Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

65 Extrañezas repentinas (Blanca Oteiza)

Te echamos de menos, aunque no sé quién de los dos te añora más. Cada vez que salimos al parque Sol te busca por cada rincón y yo en mis brazos vacíos. Por las noches nos acurrucamos bajo la manta en el sofá que se nos queda grande. A veces siento el impulso de llamarte, pero cuando recuerdo la cara de tu nueva compañía, se me quitan las ganas de nuevo. Otras veces deseo encontrarme contigo por la calle, aunque ya no sea yo, quien te coja de la mano.
Esta tarde hemos cambiado el paseo habitual por un nuevo barrio sofisticado a las afueras de la ciudad. Mientras Sol olisquea entretenido, observo desde la lejanía la luz de la ventana de tu nueva vida.

64. El niño interior

Consternado, sentado a los pies de la cama, miraba a su alrededor pensando dónde se habría escondido esta vez.
Había buscado en la biblioteca, entre los cuentos de los hermanos Grimm que tanto le gustaban antaño. También en el joyero, por si había decidido entretenerse enlazando cuentas de colores. Entonces se acordó del estrecho hueco entre la chimenea y la leñera, desde cuya penumbra se puede atisbar, sin ser visto, la vida en el salón.
Efectivamente, ahí, hecha un ovillo, estaba su sombra. Le sacudió un poco la ceniza, para adecentarla, y la estiró de los extremos. Como siempre que se le escapaba, había encogido a sus dimensiones de niño, igual que una goma recuperando las medidas de menor tensión. Después la pegó al velcro de los calcetines, el que Wendy, su esposa, había añadido a todos sus pares, cansada de coserle la sombra cada dos por tres. Entonces cacareó su victoria, aunque en bajito, para que nadie le oyese.
Por fin, disimulando con cuidado que flotaba unos milímetros por encima del suelo, entró en la cocina a darle los buenos días a Wendy.

63. Oscura noche

La lámpara alumbra apenas. Elije un vaso largo y un cubito. Abre la ventana. Fuma uno de esos cigarros que guarda hace meses y pita cuando necesita aliviar la pena. Y el dolor.

Siente el frío de la pared sobre su abdomen. Adentro la luz amarilla y suave, afuera la de la luna llena, su única testigo. Pita. Bebe. Necesita sentir que ese trago amargo la quema por dentro y que el humo del mentolado sale de su nariz como para liberarla de tanta mierda que, a veces, no la deja respirar. Al menos una menta entre tanta mierda.

Son las tres. Hace diez minutos llegó de trabajar como un robot. En cuatro horas sonará el despertador para estampar su huella en la oficina. Lloraría si su cuerpo cediera, pero ni eso puede. Otro trago amargo. Pita. Se libera del humo pero no de la mierda, la de su vida pobre, miserable, moribunda, huérfana. Y con la luna, entre la brisa caliente y húmeda en ese presente de aire distinto, persiste. Con su silencio y el deseo de que la noche la trague. O un sueño profundo.

Pita. Se rinde.

Apaga la luz.

62. EL APAGÓN (Belén Sáenz)

Prefiero pensar que fue uno de tus chillidos de soprano lo que hizo estallar la bombilla, porque me niego a creer en señales divinas y en el destino. A la lluvia de cristales que nos roció las cabezas siguió un chispazo en el cajetín de los plomos y, después, la intermitencia moribunda de las cifras del reloj del microondas. Se declaró una oscuridad, apenas aliviada por la luna sucia filtrada por los visillos de la cocina, que extinguió las brasas furibundas de nuestra pelea. Sabía de tus terrores de infancia: la luz del pasillo siempre encendida, el negro cuarto de las escobas. Me rogaste que no te dejara sola, que no fuera a buscar velas. Te rogué que te sentaras a mi lado en el suelo y palpé la encimera en busca de las cerillas. Estuve jugueteando con la cajita sin decidirme a encender una. Tenía miedo de no encontrar el punto de luz que me enamoró desde el fondo de tu pupila y que llevaba meses atenuándose. Fue entonces cuando te propuse que viviéramos en la penumbra, que nos dejáramos convertir en sombras, para así no tener que reconocer que lo nuestro se estaba apagando.

