Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

74. Eterna juventud

En el momento en el que Silvia atravesó la puerta del geriátrico, el cuerpo de Ernesto entró en erupción. Cuando cruzaron sus miradas, un temblor imperceptible en sus andadores sugirió lo que comenzaba a hervir en sus adentros. Conscientes de que a sus edades el tiempo corría más deprisa, se dedicaron a amarse sin preámbulos en los primeros escondites que encontraban: bajo la sombra de los naranjos del patio, en el rellano de la escalera, dentro del confesionario de la capilla. Los residentes se acabaron acostumbrando a aquellos encuentros furtivos, e incluso se convirtieron en sus cómplices cubriéndolos cuando las monjas, con el alma avergonzada, iban a separarlos por tal muestra de pecado entre aquellas benditas paredes. Les propusieron casarse ante los ojos de Dios, pero ellos declinaron la oferta seguros de que, debido a las penurias pasadas en sus vidas, Dios nunca se había parado a mirarlos.
Las arrugas de la piel, al igual que las de sus corazones, iban desapareciendo cuanto más entrelazaban sus cuerpos, hasta que llegaron a ser irreconocibles. Los expulsaron por ser unos extraños que atentaban contra el decoro. Los residentes hacen el amor unos con otros desde entonces, y cada día van quedando menos.

73. UNA VISITA LLAMADA DESEO (M.Carme Marí)

En cuanto ella aparece, él cuelga el cartel “Vuelvo en unos minutos” y pasan a la trastienda.

Allí, una música sensual les lleva a los primeros contoneos. Sus labios se buscan ansiosos y las manos navegan por su piel mientras el oleaje del deseo va esparciendo su ropa por el suelo. En ese momento, se adentran en su mundo particular. Él pasea la pengua por los lezones de sus turgentes bechos, a la vez que acaricia la redondez de su tulo. Ella recorre su torso desnudo hasta su viembro, ya erecto. Frotan sus cuerpos, saltan chispas. La mecha se enciende en su interior y las hogueras están en su punto álgido al incrementarse la presión de los fenitales de él sobre el glítoris, más húmedo a cada envite.

Pasado el temporal ardiente, recuperan la compostura. Cada uno continuará con su trabajo: él atendiendo a posibles compradores, ella en una monótona oficina.

Al final del día, él llega a casa y le da un beso a su mujer, atareada con sus tres retoños. Ella, que a media tarde ha tomado el relevo a la canguro, le sonríe con complicidad cuando imagina qué nueva ruta seguirán mañana a la hora del desayuno.

72. Taj Mahal (Blanca Oteiza)

Nos conocimos en un mercadillo de pueblo hace ya bastantes veranos. Deambulaba disfrutando de los aromas de la fruta madura y el colorido de las artesanías locales. Entre la muchedumbre observé tu rostro admirando unos collares realizados con piezas marinas. Me acerqué hacia el puesto donde estabas con la mejor de mis sonrisas y entablamos conversación. Todavía recuerdo aquel atardecer, nos sorprendió hablando del futuro sobre la arena con tu cuello engalanado.
El destino no quiso obsequiarnos con niños, pero construimos un amor maravilloso y un jardín estupendo donde contábamos las estrellas en las noches sin nubes. Nunca llegamos a viajar a la India, y mira que lo planeamos, pero los años fueron marchitando nuestros cuerpos sin haber disfrutado del atardecer más romántico que soñamos tantas veces.
Tras la lucha contra la tormenta que carcomió tu piel no quiero abrazar penas que nublen mis días. He decidido secar mis lágrimas y erigir un pequeño palacete junto a la fuente que tanto nos gusta rodeada de rosas. Depositaré así tus cenizas en el más bello lugar de donde poder seguir mirando al cielo, mientras aguardas mi llegada de nuevo a tu lado.

71. Guardando las distancias

Esta mañana ha llegado a nuestra isla desierta una náufraga. No tengo nada contra los señores náufragos, pero aquí ya somos demasiados y esto empezaba a parecerse inquietantemente a un club de solteros ¿Qué si la amo? ¿A la náufraga? Por supuesto, desde el primer momento que la vi. Juraría que es la mujer de mi vida. Y el sentimiento es mutuo, creo. Lo intuyo por cómo me mira, por cómo se hace paso entre el resto de náufragos sin despegar sus ojos de mis ojos para preguntarme si soy tan amable de darle fuego. Yo me pongo a frotar un par de palitos y le prendo el cigarrillo. Me incomoda, eso sí, que me tutee, como si nos conociésemos de siempre. Acabo de anotar en mi agenda que mañana, sin falta, tengo que decirle que a partir de ahora tenemos que empezar a tratarnos de usted. Nos iremos conociendo y ya llegará el momento de intimar. Por desgracia, me temo que tenemos tiempo, mucho tiempo por delante para conocernos. Poco a poco, como dos novios clásicos, como dos adolescentes: como toda la vida.

