Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

86. La mujer pantera

Cada vez que ella intentaba enfadarse, él se reía y la llamaba dulce gatita, y le decía que nadie podría tomar nunca en serio aquellos ronroneos cascarrabias. Pero ya se había cansado de ser tan deliciosamente inofensiva. De esperarlo siempre, con la sonrisa y el cuerpo preparados, por si su marido decidía hacerle caso. Ahora había encontrado las cartas que él ni se había molestado en esconder. Primero el cortejo, luego la evocación detallada de sus encuentros. Finalmente, las burlas hacia la gatita fiel de quien no había que preocuparse.

Había decidido dejar de ronronear para siempre. Tenía ganas de rugir, de dar zarpazos confundida con la noche. Un chamán le vendió el conjuro que la convertiría en aquella pantera negra que contemplaba sus paseos por el zoo. Frente a la jaula empezó el ritual, siguiendo punto por punto las instrucciones. Pero no se dio cuenta de que en el momento preciso alguien cruzó por delante devorando un pastelito rosa.

85. Lo eterno y lo perecedero

Nunca falta una rosa en la mesita de noche de esa mujer. La razón es lo de menos, aniversarios, muestras de amor o regalos sorpresa hacen posible que la flor siempre tenga su reemplazo. Un día el hombre le compra una rosa que no se marchita. Es hermosa y colorida, pero ella echa de menos las otras rosas, las que la hacían estar pendiente cada día hasta que se les secaba el último aliento. Al mismo tiempo, no quiere que le regale más, pues no podría soportar ver como se estropean al lado de una rosa eterna. El amor de alguien que quiere y no quiere que le regalen rosas es un amor imposible. El hombre se abandona a la melancolía y pasa los días sin ser nadie, malgastando su existencia, incapaz de entender que como ocurre con las rosas, lo que le da valor a la vida es saber que con el tiempo se nos marchita.

84. Las vueltas del camino

Esperaba sentada en un banco con el libro en el regazo. Qué hacía allí. Mientras su mano rugosa acariciaba el pelo recién lavado el perfume de jazmín la serenó. Resonaron en sus oídos las bromas de los compañeros sobre una misteriosa cita. Quizá el otoño avanzaba y pronto oscurecería. Se imaginó a su madre advirtiéndole que no regresara tarde. Pasaba las hojas sin apenas mirarlas hasta que vio aparecer a una niña con un algodón de azúcar. La seguiría. Estaba segura de que esa nube ligeramente rosa la iba a guiar hasta su morada.

83. UN RAMITO DE FLORES POR PRIMAVERA

Son sus flores favoritas; le gustan las rosa palo. Y ÉL lo sabe. En otra época, su aroma, su belleza, su corto tiempo de vida, a ella le habían hecho sentir muy dichosa. Su abuela las había cultivado y siempre adornaron sus primaveras.

Nada que ver con el rosa intenso de sus mejillas.

La tarde callada y fría. El reloj de pared señalaba las 5. También él sintió miedo: esta vez su ira había ido demasiado lejos. Era como un torbellino que no le dejaba parar, que le giraba una y otra vez sin retorno. ¿Por qué se empeñaba en sacar lo peor de ÉL? ÉL la quería ; no podía vivir sin ella. Sintió miedo. Ya había encargado el ramo de flores que tanto le gustaba y todo volvería a la “normalidad”. Como otras veces.

Desde algún lugar lejano, ella siente que esta será su última primavera invernal. Pero piensa en aquella mujer que cuidó su infancia, que veló su adolescencia y que nunca se rindió. Y desde ese laberinto de la inconsciencia encuentra las fuerzas suficientes para escapar de su asfixiante existencia y distinguir una flor abriéndose camino entre las malas hierbas que pueblan su corazón ajado.