61. Interiores (Patricia Collazo)

La luz del foco me da en los ojos. No duele, estoy anestesiado. Pero la boca abierta, el líquido acumulándose, y la cara de la asistente pegada a la mía, me incomodan.

Me centro en la luz. Cuento los agujeros de la ventilación del techo. Pienso en María. En su dedo en el interruptor antes de salir por última vez.

La asistente ríe las bromas del dentista y a mí me dan ganas de reír también, pero no puedo. Hacen buen equipo. Se nota la complicidad entre ellos.

Me voy relajando. Tanto, que me da igual que el odontólogo introduzca el brazo entero en mi boca. Luego la cabeza, otro brazo, el abdomen y las piernas.

De vez en cuando saca una mano para pedir algún instrumento. Su voz resuena como en una caverna. “Entra, se ha complicado” grita. La asistente mete la bandeja del instrumental, para después introducirse ella.

Miro el foco. Los escucho bromear en mi interior. Ahora todo son murmullos. “Sí, está oscuro, pero aquí no, cariño”, dice la voz cavernosa de él. Luego, la risita de ella, los instrumentos rodando descontrolados por toda la cavidad y una explosión de sabores en la lengua.

60. Tintarella di luna (Marcos Santander)

Tintineaba algo desenfocada la luz en la superficie de aquellos canales. Nunca antes habíamos podido disfrutar de tantas manifestaciones diferentes de esa energía en rango visible que llamamos luz. A lo largo de la eslora de la barca, en la dirección popa a proa, tu piel brillaba con la luz más blanca que jamás cuerpo humano había desprendido. Era del tipo de la que refleja cada cierto tiempo esa luna que llamamos roja, pero que todo el mundo reconoce como uno de los infinitos tipos de blanco. El rojo, en realidad, no estaba en la luz sino en la pasión, que ahora también yo, irradiábamos en aquella tranquila y sensual noche. Descendí sobre aquella tu maravilla de piel salpicada de regalos, y te abriste a mí explotando ambos en la más brillante de las supernovas que jamás el firmamento había tenido. Fue a partir de aquel momento que Venecia adquirió ese brillo sobrenatural que desde entonces tiene.

59. Fantasmas contra el alba (Marta Navarro)

Amanece. La cenicienta luz del alba quiebra poco a poco la negrura de la noche y una sombra de sonrisa rompe un instante la mueca de sus labios. La esperanza combate a muerte contra el miedo, una lágrima tirita en sus pestañas y un redoble de tambor resuena atronador entre su pecho. Debe ser valiente, lo sabe, pero está tan asustada…

Agarra con fuerza la mano de su padre y pregunta de nuevo:

⸺¿Seguro que llegaremos pronto, papá?

⸺Claro, cariño −traga el hombre el desconsuelo anudado a su garganta y le guiña un ojo− muy pronto, ya lo verás.

Una madre acuna con dulzura a su bebé. Las siluetas de diez hombres aterrados se recortan a la tenue luz de la mañana. El borde del bote de goma cabecea entre las olas y a punto está de zozobrar. Aún no hay tierra a la vista.

