su compañera le agarró del brazo y le empujó sobre la cama deshecha bajo los focos. Se puso encima de él y le besó metiéndole la lengua hasta la campanilla. Él intentó seguir su ritmo pero le costaba. ¿Cómo había sido tan imbécil de apostarse algo así? Había que repetir la toma otra vez. Pidió agua y ella le acercó un vaso. Sin mediar palabra se sentó a horcajadas sobre él y empezó a mordisquearle la oreja. Entonces, sin darle más opción, le metió  dos dedos llenos de polvo blanco por la nariz mientras le susurraba al oído: “Regla número uno, novato: lo que se empieza, se acaba. Espabila, hoy tengo prisa”.

95. Devórame otra vez (Pilar Alejos)

Nada más verla, me impresionó su elegancia, sus zapatos de tacón de aguja, que estilizaban sus piernas y tanto me excitaban; su manicura de uñas sofisticadas, pero salvajes; el maquillaje perfecto, de pestañas infinitas, que daban a sus ojos un cierto aire de misterio y labios carnosos con destellos de rojo deseo.

Apenas hablamos durante la noche. Dejamos que lo hicieran nuestras manos con su lenguaje de caricias. Enmudecimos, labio a labio, deseando devorarnos sin prisa. Nos convertimos en sombras que arden y se desdibujan a la luz de las velas. Embriagados por el perfume de nuestra piel, dejamos impresas nuestras ansias sobre aquellas sábanas de negro satén, como si fuéramos fotogramas en negativo de una pasión hecha cenizas. Y caímos exhaustos tras saciar nuestra sed de locura.

El amanecer, poco a poco, iluminó la habitación con su luz tenue, desvelándome sin máscaras, sin ropa ni complementos caros, su desnudez. Su largo cabello seguía ocultando su rostro, ahora sin maquillaje ni pestañas postizas. Aunque pude reconocer esa espalda única, tan distinta de las demás. Desde hacía años, la abrazaba cada noche mientras dormía.

94. Magistral

Yo cascaba piñas verdes piñoneras mientras caía la típica neblina de los atardeceres de invierno sobre el valle.

Masticaba esas semillas con regusto áspero cuando vi la sombra que se iba engrandeciendo mientras caminaba por la carretera que desembocaba en el pueblo.

Intuí una mujer con dos maletas que luego resultó ser una mujer con dos maletas.

El vestido rojo que caía sobre sus rodillas me llamó la atención, no solo por su cortedad sino también por lo vaporoso.

Vino a sustituir a doña Consuelo. A los hombres les pareció bien desde el principio, pero a las mujeres les costó aceptar a esa muchacha tan moderna de ciudad. Su simpatía y educación, junto a su buen hacer con los alumnos, acabó por cautivarlas.

Yo solo tenía trece años, pero me enamoré locamente.

Los días de clase, pasaba a recoger unas flores que le entregaba al entrar, ella me guiñaba un ojo y las cambiaba en su búcaro.

Cuando cumplí quince ya tuve que dejar la escuela para ayudar a mi padre en el campo, pero seguía dejándole el ramo en la puerta.

Un domingo, me atreví a llevárselas a su casa y me invitó a pasar. Me dio una clase…

 

93. BESTIARIO (IsidroMoreno)

Cada vez entiendo menos a nuestros lanzadores de palos. Que porque ambos seamos de raza Golden, porque tú seas preciosa, que yo sea un macho ejemplar —que lo soy—, se creen que pueden traernos aquí, en mitad de un huerto, bajo el sol de media mañana, para que forniquemos como salvajes, que te quedes preñada y que vendan nuestra camada para su beneficio.

Además piensan que somos tontos, que desconocemos el amor o ignoramos la pasión y el deseo. No solamente nos intentan aparear por la fuerza, sino que como no lo han conseguido, ambos se han tirado bajo la higuera quizás para demostrarnos como se hace. Ahora, mi dueña está gimiendo y chillando y el tuyo, tumbado sobre ella, jadea como un búfalo, pero si piensan que vamos a ir en su ayuda, están listos.

