Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

14. ARTÍCULOS DE COLECCIÓN (Mariángeles Abelli Bonardi)

Afilo mi espada y pienso que, en cierto modo, colecciono reglas; estas reglas por las que yo y los que son como yo nos regimos:

*Los duelos son uno a uno, con armas blancas; el vencedor recibe el poder del vencido.

*Al recibir el poder, si se es lo suficientemente fuerte, se heredan los recuerdos y el saber del adversario.

*El suelo sagrado tiene energía similar a la nuestra, por eso está prohibido luchar en él; de ser así, perece el vencedor.

*Perder la cabeza significa el fin. El punto a no descuidar es el cuello.

*No podemos revelar nuestro secreto ni tener descendencia (lo más doloroso es ver partir a los que amamos).

*Sólo puede quedar uno, ése que después del encuentro final será el último de todos.

La tienda de antigüedades es y siempre ha sido una fachada…

Mi nombre es Duncan MacLeod.

Nací en las Tierras Altas de Escocia.

Tengo cuatrocientos años y soy inmortal.

13. AMOR A MEDIAS (Mercedes Marín del Valle)

Vi a Mara en la fiesta de primavera. Llevaba medias, verde campo, con margaritas bordadas. Nos miramos. Hasta entonces, yo solo era su profesor, pero desde ese instante no pude dejar de seguir sus piernas, resaltadas por la originalidad de sus medias. La cité en mi despacho y conseguí, después de atusar mucho mi bigote, que se interesara por mí. Me excitaba verla, con frío o acalorada, pero con sus medias puestas. Insinuantes, sensuales, elegantes, infinitas. Las lucía como nadie, y yo, me moría de ganas de acariciar la línea negra bordada, que se elevaba desde su tobillo hasta, seguramente, sus muslos.
Ilusionada, me esperaba cada día en la puerta de la universidad, en su coche de gama, inusual para su edad. Mis dedos se deslizaban sobre su ropa, me ardían las yemas al rozar las filigranas de encaje, los dibujos asimétricos, los topos…
Un día conseguí que me llevara a su casa. Quería hacerle el amor como una fiera, pero cuando se sentó frente a mí y jugó a entreabrir sus piernas desnudas, mi ilusión descendió a los infiernos. Busqué su media y la enrosqué en su cuello. El placer volvió con el tacto, pero Mara nunca lo supo.

12. La eterna condena

Gladys me acusa de ser un donjuán, otra nueva distracción en mi afamada experiencia con las mujeres o en el mejor de los casos, el amante perfecto para ayudarla a olvidar la tristeza de su lacerante vida hundida en la miseria.
Asumo que me divierto coleccionando muñecas de porcelana que se brindan a mis caprichos y que en ocasiones me vi obligado a utilizar la coacción y el chantaje emocional a fin de cumplir mis objetivos, pero de ahí a lo que Gladys me atribuye, barruntando un futuro indeseable para ambos, no lo encuentro razonable, puesto que ella es la exclusiva pieza de mi colección, capaz de permitirme acabar con mi disoluta existencia. La única que me dará un hijo natural, lo cual ablandaría el pétreo corazón de mi padre, tan impaciente por legar su fortuna a un heredero de su sangre. Así, cambiaría de acera para iniciar otra selección con apuestos efebos y ella mejoraría exponencialmente su infortunio, con el alivio que conlleva desprenderse del sufrimiento. Además, nunca fue víctima de los celos, sino de su ambición por nadar en la opulencia.
No obstante, seguiré siendo el contumaz Narciso condenado a enamorarme de mí mismo.

11. Herencias

Mi afición a la entomología proviene de mi abuelo. Él era un gran coleccionista de insectos. Bueno, y de todo.   Apenas fui dos veces a su casa porque vivía solo en el pueblo. A mamá no le gustaba que le visitáramos y  a él tampoco. Ella estaba empeñada en llamar a un camión que se llevara todas sus colecciones y él la amenazaba con un cuchillo y gritaba que le dejáramos morir en paz. Al final fueron unos vecinos y la guardia civil los que consiguieron desalojar todas sus cosas, porque decían que estaba enfermo. Se le habían escapado algunos bichos. Incluso ratas. Creo que se le fue un poco de las manos lo del coleccionismo.

Por eso yo intentaba tener los míos controlados dentro del cajón y, si alguno se movía, echaba insecticida. Como en la escuela nos insistían en no maltratar a nadie, decidí no ser cruel y alimentarlos con sobras de comida. Crecieron y se multiplicaron. Mucho. Parecían felices y yo también lo era. Me sentía un dios.

