Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

55. EL ENIGMA DEL RÍO AMARILLO (Rafa Olivares – EdH2019)

Tao Weng-Xu, doctor en etnografía por la universidad de Beijing, dedicó su vida a un único propósito: descubrir el origen del color que daba nombre al río Huang He. Murió con noventa años sin haberlo conseguido.

Averiguó que durante la dinastía Han, 206 A.C., desde su nacimiento hasta la ciudad de Yinchuan, 2.500 kilómetros después, era conocido como Da, río Negro. Y era a partir de Yinchuan cuando se le llamaba Amarillo. Cada una de estas denominaciones se correspondía, obviamente, con el color de las aguas en sus respectivos tramos. Parecían oscuras por sus fondos rocosos de basalto hasta llegar a Yinchuan, adquiriendo después la tonalidad ocre sin que se conociera su causa. Descartó que se debiera al depósito de limo de cuarzo o a la proximidad de campos de maíz, como afirmaban  investigadores poco rigurosos. Tampoco creyó la leyenda que la atribuía al dragón K’au-fu, al sumergirse en sus aguas montado en uno de los diez soles.

En su cuaderno de campo, Weng-Xu había anotado muchos datos sobre Yinchuan, como cuántos tuk-tuk circulaban en 1960, el millón de habitantes de 1823 o que el alcantarillado y depuración de aguas no se acometiera  hasta mediados del siglo XX.

 

54. Limones

Llegó del pueblo para alegrarnos el verano. Sus vestidos anticuados, el rojo permanente que pintaba sus mejillas y aquella trenza que domaba su melena, chocaban en el Madrid tardofranquista de finales de los sesenta. Olía bien, como si trajera cosido a la piel el aroma del espliego; a pesar de la lejía con la que fregaba los suelos y de las cebollas que cortaba a todas horas. Llegó como la hija del Eusebio, el del lavadero, pero pronto se convirtió en Elena, la princesa que mojaba nuestros sueños. Su llaneza rural despertó nuestro deseo, aletargado hasta entonces entre tebeos de El jabato y juegos de canicas. Descubrimos a hurtadillas la rotundidad de su figura, la exuberancia de sus carnes, la supuesta jugosidad de los frutos que, como sujetos a un árbol prohibido, pendían de su cuerpo. Hablar de ello era tabú, y en más de una ocasión un coscorrón de la abuela cortó nuestras miradas codiciosas, mientras ella mecía los desvelos de Josito, el más pequeño. Apenas tenía seis o siete años más que Juan y que yo, pero tuvo que poner tierra de por medio porque, la temprana sazón que otorga el campo, había seducido al hijo del patrono.

53. ORGULLO (FUERA DE CONCURSO)

Vienen de lugares muy distintos, pero todos esperan con ilusión el momento en que la carretera se estrecha para llevarlos al Sendero.

Allí los acogen el manto caduco de los castaños, los tonos caramelo de Lea, el reflejo del sol del norte ocultándose entre montañas, el ritual sagrado de la sidra escanciada por el caballero negro, los culines que se apuran por turno riguroso, las tortillas de patata de la vecina y el fuego de la chimenea que nadie sabe si está encendida porque el calor de los abrazos lo inunda todo.

Este año los recuerdos compartidos están teñidos de intensidad. La misma que ilumina la camiseta del boss sonriendo junto a su chica desde el balcón. Igual que las croquetas de Bea doradas en su punto justo, los girasoles del Capricho que suenan a música y los rizos rubios de Rosy enmarcando la emoción de su mirada. Como la luz de las lámparas chinas para el compañero que estuvo presente aunque no pudo ir o la melena de su eterna musa.

En el orgullo enteciano caben muchos más colores, aunque esta noche os cuento en amarillo.

 

52. El Canario (Edita)

Es cierto que estábamos hartos de los gorjeos agudos procedentes de la casa del vecino; no conocíamos de él ni su nombre, solo el mote; debía todas las cuotas de los cinco años que llevaba en nuestra comunidad… Pero el silencio absoluto, presagio de algo extraño, nos movilizó. Tres días después de oír el último trino, en una junta vecinal de urgencia, decidimos intervenir.

Más que las toneladas de trastos y basura que encontramos al forzar su puerta, sorprendían las jaulas abiertas y la cantidad de pequeñas aves amarillas esparcidas por el suelo. Algunas tenían la cabeza arrancada. No tardamos en encontrarlo semienterrado entre ropa y pájaros muertos. Un canario estrangulado permanecía entre sus manos agarrotadas. Fue en ese momento cuando entendí la razón del sobrenombre.

