Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

29. Luces apagadas (Miguel Á. Moreno)

Después de despedir a los últimos comensales, suspiró profundamente y recogió esos dos cubiertos, los de la mesa 13, que habían quedado sin usar. ¡Qué curioso! Con cuidado, los introdujo en el aparador y echó otro vistazo a la sala, cerciorándose de que allí no quedaba nadie.

Apagó las luces y se dirigió a la cocina. Julio Alberto, el cocinero, aguardaba la orden para marcharse. Así lo hizo, no sin antes abrazarle. “Gracias, jefe, gracias por todo”, repitió varias veces antes de traspasar la salida. El restaurante quedó completamente a oscuras.

Ya en la calle, cruzó a la otra acera y contempló por enésima vez la fachada. “Necesita una mano de pintura y darle un toque más moderno“, se dijo, sin reparar en que había traspasado el negocio a una casa de apuestas.

28. Nada

Cuando Andrea atraviesa la puerta del Nautilus es como si entrara en un acuario con luces de colores cambiantes. Al llegar a la barra el ruso siempre le sirve una copa. Con ensayado contoneo, camina hasta la pista donde los focos vuelven su vestido fluorescente. Ella, entonces, se transforma en una diosa de piernas infinitas a la que los clientes regalan los oídos con palabras obscenas. Después está la otra, la que arrebata su cuerpo. ¿O es al revés? Se llama Remedios Pérez. Huyó de las manos lascivas de su padre  protegida por la oscuridad. Y vive entre tinieblas mientras barre cada atardecer la biblioteca pública ya vacía. De allí sacó su nombre, de la protagonista de un libro titulado “Nada”.  Me llamo Andrea—dijo el primer día—, y al ruso le gustó. Hoy Andrea ha bebido de más. Lo suficiente para atreverse a hacerlo. Remedios duerme cuando Andrea llega a la pensión. La zarandea y la obliga a levantarse. Remedios, de piernas largas y torpes, se deja arrastrar hasta el balcón. No ha amanecido y el cuerpo de Remedios se precipita contra las sombras. Tan despacio que Andrea aún tiene tiempo de pensar en las luces del Nautilus.

27. Sous le ciel de París

Deseo cumplido. Por fin estoy aquí, en París.
Paseando por «la plaza de los pintores» en Montmartre, cierro los ojos e imagino, entre el olor a aguarrás y el bullicio, a pintores famosos que revolucionaron el mundo del arte. ¿Quién sabe si los que hoy están aquí formarán algún día parte también de la historia?
Entorno los ojos tratando de imaginarme que los coches son más antiguos, los rostros y los trajes de antaño, tantas veces representados en los lienzos.
Me siento en una terraza de una de las muchas creperías y pido un café y un croissant. Me deleito con su aroma a recién hecho, a mantequilla. Sonrío, parece un chiste de humor negro, venir a la «Ciudad de la Luz» donde se apaga la mía sin remedio.
El tiempo parece haberse detenido cuando escucho una canción de Edith Piaf.

«Sous le ciel de París.
S’envoile une chanson.
Elle est née d’aujourd’hui.
Dans le coeur d’un garçon.
Sous le ciel de París.

Marchent des amoureaux».

Aún sigo aquí… a lo lejos se escucha un trueno, la tormenta está de camino, pero aún no ha llegado…

«Sous le ciel de París…»

 

26. Luces de Pirómano

Luces de Pirómano

Desgraciadamente, en este anochecer, me quedo atónita al observar que la franja de bosque, que rodea el pueblo, está ardiendo. Las anaranjadas llamas ocultan el brillo de las estrellas y solapan las luces de neón. Dantesco espectáculo en las obscuras sombras de un día de verano.
Mi mirada sigue clavada en el horror. No hay tregua.
El viento empuja, sin piedad, y hace que farolas, fuego y arboleda se fundan en un abrazo mortal.
Las ardientes luces iluminan el cielo y la impotencia acompaña a la rabia.
Coches de bomberos y ambulancias inundan la noche con el parpadeo de sus luces giratorias y el sonido de sirenas.
Una vez más, la montaña rusa de la vida me sorprende desbaratando mis planes de descanso.
¡Amanece! En la radio escucho las noticias; la policía sospecha de dos jóvenes que, en su Inconsciencia, y sólo por pura diversión, queman papeles entre la seca maleza.
El fuego se les va de las manos y huyen atemorizados.
Están identificados y sus fotos aparecen, pixeladas, en todos los canales de televisión.
Lo triste es que pertenecen a familias, aparentemente, estructuradas.
Son muchachos “normales”.

