Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

62. Filme.

Pasado de nuestros padres, abuelos, bisabuelos… Fotografías en blanco y negro: retratos de personas dignas y orgullosas; paisajes de pueblos y ciudades.

Presente cercano nuestro, de nosotros mismos. Diapositivas, formato Polaroid, imágenes en color: vacaciones de interior y de costa, primeras salidas al extranjero, diversos encuentros con los amigos.

Futuro inmediato de mis hijos y nietos. Dispositivos digitales, teléfonos móviles, pantallas: inmediatez, cientos de estampas, momentos trascendentes e intrascendentes.

La película de nuestras vidas hecha a base de miles de disparos por nuestras cámaras fotográficas. Archivo vivo de nuestra memoria, bagaje cultural de nuestra sociedad, vestigios de una forma de vida humana que nos resistimos a perder y sí a preservar en el tiempo. ¡Fotografías que queremos ver, que no querremos ver?

61. La verdad de un instante

A simple vista no es más que una foto pegada a un muro de hormigón con cinta de doble cara. Una imagen común de cuatro hombres que se divierten en la boda de uno de ellos. El reflejo de la felicidad familiar en una celebración tan importante, una de tantas en cualquier álbum. Pero si me fijo en la sonrisa de mi padre, aún hoy no soy capaz de descifrar su significado. ¿Es felicidad por mi boda o es un intento de ocultar su traición? Conociendo que ya lo sabía todo en ese momento, por mucho que él me lo negara se reía de mí. Y la mano de mi hermano Carlos sobre mi cabeza, índice y meñique bien enhiestos, que tanta gracia me hizo cuando la vi, hoy todavía consigue que cierre los puños hasta hacerme daño. Un dolor nada comparable al que sentí cuando descubrí hacia donde se dirigía la mirada distraída de mi hermano Juan. Mis compañeros me ven sentado en mi camastro mirando ensimismado ese retrato y pensarán que añoro aquellos momentos de diversión pero no saben que haciéndolo consigo sentirme como un cazador en su sala de trofeos, admirando satisfecho las cabezas de sus piezas.

60. Retrato con voz -Calamanda Nevado-

La de cosas importantes que estarán inventando cada  día. Murmuró mientras yo captaba la luz  de su fachada serrana para retratarlo   en  ella.  Ustedes de la capital no comprenden lo que son estos pueblos despoblados.  Cuántas guerras habrá ahora en el mundo.  Continuo con voz abatida. Pues no sé. ¡Lo menos mil!, y no sé de ninguna. Seguí escuchándolo sin perder de vista unas originales instantáneas de  su  cornisa ¿Puedo sincerarme? No tengo con quien hablar.  Deseché la idea de seguir haciéndole  fotos. Dígame.

La única ocasión que tuve de salir de aquí, gracias al alcalde de los  pueblos vecinos,   fotografié  la tierra desde el avión  y se ve plana. Lo   dijo con una sonrisa parada en los dientes, como si eso no tuviera importancia.  Antes de darme tiempo para responderle añadió: Cómo va  a ser si no.  Me ahorré toda suerte de detalles, intentando igualar mi gratitud  al respeto. A todas partes no llegan las noticias ni la cultura escolar, pensé, y lo dejé sin contradecir.

Tuve una novia, una familia y un perro, y se fueron a la ciudad. No tiene que explicarme… No. Si lo que quiero es que me cuente lo que le parezca.

Pensé negarme.

 

59. Fotos de boda (Miguel Á. Moreno)

Desde hace veinticinco años descansa sobre la cómoda del dormitorio la fotografía de la boda. Un día para recordar toda una vida. Cada mañana, después de hacer la cama, Victoria le pasa el paño del polvo y le dedica frases emotivas. Se ve guapísima al lado de su marido, y no sólo lo dice ella. Tan joven, tan sonriente, tan infiel.

A menudo, cuando la nostalgia invade su pensamiento, saca del mueble del salón el álbum completo y se pasa las horas reviviendo escenas. Escoge las fotos que le hacen sentir mejor, como si el tiempo pudiera borrar el resto. Luego se centra en los invitados, no más de cuarenta —era una época difícil en lo económico— entre familia, amigos cercanos y algunos compañeros de trabajo. “Fue divertido, lo pasé bien”, suele concluir.