Hasta que mi madre descubrió el origen de tantas moscas y cucarachas. Gritó, lloró y se desmayó. Entonces comprendí al abuelo. Y busqué un cuchillo para defender mi universo.

10. El último adiós

Colecciono despedidas.

Desde que nací y mi madre se fue. Me dio la vida y al parecer no quedó suficiente para ella.

Mi padre apenas estaba conmigo (creo que no quería verme). Yo dejé de preguntar.

Luego un colegio tras otro, compañeros, profesores, amigos…Familias de acogida, padres, abuelos, tíos y primos prestados por unos meses…a los que dejé de aferrarme y así me era más fácil dejar al partir.

Veo una niña, con gorro de lana azul, tras un cristal mojado con la manita levantada en señal de despedida, y me despierto con el corazón desbocado y la cara mojada.

A veces, en mi soledad, recogía pajaritos, que en alguna ventolera caían del nido, los cuidaba hasta que les crecían las alas y un día echaban a volar.

Ahora en mi trabajo, al menos tengo tiempo de despedirme, maquillo muertos, les hablo con ternura, y los preparo para que tengan su mejor aspecto para el último adiós.

 

9. DECISIONES (Mødes)

Han pasado muchos años, pero aún conservo, intacto en la memoria, el álbum con los recuerdos de mi infancia.

Y mi cromo más doloroso es el de aquella mañana en la que, temblando, le susurré a mi padre lo que hice la noche anterior.

Y él, mirándome con un amor infinito, me confesó lo que nunca tuvo el valor de hacer.

Y así, abrazados junto al ataúd de mamá, lloramos de pena los dos.

8. POUR LE MÉRITE

Ni los innumerables laureles ecuestres, ni los cuantiosos diplomas escolares, ni los inacabables trofeos de caza, nada despertó en el joven Manfred más obsesión que pilotar un triplano y recibir la Blauer Max, aunque para ello debiera cambiar la honorable caballería por la vulgar infantería y comenzar a volar no en un escuadrón de combate sino en el servicio aeropostal.

En su corta vida, no acumuló una gran fortuna, vivía con rigor prusiano. Manfred no tuvo más que un caballo prestado por su padre, un Albatros cedido por la aviación y por fin, y ese fue su único capricho, un Fokker rojo, la envidia de la aeronáutica y el terror de los cielos. Con él se ganó el respeto de los adversarios por el número de aeroplanos abatidos.

Ese fue su balance, o así lo pensaba el intrépido teniente a cuyo funeral asistió un nutrido batallón de viudas y huérfanos de las fuerzas enemigas, una hueste de periodistas y escritores privados de su principal héroe y, por último, una tropa de jovencitas que llorarían su muerte y aceptarían quedarse solteras.

Sobre el pecho del difunto barón lucía únicamente la medalla azul con la leyenda “Pour le mérite”.

7. Terapia interminable

Maribel hacía colección de desdichas, de las ajenas, porque las propias sólo podía sufrirlas. Me contaba que de esta forma sus desgracias parecían no existir, que mirando y analizando las tragedias de los demás, se daba cuenta de que su vida era estupenda.

Apenas tendría yo once años cuando me explicaba aquellas ideas que no alcanzaba a entender muy bien. Vivía justo en frente de nuestra puerta, y cuando mi madre tenía que meter horas extras en la fábrica, yo pasaba algunas tardes en su casa. Ella planchando y dándome palique, yo intentando hacer los deberes.

Un día que yo estaba muy aburrido me dijo:
-¡Ven Jaime! Te voy a enseñar mi galería secreta.

Me llevó escaleras abajo y abrió la puerta del sótano. Era como un despacho oscuro, húmedo y bastante amplio. Las paredes estaban forradas con papel de periódico donde aparecían esquelas, noticias de asesinatos, accidentes de tráfico, y cualquier tipo de titular que condujera al éxitus. También había baldas con álbumes de fotos.
– Mira, aquí guardo las que más me gustan.

Me mostró imágenes de funerales de algunos vecinos, algunos amigos de mis padres, e incluso encontré a mis abuelos.
Parecía tan contenta que no quise llorar.

