Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
3
7
horas
1
8
minutos
2
5
Segundos
4
9
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

30. MALDITA FIEBRE AMARILLA

Esta maldita fiebre amarilla me está matando. Si no hubiera viajado a Etiopía, nada de esto habría pasado, pero cuando Alicia me contó al volver de vacaciones que había ido a Namibia supe que yo no podría ser menos, no iba a ser el único de la oficina sin haber pisado alguno de esos exóticos destinos africanos. Claro, que, si no hubiesen ascendido a Jacobo, yo no habría tenido que pedir el aumento gracias al cual pude pagar el viaje y las primeras cuotas de ese último modelo de coche con más prestaciones que el de Arturo. Es envidiable lo bien que les va a todos mis compañeros y, mientras, yo, aquí, postrado en cama y contando mis horas. Desgraciadamente ya es tarde para darse cuenta de que la verdadera fiebre amarilla no es la que padezco ahora… y de que la envidia tiene cura.

29. FÓSIL (Paloma Casado)

Ha estado jugando con sus amigos en la calle y vuelve a casa sucio y desastrado, como siempre. Tras la riña de costumbre, su madre le prepara un bocadillo de foie-gras para que meriende en la cocina mientras hace los deberes. Bajo el cuaderno, esconde un libro que le han regalado por su cumpleaños y cuando ella no mira, continúa la aventura en la isla del tesoro. Una miga embadurnada va a caer en la página cincuenta.

El anciano ha vuelto a su ciudad tras años de ausencia. La nostalgia dirige sus pasos al barrio de su niñez que ya apenas reconoce. El descampado donde jugaba es ahora un parque y va a sentarse en uno de los bancos. El sol cansado de noviembre se filtra entre las hojas amarillas de los árboles.

Abre el libro ajado que compró en una librería de viejo. Una mancha ocre le espera en la página cincuenta. Entonces detiene su lectura para volar en el tiempo a una cocina con la radio encendida, a un sabor en la boca. Vuelve a ser el niño que leía, a su infancia conservada en un fósil de ámbar.

 

 

28. AMARILLO CELOS (Jorge Zas)

Juan es mi mejor amigo, o por lo menos lo era hasta que conoció a la tonta del bikini amarillo, esa que lo mantiene incrustado en la arena, aplastándolo a besos.

No entiendo por qué Juan insiste en que lo acompañe a la playa, si después me ignora.

¡Qué distinto era todo antes!

¡Cómo disfrutábamos de la playa!…y de la vida, cuando éramos sólo nosotros dos: Juan y Felipe, los inseparables Felipe y Juan. Qué divertido era trotar juntos por el borde del mar salpicando a todo el mundo.

Y ahora tengo que salir a correr solo, añorando la complicidad perdida.

Al volver me instalo dándoles la espalda, ya he visto suficiente besuqueo.

Cuando van a bañarse, Juan parece recordar que existo.

–Vamos, Felipe –me llama.

Miro para otro lado. He decidido ignorarlo. No me bañaré con ellos.

–Venga, Felipe –insiste.

No respondo. Lo observo con disimulo, veo que tropieza ¡Me alegro!…Pero no, no ha tropezado, sólo se ha agachado ágilmente para recoger algo de la arena.

–Vamos Felipe –grita desde la orilla, mientras arroja al mar lo que acaba de recoger.

Y yo, como un estúpido, salgo corriendo y ladrando para traerle de vuelta el trozo de madera.

27. Las tribulaciones de un corazón amarillo (Juana Mª Igarreta)

Ella todavía está creciendo, pero ya se siente observada. Tiene que ser discreta para no correr la misma suerte que otras de su clase. Por eso, cada vez que alguien se acerca, se dobla sobre sí misma tratando de camuflarse en la frondosa hierba que la rodea; sabe que si tiene la desdicha de caer prisionera en sus manos, puede padecer un verdadero suplicio. Muchas de sus vecinas han acabado sometidas a un cruel interrogatorio; despojadas a tirones de su vestimenta, y ejerciendo el papel de eventuales pitonisas, son forzadas por sus raptores en aras de hallar la respuesta a una extraña pregunta, que al parecer surge a menudo en quienes transitan por los intrincados terrenos del querer.

Ella, que ha nacido en el campo, lo más parecido al amor que conoce son los abrazos de sol y los besos de lluvia. Su único deseo es llegar tranquila al final del verano conservando intacto su aterciopelado corazón amarillo. ¿Es mucho pedir para una humilde margarita?

