Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
4
5
horas
1
8
minutos
1
8
Segundos
5
5
Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

53. Forever Young (Pablo Núñez)

Cuando Susana sale del baño con la fregona, Tomás se levanta a duras penas del sofá y agarra su andador, mientras yo aprieto el paso apoyado en el mío con la esperanza de que el reuma me deje ganar esta vez. Pienso que la casualidad de que su hora y la mía siempre coincidan es, como mínimo, sospechosa; sobre todo por las miradas de reojo que me echa desde que ella entra a realizar la limpieza. Convencido de que lo hace para fastidiarme, avanzo con todas mis fuerzas por los pasillos blancos mal iluminados por tubos fluorescentes. Algunos parpadean débilmente hasta que se apagan, igual que nuestros corazones en este último recodo de la vida. A cámara lenta, me voy acercando a la meta y, aunque me saca media cana, todavía puedo adelantarlo por la izquierda. Justo en el momento del esprint final, Susana ve nuestros andares inciertos, se vuelve, da tres golpecitos a la puerta y dice: «Un, dos, tres, pollito inglés». Nos quedamos quietos entonces olvidando los problemas de próstata, nuestra eterna competición por ser el primero en saludarla, ver de cerca la chispa que desprende su mirada, y nos balanceamos como columpios en nuestros destellos de infancia.

52. Fotógrafo de angelitos (towanda)

Con la boca cerrada, el pelo engominado y un trajecito de gala es como están más guapos. Para estas ocasiones, por el mismo precio, tengo uno de almirante con sus puñetas almidonadas y distintas condecoraciones a elegir. Lo podría arreglar la modista si le quedara grande. Por supuesto, este tipo de fotografías reclaman una luz cenital. El efecto viento, que tanto le gusta a la mamá, es caro, pero da movilidad a los cabellos y frescura y dinamismo a la instantánea. Va en gustos, pero el viento me pide a gritos una luz frontal en tono pastel. Siempre aconsejo los ojos entornados porque otorgan más viveza, algo de color en las mejillas y un ligero brillo en los labios. La fotografía es tremendamente caprichosa y agradece estos matices cromáticos. Sin lugar a dudas, aplicaría luces puntuales para iluminar solo esas pequeñas partes. En las manos, algunos padres piden un rosario, otros prefieren crisantemos y los hay que desean inmortalizar a sus pequeños con la Biblia. Si decidieran Biblia, una iluminación contra cenital desde abajo quedaría ideal. Admito cualquier tipo de sugerencias, pero es urgente que tomen una decisión cuanto antes porque pasado un tiempo comienzan a oler.

51. LA ÚLTIMA PELÍCULA (Isidro Moreno)

El perfume de mi madre. El olor a pis en la clase de los parvulitos; la cegadora luz de verano en los campos amarillos de trigo. Las felices vacaciones escolares; siestas obligadas, largos días de juegos en la calle; las bicicletas. Mi piel trigueña bañada en el río. El primer amor; el instituto; larga vida por delante; las aulas de la facultad; el mundo se nos quedaba pequeño; otro amor y el futuro aún parecía muy lejano. Boda, trabajo, familia, nostalgia de juventud; penas y alegrías; hijos, nietos; nostalgia de vida. Despedidas de unos, adioses a otros. Dolor, pérdida, nostalgia por todo. Soledad.

Todavía, las últimas luces del atardecer traspasan la ventana y alcanzan mi lecho. Alguien que no conozco, con bata de plástico, gorro y mascarilla, me toma la mano. Una luz blanca y deslumbrante se me aproxima, voy hacia ella.

Silencio. FIN.

49. ESA LUZ QUE SE APAGA (Pepe Sanchis)

 

Habría sido difícil adivinar el escritor que se escondía bajo el seudónimo “Raimundo”. Soltero y solitario, realizaba una colaboración mensual en el suplemento cultural de aquel periódico de provincias. Como enviaba sus escritos por correo electrónico, nadie conocía su verdadera identidad. Tenía una forma peculiar de contar historias, buscando siempre la parte alegre de la vida, con un toque irónico, que gustaba a los lectores.

