Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

99. Sed (Pilar Alejos)

Mientras ojea la revista del corazón, piensa que las familias que allí posan no se parecen nada a la suya. Demasiado perfectas y felices. Esa vida de lujo y sonrisas congeladas en papel cuché dista mucho de su realidad.

Alza la mirada llena de nostalgia hacia las fotografías que palidecen sobre el mueble del salón: los niños, en su primera comunión; con sus padres, unas navidades; todos juntos, aquel lejano verano frente al mar. Tiempos felices que aún le palpitan en la herida, pero actúan como un bálsamo para su dolor. Son su único consuelo desde que, en aquella curva mojada de lluvia, un loco se los arrebató.

Aparta de un manotazo esa añoranza que habita sus ojos y, con el impulso de un suspiro, se levanta del sofá. Mete su tristeza en la olla exprés junto con el arreglo de cocido y enciende el fuego.

Hoy el día ha amanecido insoportable. Por eso se sirve una copa de ese vino que guarda para las ocasiones especiales. Sabe que no calmará su sed de venganza, pero, al menos, enmudecerá ese silencio atronador.

98 AL OTRO LADO DE LA SOGA (La Marca Amarilla)

No es como yo imaginaba, es muchísimo peor.

Ver a mi mujer y a mis hijos rotos, rabiosos, llorando al lado de mi cadáver trajeado, cerúleo, aparentemente muerto, ver a mi madre casi sin aliento del sufrimiento, herida, dolorida por perder a un hijo…

Ha sido lo más duro que he vivido desde que estoy muerto.

Nadie me advirtió de que yo sería consciente del daño que causaría tras mi egoísta huida del mundo que conocemos. Tan solo quería eludir mi triste tormento, mi eterna queja, dormir mi alma y olvidarme de todo.

Para siempre.

Ahora, encerrado en esta mohosa oscuridad, en la soledad del sepulcro, con una simple lápida separando ambas dimensiones, debo padecer también el dolor ajeno.

Y no sé por cuánto tiempo.

97. REENCUENTR0 IMPOSIBLE

Necesitaba volver.
Hacía más de dos años que no iba a su tierra y la nostalgia y la tristeza le empezaban a embargar.
Echaba de menos el olor al salitre del mar, el oleaje golpeando con fuerza los acantilados, la suavidad de la blanca arena tocando sus pies, los rayos de sol acariciando su cara y su cuerpo sumergiéndose en el Atlántico.
Sentía morriña de su tierra gallega, de sus hermosos paisajes y sus montañas suaves.
Y especialmente añoraba a su familia y amigos pues necesitaba la cercanía de sus paisanos para sentirse viva de nuevo.
Pero las circunstancias eran tercas, no paraban de ir en su contra.
El trabajo exigente y, sobre todo, la pandemia, que ponía infinitas trabas a los reencuentros con confinamientos y cierres de fronteras, que no parecían tener fin.
El verano anterior había renunciado a sus vacaciones para proteger a su madre, ya anciana. Y ahora veía como la Semana Santa se alejaba y el verano tampoco se mostraba prometedor a ese encuentro.
Mientras, ella, continuaba con un amago de vida infinito: teletrabajo, tareas domésticas y un ocio, siempre de puertas adentro.
Por eso solo podía sentir tristeza cuando veía su esperanza rota.

96. NEGRO COMO EL CARBÓN (Toribios)

Se habla siempre de los años felices de la infancia, pero se olvidan los días negros. Esos en que se une la rabia con la culpa. Era verano y Negri correteaba por la calle ajeno a la desgracia. Goyo y yo lo habíamos adoptado cuando apareció por el barrio salido de dios sabía dónde. Esa mañana hacía casi un año que teníamos perro a medias. Le dábamos de comer huesos y sobras, y tenía su refugio en el sótano. Tuvo que ser, Benilde, la carbonera. Y es que los días negros lo son a conciencia. Hasta el cielo se oscureció de pronto con nubarrones de tormenta. Y llegó la orden horrísona: “Traedme ese perro, que me lo han pedido”. Así emergió, áspera y tajante, la voz de Beni, y así obedecimos como almas benditas Goyo y yo a la demanda. Aún hoy me pregunto por qué. Quizás fue ese respeto reverencial que se tenía aún a los mayores. O el apoyo implícito de nuestros padres a su causa. El caso es que me pasé la tarde viendo llover tras la ventana. Y los goterones en los cristales tenían la misma cadencia que mis lágrimas.

