Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
3
8
horas
2
2
minutos
0
4
Segundos
4
5
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

10. Marronazo (Javier Igarreta)

Nunca pensé que lo nuestro fuera para siempre. Y mira que era difícil no dejarse embaucar por aquella mirada. Por no hablar de tu verborrea , ligeramente cursi. Pero pronto supe que tu concepto del tiempo cabía en un Rolex. Fue cuando te ascendieron y te hiciste adicto a las reuniones de trabajo, en realidad cenas rematadas con alcohol y lo demás. Frecuentemente llegabas de madrugada y te delataba el aliento. Y aquella estúpida mirada anclada en el vacío. Nuestra relación llegó a un punto muerto y te pusiste pesado queriendo retomar lo que nunca llegó a cuajar. Apareciste con un sorprendente cambio de look, intentando convencerme de que eras otro. Casi lo consigues con tu caja marróns glacés, mientras en tu nuevo coche atronaba el “Brown sugar”. No hubieras soportado una negativa, pero mi indiferencia te sacó de quicio. Te quedaste sin palabras y me levantaste la mano, pero te paré los pies. Nunca pensaste que tu chica pija, la modosita niña de papá, te saldría rana. Me siento orgullosa de haberte defraudado. Al fin y al cabo tú tampoco eres la joya que vendía tu mamá.

09. NO LEAS, DESGRACIADA

COR…
La casaron a la fuerza con el inmundo cafre.
TI…
“No leas, desgraciada, que no sabes. Tira eso y ponme la cena”.
Aparcó el libro con cuidado en el arcón junto con sus pertenencias.
NA…
En la alejada y desastrada borda, el dueño y señor devoró el potaje con trozos de carne y setas. Apuró la jarra de mal vino.
RIUS…
Ella ya sabía. La obligó a tenderse en el catre. La golpeó y forzó como siempre.
O…
Aprendió a leer en secreto. Le enseñó su hermana a escondidas. Nadie supo jamás que pudiera descifrar letras y palabras.
RE…
A la luz de la temblorosa vela fue descubriendo el mundo de las setas. El libro de tapas marrones se lo entregó otro pastor, por encargo de su querida madre.
LLA…
Leyó. Aprendió. La descubrió. Vio los dibujos. La conocía. En sus paseos por el bosque la había visto muchas veces. Se cocinaba de todas las maneras. La bestia disfrutaba.
Había descubierto: “Cortinarius Orellanus: Mortal. Veneno acumulativo. Los síntomas comienzan a los meses. Colapso renal. Indetectable”.
Se sintió muy mal. Falleció entre estertores con los ojos vueltos.
Ella lo observaba fijamente con el libro en el regazo.
NUS…

08. FEMENINO PLURAL (Ángel Saiz Mora)

Carla confesó que se aburría conmigo, agria noticia para un creador de historias. Una sensación paralizante de fracaso me lastraba desde que se fue. Moscas y hasta cucarachas recorrían mi cuerpo casi inmóvil, al creerme ya muerto. El tiempo avanzaba a la par que mi depresión, los plazos del editor también.
Deambulé por las calles, carente de rumbo. Aquella araña, una hembra de reclusa marrón, suscitó mi interés al pasar por una tienda de animales exóticos. La dependienta hizo serias advertencias sobre su peligrosidad. Sin valor para cortarme las venas, el animalito letal pondría fin a tanto sufrimiento.
De vuelta al piso no pude abrir. Alguien había aprovechado mi salida para ocupar la vivienda, tras un rápido cambio de cerradura.
Hastiado, puse sobre una mano al arácnido, recién bautizado como Lucy, pero en lugar de atacarme quiso deslizarse bajo la puerta. El usurpador salió enseguida con una preocupante mordedura, a la busca de asistencia médica.
Recuperado el hogar, completé en tiempo récord el libro de relatos que me requerían. No hubiera sido posible sin mis verdaderas compañeras: las palabras, quizá también alguna musa y Lucy, que, discreta y eficaz, se ocupa de los insectos molestos.

07. LLUEVE SOBRE MOJADO

— Ponte el abrigo marrón. Hace frío.
— ¿Desde cuándo tengo un abrigo marrón?
— Si hombre, el que compramos en las rebajas.
— ¿El verde, dices?
— ¿Verde? ¿Cómo verde?… ¿Esto es verde?
— ¡Claro! lo que te decía.
— ¡Vamos a ver! Esto es marrón de toda la vida. ¡Marrón!
— ¡Y una mierda marrón! El marrón no existe.
— ¡No existe, listo! ¿Y esto qué?
Desesperada sacó unos zapatos, una chaqueta de lana y algunas prendas más, en distintas tonalidades de lo que, a todas luces, era marrón.
— Pues tus zapatos son verdes, como mi abrigo. La chaqueta es naranja fuerte. En cuanto a lo demás, no me pienso pronunciar ¿o es que te crees que soy un parvulito que está aprendiendo ahora los colores? Y, por cierto ¿por qué te gastas tanto dinero en ropa? ¿Y cuántos pares de zapatos tienes ya? Y al final, todo para ir siempre con el mismo pantalón vaquero y esas botitas ridículas que tienen más años que el sol.
— Y que, te lo recuerdo, son marrones.
— ¿Eso marrón? Eso es del color de la arena de la playa y no tiene un nombre
definido.
— ¡Vete a la porra!
— Las porras sí son marrones ¿Ves?¡Tú siempre quieres llevar la razón!

