Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

8. CUANDO EL DOLOR PESA MÁS QUE TUS ALAS (Modes)

Disfrazada de Piolín. Así murió mi hermana.

Durante la función de fin de curso, un golpe de calor detuvo su corazón y nuestras vidas.

Desde entonces, mamá se aisló en una jaula de silencio y empezó a comer como un pequeño jilguero.

Y asumió que de nada sirve lamerse las heridas, cuando el dolor tatúa interrogantes en el alma.

Por eso anoche salió al balcón y, lanzando un trino desgarrador, por fin voló.

7. Estrella

No recuerda su nombre. Cuando le preguntan cómo se llama, ella responde ‘die kleine’, ‘la nena’.

Con sus ojos grandes, llenos de hambre, mira alrededor, a ese mar de estrellas amarillas, sucias y deshilachadas, que espera obediente y resignado, su final.

Sus padres también llevaban una, cosidas en las solapas de sus chaquetas. Al igual que sus hermanos. Eran dos, un chico y una chica, mayores que ella. En una riada de miles de estrellas perdió sus manos. Perdió a su familia.

Y ahora camina sola. Mirando su estrella amarilla. Esquivando a esos que no las llevan y que bajo sus brillantes gorras negras lucen un mirar oblicuo y casi amarillo, lleno de ira. Vigilando a tantas estrellas amarillas que van y vienen dentro del campo alambrado.

Quizá sus ojos y sus manos vuelvan a encontrarse con los de su familia. Cuando ya no hagan falta todas esas estrellas amarillas.

6. Había llegado el día (Gemma Llauradó)

Había llegado el día. Hoy tenía que despedirme definitivamente de mis padres. Hoy era el día en que tenía que aceptar, que no volvería a verlos, que no oiría más nunca su risa, ni vería más sus sonrisas, ni sus ojos, ni podría volverlos a abrazar, y tampoco volvería a escuchar sus voces… No estarían el día de mi boda, y nunca podrían verme convertirme en la mujer que siempre soñaron que yo sería. No aguantaba el dolor que me embarga en el alma, en mi pecho, y entre mis pensamientos, no soportaba, haberles perdido, mis aliados en esta vida, las únicas personas que con certeza sabía que nunca me hubieran dado la espalda. Cómo continuar un día tras otro, sin ellos nunca hubiera existido mi vida. Necesitaba que alguien me explicara cómo podía seguir, respirar, continuar la vida, cuando alguien que te ha dado la vida, que te ha cuidado, que te ha enseñado el valor de la vida, la valía de las personas, se han ido para siempre, como regresar en el tiempo… Imposible. Ese tiempo no regresaría jamás.

5. FIEBRE AMARILLA (Mariángeles Abelli Bonardi)

Bajo el río, a la luz del sol, relucen las pepitas de oro. El hombre no las ve, ocupado como está en su pintura; pintura que es su obsesión y obsesión que es clara señal de peligro, porque no hay mayor peligro que la locura; locura que corre en sus venas y sale a presión por la oreja cercenada… El balazo cercena la vida pero no los sueños, que lucen su fama diferida en los quince girasoles del cuadro.

4. Croquetas de limón

Siempre había detestado cocinar pero, tras la boda, lo asumió como un deber. Muy pronto empezaron a quedarse las cenas frías y Remedios, adalid de las limonadas, después de maquillarlas, fotografiarlas y colgarlas en las redes sociales, las repartía entre sus mascotas.

El día que murió el último gato no se desanimó, y decidió fomentar el veganismo  nocturno. Con su espíritu de reciclaje intacto, exploró ingredientes atractivos para inventar nuevas recetas. Descubrió que con cualquier hierbajo y dientes de león podía fingir preciosas ensaladas, perpetrar trampantojos de porrusaldas con las hojas caídas del parque o aparentar bizcochos de plátano con serrín y mostaza. Ya no existía la necesidad de que, además, fueran comestibles.

Todo ello impulsó rápidamente y a bajo coste su éxito como influencer y dio alas a sus planes para huir de los fogones. Cuando, hasta en China, se puso de moda cenar sus bolitas de cítricos con pipas de girasol (vistosos y originales trozos de gomaespuma rebozada en arena gruesa), consiguió culminar su sueño.

Como último gesto de responsabilidad conyugal compró un robot de cocina y lo dejó sobre el lecho antes de largarse para siempre. Estaba convencida de que su marido tampoco notaría la diferencia.

3. LA TRILLA – EPI

Aquel verano iba a ser aburrido, mi padre, me llevaba a su pueblo en la Extremadura más tórrida.
Al día siguiente durante la siesta, estaba yo echado sobre la cama antigua de los abuelos, leyendo al capitán trueno y hazañas bélicas cuando entró mi madre y me dijo mira, tú prima, jugar y no hagáis mucho ruido.
Me quedé con la boca abierta, era su cara, pero había desarrollado. Me besó y se subió con naturalidad, parecía que no habían pasado cuatro años. Merendamos unos bocadillos de elgorriaga con mantequilla y quedamos para coger higos por la mañana temprano.
Me pilló mirándola cuando estaba subida a la higuera y me sonrió.
Por la tarde me llevó a la era, el sol incidía sobre la parva que refulgía como si fuera un cuadro de Van Gogh. Estábamos solos e hicimos carreras, al poco rato sofocados, nos tumbamos sobre la paja apilada.
Puso mi mano sobre su pecho y sentí su corazón y luego, la llevó hacia sus muslos.
Me bajó el pantalón corto y comprobé que es mejor acompañado que ser un Onán cualquiera.
Aquel verano entendí lo que es el aventado, separar el grano de la paja.