Atónitos, comprobamos que todavía respiraba, y surgieron las dudas: unos, como yo, propusimos acabar de enterrarlo en su propia tumba y tapiar la puerta; otros, la mayoría, decidieron llamar a emergencias sin opción a réplica. Desde entonces, reniego de la democracia.

 

51. Sic transit gloria mundi

-Voilá, -murmuró el cabo Jean Pierre cuando vio el arbusto de flores amarillas.

Amanecía en Austerlitz, el tibio sol de Moravia se abría camino entre la bruma. Las órdenes eran terminantes, encontrar el melilotus officinalis, una planta silvestre de reconocidas propiedades curativas.

-La suerte de Francia está en sus manos, cabo -le dijo un sombrío general.

Cuando entregó el preciado botín en el puesto de mando se oían descargas aisladas de fusilería, los ejércitos comenzaban a hostigarse. Alguien le ofreció una silla y un trago de cognac y entonces le vio. Napoleón estaba apoyado en la gran mesa de los mapas con el pantalón en los tobillos, mientras su médico personal le aplicaba en la retaguardia el ungüento antihemorroidal preparado con las flores amarillas. Amenazaba con traer la guillotina de París y profería los peores insultos oídos en la lengua de Víctor Hugo, mezclados con la jerga portuaria de los marineros de Córcega. Aliviado el imperial esfínter, la victoria fue  épica. Al día siguiente recibió al emperador austriaco para firmar la capitulación sentado en unos cojines de seda de Lyon . Las crónicas de la época dijeron que el corso tenía complejo por su estatura.

50. SOL SOLECITO…. CALIÉNTAME UN POQUITO…. POR HOY Y POR MAÑANA….”

Estoy en el salón sentada en el sofá, Aron está sobre mis piernas y canta con su balbuceante voz y con retazos de palabras “…ol oito, eame u oito…”, dándole una increíble buena entonación, me mira con esa luminosa sonrisa que me deshace, y dice: “ela…: eita ónde stás ….”, es otra de sus tonadillas favoritas, quiere que se la ponga en el móvil, en cuánto la tiene, suelta el móvil, ha oido “cumpleaños feliz” del canal BTV y se pone a tararearlo “eaños éliz….”

Aron acaba de cumplir 2 añitos, pero es un chicarrón mas grande que otros niños de más de 3 años, es grande de cuerpo y grande de corazón, aunque su vocabulario se reduce a los nombres de sus hermanos y a repetir las últimas sílabas, o vocales de cada palabra.

Cuando Aron ve a otro nene llorando, le acerca su boquita a la cara, le pone un sonoro beso, y con la manita le acaricia su cabeza.

A veces te quiere contar lo que ha sucedido en la guarde y articula una larga parrafada, con increíbles e inauditos sonidos que salen de su boca, acabando con sus ojos fijos en los míos: “sí , ela”

49. La vie en jaune

Me llamo Amalia Rico Llorente, un nombre normal para muchos, pero no para un compañero de clase que dedicaba su ingenio a fabricar apodos. Conjugando las letras de mi nombre y apellidos, creó el acrónimo “Amarillo”. A mí la gracia no me hacía ni pizca de ídem pero me conformaba porque tenía peores ocurrencias.  Estaba Pilar Linares Lamas (o la “Pilila”), Teresa Tolosa Nájera (la “Tetona”), Pedro Domínguez Romero (el “Pedorro”), Carlos Canales Sáez (el “Cacas”) o el de nuestro profesor, Manolo Montes Azorín (el “Mamonazo”).  La situación se agravaba al sumarle el color de mi pelo, de un tono similar al trigo maduro que mi madre se esmeraba en coronar con un gran lazo de color mostaza, a juego con el uniforme de las Hermanas Piadosas, compuesto por falda de tablas gris y jersey de cuello caja en tono yema de huevo de gallina picasuelos.

El amarillo marcó mi infancia y adolescencia. Todo prometía cambiar al iniciar la universidad, pero entonces conocí a mi marido, Amadeo Ríos Llona y mi vida se sumergió en el dorado. Ahora tenemos tres hijos preciosos:  Amaia, Amanda y Amador, un canario flauta llamado Giallo y un gato que responde al nombre de Yellow.

48. EL ESTÍO (J.A. Iglesias)

El ocaso despide a la primavera y empuja al alba el verano. Atrás queda otra etapa de lluvias que da vida, mientras el calor se mete en las entrañas del soleado estío.

Por el trigo saltan los saltamontes verdes y pintan los limones de verde a amarillo. Se visten de gala con sus chalecos negros, para cantar alegres, los grillos. Las puertas del campanario abre sus postigos y en su torre una cigüeña otea a los niños que subidos en la higuera cogen higos. Bajo un vestido de púas los chumbos enrojecen bajo las pencas y por la arena caliente las pequeñas serpientes bailan, dibujando zigzagueantes ondas.