06. Despistada equidad o las diferentes formas de tratar un marrón (Rosy Val)

Están sentados en un mismo banco de la comisaría. El más joven, en el medio, está aterrado. Ha robado una gallina y podría caerle un buen marrón; si lo encarcelan, quién cuidará de su madre y sus hermanos. 

El de la derecha respira tranquilo —su padre está en la oficina del jefe—, y se divierte mirando chicas ligeras de ropa en su Ipad. Se escuchan risas. Él sabe que, aparte de elegante y generoso, su papá cuenta los chistes como nadie. También hablará de hombres. De su condición; que son como son; no pueden evitarlo. Y de mujeres. De cómo van algunas.

El que está a la izquierda del banco es un hombre con cara de pobre. Uno de los guardias, parco en educación, se dirige a él espetándole que se ha desestimado la denuncia… «Su hija iba como una puta, muy provocativa». Encogido y evitando mirar a los presentes, huye arrastrando sus pies y su impotencia. 

Es hora de comer. El bien trajeado sale del despacho. Recoge a su hijo que restaba solo en el banco. Apaga su Montecristo con la punta de sus Louis Vuitton y reserva mesa para tres en un afamado restaurante de la ciudad. 

05 ¿Por qué no puedo?

La había perdido y no había podido llorarla. Tuvo que ser fuerte mientras le sostenía la mano, marrón y marchita, en la clínica. Su hermana menor estaba allí con ambos, no podía verlo destruido. En el velorio sus otras hermanas, las mayores, lloraban desconsoladamente; él tan solo las abrazaba, no podía decir nada.

Luego de esto, siguió la rutina. Felipe tenía cuarenta años, esposa e hijos. Era un hombre y los hombres no lloran.

Bueno, esto era lo que él se repetía para convencerse. La verdad era que necesitaba largar ese dolor lo antes posible. También necesitaba un abrazo, que su esposa le dijese que todo iba a estar bien, que esa angustia que sentía en la boca de su estomago se iba ir y que iba a poder seguir adelante. Buscaba el momento pero no había ninguno.

Una noche no aguanto más. Se puso de costado, se puso la almohada sobre su cabeza y rompió en llanto. Su esposa se sorprendió. Desde que se casaron no lo había visto llorar ni una sola vez.

La extraño mucho, amor. No sabes cuanto.

Ella lo abrazó mientras recordaba con nostalgia a su suegra.

04. ¡TIRA A ESE, JUAN!

El asustado animalillo miraba desesperadamente hacia arriba mientras, tumbado sobre un lado, agonizaba sin poder apenas respirar. No entendía cómo había ido a parar, de repente, a esa especie de jaula oscura, de color marrón terroso y con el suelo tan desagradable y resbaladizo.

Intentaba inútilmente ver algo que explicase qué hacía allí, por qué tenía la boca tan dolorida y por qué le faltaba el aire.

Fue entonces cuando, de pronto, tras un grito espantoso, una especie de zarpa lo cogió y lo lanzó, con desprecio, al aire. Cayó de golpe en algo blando y azul, y en ese instante recordó que ya había estado antes allí.

El pececillo estaba de nuevo en casa.

03. Caminando sobre el viento (Jesús García Caurel)

Toda su vida había trabajado de zapatero.

Había aprendido el oficio de su padre. Su pericia manejando el fleje y el martillo remendón no conocía igual. Era respetado y admirado por todos sus vecinos y compañeros de profesión.

Pero siempre tenía un aire de tristeza en su cara. Nunca había podido lograr su mayor ilusión.

Fabricar unas botas que pudieran hacerle volar.

Su mujer le animaba todos los días. No sabía que hubiera sido de su vida sin ella. Probablemente se hubiera rendido hace tiempo.

Siguió insistiendo, hasta que un soleado día de Mayo,  por fin lo  consiguió. Su mujer le dedicó la más dulce de sus sonrisas, y el por fin se sintió feliz. Hoy era el día. Iba a cumplirse su sueño.