25. Una mañana de esas

Esta mañana ha sido una mañana de esas en las que apetece tomarse un café en Praga, pedirle prestada la estola negra con broche de insecto a Elsa Schiaparelli y pasar a saludar a Kafka. Porque la luz invitaba a la fuga y a la fantasía, y ahí estaba yo, convertida en el muñequito de Google Maps pegando zancadas por el casco antiguo y dándomelas de intelectual y sofisticada, cuando en realidad estaba sentada en el jardín administrándome un chute generoso de vitamina D, embobada viva con la luz, sí, esa luz especial que tienen algunos días que hace que te vayas a donde quieras… aunque siempre no pasa esto, eh, que tienen que darse las condiciones idóneas; que todos los días no lucen igual, ni la luz, por mucho sol que haya, te invita a irte a Praga a tomar café. Son cosas especiales que surgen, así, espontáneas, una alineación entre los astros y el cerebro, que os creéis que todo es tan sencillo y no, no lo es, si no estaríamos todo el día por ahí y ya veis que no pasa. Pero hoy sí, definitivamente ha sido una mañana de esas.

24. Demiurgo (Jesús Garabato)

 

Aprovechando la ausencia del autor, alrededor del cuaderno azul deambula el personaje, inquieto ante lo que el maldito azar hizo y hace de él: estar a punto de morir aplastado por una cornisa derribada a su paso, verse de improviso  encerrado  –quién sabe si para siempre– en una diminuta habitación soterrada y perdida en el tiempo, torcer a la izquierda para, tras recular, inmediatamente seguir por la derecha y de nuevo retroceder…  Está harto y, por una vez, toma una decisión.

Ya con las piernas fuera de la ventana, admira extasiado las luces de Manhattan. Sí, lo hará: al fin será libre. Pero con lo que no contaba era con que el escritor lo haría de nuevo: antes incluso de saltar, su cuerpo ya estaba levitando sobre el puente de Brooklyn, manejado por las cuerdas invisibles de la imaginación de Paul Auster.

 

 

 

23. LUZ Y EPI

Doy vueltas en la cama, no me puedo dormir.
Hace dos días, el neurólogo en la consulta me cambió el diagnóstico.
«Alejandro, lo siento, sé que eres médico, tienes ELA», y el silencio llenó la consulta.
Lo estoy digiriendo y me está sentando mal. Cuántas veces he explicado síntomas y diagnósticos a familiares y amigos, pero cuando eres tú mismo, todo cambia.
Sueño con la eutanasia y si tendré el valor de decidir cómo morir. Qué difícil es. Los brazos ya no son míos, pero puedo caminar, puedo amar y hablar con mis hijas.
Dónde está el límite, ¿hasta cuándo puedo vivir y considerar que mi vida es digna?
Tengo ratos buenos, cuando consigo pergeñar un relato, cuando pruebo un vermut nuevo y me gusta, pero cuando se me cae la comida o tengo que pedir ayuda para levantarme del váter, vuelvo a pensar.
Cuando hago el amor, me digo que merece la pena vivir, pero si al rato me están ayudando a ducharme, pienso, hasta cuándo.
Como decía Paco Ibáñez, «cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor…»
Entonces, se despierta y me coge de la mano, mi mujer, Luz.

22. La Dictadura de la Luz (Antonio Bolant)

En una habitación de hospital, las primeras luces llegan con el último tramo de una venda. Colores e imágenes se presentan ante unos ojos nunca antes atravesados por tantos detalles. Ojos que, aun estando dormidos de nacimiento, asumieron el control de la percepción y permitieron a la luz cincelar en el pensamiento los rotundos perfiles de la realidad. Cada neurona, cada circunvolución del cerebro fue tomado por los infranqueables límites de lo visible, como un espectro de niebla clara.

