Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

45 MIRADAS SECRETAS

La tía Hermosinda pasea frente a los pastos que antaño habían sido de su familia, ahora cubiertos por las aguas del pantano.
Aunque a veces, cuando hay sequía, todavía puede verse la torre del campanario.
Y entonces, mientras camina y otea las montañas suaves y el valle anegado, añora las tardes de los domingos, de su ya lejana niñez.
Recuerda que en esos días los niños se quedaban jugando, despreocupados, en el atrio de la Iglesia después de la misa dominical.
Esperaban pacientemente a que se retirasen los mayores para comenzar a correr entre los bancos de piedra y para adentrarse en lo prohibido, jugar al escondite entre las tumbas del cementerio.
En medio del jolgorio de gritos y risas, cuando el resto de la chavalería de la aldea no les veían, Tomás, un zagal de apenas 12 años, que le gustaba a rabiar, aprovechaba para robarle un beso, lleno de inexperiencia, ternura y un montón de vergüenza.
Ella respondía con una sonrisa pícara, con ardor en las mejillas y una mirada cómplice.
Después, como si nada hubiera pasado, se dejaban descubrir por aquel que «apandaba» mientras se lanzaban miradas cómplices, que atesoraban dulces secretos, sólo conocidos por ellos.

44. De fines de semana, o sobre los inconcretos movimientos de dos moscas dentro de una flor de cactus

Escena 1, sábado por la mañana: hay dos moscas chocándose contra la cristalera. Yo sé que ya habrás sacado al perro, y estarás deambulando por la cocina. No te oigo ni te observo. Ni siquiera lo pienso. Solo lo sé. Igual que tú sabes que yo ya habré barrido un poco, y que estoy aquí en el balcón, leyendo. No me ves, ni tampoco lo piensas. Simplemente, a fuerza de repetirse, conocemos cada movimiento.

Escena 2, sábado por la tarde: se acaba de abrir una de las flores del cactus y las dos moscas han caído dentro. Las flores de cactus duran un día, pero son preciosas. La vida de una mosca es también corta. Yo estoy terminando una novela que no me gusta, y ahora pondré la radio. Tú estarás viendo la tele. Luego cenaremos.

Escena 3, domingo por la mañana: la flor empieza a mustiarse y supongo que eso hará que las dos moscas tengan menos espacio para moverse. Digo supongo porque no llego a centrar mi atención en ello. Ni en la belleza efímera de la flor, ni en esos movimientos inciertos, de patas y antenas entrelazadas. Ese baile absurdo, que no va a ningún lado.

43. HIJO DE UN CARPINTERO

Transcurridas varias jornadas la estrella todavía permanece suspendida sobre el pequeño establo de Belén.

En el interior del pesebre un buey y una mula procuran calor suficiente al recién nacido.

Belén se convirtió en un hervidero de pastores, no cesa el trasiego de visitas llegadas desde ciudades lejanas, y es cierta la afluencia de monarcas que viajan con urgencia desde reinos lejanos, allí donde otros pregonan a los cuatro vientos el nacimiento de un nuevo Mesías.

Los curiosos se arremolinan ante las puertas de la cuadra y pugnan por mantenerse el mayor tiempo posible cerca del bebé, en su intento por depositar presentes a los pies del que, aseveran, nació para redimir a la humanidad.

Mientras José se desvive en atenciones hacia tres reyes que permanecen postrados frente al pesebre, colmándolo con cofres a rebosar de oro, incienso y mirra, su esposa, María, se aferra al vientre y se ruboriza al ver cómo el joven aprendiz de carpintero lucha con denuedo por hacerse un hueco entre el tumulto y así poder ver de cerca al niño, para comprobar que sus ojos, como afirman todos, son idénticos a los de él.

 

42.- Destino (Adrián Pérez)

Cansada de dar vueltas y vueltas durante años, la bailarina deja caer sus brazos y, tomando impulso, salta fuera de la caja de música. Ha oído hablar maravillas de su ciudad ­­–dicen que incluso hay un tren que va por debajo de la tierra­–, pero nunca ha visto más allá de estas cuatro paredes. Sin embargo, ahora está saliendo de la habitación, cruzando el salón, encontrando un resquicio junto a la puerta principal, atravesando el jardín y colándose entre los barrotes de la verja que da a la calle. Mientras camina, se ve en mitad de un gran escenario, junto a otras bailarinas­­ –siempre tuvo ese anhelo–, y siente el clamor de un público que la hace brillar como la joya más preciada de todas las que custodió bajos sus pies. Es en medio de sus ensoñaciones cuando se encuentra con la señal de metro recortando el cielo y, bajo ella, el seis, su número de la suerte. Siente una corazonada. Baja corriendo las escaleras que la llevarán hasta el tren que tantas veces imaginó. Lo que aún no sabe es que el seis, además de ser su número favorito, es también el número de la línea circular.