El sol menos perezoso, sobre el horizonte,madruga antes y se acuesta más tarde. Todo el día de excursión entre el mar y el monte, dibuja siluetas negras, unas en movimiento y otras quietas. Juega a tirarle a los niños bolitas de rayos tostándoles la piel.

Así el estío va llegando a su fin, hace ya las maletas para seguir viajando y dar paso al otoño. Al despedirlo, los castaños lloran hojas amarillas.

47. TRAMPA

Adela tiene ganas. Entra a un bar, se sienta en la barra, pide una cerveza y espera. Extrae de la cartera un espejito y simula que se retoca el pintalabios; pero solo es un pretexto para observar a los tipos que ese día beben y matan el tiempo, para evitar llegar temprano a sus casas y satisfacer a sus parejas: “para algunos, después de cierto tiempo de casados, cogerse a sus esposas resulta ser un trabajo”. Cuando el alcohol le gana la carrera a la sangre uno de ellos se anima y la invita a un trago y como no se anda con remilgos acepta la galantería. Intuye que esa será otra noche en la que ella sugerirá el hotel: le gusta el que tiene habitaciones en diferentes colores. Ya ha estado en la roja y la verde, hoy le apetece el cuarto de paredes amarillas. Se revolcaran entre sábanas blancas y, como acostumbra, mientras él duerme ella se irá. Al despertar, probablemente, no la recordará; pasa siempre. Ningún borracho se acuerda, cuando se tira a una mujer fea.

46. SECAS RAÍCES EN TIERRA FÉRTIL

Los únicos supervivientes materiales de aquella huida obligada fueron una caja de lápices de colores y un cuaderno con las tapas ajadas. Le encantaba dibujar, sobre todo, “soles “de un intenso amarillo (¡así se notaba bien la luz del astro!) que le recordaban a esas mañanas de verano cuando el rey de la luz golpeaba la ventana adueñándose de su habitación y sentía cómo los rayos díscolos jugaban con su retina.
Aún lo recuerda pese a que el tiempo había devorado cinco décadas de su existencia. Se preguntaba qué quedaba de aquel niño al que le extirparon sus raíces. Su dolor, mitigado, pero no olvidado. Su ira, somnolienta. Su supervivencia, aliada a su fortaleza.
Ahora, enseña a su nieta a dibujar un mundo con la policromía del arcoíris, para que le ayude a encontrar, en cada uno de sus colores, razones para compartir su nuevo mundo desde la ternura, el entendimiento (a veces, incomprensible) sin hostilidad. Aunque recordando siempre los trazos de su pasado, imperecederos en este noviembre que declina.

45. Autenticidad

Hace tiempo que casi todo el mundo perdió la capacidad de llorar. Los pocos que la conservan permanecen anónimos y aunque se rumorea que todavía quedan plañideras de verdad, nadie parece haberlas visto nunca. De la noche a la mañana surgieron libros con instrucciones para el llanto que avergonzarían a Cortázar y poco tiempo después el precio de las cebollas se puso por las nubes. Hoy son un lujo. Las más baratas son las amarillas y aún así solo se compran en ocasiones especiales, como en Navidad, una época en la que está mal visto no expresar consternación ante los problemas que acucian a la humanidad. El resultado a duras penas se acerca al original. La cebolla amarilla es suave y produce un sollozo liviano, casi postizo, incluso poco fiable, como el del cocodrilo que llora sobre su presa antes de devorarla.
En casa no alcanza el dinero para cebollas así que en Nochebuena cenamos la sopa que cocinaba mi madre por esas fechas. Nada más le llega el aroma, mi padre comienza a llorar de forma espontánea y genuina. El secreto está en el sabor. Las lágrimas de cebolla son saladas, las de mi padre, en cambio, son amargas.

44. RAYAS

En lo alto de las paredes de la celda hay un ventanal diminuto. Me encaramo a él con gran esfuerzo, observo el trocito de cielo hasta que me arden las yemas y me veo obligado a soltarme. Al cabo de unos minutos repito la operación. Una y otra vez, hasta que se me entumecen los dedos, hasta que oscurece del todo.

Hará unos meses, mi hijo pequeño, al que solo conozco por fotografías, me envió una postal con los tigres del zoo. “Seguro que de cachorros eran completamente amarillos”, razonaba. “Y de tanto darles la sombra de los barrotes, les han salido rayas negras”. A mí se me acalambran los músculos de tanto auparme al ventanal. Sin embargo, una y otra vez, me impulso y me asomo al exterior durante breves instantes, y conjuro la temible enfermedad de las rayas negras contemplando el majestuoso baile de las nubes

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