58. La sombra de un destello (Juana María Igarreta)

Cuando terminó de recortar las últimas estrellas, Clara cerró la puerta de la escuela y salió. El camino hasta su casa estaba salpicado de desvencijadas farolas, cuyos tímidos haces de luz apenas lograban restar oscuridad a la noche.
Clara andaba presurosa, intentando centrar sus pensamientos en las tareas a realizar en clase para ultimar el festival de Navidad. Desde que llegó de la ciudad, una sensación de desasosiego se había adueñado de ella. Le estaba costando habituarse al clima adverso del lugar y al carácter sombrío y distante de aquellas gentes. Hasta las miradas de los niños, que no alcanzaban la veintena, adolecían de ese brillo que imprime la alegría cuando preside la infancia.
La casa cedida a la maestra estaba en el ejido del pueblo. Cuando la alcanzó, un destello inesperado iluminó la puerta y su mano en el momento justo que introducía la llave en la cerradura. Se volvió todo lo rápida que le permitió el miedo, pero sus ojos inmensamente abiertos tan solo percibieron la noche cerrada.
Al día siguiente, Elea, la alumna más joven de la clase, sorprendió a la docente diciéndole: “Clara, ¿tú también te irás sin despedirte?”.

57. Oscuridad (Javier Puchades)

Me despierto con el estallido de un trueno. Me incorporo en la cama. Por más que busco, no encuentro mis zapatillas. Me levanto descalza. Cuento mis pasos. Tropiezo. Algo me sentó mal anoche. Debieron de ser las copas que tomé en ese bar donde conocí a aquel chico.

Me apoyo en la cama. Vuelvo a acostarme. Noto la sábana empapada por algo viscoso. ¡Qué asco! Sigo palpando. ¡Dios mío! ¿Qué es esto? Toco a mi lado un cuerpo frío. ¿Quién es? ¿Dónde estoy?

Me giro en busca de mi bastón. ¡No está! Entonces, escucho una llave, una puerta, unos pasos que se acercan y unas voces que dicen: «Ahora vamos a acabar con ella. No hace falta que te tapes la cara ni que apagues la luz».

 

56. CLAROSCURO ( Godi Rasa)

La poca luz que entró en mi vida vino en forma de tormentas que apagaban y encendían un espacio tenebroso tejido con un caos de lamentos cotidianos. En una espera sin esperanza, otro cambio en mi destino apagó el albor de cualquier mejora futura. Arrepentimientos y excusas banales llenaron las hojas de un calendario en el que cada día era pero que el anterior. Y mientras mi escasa consciencia, atrapada en ese laberinto, luchaba por dejarse ir, un rostro difuminado contemplaba, a la sombra, su última hazaña.

55. Bajo tierra

Tassio se dedica al asunto de los huecos, le viene de familia. A Tassio lo metes dentro de un hueco y es el hombre más feliz del mundo. Para él la clave es excavar, no dejar de excavar, dejarse las uñas rasgando la arena con avidez (Pruebe usted a repetir la palabra “avidez” seis o siete veces seguidas y ya me cuenta) Tassio, decía, tiene clasificados hasta 37 tipos de huecos según su profundidad, el ancho, el largo, el aroma, la humedad e incluso el ángulo de la sombra que proyectan ¿Sabía usted que los huecos proyectan sombras, eh? ¿No? Pues tome nota.

El inconveniente de los huecos, claro, es la falta de luz: cuanto más profundos, más oscuros. Y cuanto más oscuros, más impredecibles: de la oscuridad no puede esperarse nada bueno.

A Tassio lo vieron por última vez a 26 metros de profundidad, visiblemente exhausto mientras rascaba compulsivamente con la uña del dedo índice el fondo de un hueco. Tratando de hacer un agujerito para encontrar otro hueco debajo del hueco anterior, imagino. Y no hemos vuelto a saber de él.

54. Factura

En el recibo de la luz, la simpática mascota de la compañía presentaba en un gráfico el gasto mensual. Así, si éste había subido ponía cara triste señalando la curva ascendente. Para no verlo afligido, el titular de la cuenta resolvió ahorrar. A partir de entonces, sustituyó su moderna vitrocerámica por un hornillo de gas, la lavadora por una piedra estriada, el televisor por un transistor a pilas. Tanto descendió el consumo que la empresa eléctrica prescindió de su gracioso símbolo en sus siguientes cartas.

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