Por eso, resultó extraño aquel relato del mes de julio, tan alejado de su estilo habitual, donde su personaje, después de una ruptura amorosa, fallecía en su casa, habiendo cerrado a cal y canto puertas y ventanas.

Aun así, nadie preguntó por qué en agosto no apareció su relato.

Ni relacionaron el fin de sus historias con la noticia que a principios de ese mes apareció en el periódico, cuando unos vecinos habían alertado a la policía debido al olor que desprendía el interior del 7A, donde vivía ese rarito de Raimundo.

48. Cien años bajo cero (Fuera de concurso)

Al principio fue la luz, intensa y blanca, el mayor obstáculo, obligándome a cerrar los ojos de nuevo y a intentarlo una y otra vez hasta que aquel brillo cegador de cuanto me rodeaba fue desvaneciéndose como la bruma al avanzar el día, descendiendo sobre las cosas que lo emanaban hasta volver a formar parte de ellas, de su contorno primero y su materia después, y acabar definiéndolas en toda su nitidez y contraste. No fue cosa de un rato, sino de días, y todo lo que en ellos pude ver y hacer permanecerá por siempre en mi recuerdo envuelto en un aura ultraterrena.

Nada más salir de la clínica fui a verlo. Me recibió en una silla de ruedas. Casualmente cumplía ciento treinta años, ochenta más que yo, o treinta menos, según se mire. Lo imaginaba así. Nos miramos callados, y hasta temerosos, como si un abismo nos separara. Todavía torpes, mis manos de mamut rebuscaron en el bolso y sacaron un paquetito. «Felicidades», le dije finalmente al entregárselo. Pude ver entonces su respiración agitarse. E incluso una chispa de ilusión infantil en sus ojos al abrirlo. La misma que cuando le traía algún juguete al volver del trabajo.

47. La magia de la luz (María José Escudero)

Llegó en un cayuco a nuestra costa, aferrada a los brazos inertes de un cuerpo frío, y la recogieron los supervivientes de una isla olvidada que nunca habían tenido ocasión de contemplar el arco iris. Por aquel tiempo, el mundo era un inmenso archipiélago de lodo. Por eso, al ampararla en su regazo sospecharon que el destino se había equivocado de paisaje. La niña, clara de piel, tenía un mágico resplandor en la mirada que la distinguía de las sombras agónicas que poblaban aquella insignificante mancha marrón de la tierra desgajada. Y pronto, animados por su viveza forastera y pegadiza, limpiaron los caminos, encalaron las paredes  y las ropas carmelitas que dormitaban en los tendales se transformaron en banderines de fiesta. Con ella regresaron la luz del alba y los atardeceres. Por ella recobraron el asombro y el deseo. Pero mientras la niebla insular se desvanecía  y brotaban hojas en las ramas correosas, la niña medraba despacio y miraba de soslayo el horizonte en busca de un punto de fuga.

Llegado el momento, la despidieron con música  en la playa y, aunque en el cielo amagaban las nubes, la esperanza ya había prendido en el vientre de nuestras madres.

46. Cuando el universo nos regala un día más (Gemma Llauradó)

Desperté pasadas las siete tras una noche de náuseas y vómitos inducidos por la quimioterapia del día anterior. Apenas se filtraban unos leves rayos de luz azulada por las cortinas de mi habitación, todavía no había amanecido. Permanecí pensativa en la cama por un tiempo indefinido, agradecida de no sentir más náuseas. Luego un sueño intenso me venció. Cuando desperté de nuevo, sentí que aquellas eran las mejores dos horas de sueño de toda esa noche. Había amanecido ya. Respiré profundamente, sintiéndome afortunada porque el universo me regalaba un día más. Salté de la cama, descorrí las cortinas y permití que la intensa luz de la mañana inundara la estancia. Ojeé el exterior a través de los cristales del ventanal. Las hojas de los árboles y la hierba de la tierra aún no habían tenido tiempo de secarse del rocío de la madrugada y resplandecían como si estuvieran recién enceradas aportando un enfático centelleo. Abrí la ventana asomándome para poder observar el enclave de ese nuevo día. Una brisa suave y fresca me acarició el rostro y mi mente tomó la idea de que ese iba a ser un buen día.