Pero de quien más se acuerda es de Ángel, el fotógrafo, al que sigue viendo cada miércoles en el mismo hotel, donde él le hace fotos comprometidas que revela en su laboratorio y esconde como un tesoro. A ella lo que le intriga es por qué sigue utilizando cámara de carretes.

58 Album de incógnitas

Desperté en la UCI cableado y entubado. Para mí sólo habían transcurrido cinco minutos desde que había desayunado, y en realidad habían pasado cinco semanas. Intentaron explicarme lo sucedido pero mi mente no podía asumirlo, pregunté por tí, y me dijeron que habías fallecido en el accidente. Me llevaron a planta y allí aún me sentí más desubicado. Todo el mundo llevaba mascarilla, pantallas y guantes, y las enfermeras iban ataviadas con un traje que me recordaba a los astronautas. También intentaron aclararme aquella situación incomprensible. Y al final dejé de preguntar. Me dieron el alta y me enviaron a casa. Un infierno lleno de fotografías. Recuerdo como si fuera ayer que nos conocimos en un fotomatón. Ni siquiera sé si aún sigue existiendo ese artilugio. Jugábamos a poner caras raras y nos reíamos un montón. Ahora estoy mirando esa foto en la que nos dimos nuestro primer beso. Y me he puesto a llorar hasta que la neblina lacrimosa ha borrado nuestros rostros. Después viene la angustia de no recordar el accidente.

57 El Ents

En los rincones de su habitación todavía huele a musgo. Allí nos refugiamos cada tarde para contemplar el álbum con las fotos de su infancia. Al principio no le comprendimos porque sólo quería que le fotografiásemos revolcándose en la tierra de los sembrados, abrazado al tronco de algún árbol, o disimulado entre las ramas de los arbustos, pero sobre todo fue traumático cuando cumplió los dieciocho y huyó de casa para quedarse a vivir solo en el robledal. Eligió el tronco hueco del roble milenario, en poco tiempo su piel y la cáscara decrépita se ensamblaron, y ahora circula más savia que sangre por sus venas.

Si aprieta la solana, su madre y yo nos encargamos de regarlo al atardecer. Ha perdido el pelo y su cabeza está recién brotada de hojas tiernas. Nos asegura que es feliz, sobre todo ahora que nota cómo dos pequeñas bellotas comenzaron a germinar desde el lóbulo leñoso de su oreja.

 

56. El desengaño (María José Escudero)

Habían pasado muchos años desde que le saliera al encuentro el más impactante de los hallazgos. Siempre escuchó decir a su abuela que quien leía lo que no debía se enteraba de lo que no quería. Pero a los once años la curiosidad puede más que cualquier advertencia. Y  enredando en aquella atractiva caja de latón donde su madre guardaba cartas, postales y el Libro de Familia, descubrió que su padre no era su padre. Y, desde ese mismo instante, se dedicó a buscar al otro. Primero se lo confió a su mejor amiga previo: ”Júrame que no se lo cuentas a nadie”. Luego, sobrecargada de emociones, levantó un muro que la  distanció de la realidad. Y, mientras crecía con una motivación escondida, indagó y encontró pistas. Incluso consiguió una  fotografía que la alentó a construir su identidad —él también era pelirrojo—  y a elaborar fantasías.

El trayecto había sido largo y en su mano temblaba con amargura el fruto de sus pesquisas: “Estimada Margarita: Me alegra tener noticias tuyas. Claro que quiero conocerte. Sólo te pido que seas discreta. Como comprenderás, tengo una posición y una familia. Puedes pasar a verme por mi despacho. Mi secretaria te dará cita.”

55. INSTANTÁNEAS AL ÓLEO (Rafa Olivares)

Esta madrugada de mayo, en los albores convulsos del siglo, deambula en el ambiente cierta sensación de que podría ser una jornada memorable. Pero sentimos quebrarse nuestro ánimo cuando oímos al brigada francés dar la orden de «apunten» para una segunda descarga. En el grupo, Anselmo, con camisa blanca y calzas ocre, alza los brazos al cielo, fray Isidoro entrelaza sus manos para iniciar una oración y Evelio se cubre con las suyas la cara. Por el lado derecho, pinceles en ristre y buscando el mejor encuadre, aparece don Francisco gritando con su deje baturro: «¡Quietos, no os mováis!».

54. Días felices y extraños (Ana Tomás García)

Frente a mí la pared y un retrato en blanco y negro de días felices y extraños. El marcador de la bici elíptica dice que estoy a diez kilómetros de donde empecé. Diez kilómetros, dice.

