Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

24. Cuando lo blanco no es blanco

Allí donde la luz brilla más la sombra es más negra

                       (Goethe)

 

Decía mamá que la verdad era blanca, pero no siempre, porque en cualquier momento podían venir los señorones a cambiar el color. Los señorones y sus parientes eran los amos de las mentiras y de las verdades en Machala. Su madre lo sabía y, desde muy pronto, la animó a buscar una tierra en la que nadie fuese el amo de sus miserias. Con ese fin había escapado María Fernanda de su país para arribar a España, la tierra de la camisa blanca y de la esperanza. La joven ecuatoriana encontró pronto una nueva vida y trabajo.  En esos primeros y felices años noventa España lucía bien, con todas sus camisas blancas en las ventanas. Pero las palabras de mamá se cumplían en todas partes. Los señorones, aunque ocultos bajo mil disfraces, estaban siempre al acecho para fundar su imperio sobre el sudor del pobre y convertir  en negras todas las verdades.

23. Recuerdos en blanco y negro (Javier Igarreta)

“No intentes ordenar el caos que bulle en tu mente, déjala en blanco y después que fluya libre. Si embridas firmemente a tu caballo, quizás consigas que trote al compás de la lógica, pero a costa del vértigo de lo inesperado”. Fueron las enigmáticas palabras que deslizó “El Orejas” debajo mi puerta, antes de largarse. Después, un fundido en negro de cincuenta años. Nunca supe nada de él. Apenas algún rumor. Hasta ayer. Una llamada anónima me comunicó su fallecimiento.  Por más que lo intenté, no conseguí identificar la llamada. Me subyugó el misterioso matiz de aquella voz, incolora, casi blanca. Y, no sin cierto repelús, me remonté a los años sesenta. Éramos jóvenes y compensábamos los días sin blanca con noches de blanco satén. Entonces nadie  hablaba del bullying, pero siempre encontrábamos alguien propicio para blanco de nuestras “bromas”. Y al “Orejas” le tocó. Un poco por lo evidente de su mote y un mucho por envidia. Nunca pudimos soportar que, pese a su peculiar aspecto, «El Orejas» conquistara a la dulce Jane. Todavía recuerdo aquellos ojos azules y su blanca palidez.

22. TIEMPO DE VERANO

Contemplo el espectáculo de los aspersores regando el jardín. Escucho su ritmo y sus variaciones. Sigo la trayectoria de uno de los chorros que pasa scherzando sobre el césped, luego golpetea sincopado la corteza de los pinos, se transforma en barrido de escobillas sobre la piscina y termina en un crescendo de timbales sobre las grandes hojas de bananos para después retomar d’accapo mientras los otros regadores le hacen contrapunto, cada cual con su propia partitura.

Es un atardecer veraniego, ese momento ideal para disfrutar de una paz sin atenuantes, siendo protagonista de un relato en el que no sucede nada.

Más tarde llegarán el champagne casi helado y una pizza sublime de bordes crocantes, mientras del equipo de audio emergerá eufórico Queen  invadiéndolo todo con su arrolladora potencia.

Sé que después, una vez más, quedaré en penumbras con los ojos cautivos de las oscilantes barras del ecualizador, navegando entre neblinas de alcohol, sin que nada ni nadie ose perturbarme.

Y me sentiré bien, sin trabajos que hacer ni obligaciones que cumplir, porque lo que había que hacer está hecho, porque mi mujer se encuentra, por fin, silenciosa y marmórea en el congelador.  Casi tan blanca como el aparato.

21. CUESTIÓN DE SUPERVIVENCIA

Los esquimales son capaces de diferenciar más de treinta tonalidades de blanco. Lo he leído en un artículo sobre los inuit. Esta habilidad es vital para ellos; les ayuda a distinguir las placas de hielo demasiado fino, a encontrar el camino de regreso y a divisar una tormenta de nieve a kilómetros.

Tiene sentido, a mí me está empezando a pasar. He aprendido a interpretar el grado de blancura de tus camisas. Da igual lo que digas, pero yo sé perfectamente si vienes del trabajo o si no has dormido en casa.

A veces saco fuerzas para levantarme y me examino en el espejo del baño en busca de alguna cana, intrigada por comprobar si es verdad que no se caen cuando se pierde el resto del cabello.

No te rías, pero esta mañana he adivinado la cifra exacta de leucocitos de la analítica estudiando el color de mi piel, comparándolo con las sábanas y con el líquido lechoso que me meten por el brazo. El médico tampoco daba crédito.

20. Compostura

COMPOSTURA
Abandónate, le dijo. Déjate.
Que te inunde la desidia, que te gane la indiferencia.
Olvida quien eres, lo que eres. Olvida tu nombre.
Permite que el conocimiento de tu propia existencia deje su reino vacante.
No te opongas.
Abandónate, le dijo.
Que la brisa limpie el polvo que te cubre. No sientas la brisa.
Cierra los ojos. Apaga la luz de la casa. Apaga la luz del día.
Ignora también la oscuridad. Que no haya día ni noche.
Prescinde del tiempo, de las rotaciones.
Abandónate, le dijo.
No escuches, no atiendas.
Que no te contaminen sonidos ni silencios.
No te resistas, tampoco te rindas.
Solo existe. Vive.
Abandónate, le dijo.

Y lo hizo. Se desprendió de su arquitectura.
Se sacudió el cuerpo. Se quitó la piel.
Paso a paso fue creando su camino.
Abandóname, le dijo, mientras vestía de besos su blanca desnudez.