95. DOMINGOS (Nieves Torres)

Hoy que el tiempo lo permite podemos salir al jardín. Nos sentamos en un banco, bajo los árboles y el olor de las flores te hace sonreír, quizás te recuerda a las tardes en el pueblo, sentada al fresco a la puerta de tu casa.

Como cada domingo, te vengo a visitar y paseamos, vas cogida de mi brazo por el camino de hierba, arrastrando los pies. Me cuentas mil historias de tu juventud y a mí me encanta escucharte como si las oyera por primera vez.

A ratos me miras en silencio, intentando recordarme. A veces, por un instante, recuerdas y entonces lloras y me pides que te lleve a casa. Yo me trago las lágrimas y te prometo que vendré a buscarte, que a partir de ahora estarás siempre conmigo.

Cuando llega la hora de marchar, me despido de ti hasta el domingo con un abrazo, pero me apartas con recelo y me preguntas que quién soy, que si trabajo aquí.

94. Lección de aMatomía (Piel de Retales)

A pesar de que Nicolás Pieterszoon Tulp gozaba de la admiración de sus colegas y de un prestigio cultivado durante toda su carrera como anatomista oficial de la ciudad, la tristeza invadía cada pliegue de su luto.
Una vez al año, siempre en invierno para favorecer la conservación de los cuerpos y evitar el hedor y las moscas colándose por cada vano del fallecido, ejecutaba la disección pública de un criminal. A tal evento acudían compañeros de profesión y público adinerado y sin escrúpulos que pagaba por ver el «espectáculo» en primera línea.
Aquel día ocurrió algo extraño. El doctor Tulp se topó en la camilla con una mujer. Nos han traído esta prostituta, le aclaró su ayudante; dicen que se ha suicidado por amor.
El cirujano observó su cabello y recordó los bucles que años atrás cosquilleaban sus hombros cuando besaba a su amada. Sin mediar palabra realizó una incisión por debajo de la caja torácica y extrajo el corazón de la muchacha.
Los asistentes al acto aplaudieron su pericia y vitorearon la precisión con el bisturí. La distancia, sin embargo, hizo que no pudieran observar las lágrimas de alivio del cadáver y las de tristeza del doctor.

 

93. TELES (David Moreno Sanz)

Teles, así es como decidieron llamarla los del pueblo, por su gran belleza y perfección, poco a poco ha conseguido adaptarse a las costumbres de las gentes de tierra.

Por las mañanas se levanta, se asea, desayuna y se dirige al trabajo que le han buscado para ella.

Tiene un comportamiento muy normal, a pesar de sus diferencias y limitaciones, a pesar de ser de fuera y de profundos mares y de sentirse siempre observada. Es incluso muy sociable.

 

Pero los días de lluvia todo cambia. La humedad la atrapa y se aferra al cristal de la ventana de su habitación, donde las gotas de lluvia deslizan recuerdos de mundos lejanos, recuerdos de su otra vida dejada atrás. Y allí permanece mesándose su larga melena pelirroja, horas y horas, con el inseparable peine que lleva colgado en el cuello y que no permite nunca tocar a nadie.

En el pueblo saben que deben aceptarle estas ausencias. Saben que se enamoró de uno de los marineros que frecuenta estos puertos, que el amor lo puede todo y por eso llegó. Y saben también que deben dejar que libere sus cantos de sirena en los días de lluvia.

92. Castillos de humo (Asunción Buendía)

Aquel día puso los cimientos para la construcción del castillo de su nostalgia, la primera piedra fue una sensación borrosa pero fuerte, ella apenas recién nacida y su padre meciéndola en brazos.

A partir de ahí la fortaleza creció imparable.

A veces con olores, el jabón limpio de las coladas interminables de su madre, tanto niño, tanta cama, tanta ropa.

A veces palabras pequeñas, un nombre dicho en un susurro.

De repente él. Caricias, roces, primera vez. Miradas, silencios que ríen. Invadiendo todo, él. Mil dudas y una sola certeza. Despertar siempre a su lado.

Morir a su lado.

El castillo tiembla, amenaza ruina. Hoy abrirá por última vez las pesadas puertas, luego las dejará abiertas. Escaparán los recuerdos, ya huérfanos, seguramente los buenos primero, los dolorosos siempre persisten más.