70 Ilegítimo

María nunca hubiera invitado a entrar en casa a un extraño estando prometida, pero no le podía negar la hospitalidad a quien venía de parte del señor. Acostumbrada a la servidumbre, la actitud del visitante la pilló desprevenida. Su voz sonaba cálida y miraba a la mujer a los ojos con interés pero con respeto. Para quien la vida consistía en lavar, cocinar y atender el huerto, cualquier atención representaba un oasis. Casi sin pensarlo, la oportunidad se transformó en urgencia y, en un momento breve e irrepetible, se desbordó la pasión.
La boda se celebró a pesar del embarazo. Sin duda, su esposo sabía que no era el padre, pero eso jamás fue motivo de reproche. Ella supuso que lo hacía por evitar la deshonra. Y que, tarde o temprano, le impondría un castigo. Sufría pesadillas en las que la apartaban del bebé nada más dar a luz.
Pasado un tiempo y tras comprobar que sus temores eran infundados, María se sinceró con una persona que puso su historia por escrito. Y así llegó hasta nosotros, convertida en una fábula donde la palabra «señor» comienza con mayúscula, ella siempre fue virgen y, por supuesto, los ángeles no tienen sexo.

69 Pasión eterna

Me sentía incompleta, fíjate, inacabada, hasta imperfecta, y necesitaba arrebato, delirio, para llenar mis vacíos, mis carencias y los impulsos del cuerpo. Los  creía un instinto primitivo,  aunque mis amigas dicen que ese entusiasmo es respuesta a estímulos olfativos, sabores, sonidos… Te conocí y contigo un erotismo intenso, deseable y saludable. Un poco utópico, ya lo sé, teniendo en cuenta que no pareces la pareja ideal.  Para evitar decepciones, y desmitificarte,  me conviene ser realista,  no obsesionarme contigo, estamos en la fase inicial de nuestra relación, y no experimentamos el amor y la pasión a partes iguales; por instinto de supervivencia, ante este  virus persistente, y hasta que se controle la pandemia,  he optado por romper  los encuentros, en beneficio de los dos. Nuestra lujuria es un coctel explosivo y debemos conservar la cordura y la salud.

No obstante esto no es más que una etapa sin caducidad, aunque pueda hacerse eterna. Como en el verdadero amor se prefiere el bien del otro al propio, mi ayuda y colaboración la tienes, supera obstáculos  como enamorarse y desenamorarse.

La madeja de este deseo está hecha de muchas hebras. No seas juez, y dime algo que me sorprenda.

 

 

 

 

 

 

68. Acuerdo tácito

Mi padre decía que éramos sus dos arbolitos. Idénticas porque nos sembró al mismo tiempo. Así nos veían también los demás —incapaces de diferenciar a Clara de mí—. Excepto mamá. Ella jamás dudó de la identidad de cada una. Es más, se desvivió por mi hermana desde nuestro nacimiento. Como si en su corazón solo cupiese una persona, mientras que a papá y a mí nos arrojó de él. Sin su cariño, mis ramas crecieron cubiertas de espinas. Por eso me alegré. Ese fue mi primer sentimiento. Pobre Clara. Estaba sentada a mi lado cuando volcó el autobús escolar. Pensé que, por fin, tendría el amor de mamá. Pero enseguida comprendí que eso no ocurriría. Y elaboré mi plan. Solo faltaba su apoyo para que saliese adelante.

Fue mi padre quien le dio la noticia. Y mamá se encerró en su habitación a esperar. El horror desbordó sus pupilas en cuanto aparecí. Lo noté de inmediato. Supuse que había fracasado. De pronto, corrió hacia mí y me hundió entre sus pechos. Me besaba con deseos de creer. Y repetía mi nuevo nombre sin parar. Hasta que lo aceptó. Yo, sin embargo, nunca me acostumbré.

67. Convergencia

Existe una península en el hemisferio de las promesas donde, cada solsticio de verano, la tierra libera el calor acumulado durante el año y, en una genuina contracción, pliega sus entrañas.

Las llanuras y mesetas se acercan como las páginas de un libro al cerrarse, para mezclar las palabras y los sueños que se expanden por sus rincones. Las cordilleras del norte y del sur encajan sus cumbres en una certera dentellada hambrienta de tormentas.

Y en lo más alto, donde la luna contempla su noche más larga, esperan un hombre y una mujer anclados a sus puntos cardinales.

Ella lleva el brillo del sol en los ojos, y al primer roce prende en llamas la hojarasca de los bosques boreales con la que él cubre sus manos. Y así, desnudos sus cuerpos, arde el deseo a fuego lento en un rito ancestral.

El tiempo apremia en la piel y surca los caminos del placer, hasta que el último gemido agrieta la roca que los sostiene para dejarlos caer a una distancia infinita.