Subió al tejado del edificio y se calzó las botas marrones que llevaba  tanto tiempo perfeccionando. Se asomó a la calle y saltó…

Y por fin pudo volar, y sentir el viento en su cara…

Ese día nadie fue a poner flores en la tumba de su mujer, cómo venía haciendo desde hacía seis años sin fallar una sola vez, cuándo el temible azote de los tiempos modernos le había apartado de su lado…

02. Disoluciones

Nací con una ciénaga en las entrañas. Cuando cumplí un año, mi padre se marchó de casa avergonzado. Dicen que no pudo soportar ni un día más que el fango de mi llanto le embadurnara la camisa. Mi madre siempre trató de quitarle importancia y me aseguraba que yo era hijo del Rey Tritón.

Los médicos analizaban desconcertados  el limo lleno de gusarapos que corría por mis venas y mi orina color café. Como nadie sabía decirme por qué el barro ensuciaba todo en mi vida, lo de ser mitad anfibio me pareció lo único verosímil. Andaba buscando algún pantano recóndito al que huir en soledad, cuando te conocí.

Eras luminosa y transparente. Y no sé cómo lo hiciste, pero tu naturaleza cristalina y sin manchas contrarrestó mi existencia lodosa. Poco a poco, con la efervescencia de tu saliva, mis fluidos se tornaron claros y llevaderos.  A su vez, tu carne incolora comenzó a broncearse y perder fragilidad, y abandonaste tu forro de algodones.

Encantados  con  la extraña simbiosis de nuestras rarezas, intentamos vivir como personas vulgares. Y un día, paseando por el parque de la mano, nos dimos cuenta de que, por fin, la gente había dejado de mirarnos.

01. EL RÁPIDO DE CUBAS (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

“El Rápido de Cubas” era un tonto comarcal de los años cuarenta. Ligero andarín, cachava en mano, apeonaba por toda Trasmiera. Asombrosamente ubicuo, de ahí su mote, además de en todas las romerías, decían haberlo visto casi a la vez en Ajo, en Sobremazas o en Pedreña.

Eso sí, a las seis de la tarde, cuando mi madre llevaba las ollas de la leche al puesto de recogida de la Nestlé, aparecía dando un salto de entre los maizales, apoyaba una mano en el pescante del carro y le mostraba su sonrisa babosa mirándola embobado.

──Tinuuca, aamor mío ──decía── mira que cinturóón marrón nueevo tengo; es boonito ¿veerdad?

A ella le desesperaba el continuo acoso de aquel inocente y queriéndose librar de él lo amenazaba con la vara de azuzar al caballo.

── ¿No iráás a peegar al paadre de tus hijos?, respondía el Rápido resguardándose la cara tras su codo.

Y porfiaba fiel a las voces que retumbaban en la chácena de su desajustado cerebro: “vueelve José, que Tiina te quieere”.

El genio de mi tío Gelio y un forzado remojón en el bebedero de la “Fuente de los Curas” dieron fin al asedio y le apagaron aquellas voces.

114. Rosa

La vida en rosa. Siempre que recordaba esa canción pensaba en lo bonita que parecía ser la vida en ese color. Pero ahora que tantos años pesaban sobre ella, sabia que por lo menos en la suya, el rosa solo apareció en algunos momentos.

Las preciosas letras de las canciones, las felices historias de los libros, la habían hecho pensar que existía la vida en rosa

Ahora que había agotado sus mejores años, sentía que como la publicidad engañosa, así había sido un poco su vida con tantas cosas sin lograr.

Pero su balanza se inclinaba hacia los momentos rosas, como su mano se inclinó hacia aquellas pastillas que harían que todo se volviera rosa.

113. COMPENSACIÓN

Las nueve de la noche, con la mirada perdida sale del  salón camina hacia  el pasillo, nada más  entrar  se golpea el codo y queda sin respiración. Hoy no ha dormido apenas, había once hombres esperándola y  estaba dispuesta a derrotar a todo el mundo. Tiene mucha suerte últimamente y no perdona. Se acerca a la cocina y coge fruta,  se la termina en  la  habitación rosa. Está desfallecida, por la mañana  debe viajar y no le gusta. Además,   sigue sin recuperar su edredón rosa de la suerte y eso la preocupa. Está convencida que lo   han extraviado en la tintorería. Tumbada en la cama  suspira de alivio por no tener nada que hacer. No es hábil relajándose y comienza a repasar con gusto las historias de  algunos ludópatas a los que desplumó, le parecen fantasiosas, absurdas  y manipuladoras  pero constituyen  su pasión favorita,  le acarrean el sueño y derriban  la presión diaria. Cada mes selecciona  una  a la que perdona la cantidad de la deuda y da esperanza para que juegue más y más. Se quedaba  dormida cuando  irrumpe  en la habitación el  jugador de quince años.

–Vamos a repetir la partida,  zorra-,  grita apuntándola con una  pistola rosa.

Nuestras publicaciones