91. Aunque no te pueda ver (Javier Puchades)

El abuelo Andrés hace tiempo que solo pesca soledades. Con el paso del tiempo, la vida le ha ido arrinconando en el desván de los trastos inútiles. Ya nadie se acuerda de él. Su móvil, sumergido en la nostalgia, desborda llamadas enviadas sin respuesta. Solo quiere escuchar un hola, un te quiero o simplemente un ¿cómo estás?

Tal vez, la hojarasca del olvido ha cubierto sus recuerdos, pero sus sentimientos permanecen adormecidos a flor de piel. Apenas necesita una caricia para despertarlos.

Hoy, por fin, ha sonado su teléfono. Es uno de sus hijos. En el mismo instante en el que le embarga la emoción, su corazón deja de latir.

90. ¿ Y SI….? (Sandra Sánchez)

Dejó la jaula con la puerta abierta por si no se hubiera desorientado y supiera volver. Dejó, también, la luz del porche encendida aun a sabiendas de que en aquella oscuridad no se movería del sitio, que permanecería acurrucado haciendo una pequeña bola de plumas para mantener el calor. Amaneció. Se hizo de día. Salió el sol y, con él, subió algo la temperatura en aquel febrero frío y crudo; y renació la fe en que todavía pudiera volar, en que aún pudiera regresar. Avanzó el día, y la tarde y de nuevo la noche. Y la jaula seguía abierta, igual que la ilusión pero ya, cada vez, más débil. ¿Cómo no se percató de la puerta mal cerrada?, ¿haría demasiado frío para él, acostumbrado al calor constante del hogar?, ¿encontraría comida? ¿sabría encontrar agua?…Pasaron tres días, cuatro… pasó una semana.

Llevó la jaula al trastero, ocupada ahora por la culpabilidad del descuido, por la pena de que un pajarillo hubiera podido morir por su torpeza. Cerró la puerta a la vez que la esperanza.

A doscientos metros de su casa, en una rama natural de un verdadero árbol, frondoso y alto,un nuevo inquilino despereza  sus alas…  y canta.

89. Marías o Lincolns (Patricia Collazo)

Añorar es mojar una galleta María en leche. Es algo que apetece hacer, pero cuanto más caliente está la leche, más rápido hay que sacarla o se romperá. Cuando el tiempo pasa, la leche se va enfriando, y puedes dejarla sumergida más rato. Aunque siempre habrá un momento en que se cederá con un plop imperceptible y te salpicará.

Como buena emigrante, Paula sabía mucho de nostalgias. Yo, entonces, escuchándola decir lo de las galletas y la leche tibia, sentada como indio sobre mi cama, solo podía pensar en sus senos ocultos en la penumbra, en su boca, en sus manos de ardilla sobre mi piel. Siempre hablaba de nostalgias y galletas después de hacer el amor. Entonces yo la abrazaba y me dormía oliendo la vainilla de su pelo.

Paula volvió a su país.  La última noche me dijo que en Argentina las galletas son galletitas y las Marías son Lincolns. Se le iluminó la cara al recordar este detalle. Siempre temía olvidar los nombres, los olores, los lugares. Y tras ellos se fue.

Mi leche aún quema. Apenas si puedo acercar mi María y debo retirarla de inmediato. Pero cuando lo hago, todo huele a vainilla otra vez.

88. Rompecabezas

Con una sonrisa le toma las manos. Se acerca y le besa en la cara. 

-No se preocupe padre, esto lo vamos a sacar adelante, con paciencia, con mucha paciencia -Así da comienzo el día después.

Sobre la mesa camilla el puzle espera, hoy una pieza, otra, otra… poco a poco va tomando  forma, el dibujo va apareciendo.

Una sonrisa premia el esfuerzo. 

-Vamos que ya queda menos.

“Ya queda menos, maldita sea, cada vez queda menos” -piensa, pero no dice palabra. 

Los días se suceden y la curva sube y baja. A veces las angustias ganan la partida y el puzle tiene que esperar. Los ciclos cada vez son más agresivos. También las recuperaciones. Las sonrisas van escaseando y, a solas, el océano se desborda. 

Acaba de despedirse y, a su vuelta, la vista le lleva hasta la mesa camilla donde el puzle espera ser concluido.

Sus dedos juguetean con la única ficha que queda por poner.

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