 

82. Capas (Patricia Collazo)

La niña lleva años ausente, pero Violeta, cada tanto, pinta de rosa su habitación. El rosa fue el color preferido de la niña hasta llegar a la adolescencia, cuando ella misma pintó las paredes de negro gótico. Violeta insiste en volver al rosa, pero cuando la pintura se va asentando, es absorbida por las antiguas capas. Da igual si usa rosa chillón, palo o fucsia. Lo ha probado todo. Al principio el rosa se torna violáceo, como si las paredes se cubriesen de moretones, y ella intuye que otra vez ese desgraciado…

Después, brotan algunas motas más oscuras y el rosa empieza a sucumbir sin remedio tras una capa de gris nublado, y Violeta adivina la tristeza de lágrimas no derramadas en la mirada de la niña, cuando superados los tonos morados, le hace alguna esporádica visita.

Cuando la niña la llama para contarle que será abuela, las paredes sufren una transformación inaudita. Los pasteles le ganan el pulso al negro. Pero poco antes de la esperada fecha, una mancha roja, empieza a deslizarse desde una esquina del techo hasta cubrirlo todo, incluso los muebles.

Violeta, aún antes de recibir la horrible noticia, ya ha pintado de blanco la habitación.

81. Una flecha al corazón

—Helado de pétalos de rosa —sugirió el camarero para sellar la velada.

Tanto ella como su paladar coincidieron en que el sabor del amor debía de ser muy parecido al del postre compartido. Antes de abandonar el restaurante, un precipitado oleaje apareció en el mar de su mirada. Los amantes desenfundaron reproches, resucitaron promesas incumplidas y el amor, que andaba saldando cuentas, abofeteó a ese ingrato después de alargar la mano hasta la americana y arrancar el botón mientras el ofendido hizo lo propio con el collar. Mucho antes de que pudiera girar la cabeza, aquella mujer ceñida en fucsia había cruzado la puerta de su vida para siempre. Él quedó mirando cómo las nacaradas perlas que habían saltado por los aires descendían como lluvia de luminosas esferitas chocando y rebotando contra el suelo, perdiéndose entre mil recovecos. Ella imaginó cada bolita estrellada como un golpe al sentimiento burlado, como una confidencia desamparada. Sin dejar de caminar, arrojó a la fuente el botón delator con la maraña de cabello apretada en él. Y su garganta, anudada con la amargura destilada por los pétalos de rosa, nunca estuvo tan cerca de comprender a qué sabía el amor.

80. AL ACECHO

Con su nariz y sus mejillas rosáceas, de gente que empina el codo, se le solía ver a la esquina del colegio esperando a que salieran las niñas de babis rosas y mochilas Hello Kitty. Disfrutaba repartiendo caramelos de fresas, aunque ellas se reían de él. Lo que no sabía es que yo también vigilaba.
El día en que una alumna desapareció, era demasiado obvio que fuera el culpable, sin embargo, la policía no investigó más y se lo llevaron preso.
Yo sigo escondido cerca del colegio esperando a que otro incauto venga a repartir golosinas y caramelos de menta.

79. Pon un Rosa en tu vida

Desde mi divorcio, he aparcado hobbies e ilusiones. Simplemente, dejo la vida pasar.

Mi ex, se quedó en nuestra casa con los hijos, Elvis de 29 años y Eva de 22. Son mi chispa.

Ayer pasaron el finde conmigo. A veces, ya no sé dónde ir con ellos. Aún siguen empavados y son tan diferentes. Vaya pintas me llevan, y que cosas pasan por sus cabezas. Este mundo virtual, pixela el real.

¿O seré yo, que estoy hecho un carcamal?

Se me hace tarde!!!

Me ducho rapidísimo. Con las prisas me pongo la camiseta que tiene una guitarra eléctrica y unos pantalones algo ajustados que hacía tiempo no utilizaba, y peino mi tupé canoso.

Uffff !!!
Aún tengo quince minutos para desayunar tranquilamente.

Al salir, en la escalera una vecina me saluda sonriente.
Por la calle, las personas se giran a mirarme haciendome un gesto de aprobación.