Con el alma tatuada de pasiones, los amantes aguardan en su playa un nuevo temblor, mientras miran un horizonte que siempre se dibujó en direcciones opuestas.

66. DEPREDADOR

Me levanto temprano, tengo náuseas y una bola en el estómago que me recuerda lo amarga que es mi vida. No tengo ganas de nada, el hastío inunda cada vez más mi día a día .

Voy caminando al trabajo, cabizbajo, gris, invisible. Decido comprar un café para llevar, ni imagino que está decisión lo cambiará todo.

Nada más verla lo sé, es ella, la he estado esperando toda mi vida. Me pregunta que voy a tomar, estoy tan nervioso que ni las palabras me salen. Tartamudeando le pido un expreso con caramelo, me sonríe y me ruborizo.

Mi cabeza y corazón van a mil por hora, necesito saber todo de ella, mi vida cobra un nuevo sentido, soy feliz.

Llamo al trabajo con la excusa de que estoy enfermo, necesito pensar, planificar.

Empiezo a notar una tremenda erección, el deseo me nubla la vista y la mente.

Corro a casa, necesito estar solo.

Empiezo a imaginarme con ella, arrancándole la ropa, haciéndole el amor. Me pregunto si llorará y gritara pidiendo auxilio, y solo con pensar que si lo hará, exploto en un placer indescriptible.

65. Empalagado (Mónica Posth)

 

He vuelto a despertar enmerengado por Lola. Desde que la vi a través del cristal de la panadería de mi barrio, no he podido soñar con otra canela: anoche le mordisqueaba una oreja y ella crujía hasta volverse quebradiza; se deshacía en suspiros y con sus delicadas yemas, únicas como la huella dactilar de las almendras, tanteaba mi centro aturronado. Glaseado y con la cabeza hecha un rollo intentaba atravesar sus milhojas; pero a Lola le quemaban mis tentativas y, aunque destilaba almíbar, todo quedaba en natillas.

De vuelta a la realidad, camino hasta su vitrina con el corazón humeante, dispuesto a pedir aunque sea un beso para llevar, pero al verla se me aflanan las rodillas por el cremoso vaivén de sus buñuelos y el vigoroso batido de su cuerpo; así que me encojo de hombros y sigo a fuego lento con este pastel, esperanzado en que algún día por fin me atreva a poner la guinda, mientras ella, sin levantar la vista, sigue concentrada en lo único que deseo: amasar.

 

 

64. Turbación (Paloma Hidalgo)

Al introducir la tarjeta en el cajero le tiemblan las manos, no es la primera vez que lo hace, pero esta es especial por la edad del chico. Dieciocho otoños dice en el anuncio. Se da cuenta de que podría ser libra, o mejor aún, sagitario, que son más imaginativos. Tras guardar la pequeña fortuna que le va a costar comprobar si el cuerpo de Elián es puro fuego, se encamina, toda excitación, hacia casa pensando si ponerse el vestido escarlata, o la bata de seda azul para esperar a ese capricho que quizás no estudie ingeniería como asegura, y cuyos ojos casi con seguridad serán pardos y no verde selva, sin sospechar el calibre del estremecimiento que va recorrer el cuerpo de ambos cuando abra la puerta envuelta en perfume y deseo, y encuentre, efectivamente, a un futuro graduado en tecnologías industriales, que tiene ya los diecinueve y es escorpio. Que se llama Antonio, como su abuelo, y necesita más dinero del que consigue dando clases a los niños de su barrio para pagarse sus nuevos y caros vicios. Y que no mentía sobre el color de ojos, heredado de ella misma.

63. Romero y Julieta (Jonathan Ruádez Naanouh)

«¡Ajo, carajo!», digo frente a la casa de Julieta, que con esa canela fina me tiene clavado de olor. Trepo las paredes de adobo y la encuentro en su cocina, aliñada como siempre, aunque un tanto ajedreada meneando el cucharón. Se me abre el apetito y me acerco en cilantro, con el ají empimentado, y la enebro por detrás. «¡Romero, eres tú!», me menta eneldecida, entorna su par de hinojos y deja que le mosque la nuez. Cuando empiezo a desenvainillar, se desazona y me aplaca: «Epazote, epazote, que si te alborotas y me albahacas, hacemos estragones por todo el piso, se me desperejila la estancia y ya casi llega papá». «Pasaba a dejarte un regaliz», le susurro menos caldeado y le muestro el tomillo de oro que coseché en mi sueño de laurel. Con lágrimas de jengibre, acepta y jura escapar conmigo, mañana a la medianoche, sin importarle un comino lo que piensen los demás. «Ahora, ¡sal! Y vuelve a tu alcaravea que, si te encuentra, nadie te salvia». Antes de partir, le doy un beso anisado que la deja encalendulada y le prometo que, de luna de miel, la llevaré a perpetuar la especia en un Chile mexicano.

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