La fotografía en blanco y negro, y la profundidad de su perspectiva, hace que pueda atravesar el muro, y la bici surca el canal veneciano fácilmente. Los kilómetros siguen contando, y el canal no se acaba nunca. Estaba tan cómoda en aquella góndola… Desireless me canta: “Viaja, viaja…” con un mensaje tan jodidamente pegadizo que me dan ganas de llorar. Sigo pedaleando, tal vez con rabia, y el marcador dice que me alejo,  que quemo distancias y calorías. Y que mantenga la fe, me dice el macizo de Bon Jovi, mantén la fe… Pero por mucho que quiera todo tiene un límite, y el canal, que está frente a mí en la fotografía en blanco y negro de días felices y extraños, no tiene fin, y yo ya estoy cansada,  y si  Tina Turner dice que simplemente soy la mejor, no le voy a llevar la contraria, aterrizo y voy a darme una ducha.

Mañana otra vez, esto solo se pasa a base de engaño.

53. Postureo soviético

 

En su taller en los sótanos del Kremlin, Mijaíl escrutaba negativos con celo de inquisidor. Cuando alguien caía en desgracia, el padrecito quería que se borrase hasta el último vestigio de su paso por la tierra; él era el instrumento, la goma de borrar de la historia. El que se movía no salía en la foto y no moverse era la clave para sobrevivir. Cuando el vodka no fue suficiente para soportar su vida gris de oscuro funcionario, empezó a insertar su imagen en las fotos oficiales de los eventos a los que asistía Stalin. Se le podía ver a orillas del lago Baikal; ante las cúpulas azules de Samarkanda; en la visita a la flota del mar Negro o en Odesa, en las escaleras de la mítica escena del acorazado Potemkin.
En una remota aldea kazaja sus amigos le veían en el periódico y se admiraban de lo lejos que había llegado el aprendiz de fotógrafo que abandonó la aldea con 14 años. No podían imaginar que Mijaíl ya estaba en un tren camino del Gulag en Siberia, la única región que no había conocido con la magia de la fotografía.

52. Los hilos de La Virgen

Solo veo nubes y alguna paloma, pero quiero contarlo ordenadamente. Fue el sol en noviembre quien me animó a salir con mi cámara (soy fotógrafo). Había una pareja en un parque. Estaban solos, apoyados en un árbol. Enseguida  me di cuenta de que tenían edad para ser padre e hija, pero él parecía un depredador. Les hice una foto, ella se asustó y salió corriendo. El tipo me exigió el carrete y me negué.

Cuando lo revelé, amplié la imagen para colgarla en la pared. No paraba de mirarla. Aun así, tardé en advertir la leve agitación de las hojas. Después, se movieron ellos. Me alegré al verla correr. El hombre salió del encuadre. Ella, sin embargo, pasó a un primer plano. De pronto, se detuvo. Oí su respiración. No sé si gritó, pero le tapé la boca. La otra mano no respondía a mi conciencia. Autónoma, se deslizaba por su cuerpo hasta esconderse en sus bragas. Entonces cerré los ojos.

Ahora, desde que aceptaron la foto como prueba de cargo, solo pasan nubes. Lo que queda por contar son nubes, como esa que entra por la izquierda y se pierde por la derecha de la ventana de mi celda.

 

 

51. El paparazzi (Edita)

 

Oye carcajadas femeninas; está seguro de que hay chicas semidesnudas chapoteando en la finca colindante. Armado con su réflex, se encamina hacia el seto medianero dispuesto a disparar. Busca un hueco entre el ramaje que le permita introducir discretamente el objetivo. Como no lo encuentra, debe urdir otro plan. Deja la cámara oculta entre unas matas y vuelve a casa. Regresa poco después arrastrando con dificultad una pesada escalera de tijera, sin percatarse de los surcos que deja grabados en el césped a su paso. Cuando consigue ponerla en pie, subir unos peldaños y ver la piscina de los vecinos por encima del muro vegetal, comprueba que en ella solo queda agua. Tal frustración le hace emitir un berrido estridente, y a punto está de perder el equilibrio. Lo familiares, alertados por semejante grito, acuden a socorrerlo.

—Abuelo, ¿se puede saber qué haces?

—Una revista me ha encargado un reportaje fotográfico. Debo entregarlo mañana.

—¡Qué bien! Ven a tomar el Sintrom, anda. Ya sacarás las fotos en otro momento.

 

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