1. Síndrome del nido vacío (Jesús Garabato)

 

¿Otra vez atosigándolo con tus llamadas? Por favor, María, si solo lleva una semana fuera. Aunque sé que lo extrañas mucho, intenta no perder el decoro con tantos ruegos y sollozos, ni con ofrecimientos que no podrás cumplir. Que decida él. La próxima vez, prométele que todas las noches le  harás una  tortilla para cenar. Mientras, yo seguiré con mis mantras y mis velas.

 

123. Oymyakon

Vuelve a nevar sobre la nieve de Oymyakon. Un manto blanco cubre todo el pueblo. En Oymyakon, si te paras en mitad de la calle, el frío te entra por los poros de la piel y la sangre se congela. Del corazón te empiezan a crecer carámbanos y te conviertes en estatua de hielo. Por eso, en Oymyakon, la vida nunca se detiene. Abrigados con sus gorros y sus anoraks, los pocos niños que logran sobrevivir al parto se pasan las horas tirando piedras a los manules que corretean por los tejados, bajo el continuo ladrido de los huskies, mientras sus madres recalientan la sopa con la que se desentumecen los huesos. Los viernes todo el mundo hace el amor y el calor que desprenden los cuerpos mantiene caldeados los hogares durante el fin de semana. A veces deja de nevar. Es entonces cuando los habitantes de Oymyakon miran esperanzados al cielo, buscando una gaviota, una golondrina, un mísero pájaro que anuncie la llegada de la primavera, pero solo encuentran la sonrisa maliciosa del niño que agita la bola de cristal de nuevo. Y enseguida vuelve a nevar sobre la nieve de Oymyakon.

122. La verdad metida en una caja de blanco sepulcral

 

Era Isolda una jirafa inocente, de ojos seductores con pestañas de abanicos de viuda y cuernos de piel de gamuza. El cuello largo, casi tanto como sus piernas  temblorosas a punto de perder el equilibrio. Cuando llegó a la civilización, les pareció tan bella, que la metieron en una caja de día y de noche bajo una luz blanca. Todo el mundo podría verla.

Su cuello se dobló, sus orejas se aplastaron y sus rayas se esfumaron. Cuando las pestañas comenzaron a caerse y sus cuernos dejaron de brillar,  hicieron una réplica en un museo nuevo con el doble de visitantes  —¿Quiénes? No se sabe—

La verdadera y bella Isolda la metieron en una cámara herméticamente cerrada, con los más avanzados cuidados de la técnica. Hicieron camisetas, la subieron a las redes sociales. Miles de seguidores de  todo el mundo querían una foto con ella.

Con el paso del tiempo, nadie sabe que ha sido de Isolda, ni siquiera se sabe si es una jirafa.

121. Páginas en blanco (Mª Asunción Buendía)

Desde que podía recordar y probablemente mucho antes, María había llamado la atención. Su tez clara, sus ojos vivos y chispeantes de un verde esmeralda, a veces luminoso, a veces turbulento. Su pelo que invitaba a ser acariciado para comprobar si realmente era tan suave y que superaba esas expectativas cuando se acariciaba. Todo era armonía y dulzura en la joven y ella, consciente, jugueteaba con la admiración que despertaba.

Hacía un mes que se sentía muy confundida a causa de un muchacho con el que coincidía todos los días en el andén del metro. Siempre que ella se acercaba él sonreía y si estaba de espaladas se volvía, como si la presintiera. Luego simplemente seguía con su lectura.

Allí estaba de nuevo, unos pasos delante de ella. Como siempre se dio la vuelta, sonriéndola y… nada más.

María, caprichosa y consentida, no comprendía qué podía leer que fuera tan interesante.

Sin pensarlo avanzó dispuesta a comprobarlo.

Quedó paralizada por la sorpresa.

Fascinada, por encima del hombro del muchacho vio las páginas en blanco del libro, solo surcadas por punteados relieves y por sus dedos que suavemente los acariciaban al pasar por ellos.

120. CONTINENTE BLANCO

Faliz dejó resbalar su espalda por la pared de adobe. Shaira cerró sus enormes ojos y se sentó también en el suelo. Abrazó sus piernas y levantó la barbilla para tragarse el olor de la sabana. Un baobab solitario recortaba sus ramas sobre un horizonte de fuego.

 

─¿Cuándo te vas?

─Mañana, al amanecer.

─Dicen que más allá de Agadez hay un mar de arena sanguinario que devora caravanas y cuerpos con mayor crueldad incluso que el Mediterráneo.

Solo respondió el silencio. Un silencio cómplice, intenso, prolongado. Sus manos se buscaron, se trenzaron, se abrazaron. Dejaron que la noche apagara lentamente el horizonte y el fuego de sus cuerpos encendidos. Shaira decidió entonces abrir sus enormes ojos blancos. Blancos como el cielo que se esconde más allá del manto acribillado. Acostumbrada a la oscuridad, nada cambió para ella.

─Faliz, ¿hay muchas estrellas?

─Dicen que hay más de cien mil millones. Cuando vuelva de España la nube blanca de tus ojos será un recuerdo y podrás contarlas tú misma.

El silencio se hizo dueño de la manyatta mientras una vaca restregaba su testuz contra las cañas de la choza y ellos dejaban que se incendiaran nuevamente sus cuerpos de barro.

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