Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

09. Un haz de esperanza (Marisa Martínez Arce)

No sé si llevábamos diez o quince días en aquel infesto agujero. El espacio era oscuro y reducido. Habíamos perdido la noción del tiempo. Al principio hacíamos rayitas en la pared, pero cuando la moral de los hombres se resquebrajó, dejamos de hacerlo. ¡Qué más daba! Jamás saldríamos de allí con vida en las condiciones en las que nos encontrábamos. Tuve que empezar a racionar la comida, pero lo peor era el agua. Si se terminaba, no sobreviviríamos. Algunos de mis hombres comenzaban a perder la paciencia, pese a que yo intentaba con todas mis fuerzas mantener la calma. Se peleaban por cualquier nimiedad. «Tenemos que conservar la moral alta», les arengaba, cuando la mía flaqueaba casi desde el principio. Era su superior y no podía permitir que lo notaran. Aquellos hombres dependían de mí.

Dormitaba sentado contra la pared cuando un diminuto haz de luz se posó sobre uno de mis ojos, su insistencia y la sensación de calor me despertaron. ¿Una señal? Debía tomar la decisión más difícil de mi vida. Si salíamos, tendríamos una oportunidad. Abrí y encabecé la marcha. Una ráfaga de aire puro fue la respuesta. Por primera vez comprendí en qué consistía ser libre.

10. KV62 (Mariángeles Abelli Bonardi)

Al principio, cuando titilaba, creímos que era una estrella, pero luego, a medida que su tenue tibieza nos inundaba, supimos que todo saldría a la luz… Las estatuas temblamos, pestañearon los ojos delineados de los dioses, y una leve sonrisa cruzó el pequeño, faraónico rostro, tocado de azul y oro… La llama de la vela que aún sostenía no se apagó:

«¿Puede ver algo?», preguntó Lord Carnarvon, ansiosamente.

«Sí – contestó Howard Carter -, cosas maravillosas.»

08. Fotopigmentos (fuera de concurso)

Parecía magia, y los expertos, atónitos, no sabían si atribuirlo a tecnologías holográficas o a un efecto óptico.

Y es que mis cuadros eran diferentes. Expuestos al sol, mis bosques y plantas crecían y florecían hasta parecer junglas y perderse más allá del marco.

Por fin había conseguido la fama, tan deseada, y pude cambiar por un amplio y luminoso estudio el oscuro desván en el que había estado a punto de ahorcarme. Cegado por el brillo del éxito, caí en la ambición.

Comencé a experimentar mi técnica secreta, con la que lograba que en mis verdes persistieran las propiedades de la clorofila, con otros colores. Trabajé en un amarillo que, utilizado en soles y lumbres, calentaba cualquier estancia. Conseguí un azul imposible que se evaporaba a la luz: de mis mares surgían nubes de convección, mis cielos se volvían grises y descargaban lluvia sobre los paisajes.

Pero con el rojo todo se complicó. Los atardeceres acababan fundiendo la imagen en negro, las fresas se pudrían, fluía la sangre dando vida a los personajes. Se escuchaban  latidos de corazón.

Durante el solsticio de verano, animales y humanos  escaparon de los lienzos y empezaron a crearme serios problemas con los marchantes.

07. LA CONDICIÓN HUMANA (Diego Cano-Lasso Pintos)

Es placentera la vida calma y natural en nuestra profunda cueva ancestral. El fuego nos permite disfrutar de tenue luz y sombras tremulantes.

Hongos y raíces que penetran por la roca rasgada, además de troglobios, es nuestro alimento. El agua filtrada llega pura.

Alguien entró y nos mostró una tortuosa salida. La cegadora luz de un mundo irreal, de oscuros sentimientos, nos atemorizó; el espanto nos hizo retornar a nuestra profunda vida real.

Pero no fue lo mismo. Pasiones desconocidas, como la envidia y la codicia, se habían apoderado de nosotros. Y sentimos frío. Mucho frío.

06. FÍSICA Y QUÍMICA

Alfredo era un hombre algo serio, pero muy brillante. La física era su gran pasión y también era su trabajo.