-¿Que pasa hoy?

Entro en la oficina y todos me felicitan.

Imposible que sea la ropa.

Acelero el paso, y dejando atrás mi despacho, voy directo al baño.

Me miro al espejo y…

Joooooeeer!!!

Utilice el champú que se dejó Eva para teñirse el pelo de rosa.

Desde hoy, mi vida empezó a cambiar.

78. PROGRAMACIÓN (Mar González)

Los lunes son verdes y huelen a hierba fresca. Camino por aquellos prados agarrando la mano del abuelo que, con la otra, va señalando con el bastón los límites de la propiedad.

Los martes son amarillos como los lápices del colegio. Al principio dibujaba, como entonces, pero ahora, con su punta afilada, te escribo cartas.

Los miércoles son azules. Las instrucciones eran mirar el cielo y relajarme, pero yo prefiero perderme en tus ojos.

Los jueves son rojos y saben al tomate casero que, de pequeño, añadía a todas las comidas. A todas. No lo había vuelto a probar hasta ahora, pero ya no es igual. Pero, al final, levanto los ojos del plato, me centro en tus labios y me sonríes.

Los viernes son blancos.  Poco a poco he aprendido a llenarlos de color y voy dejando huellas, dibujos y mensajes que nadie contesta.

Los sueños aquí están programados. Los sábados cierro los ojos y finjo estar dormido durante toda la noche. Las pastillas son rosas y huelen a ti. Hace meses que no me las tomo. Las he guardado todas hasta hoy. Volveremos a vernos.

 

77. EN LAS PEQUEÑAS COSAS.

Para mucha gente, lo más valioso es el dinero con el que poder comprar coches, lujosas joyas o modernas casas.

Pero para él, sus mayores tesoros en el mundo son las cosas que pasarían inadvertidas para cualquiera.  Como   un simple Post-it pegado en la puerta de la nevera con un sencillo “Buenos días” escrito y una marca de pinta labios de color rosa, su favorito, formando los labios carnosos de una mujer.

Una mujer, cuya luz, una mañana ya muy lejana, se apagó de golpe en una curva de la carretera de camino al trabajo, pero no se extinguió del todo.  Fue dejando brillantes destellos de su paso indeleble por este mundo.

Ahora, solo vive en la mente atormentada de un hombre que se enfrenta a cada nuevo amanecer sumido en sus recuerdos y que se maldice a si mismo por no haberla acompañado en aquel, su último viaje ni tampoco tener el valor de reunirse con ella.

Porque intuye que cuando el ya no esté para recordar cada uno de sus gestos y su voz, desaparecerá para siempre como humo en el cielo dispersado por una ráfaga de viento.

76. Falta de imaginación

Era la hora de la siesta y sus nietos le pedían a coro el cuento de un elefante rosado.

Encarna conocía muchos cuentos para niños, pero no de elefantes, y menos que fueran de color rosado; además, su pobre fantasía era un cazo desfondado con el que no podía atrapar las ideas y las palabras indispensables para dar forma a un relato.

 

Apenada ante la evidencia de que iba a defraudar a todas esas caritas que la miraban con ilusión,  elevó al cielo una mirada suplicante y prometió que daría no importa qué por un elefante de color  rosa.

Entonces la vio.

Con su abanico  y su batería de aerosoles  enfiló muy decidida hacia la pequeña nube: mullida, maleable, apropiada.

75. Rosa prohibida (Esther Cuesta)

De riguroso rosa la encontraron tendida en la cama de su padre, fallecido apenas unas semanas atrás. Rosa, como ella, «mi rosa», como el padre proclamaba.
A él le mató la culpa, a ella fueron la soledad y la pérdida las que empujaron el bote de ansiolíticos hasta su estómago.
El cura se negó a que compartieran cama eternamente; él quedó en el camposanto, ella en un huerto en la otra punta de la ciudad. Nadie derramó rosas. Todos sabían. Todos callaron.

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