19. Setenta y tres segundos

Setenta y tres segundos fue el tiempo que tardó en desintegrarse el transbordador espacial Challenger el veintiocho de enero del ochenta y seis. La culpable fue una junta tórica en su cohete acelerador que permitió que el gas del motor saliera al exterior.

Fue el tiempo que tardé en poner la lavadora, descuidando la vigilancia de nuestro pequeño, ese día.

Pienso qué sentirían los técnicos del Challenger, incapaces de prever la catástrofe que se cobró siete vidas.

Me gustaría poder volver a ese momento. Retroceder esos setenta y tres segundos. Aplazar la colada. Verte salir con el coche del garaje mientras espero con la mano de nuestro hijo bien sujeta a la mía y, puestos a pedir, que los responsables del despegue del cohete suspendieran la operación.

Me pregunto si desde ese día también ellos pasan las noches en blanco.

18. ENCERRADOS

Poner los ojos en blanco era nuestro juego favorito. Cada vez que nuestro padre nos reñía, los tres lo hacíamos.  Rebeldía y desprecio eran, a partes iguales, nuestras principales motivaciones. Padre, harto ya de tantas tonterías, había optado por darnos un cachete a cada uno cada vez que lo hacíamos. Aquel día la bofetada había sido más fuerte de lo habitual y nos dejó encerrados en la habitación. Me abracé a Luis temblando y miré a Juan que permanecía inmóvil con los ojos en blanco. Empezamos a zarandearle diciéndole que dejara de jugar Estábamos convencidos de que nos quería tomar el pelo, y decidimos esperar a ver quién aguantaba más. Sabíamos que volvería. Nos equivocamos.

17. ANGEL (Cani Vidal)

Era el blanco de todas las burlas en su escuela.

Pensó en su madre antes de tirarse.

Tan joven era, tan inocente, que su final no fue un fundido en negro, fue en el más luminoso y brillante de todos los blancos.

16. MIGRANTES (Carmen Cano)

Se había desatado una guerra en las ciudades que ahora estaban destruyendo.

Por suerte, fueron rescatados y huían en busca de nuevas tierras. Pero la desgracia persiguió al padre de familia: su esposa quedó petrificada al ver arrasada su ciudad, sus dos hijas lo embriagaron para yacer con él y encima la comida estaba sosa. Edith se había quedado con toda la sal.

15. PERLA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Comienzo como una molestia; un ínfimo grano de arena que escuece ahí, en lo blando de la valva. Intenta expulsarme y no puede; escuezo más; y entonces me cubre con suaves capas de nácar.
Mecida por las tibias aguas de la Polinesia, pacientemente, me armo de valor: mi talla, una forma deseable de “lágrima” o esfera perfecta y la rareza de mi color— casi toda la gama entre el blanco y el negro— serán lo que mirará quien me cultiva, me pesa, me vende, me compra, me enhebra, me engarza y me pone en el anillo, el collar, la pulsera, los pendientes, la punta de la corona y el entrecejo del Buda quizás sin saber que día tras día, año tras año, capa tras capa, dejé de ser esa molestia, ese escozor, ese ínfimo grano de arena que estaba ahí, en lo blando de la valva.

 

14. Níveo (Miguel Ibáñez)

En la sombra del avión sobre la acera los pasajeros no tienen miedo. Solo por necesidad miramos al suelo, pero luego volvemos a él. Es solo un lapso breve el que estamos en elevación.

Enrique salía a la terraza, camuflado entre los aires acondicionados que colonizaban todas las fachadas del barrio, al que se le suponían descampados. Los veranos no necesitan hacer aspavientos para hacerse notar, se intuye el calor por la ausencia de brisa, y los atascos por las sombrillas que sobresalen en las ventanillas de los coches. El papel de los bocadillos sacia el hambre de contenedores blancos que el ayuntamiento ha puesto. Un tipo imprimió bajo techo las letras en mayúsculas; papel, cartón, vidrio. Quizás esté en la playa, la crema solar a medio secar entre los pelos caprichosos de su espalda. Una A con esta tipografía vimos juntos alguna vez, probablemente hecha en el mismo lugar. Radiología. Nunca sabemos para qué sirven nuestros actos, pensaba. O creo que pensaba mientras inflaba una pelota de Nivea. La tengo en el trastero, ignoro deliberadamente como se le va el aire un poco cada día, vaciándose de ti en silencio. Desde que volviste a la tierra.

13. MIRADAS BLANCAS

 

La encontré con los ojos en blanco. Un blanco sonámbulo como el tono difuso y blando de los fantasmas en la niebla. Caminaba despacio palpando el aire.

—¿Necesitas ayuda? —le pregunté.

Ella continuó con su deambular errático sin inmutarse, acercándose poco a poco al borde del muelle. Me interpuse entre ella y su posible caída al océano. Pero esa era la tendencia de su movimiento y se chocó conmigo.

—¿Qué haces ahí en medio?

Su pregunta me descolocó. No sabía cómo responder, pero no me aparté. Ella insistió en su avance, apretándose contra mí. Su melena acarició mi cara. Noté que mi mirada se volvía borrosa y luego una especie de ceguera blanca me poseyó.

—Pero, ¿qué les pasa a esos dos en los ojos? —dijo un viandante.

Aún nuestros cuerpos estaban pegados. Pensé que teníamos algo en común. Y ella también debió pensarlo, porque su mano se deslizó desde mi hombro por todo mi brazo hasta cogerme de la mano.

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