Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

ANIMALES

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en ANIMALES

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el 5º de este año serán LOS ANIMALES. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de AGOSTO

Relatos

85 No es el mazo sino el fuelle

Míralo, otro que quiere ser poeta. Lo estás viendo delante del ordenador mientras piensa. Te extraña que tarde tan poco en ponerse a escribir. En unos veinte minutos ya lo tiene. Lo recita en voz alta y te tranquilizas. No solo te parece que lo ha hecho como si leyera el periódico sino que has escuchado un poema de pocas luces.

Luces, eso ha sido cosa tuya. Y te llevan a los faros de un camión. Y acabas de repente en la cabina del conductor. Lo ves feliz, es lo que quiso ser desde pequeño. Y te adentras en sus pensamientos: La carretera, una cremallera. Se va abriendo delante de mí y se cierra detrás. Pasado, viento que no te dará en la cara. Presente, ráfaga que está y desaparece. Futuro, el lápiz en mi mano. Todo es quietud en movimiento. Soy luciérnaga aunque el campo quiera ser baldío.

Baldío, eso lo ha pensado él. Y ahora tú, ante una nueva página en blanco, quieres conectar a padre y a hijo en un sublime soneto.

Llevas tres horas.

¡Vete a dormir si puedes!

84 De experimentos y conclusiones

De puntillas, estiro los brazos todo lo que puedo y saco el plato del microondas donde puse la tableta de chocolate, sin el mecanismo de rotación. Pero, con el temblor de manos y de cuerpo, doy un traspiés y estropeo el experimento con el meñique derecho. La siguiente vez que lo intento, con otra tableta, estoy tan concentrado en ese dedo que meto el pulgar izquierdo. “¡Miércoles!”, refunfuño. Así no impresionaré a Marina para que estudie conmigo.

 

Mira que me pareció fácil el ejercicio cuando lo explicó la seño. Lo tengo todo apuntado en mi libreta: “Para calcular la velocidad de la luz, hay que poner la potencia del microondas a tope veinte segundos. Después solo hay que medir la distancia entre los puntos derretidos más alejados entre sí con la regla, multiplicarla por dos y luego por la frecuencia del microondas”. 

 

Sin embargo, el aparato está demasiado alto para mí. Igual que Marina, que me saca un par de cabezas. 

 

83 REENCARNACIÓN

Cuando aquel tipo perverso y mezquino exhaló el último aliento, sus méritos lo transformaron en una vulgar e inocente polilla. De inmediato, se sintió atraída por una luz que brillaba al final del túnel. Al llegar, el intenso calor la chamuscó en un instante, con un fugaz chisporroteo. Exhaló el último aliento para renacer como una vulgar e inocente polilla, atraída, de nuevo, por aquella luz que brillaba al final del túnel.

82 ALQUIMIA

A partir del día que cumplió la edad que llaman dorada, comencé a ver el brillo que emanaba su presencia. El médico ya le había diagnosticado una rara enfermedad degenerativa que le iría causando cambios paulatinos en sus reflejos. Eso nos dijo, aunque entonces no comprendí. Desde aquel día notaba palidecer su piel, como si perdiera el color o se igualaran las luces. Después observé cómo su tez cambiaba el brillo cuando no le encontraba aquellos tonos sonrosados de antes. Al poco, se fueron tornando también los azulados en las sombras de sus ojos, el verdoso de las venas en sus manos, en su melena el bronce. Así, el roce del tiempo, mansamente, fue bruñendo su cuerpo de oro. Hasta que ayer renació en lubricán dorado para el enriquecido cielo del alquimista.

81. Destellos

El último rayo de sol se filtra por la persiana y cae sobre sus ojos cerrados. Los abre. Mientras se viste, oye la risa del pequeño. Aún le dará tiempo a preparar la cena y dar instrucciones a Cristina para que se acuesten temprano. Es muy madura para su edad.
Antes de marchar, les da un beso.

No hay luna y las farolas dibujan círculos amarillos sobre la acera, camino del edificio de oficinas dónde trabaja. Hay un fluorescente que parpadea. A ella le da igual. Vacía las papeleras.
Amanece cuando termina la jornada. Compra pan caliente para los bocadillos. El de Cristina, de queso; el del niño, de crema de cacao. No los está viendo crecer. Su hija duerme todavía con el móvil entre sus manos. A saber a qué hora se dormiría anoche.

Hoy los acompaña al colegio. La maestra quiere hablar con ella.
Después irá a limpiar casas.
Cuando vuelve a la suya, moja una madalena en el café y baja la persiana fingiendo que es de noche. Se obliga a dormir. No oye a los niños volver de la escuela. La última luz del día se cuela por la ventana y cae sobre unos párpados cansados.

80 EFECTOS DE LA FALTA DE LUZ (Rosalía Guerrero Jordán)

Nunca pensé que mudarme a esta recóndita ciudad boreal fuera a ser tan duro.

Aquí apenas tenemos luz en invierno, por eso hay tanta gente que escribe novela negra. En cuanto llega la eterna noche polar corren a esconderse a sus casas para crear historias truculentas.

Y la verdad, no me sorprende: los monstruos se alimentan de la oscuridad.

Cuando llegué, al principio del curso, era soportable, pero se acercan las Navidades y cada vez es peor. Hans dice que acostumbrarse es solo cuestión de tiempo, y que puedo escribir para alejar la oscuridad.

Yo le explico que lo mío no es juntar palabras, que soy más de observar bichejos al microscopio, y que no veo el momento de volar a casa para ver el cielo azul intenso del mediterráneo.