41 El viejo magnolio (Juana Mª Igarreta)

La casa de Lucía está situada en un sitio envidiable, así lo comentan siempre sus amigas. El ventanal del salón da a la calle principal de la ciudad, donde bulle la vida desde las primeras horas del día. Sin embargo, su mirador preferido está en la parte trasera del edificio: una pequeña terraza que asoma a una recoleta plaza presidida por un majestuoso magnolio. El ejemplar supera con creces los setenta años de ella. Sentada en su mecedora de mimbre, que exhala gemidos con cada balanceo, posa a menudo sus ojos en el viejo árbol, al tiempo que siente reverdecer sus recuerdos. Qué acertado estuvo su ya fallecido Francisco construyendo ese firme alcorque para proteger la base del tronco y sus raíces. Desde entonces, por fuerte que sea la tormenta y el viento huracanado agite inclemente la frondosa copa del magnolio, no hay riesgo de que la tierra que lo sustenta se remueva en demasía. Esa tierra en la que los pies de Mateo, el gemelo de su marido, tantas veces dejaron huella. Dos hermanos idénticos hasta en el gusto por las mujeres.

40. El gran escenario (Gemma Llauradó)

La vida es el escenario más inmenso en el que nos encontraremos jamás… Un teatro donde los paisajes no son de atrezzo. Un decorado que varía a cada minuto, que se llena de actitudes, gestos, retos, palabras, silencios, lágrimas, sonrisas, sueños, sentimientos y esfuerzo… En definitiva, de un sin fin de ingredientes que ornamentan y potencian el desarrollo de toda nuestra obra.

Un lugar en el que nada está inventado y todo queda por descubrir. Dónde siempre hay cabida para nuevos diálogos, donde el guión puede sufrir reiteradas modificaciones y los actores pueden ser reemplazados. Allí donde las ideas y las palabras se acompañan de gestos y miradas, donde la luz se enciende y se apaga, donde la música es el acompañamiento.

Y allí, delante de ese colosal escenario, está toda la gente que forma parte nuestro entorno, de nuestro día a día, aquella que estimula capacidad sentir, despierta nuestra sonrisa y activa nuestra felicidad. Toda esa gente que son nuestros espectadores, aquellos dispuestos a pagar la entrada que da acceso al gran escenario de nuestra vida.

39. Islandia

El horizonte es azufre y el ocre se posa en las astas de los renos. Hay nieve, líquenes y lava. El viaje se le ocurrió a ella; a ver si la aurora boreal les regalaba un lapislázuli que se les había extraviado en la inercia de los días. Le busca las manos, las caricias de antaño. Pero él hace fotografías. Ella vomita el desayuno cada mañana desde hace una semana. Él comenta que no será nada grave, que en los coches siempre se marea. A ella le gustaría decírselo al lado del géiser; usar la fuerza del agua hirviendo que brota del suelo helado, gritárselo sin hablar y alegrarse juntos. Vuelve a dejar atrás el momento. Él también la esquiva porque sabe que cuando se encuentren con la mirada no conseguirá amordazar la infidelidad de los últimos meses. Llega una nueva noche polar y el frío les lleva hasta la habitación estéril del hotel. Con dos camas separadas.

38 Docencia y decencia (Diego Cano-Lasso Pintos)

Si te miran amenazantes sigue y entra, me dijo mi mujer.

Como a diario, acudí a la facultad en mi bicicleta Macario de los años sesenta que conservo en buen estado; y ahí estaban sosteniendo una pancarta que decía: “Huelga por el ecosistema”.

Habían prendido fuego a barricadas para obstaculizar el tráfico. El paisaje era dantesco.

Entré en clase porque es mi obligación, aunque recibí insultos y silbidos.

Considero que estudiar y no malgastar es útil y la única salida para evitar más degradación, pero como había una atmósfera irrespirable por el humo del caucho me volví pedaleando a casa para disfrutar de los pájaros en los pocos metros cuadrados que puedo controlar.

Soy Sebastián Martínez, profesor de Ciencias del Medio Ambiente.

37. UN LUGAR EN EL CORAZÓN

Yo solo quería que cumpliera su promesa: hacerme un sitio en su corazón. Pero, pese a mis intentos por ocupar el lugar que era mío, no conseguí entrar en él. Allí había demasiada gente: sus padres, sus hermanos, sus tías acompañadas de unos niños llorones, unos amigos tomando cervezas y en el centro, el lugar más confortable, una rubia ligera de ropa cómodamente instalada.