26. Louise en mi memoria (Pepe Sanchis)

En Suiza tenían un gran jardín rodeando una enorme casa. Pero aquí prefirieron un pequeño adosado en una urbanización tranquila y apartada. Los hijos venían a verlos una vez al año. Suficiente. Repartieron sus bienes, reservándose para ellos el importe de su pensión. Pasaban las horas muertas contemplando el mar desde su terraza. Sin sospechar que pronto aquella enfermedad irrumpiría. Él se lo ocultó a sus hijos, cargando con la responsabilidad de su cuidado. Ni un solo día dejó de mimarla. Estuvo pendiente de ella hasta el más mínimo detalle.

Compraban todas las mañanas el pan alemán que les gustaba. La dependienta, suiza también, lo admiraba en secreto. Cuando su mujer murió, se encontró vacío, solo. Se descuidó en lo físico, bebía más de la cuenta, se le agrió el carácter. La dependienta, al venderle el pan de cada día, observaba su deterioro. Viuda, como él, no tardó en abrirle su corazón.También él se había fijado en ella. Enseguida se entendieron, en lo afectivo y en lo material. Les gustaba tenerlo todo controlado. Y ahora da gusto verlos juntos, cuidando su pequeño jardín repleto de hibiscus amarillos, los preferidos de Lou.

25. CUANDO EL DESEO LO EXPLICA TODO (Petra Acero)

¡Seguro que tiene una explicación científica! Hoy en día todo tiene una explicación científica, matemática, médica o artística. Nada es ¡porque sí! Incluso las diferentes religiones ofrecen su interpretación a mutaciones como la que acuno entre mis brazos (en beneficio propio, ya lo sé, pero explicación al fin y al cabo). Cualquier bebé surge de la fusión de dos gametos; del resultado de dos sumandos; del éxito de la tercera inseminación artificial. Hasta aquí, explicaciones lógicas y asumibles. Pero, ¿quién me explica estos ojos achinados y esa boquita de geisha? Mi mujer y yo somos blancos. ¡Ay cuándo se despierte¡ Nos han engañado como a chinos, asiáticos, amarillos o como cojones haya que llamar (de la forma más políticamente correcta) a los de tu raza. Porque, chiquitina, tú no puedes ser hija nuestra, por mucha mutación amarilla que… ¿Esa sonrisita es para mí? Pero, ¡qué preciosa eres! Igual a mi mujer no le importa el color ni… ¡Uy, un bostezo! ¿Tiene hambre mi niña bonita? Tal vez, ese amarillo-oro de tu piel sea la explicación artística que me faltaba por encontrar. Cuando tu mamá despierte de la anestesia y te conozca, será la mujer más feliz del mundo. ¡Seguro!

22. EL SOL DE ARTURO (Mercedes Marín del Valle)

Pasaban los días y los meses, y su pequeña crecía sin pronunciar, un «mamá» o un «papá»; vocablos que tan sencillos parecían en boca de otros bebés.
Los médicos coincidieron en que no había nada anómalo en ella. Escuchaba y ejecutaba perfectamente los mensajes y se desenvolvía correctamente en su, lógicamente, restringido entorno. Sin embargo, por prevención, recomendaron llevarla a clase de lenguaje de signos, lo que no convenció mucho a sus padres, que pensaban que aprender así, no ayudaría. Entristecidos, pero no vencidos, devoraron con avidez, libros y artículos intentando encontrar una explicación al retraso verbal manifiesto en su pequeño tesoro.
Una mañana yendo a terapia, su padre le hablaba para entretenerla y para, de paso, minimizar su estrés, provocado por el inabarcable tráfico del diario.
La niña soltó una carcajada infantil cuando, parados delante del semáforo, el hombre canturreó:
—Verde, verde…que se ponga verde.
—Amarillo, amarillo —gritó ella, pronunciando correctamente todas las sílabas.
Incrédulo y emocionado, buscó con sus ojos qué milagro había desatado por fin su lengüita atrapada.
En el vehículo de al lado, un gran sol era agitado con fuerza por un niño al que enseguida reconoció. Era Arturo, el amiguito de terapia de su hija.

21. Un día de playa

“Chiringuito” en la arena.
Tarde calurosa con un 90 por ciento de humedad.
Cubro la cabeza con una pamela. Gafas de sol y un litro de agua sobre la mesa.
Desde mi atalaya observo a unos niños, embadurnados de crema protectora, que juegan con la arena y personas mayores paseando al borde de las olas.
Estoy tan relajada que, dormito en la silla de plástico y el tiempo transcurre con mi mente en blanco.
Lo que no me agrada es la música. A punto estoy de protestar, pero quién soy yo para quejarme, razono, cuando hay veraneantes moviéndose al ritmo de las notas.
Me meto en el agua y, aliviada, seco mis huesos al sol y vuelvo a sentarme. Mis pies acarician la arena. ¡Esto es felicidad!
En la mesa de al lado, una joven pareja se dispone a zampar un plato de patatas, huevos fritos y ensalada. Mojan los tubérculos en la yema y todo se cubre de un rabioso amarillo semilíquido.
Mis papilas gustativas se alertan. Pido a la camarera el mismo menú pero… con pan. ¿Cómo pueden estos ingleses comer tan sabroso manjar sin empapar la hogaza en la amarillenta yema del huevo?