Y mientras estudio las bacterias que duermen bajo el permafrost, mi cabeza empieza a volverse turulata, y pienso que quizás debería vomitar estos funestos pensamientos en el papel.

Sin duda, es la falta de luz.

Menos mal que ya falta poco para Navidad. Entonces, me iré para no volver.  Con suerte, el cadáver de Hans no aparecerá hasta el verano, y para entonces ya no podrán encontrarme.

 

79 LA TIERRA

Y un día se hizo la luz, para que con el correr del tiempo poco a poco todo se quedara de nuevo a oscuras.

78 Contraluz

Siempre que vuelvo a la casa de mis padres, los soldaditos de plomo y el retrato de Audrey Hepburn hacen rebrotar las alegrías de mi juventud, pero esta vez es diferente. Me siento en el sofá y veo como los ciervos vagan por los cuadros. Mis dedos acarician los libros y se manchan de un polvo fino. Desde la ventana intuyo un aparcamiento para coches en construcción. El diseño novedoso de las farolas refleja en la pared de la sala una sombra que parecer escrutar mis movimientos.

Mientras una polilla se bate contra la lámpara del techo, bajo la persiana para ver todo mejor.

77 La luz del mar

Había crecido rodeado del olor de la lonja donde trabajaba su familia, y de las historias que escuchaba en las voces roncas de los pescadores que llegaban de faenar. Los reflejos de los rayos de sol en las escamas iluminaban el mercado de colores. Cuando aprendió a nadar, solía sumergirse sintiéndose poderoso, como si de Neptuno se tratara. Tras estar de grumete durante la adolescencia, la felicidad plena le llegó al conseguir el puesto de farero. Cada tarde, desde lo alto, se emocionaba al contemplar en el cielo el arco de color naranja durante la puesta de sol. Las noches de tormenta, bajo el sonido de los truenos, y con el agua queriendo entrar a borbotones por las ventanas, eran divertimento para él. Así estuvo, hasta que se fueron apagando sus ancianos ojos. Un día, ya sumido en la oscuridad, sintió por primera vez la soledad. Como pudo, bajó a tientas hasta la playa y se tumbó pensando en los destellos de los cientos de barcos que había guiado a puerto seguro. Enseguida, los brazos del mar le envolvieron para llevarle a la luz del horizonte, esa que tanto le había acompañado.

76. SIEMPRE CON LUZ

Se retira cabizbajo y se sienta en su vieja mecedora a la puerta del cortijo. Dice casi en un susurro, que ya está viejo y que no sirve para nada. No sé cómo convencerle de que sigue siendo nuestro norte. Cree que es una carga y así lo manifiesta. Lo recuerdo siempre activo. Con ayuda de su navaja y un trozo de olivo, tallaba una imagen, un marco, una cama de muñecas o un camión. En otras ocasiones era la horquilla de un tirachinas, e incluso el mortero para los majados, la maza, el rodillo o el cazo de las aceitunas. Entonces se sentía vivo, ya que hacía las faenas del campo y en días de lluvia, era cuando sus manos se convertían en arte. Aprovechaba la luz que entraba por la puerta entre abierta, la del pajar o la candela. Siempre tenía algo entre sus dedos, mientras cantaba un fandanguillo o una cantiña. Al mismo tiempo la madera se transformaba, iluminaba y conducía nuestras vidas. Con la edad se está apagando y solo sonríe cuando los pequeños le abrazan.  ¡Maldita pandemia, ─dice!, mientras  le comentan que es la luz que alumbra sus caminos; pero, ¡ya no los cree!

75. Caos

Los semáforos no funcionan por el apagón. A los accidentes de coches le debemos sumar los saqueos y disturbios que acontecen por toda la ciudad. Incluso las familias hablan y juegan al parchís. Las parejas cenan románticamente a la luz de las velas y Sara, que esta noche tiene una cita con Luis, está atrapada en un ascensor con un desconocido que huele muy bien. Siente claustrofobia y él intenta calmarla. A Sara le parece una de esas escenas que suele ver en las películas de Meg Ryan. Luis odia a Meg Ryan. Él está en uno de esos atascos, jaleando con otros conductores; enfurecido, resuelto, como si nadie le observara. Pero la chica del Ibiza repara en él y charlan. Luis olvida por completo su cita. De repente vuelve la luz. Las farolas iluminan a los sorprendidos amantes, que dirigen de nuevo sus miradas al móvil. A Sara el desconocido ya no le parece tan guapo. Llama a Luis y le recuerda la cena, él asiente; ha perdido de vista a la chica del Ibiza. Las familias guardan el parchís y encienden el televisor. Por fin todo vuelve a la normalidad y ya no reina el caos.

74. Hay que mimarlas…

Eso es lo que repite Raquel una y otra vez. Dice que la orquídea necesita luz, pero nunca sol directo, y la cambia de lugar varias veces al día. No se ha dado cuenta de que se secó hace tiempo y la sustituí por una artificial. Ella continúa con su rutina. Riega los martes y los viernes, anota cuándo añade el abono y, sobre todo, le habla, le sonríe, acaricia sus hojas como si el plástico pudiera percibirlo.
A menudo pienso que a Raquel se le escurre la realidad entre los dedos y jamás será capaz de retenerla. Sin embargo, no puedo negar que sus progresos son considerables, solo necesita un poco de afecto y estímulos positivos para continuar mejorando. La abrazo y poso mi mano en su nuca. Estoy tentado de explicarle que lo que no está vivo no siente de verdad. Pero no creo que esté preparada aún para enfrentarse a esa paradoja, así que decido acostarla. Con mucha suavidad, deslizo la mano por su cuello y busco el interruptor.

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