92. Parafilias

Desde que abrieron al público el jardín del museo, Adela dejó de venir con nosotras a jugar a la canasta. Sus visitas a la parroquia también se espaciaron hasta desaparecer. Todas sabíamos, aunque no nos gustaba comentarlo, que pasaba las tardes sentada al pie del Perseo que decoraba la pérgola leyendo en voz alta poemas de amor o haciéndose selfis mientras le acariciaba el tórax dulcemente curvado, las piernas elásticas o el culo firme. Aquel maldito  encaprichamiento no podía traer nada bueno. La noche más fría del invierno nuestra amiga abandonó su casa para reunirse con el objeto de sus desvelos y allí la encontramos a la mañana siguiente, el cuerpo huesudo abrazado al adonis de mármol. La cabeza de Medusa yacía en el suelo, ensortijada de serpientes, y el brazo musculoso que antes la sostenía rodeaba a una Adela rígida y blanca cuya fláccida desnudez solo se interrumpía por un tanga de encaje rojo. Y todo habría resultado entre ridículo y triste si no nos hubiera sido dado contemplar, bajo una impotente hoja de parra, la erección salvaje que lucía el mancebo.

91. A-PASIONADOS (Javier Puchades)

Permanecían desnudos encerrados entre aquellas cuatro paredes. Vivían atrapados bajo un silencio denso, frío, que casi se podía tocar. Tan solo se rompía cuando él pasaba las hojas del periódico o cuando ella, tras dar una profunda calada a un cigarrillo, exhalaba el humo. Su desnudez de cuerpo les impedía ver la de su alma. Sus ganas de amarse se conjugaban en pasado. Ahora era solo sexo, solo placer carnal, solo deseo sin sentimiento. Él, tras leer la noticia más horripilante, era capaz de hacerle el amor fríamente. Mientras tanto, inerte como una estatua griega, ella continuaba fumando.

Eran sombras que se acompañaban, porque el miedo a la soledad les empujaba a ejercer la prostitución de los sentimientos.

90. APASIONADO, SIN SABERLO (Nani Canovaca)

Siempre me aconsejaron mis padres que tenía que respetar a mi chica, que debía quererla apasionadamente y si alguna vez dejaba de desearla, debía ser sincero y decírselo con toda honestidad.

Fui un chico muy reposado, al que gustaba la lectura, las películas de héroes y jugar al futbol. Ya en mi adolescencia, me preguntaba por qué no era como mis compañeros que bebían los vientos por las chicas, hacían escapadas al bosque y luego entre clase y clase, contaban sus aventuras. No me llamaba la atención ninguna aventura, ni lo que todos y todas hacían.

Un día estando tomando un refresco con mis padres, mientras charlábamos animosamente, me preguntó papá por mi futuro y que era lo que tenía pensado hacer. Le contesté que no estaba seguro y  que a veces me lo preguntaba, pero no encontraba la respuesta. Sabía que debía optar por algo que me gustara realmente. Tener pareja no me preocupaba por el momento.

Cuando fui a la universidad, disfruté la carrera escogida y allí encontré quién me apasionó.

Quedamos una tarde y le dije que deseaba compartir su vida, él me contestó que me deseaba desde el primer día que me vio.

89. Clases particulares (Pablo Cavero)

Mi madre se empeñó en que aprendiera alemán ese verano. Yo era reacio. La caminata hasta el chalet y el horario de las clases en plena calima de la siesta, no ayudaban a motivarme. Me recibió la amiga de mi madre, germana de rasgos innegables. Mi mente completó el dibujo de las partes de su cuerpo que su top y la escasa falda, escatimaban a mi mirada. Tenía proporciones de modelo. Aparentaba diez años menos.

Aquella noche no me la sacaba de la cabeza, apenas dormí. La segunda clase fue junto a la piscina. Luego ella me desnudó y nos bañamos libres. Tomó la iniciativa de una clase particular de libido y pasión que transcurrió por todas las estancias. La madrugada nos sorprendió en la geografía corporal del deseo.

Disfruté la fantasía tres días, hasta que su amiga nos pilló in fraganti. Lejos de escandalizarse, le resultó divertido y a cambio de su silencio bisexual, creó un trío. Entre ellas surgió una chispa de lujuria, se ansiaban por tiempo completo. En ese triángulo la hipotenusa era mi diosa germana, y yo un cateto que se hacía invisible. Así que eliminé la tercera incógnita de aquella ecuación tan complicada.

88. PRIMERA VEZ

Es ella quien toma la iniciativa. Se acerca muy despacio y alarga la mano derecha sin dejar de mirarle. Con delicadeza desliza sus dedos por el cuello de él, de abajo  hacia arriba. Al rozarle el lóbulo de la oreja él se estremece, pero ella continúa hasta alcanzar la tira y sacarla del todo.

Él la imita y todo se precipita.

Las bocas hambrientas sacian su hambruna de meses.

En el suelo, una mascarilla quirúrgica y una ffp2 semejan vallas derribadas.

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