Aquella tarde, tras la comida, él empezó a hablar de las propiedades de la luz, del Big Bang, de estrellas, planetas, velocidades y demás teorías científicas sobre el complejo fenómeno. Su erudición siempre me admiraba pero ese día, no sé por qué, la profusión de datos tan incuestionables, difícilmente comprensibles para alguien profano como yo, amenazaba con menguar, rápidamente, mi sincero interés inicial. Pero resistí y seguí prestándole toda mi atención.

Claro que, cuando tras casi una hora, continuaba disertando como si estuviera en la cátedra de su facultad, empecé a distraerme pensando cómo acabar con aquel tema tan mortalmente denso para una sobremesa de verano. Y, de pronto, se me ocurrió una genial idea.

—Oye, Alfredo, a propósito de la luz. Tú qué elegirías ¿Iberdrola o Endesa?

No me contestó, pero me miró raro y farfulló que se iba a dar una vuelta. No sé si aquella anécdota tuvo algo que ver, pero hoy he recibido de su abogado una propuesta de divorcio.

Va a tener razón mi madre. Entre ese tipo y yo nunca hubo mucha química.

05. Rebus fidei

Confieso que todo lo que no recé en cuarenta años lo hice en tres meses, y también confieso que encendí velas a todos los Santos. Necesitaba ver una luz siempre encendida que me ayudara a mantener la esperanza viva.

Pero aquella noche, al terminar el horario de visitas, se me olvidaron todas las oraciones y soplé la llama. Recorrí el pasillo del hospital con los pies a rastras, intentando no pisarme el alma.

Y cuando por fin entré en el ascensor, las lágrimas y el temblor de la mano me impedían pulsar el botón de parking. Recuerdo que fue una monja franciscana quien me sujetó la mano y me ofreció su pañuelo. Llegué al coche rezando de nuevo. Y me quedé allí sentada frente al volante hasta que se apagó la luz de cortesía, justo cuando recibí la llamada de la UCI.

No he vuelto a rezar desde entonces, aunque aún conservo aquel pañuelo con una cruz de Tau bordada en una esquina.

04. BAJO SU SOMBRA (Ángel Saiz Mora -EdH 2020-)

Su alumbramiento cambió nuestra vida, pero en lugar de aportar el brillo gozoso que acompaña la llegada de un pequeño, trajo consigo tinieblas.
Su existencia queda resumida en estos siete párrafos, que comienzan con el adjetivo “su”, tan posesivo como él, convencido de que las personas le pertenecían.
Su intolerancia a la luz solar, causa de lesiones cutáneas, hizo que creciese aislado. No asistió al colegio. Los profesores particulares nunca le duraban mucho.
Su adolescencia y juventud fueron desordenadas. Salía cada noche y dormitaba durante las horas en las que era vulnerable, resguardado de toda claridad.
Su presencia era lo único que me quedaba desde que mi mujer murió, mortificada por el fruto de sus entrañas, arrepentida de haber dado a luz a alguien como él.
Su proceder y mis sospechas se confirmaron tras seguirle a escondidas. Fue esa noche, al observar cómo actuaba en la oscuridad, cuando vi con nitidez lo que yo tendría que hacer por la mañana, sin falta.
Su mirada al despertar y verme frente a él fue de resentimiento total. Pronto acompañaré a mi esposa. Un padre no debería sobrevivir a su hijo. Lo supe mientras le clavaba una estaca en el corazón.

03. Preguntas

Hoy su hija quería saber qué es la luz. Y él le ha hablado de lo pequeños que son los electrones. De la corriente alterna, y de cómo se hace su distribución desde los centros transformadores a las casa. De que hubo un tiempo en que los cables tenían recubrimientos textiles, en lugar de plásticos como ahora. La niña escucha mientras caminan de la mano y el sol, a su espalda, anuncia el anochecer. Sigue contándole que los relámpagos son descargas eléctricas sobre la tierra, y que fue gracias al trabajo de muchos investigadores y científicos que los hombres pudieron dominarla. La pequeña quiere saber más, bombardea a su padre, que sonríe al descubrir su interés, y responde sobre bombillas, enchufes, postes y todas esas cosas que ella quiere saber. Cuando la noche se adueña por completo del ambiente, regresan a la tienda que ahora es su hogar. La niña, asombrada y contenta de lo mucho que sabe su padre, y él, tenso de nuevo, pensando en que quizás mañana su hija le pregunte qué es la guerra. O algo peor, la razón por la que le brillan los ojos cuando ella le pregunta dónde está su mamá.