Solo que la luz no esperaba encontrar tanta resistencia a sus dictados del mundo exterior y, acostumbrada a enfocar en un solo sentido, encargó a la vista que averiguara qué hacía peligrar su hegemonía. No tardó en descubrir cómo, durante su ausencia, la poderosa imaginación había orquestado al resto de los sentidos e inmediatamente ordenó su confinamiento en el mismo rincón del cerebro donde agoniza la infancia.

Desde entonces, sólo cuando la noche cierra los párpados impermeables a la oscuridad de lo aparente, los sueños errantes logran alcanzar la creatividad retenida en la infantil cantera de la imaginación, en ese rincón donde la luz se encuentra con su frontera.

21. La purga (reinterpretación) Aurora Rapún Mombiela

La luz entraba a raudales en la habitación cuando despertó sudoroso sobre un revoltijo de sábanas húmedas. Lo había logrado, había sobrevivido a la noche más terrible del año, aquella en la que los delincuentes y los psicópatas tomaban las calles para saciar sus más oscuras ansias de sangre y venganza. Hasta el año próximo no tendría que preocuparse más, las ciudades serían un lugar seguro en el que convivir en paz. Silbando aliviado, se dirigió a la ducha y dejó que el agua purificadora resbalara sobre su cuerpo y limpiara sus miedos. 

Abrió los ojos en medio de una completa oscuridad y comprobó con terror que el líquido que lo recorría era su propia sangre y que el asesino que le estaba clavando el cuchillo una y otra vez susurraba junto a su oído: despierta.

20. LUCÍA Y EL PASADO

Esta mañana Lucía brilla con un fulgor que lo mantiene alerta aunque descentrado frente al espejo, cegado como si estuviera en una sala de interrogatorios. No sabe qué espera de él pero hay algo en esa mirada, un brillo que insinúa cierta gravedad, quejas inaplazables, reprimendas inminentes, y sin embargo se cree a salvo de todo reproche. Por si acaso finge esmero y sutileza, incluso le hace notar que lleva dos gotitas de Lumière intense, ese fétido perfume que anuncia su actor favorito. Bajo la lámpara del recibidor ella lo espera para, sin ocultar ese destello sibilino, desearle buen día. En el rellano y a oscuras ve la luz del interior a través de la mirilla, sabe que son sus ojos. Desciende como siempre unos peldaños a ciegas hasta que el sensor detecta su presencia, y entonces las bombillas lo iluminan. Regresa.

—Soy yo.

No hay que memorizarlo todo —piensa—, basta con saber dónde comprobarlo. Consulta en el libro de familia la fecha de la boda. La interrumpe con un beso de feliz aniversario y un diamante reservado para otra. Él apaga la luz, se marcha, y ella continúa redactando su nota de suicidio.

19. Oficio de tinieblas (Javier Igarreta)

Mientras la luz agónica del atardecer acariciaba los diablillos de los capiteles, la voz de barítono del lector hebdomadario resonó nítidamente en la penumbra del claustro, formando un acorde perfecto con la luminosa espiritualidad del mensaje bíblico: “Et verbum caro factum est”.  El profundo significado del texto se hizo carne en las papilas gustativas del hermano Junípero que, poco dado a las epifanías místicas, no pudo evitar un atisbo de placer. No era la primera vez que el humilde lego se debatía en esa ambigua frontera entre el sentir y el consentir y aún tuvo que enmascarar, entre forzados carraspeos, la rebelión de sus tripas carentes de prejuicios y poco dispuestas al ayuno. Pero el abad Lautaro, de vista precaria pero fino de oído, siempre permanecía vigilante a las debilidades de su grey. Cuando en el ritual del besamanos tuvo al hermano Junípero a su merced, escondió un pellizco en el abrazo, reconviniéndole con aquella voz tan sibilante como sibilina: “Ay fray Junípero, fray Junípero, procure ocultar sus remordimientos de conciencia”. Y le miró fijamente desde el fondo de sus ojos glaucos.

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