45. SETENTA Y PICO PRIMAVERAS (Mødes)

La luz del último verano ha empezado a apagarse en su cerebro.

Y, como si fueran hojas secas en otoño, sus recuerdos tapizan ahora el suelo de nuestra habitación.
Y él juega con ellos, los tira al aire y después los pisa, sin dejar de sonreír.
Y yo lo miro con amor y también sonrío.
Porque, cuando anide en su memoria la eterna noche del invierno, sé que lloraré.

44. La luz al final del túnel

Araceli tenía luz. Cuando nos conocimos abrió todas mis ventanas y descorrió todas mis cortinas. Nuestros encuentros eran choques de placas tectónicas que desajustaban los sismógrafos. Fueron días felices, su brillo se descomponía en cientos de colores que derramaba sobre sus seguidores como las vidrieras de una catedral gótica. A veces me dejaba entrar en sus zonas de penumbra y la veía tal cual era, sin la obligación de brillar. Entonces, su llama parpadeaba vacilante como una vela en una tormenta. Yo le decía que todo iría bien y la abrazaba muy fuerte protegiéndola con mi cuerpo. La depresión era un agujero negro que absorbía toda su energia. Yo sufría con sus combinaciones temerarias de ansiolíticos y procuraba hacerla reír; cuando veíamos La hora chanante  su risa se precipitaba sobre mí como una cascada de aguas claras. Poco a poco y con altibajos volvió a ser ella. Su luz ya no deslumbraba , se volvió cálida y atrayente como las brasas en la chimenea. Una sombra de tristeza se había instalado en su mirada, pero al fin, en sus ojos, volvió a brillar el faro cálido que me salvaba de mis naufragios.

43. EL MONSTRUO

De pequeño le daba miedo la oscuridad. Sólo el amanecer podía calmar los latidos desbocados producidos por sus tenebrosos pensamientos.

Ahora busca la luz en las pupilas ajenas. Trata de contener la taquicardia cuando mira el brillo del metal.

De pequeño le daba miedo la oscuridad. La mañana le calmaba. Le fascinaba ver un haz descompuesto en colores.

Ahora observa los cortes, el color rojo, la descomposición de la carne.

De pequeño le daba miedo la oscuridad. Sabía que entonces iría a visitarle.

Ahora teme la luz, la imagen del monstruo en el espejo.

 

42. Ositos

Mamá me reñía cuando le pedía que no apagase la luz. Decía que ya era mayorcito para esas tonterías. Claro, ella nunca había escuchado las risitas de los peluches de madrugada, ni los ruiditos que hacían al bajar de la cama. Tampoco vio lo del agujero en el tubito del coche cuando el accidente de papá. ¡Le echo tanto de menos! Después de aquello se los regalé a la niña del tercero, pero por la noche volvieron todos a mi habitación y me hicieron jurar que no volvería a hacerlo. Además, me dijeron que si me chivaba se enfadarían mucho y le harían tragarse a mamá una cosa que se llama satisfái, o algo así, y a mí me harían lo mismo que a la niña del tercero. Nunca más la vi. Me daban tanto miedo que los metí todos juntos en la lavadora, apreté ese botón que hace dar vueltas a toda velocidad y me quedé mirando un buen rato cómo les saltaban los ojos y se les salían las tripas. Mamá me castigó por algo de un filtro, pero ya no tiene que dejar la luz encendida de noche. ¡Ah! Tengo que preguntarle qué es eso del satisfái.

Nuestras publicaciones