Así que me quedé por allí, esperando.

Los días de invierno fueron los más duros, pero la esperanza de que en primavera el corazón se dilatase, me animaron a resistir. Pasaba los días paseando de aurícula en aurícula, ejercitaba mi cuerpo haciendo footing del ventrículo izquierdo al derecho, incluso me aventuré a visitar los pulmones que resultaron ser un lugar inhóspito y ventoso, así que volví a rondar el que debería ser mi sitio.

La primavera no trajo cambios. La rubia siguió llenando aquel privilegiado espacio, que además llenó de flores. La decepción contrajo mi cuerpo y rodé sin rumbo. Terminé taponando una arteria. No vi ni luz ni túnel, solo escuché un “te quiero” que tal vez no era para mí, pues venía de allá, del centro mismo.

36. NATURALEZA MUERTA

Desde lo alto, nuestro pueblo era muy distinto a como se veía desde abajo o desde dentro, heroico, supersticioso, inmutable, temeroso del cambio, pero eso no lo supimos hasta que, retirando un exuberante bodegón, se expuso un polémico cuadro, un lienzo blanco con una línea negra horizontal que lo atravesaba por la mitad, y a ambos lados de la misma, unos puntos del mismo color:

—Es la carretera con las casas, decían unos.

—No, es el río, añadían otros.

—Tal vez es el horizonte, se atrevían a proponer los más osados.

—Este cuadro no tiene vida ni color, que pongan ahí el que estaba antes, dijo una voz que encontró el aplauso inmediato.

El cuadro, olvidado y despreciado, fue malvendido a un turista que, según parece, lo expuso con gran éxito y fortuna por todo el mundo.

En una llanura tan anchurosa y monocroma, para hacerse una idea acertada de la realidad del pueblo, había que tomar altura, y para alcanzar ciertas cotas había que buscar muy lejos algún promontorio, tan lejos que había que marcharse más allá de donde se perdía la raya negra que cruzaba el paisaje.

35. Y ASÍ SE LO HEMOS CONTADO (Isidro Moreno)

El viento arrastra una nube de arena de desierto. Apenas se distingue a la humilde pareja que marcha con su caballería y las escasas pertenencias ante la estoica mirada de unas montañas peladas. El árido panorama y un frío in crescendo no presagian el asombroso acontecimiento por venir.

Refugiados en un mísero cobertizo a las afueras del poblado, se resignan a pasar la noche. Ella anuncia que el parto de su hijo es inminente. Él dispone el pesebre de las bestias como cuna y, para atenuar el frío, sitúa en derredor del improvisado lecho al asno y a la escuálida vaca aparecida en el cobertizo. Allí nace el niño al que llaman Jesús.

Ella, aún virgen, se peina entre cortina y cortina. Sus cabellos ahora son de oro y el peine es de plata fina. También surge un río donde, además, los peces beben y beben reiteradamente porque han visto nacer al niño. Una estrella guía a tres monarcas eméritos que, a trote de camello, llegan hasta el cobertizo para ofrecer unos regalos a Jesús. María lava pañales y los tiende en el romero.  “Dime niño, ¿de quién eres?”, pregunta el pobre José, mientras los ratones le roen los calzones.

34. El bosque sagrado (María José Escudero)

Nunca había entrado allí. Estaba prohibido. Pero después de dos años de férreo adiestramiento, había sido elegida. Al principio, deambuló sin rumbo en busca del lugar indicado, hasta que el murmullo de una cascada y los colores del bosque le mostraron el camino. Atendiendo a consignas aprendidas, ignoró el aullido alargado de los lobos y contempló con fervor la luz temblorosa que se colaba entre las ramas y rompía la oscuridad de aquel monte vedado. Luego, recostada sobre la hojarasca, esperó. Los buitres negros, con sus inmensas alas, se movían inquietos por el hayal, pero su mirada se rendía y sólo notaba el cosquilleo de las moscas sobre sus párpados y permitía que las hormigas de fuego hicieran su trabajo.

En sus reuniones secretas el Ángel Custodio la había animado —con letanías y promesas— a explorar la magia de su cuerpo y la había preparado para el ritual. Él mismo le había otorgado la droga liberadora para enfrentar su nuevo y divino destino.

El suelo vibraba cuando hallaron sus restos esparcidos entre las raíces de los árboles. Muy cerca y aún intactos, permanecían los zapatos de su graduación: La Norma de La Comunidad le exigía entrar descalza en el paraíso.

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