20. BUENOS DÍAS

El amanecer es un momento ingrato, especialmente si te van a fusilar junto a un tipo que ha sido tu adversario durante tantos años y que justo en este momento postrero resulta ser también, junto a mí, un enemigo de las nuevas costumbres.
Ya se arma el pelotón.
-¡En la cara no!
-¡No te hagas el refinado, que de nada te servirá en tu paraíso!
Nos harán héroes y mártires al mismo tiempo, a nosotros que no hace mucho nos habríamos enredado en discusiones encendidas hasta despellejarnos vivos y luego nos habríamos emborrachado hasta el desmayo.
-Buenos días, desgraciado.
-Buenos días, cabrón. ¿Has visto qué color tiene el cielo? Parece el amarillento de las llamas del infierno. Es como el atardecer, el final de todo.
Ya no quedan ideales desde que llegaron estos tipos que lo resuelven todo con paseíllos y fosas a la salida del sol, ese momento ingrato en el que, cegado por la luz amarilla del amanecer, a nadie le apetece ser fusilado.

19. CÍRCULOS CONCÉNTRICOS (Paloma Hidalgo)

¿Sabes cómo se llama ese color asalmonado que tiñe las nubes al atardecer? Me importa una mierda, respondí con sequedad. Tras el divorcio de mis padres, mi madre continuó siendo ella, tan exigente, tan cariñosa, tan ella; sin embargo él cambió. Cuando estábamos juntos intentaba transformase en el padre perfecto que nunca había sido. Me resultaba ridículo, pero en vez de decirle que era innecesario, que yo prefería al de verdad, al imperfecto, disfrutaba humillándole, castigándole por considerarle responsable de todo. Se llama amarillo de Nápoles, añadió sin mirarme. Hoy he vuelto a pensar en él. Mi hija, que también cree que su padre es el culpable de nuestra separación, me ha contado al salir de su clase de pintura que el amarillo de Nápoles se usa en las puestas de sol, y yo, tras mirar al cielo, precioso, le he pedido perdón, aunque sé que ya es demasiado tarde.

18. Supersticiones (Miguel Á. Molina)

El matador cruza los dedos, acaricia el burladero, y sale a la plaza apretando un trébol de cuatro hojas. Al comenzar el paseíllo tropieza, entra al coso con el pie izquierdo, y todo cambia. Se coloca a puerta gayola y visualiza el espejo roto del hotel. Jamás ha sido supersticioso, pero desconfía al recordar la sal derramada esta mañana. Adelanta el capote, cita al toro, y mientras encadena verónicas se ve andando bajo una escalera. Se luce con unas chicuelinas, pero le viene a la cabeza el gato negro que anoche se le cruzó en sueños. Dibuja unas gaoneras y rememora el paraguas que ayer abrió bajo techo. En un quite por revoleras, un descuido le hace trastabillar. Justo antes de que el pitón arrase su femoral, el color amarillo del reverso de su capote tapará su rostro.

17. Alas amarillas (Carmen Cano)

Aquella tarde Poquelin desoyó los consejos del dueño, se vistió de amarillo y voló por los aires sin red. El trapecio era el número estrella y el público lo adoraba. En un salto vertiginoso se precipitó al vacío y se estampó como pájaro desplumado. Antes de que los espectadores gritaran, Monsieur Pompoff dio la orden de emergencia.

El domador hizo restallar el látigo con furia, las siamesas chinas pasearon su cuerpecito saludando a la audiencia -mientras una sonreía, la otra enjugaba sus lágrimas en un pañuelo-, el malabarista distrajo a los niños con diez bolas de colores, la mujer barbuda amamantó al bebé y los payasos se llevaron el cuerpo entre jocosos aspavientos. En las gradas el público ovacionó de pie aquel derroche circense.

Las funciones siguientes fueron un fracaso. Sin trapecista apenas se vendieron entradas, pero Monsieur Pompoff era un hombre de recursos y acabó anunciando al Ange Nouveau del trapecio. Enfundado en un maillot amarillo y con un antifaz, sus movimientos eran arriesgados y titubeantes. Pronto cayó sobre la pista y el plan de emergencia volvió a enfervorecer al público.

Los payasos siguen con su ronda nocturna entablando amistad con los borrachos solitarios de las tabernas.

Nuestras publicaciones