02. Turno de noche

No es por echarme flores, pero desde que Él -por medio, por supuesto, de las autoridades competentes- me puso a cargo, el resultado es impecable. Tan pronto como cae el sol y el último lugareño cierra el ojo, recojo con mimo las basuras, las farolas, las hojas caídas. Luego sigo con los árboles, los bancos y las rayas que separan los carriles. Incluso, excediéndome en mis funciones, clasifico y archivo por orden cada adoquín. Mientras todos duermen, admiro bajo la luz de la luna el vacío perfecto y sueño con mi futura promoción. Diseñador de constelaciones, o tal vez pastor de nubes. Me entretengo poco, eso sí. Si me descuido y me alcanzan los primeros rayos de sol, ya tengo al primero de turno asomado a la ventana, farfullando entre legañas que es tan temprano que no han puesto ni las calles.

01. SEÑALES

Cuando llega la noche despiertan los faros. Como fantasmas, sus luces recorren la costa rompiendo en un chisporroteo vehemente, con la energía de una voluntad salina por arrancar esquirlas del granito, de quebrar las barreras que pretenden detenerlo.

Mamadou aguarda bajo el faro de la punta Seuil. Cuelga sus pies desde el cantil mientras envuelve en su camiseta unas zapatillas deportivas claramente enormes para sus pies. Están viejas y desgastadas por la suela. No se las había quitado desde que Thibaut, un voluntario francés, se las ofreció a cambio de un dibujo.

Pero debe embarcar descalzo y las ha guardado en un hueco entre las rocas por si alguna vez regresa. El patrón del cayuco dice que la noche es perfecta. Una vez alejados de la costa, el rumbo lo marcarán cinco faros en línea. El quinto señala el punto más cercano a las islas españolas: viraje a noroeste y el trayecto más desesperado, a ciegas.

Mamadou embarca llevando en los bolsillos unos cordones malvas y la esperanza de que en Europa, le presten una zapatillas para mostrarles la belleza de su carrera, la elasticidad de su zancada, la demostración de lo que mejor saber hacer en la vida… correr.

97. Voz de ángel

A diferencia de otras poblaciones azotadas por la epidemia, villa Antonella contaba con la bendición de los cánticos celestiales. Al entonar el Ave María desde lo alto de la iglesia, el enviado de los cielos mantenía a raya a la peste del joyero. Fuera del cerco protector de notas musicales, los muertos se contabilizaban por miles, y eran enterrados, sin más ataúd y mortaja, que una carcasa de pústulas llenas de humores color amarillo, rojo o verde. Una vez cesado el influjo de la plaga, los villanos temieron que el mundo corrompiera las cuerdas vocales de aquel ser divino. Aquella carita seráfica rodeada de un nimbo de rizos de oro, adquiría un gesto taimado, casi diabólico, al ver pasar a las «ragazze». Antes de que fuera demasiado tarde, el maestro barbero cortó ese aleteo que ya bullía bajo la bata blanca. Libre de las ataduras de la testosterona y la libido, el niño podría cantar para siempre en el coro de la capilla al haberse convertido en un castrati.

96. Pequeño apocalipsis

 

Primero se extinguieron los peces de hielo. Miles de bares se reconvirtieron en escuelas de calor y una marea de hombres lobo nos inundó desde París. Con el año nuevo, una pareja de osos polares llegó nadando a la Puerta del Sol. Desahuciados de su hogar de toda la vida decidieron mudarse cómo el poeta, pero no había marcha en Nueva York; Hawái y Bombay tampoco eran ya dos paraísos, y hacía tanto calor en mi piso que desviaron su rumbo y ahora están atrapados los dos en la misma prisión.

Hoy, los perros de nadie han desalojado un avión con destino a Italia. Los pobres turistas solo querían comprar un jersey a rayas. En su lugar, han embarcado una vaca lechera, un toro enamorado de la luna y una chica cocodrilo. Después han despegado, abandonando una ciudad sin colores especiales, una ciudad en llamas. Pongamos que hablo de…

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