6. VALOR SENTIMENTAL (Ángel Saiz Mora – EdH 2020)

No supe presagiar la sacudida que me esperaba. Al regreso de un viaje de trabajo hallé varios contenedores frente al portal de casa, tres de ellos con mis libros, otro lleno de figuritas de plástico de personajes de dibujos animados, vinilos y muchos objetos más.
Temí que unos okupas hubieran asaltado la vivienda. No era eso. Paula me explicó que había decidido aligerar de elementos inútiles nuestro hogar, recargado a causa de mi afición al coleccionismo. Apenas tuve oportunidad de introducir algunas palabras de queja. Enseguida dijo que tenía una tendencia malsana para la acumulación.
Me sentí culpable según avanzaba su discurso, en el que hubo un instante definitivo cuando mencionó una regla de obligado cumplimiento, al parecer, en su nueva filosofía vital: “Una cosa entra y otra sale”. Luego alguien abrió la puerta. Su maestro de autoayuda y minimalismo tenía copia de la llave. No hicieron falta palabras.
Ella sonreía, él también.
Ya en la calle, una joven empleada se preparaba para transportar mis cosas hasta un punto de reciclaje municipal. Al verme abrazarlas aseguró que allí había verdaderos tesoros, de los que era incomprensible que alguien quisiera desprenderse.
Ella sonreía, yo también.

5. INVENTARIO

Al fin llegó mi hora.

He tenido una vida larga y plena, pero si hiciera un inventario de los momentos verdaderamente importantes seguro que me sorprendería al comprobar que no fueron tantos como yo, ingenuamente, pensaba.

Así que he decidido emplear el poco tiempo que me queda no en recordar mis grandes fracasos o mis pequeños triunfos, no en evocar los años ligeros ni los tiempos de plomo, sino en repasar, con una sonrisa, mi pequeña colección de huellas de esas que nunca se borran, de emociones especiales que, sin hacer apenas ruido, se instalaron para siempre en mi alma y me cambiaron la vida.

Una lágrima sincera, una risa espontánea, una palabra de ánimo, una ayuda oportuna, un reproche certero, una mirada de amor. Olores, tactos, sonidos, sabores…

Hasta el silencio de la nada, lejos del bramido.

4. Distopía 210220 (Luisa Hurtado)

Asociaciones, fundaciones y todo tipo de organismos públicos o privados lo habían empezado a hacer con mayor o menor éxito pero fue él, sir Conall Hardy, el primero en decirlo públicamente, y en exclusiva, al Amazon Post: “He comprado el Henry Doorly, uno de los zoológicos más grandes del mundo, para hacer de él el germen de la más extensa y completa colección de seres vivos de la historia”. Y nadie puso en duda que lo lograría, y con creces, pues le respaldaban una cartera siempre llena y la experiencia de ser, en cualquier cosa que le interesase, uno de los mejores coleccionistas del planeta.
Desde ese momento las noticias se inundaron de imágenes en las que dejaba constancia de cada una de sus nuevas adquisiciones, selfis en los que él aparecía mostrando otra de sus pasiones, los implantes biónicos, a las que quizás habría que añadir la edición del ADN para, también hizo una noticia de esto, “corregir mutaciones genéticas, eliminar secuencias patógenas, insertar genes terapéuticos, dar vida a mejores seres y, ¿por qué no?, a superhombres”, cuestiones a las que prestaría, como siempre había hecho, atención y fortuna, en ese orden o en cualquier otro.

3. Nole, Sile… Jesús Alfonso Redondo Lavín

Cuatro sobres de la colección de Mundo Salvaje por una peseta. En cada sobre dos cromos. Mi paga de los domingos de cuatro pesetas terminaba en las manos de la señora Felisa la “caramelera” del quiosco.

Qué chasco, qué injusticia, en los dieciséis sobres azules de la editorial FHER me salieron el tigre de bengala y el pez martillo repetidos dieciséis veces. El mono narigudo de Borneo y el dragón de las islas Cómodo eran los difíciles, nunca salían. Siempre había algún mentiroso que decía tenerlos o saber quién los tenía.

La familia Cagigas, la del alto de Encarnación de Orejo, cuando dejaron las vacas y se instalaron en Bilbao, para acompañar al sueldo hacían, hoy se diría “en sumergida”, horas extraordinarias dentro de casa metiendo cromos en los sobres azules de la FHER. Es más, cuando íbamos de visita a su casa, nos entregaban sobres y cromos para entretener la conversación sobre las cosas y gentes del pueblo mientras hacíamos el trabajo de ensobrar y ellos engomaban con engrudo las solapillas. Yo ponía cromos diferentes en cada sobre; pero a ellos… ¿qué les importaba?

Después del cine matinal, en corrillos, barajábamos los cromos cantando aquello de nole, sile, nole.

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