Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SCHADENFREUDE

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta tercera propuesta es el término alemán SCHADENFREUDE, que viene a significar la "alegría por el mal ajeno" Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 de MAYO

Relatos

64. El regalo (Mª Asunción Buendía)

Margarita sacudió con fuerza la manta, con el orgullo que la prenda  merecía y el salero que ella sabía ponerle. No lo hacía temprano, para que todas sus vecinas la envidiaran. Se la mandó su novio, Eladio. Marga cuando abrió el tremendo paquete que había recorrido literalmente medio mundo quedó perpleja. Su madre, una viuda de carácter alegre, pero de mano suficientemente dura para gobernar la prole que le dejó su difunto y pendenciero esposo, en seguida sacó a todos del ohhhh con una sonora carcajada:

– Pero niña, ¿Qué esperabas?

– Madre, después de casi un año en América, ¿una manta? Con… con… ¿un pez?

– Marga, el Eladio es un hombre, ¡un hombre!, ¿Qué va a saber él de regalos para enamoradas? Ahora una cosa te digo, te quiere de verdad. Sus buenos cuartos le habrá costado, y qué mejor gasto que una manta pa toda la vida– luego en un aparte, más bajito prosiguió con un mohín pícaro– De seguro también ha pensado en lo que vais a hacer bajo ella.

– Madre ¡Parece mentira!– se escandalizó su hija, mirando a sus hermanos que, cual radares, abrieron los ojos de par en par y las contemplaban sin perder palabra.

63. La Humanidad (dedicado a la pérdida y a la esperanza)

Año 2119.

Nadie recuerda que significa ser humano.

Todo se ha perdido en un caos institucionalizado por el orden que gobierna nuestras mentes deformadas y sustituidas por un cerebro artificial que controla nuestros movimientos, pensamientos e impulsos.

No existe ninguna emoción. Todas fueron eliminadas al desaparecer la mortalidad del ser humano y la construcción de los puentes cuánticos que permitían transportarse a otros tiempos paralelos y obtener otras vidas.

No consta la existencia de elementos rebeldes. Aquellos que no acataron la orden del cambio cerebral, desaparecieron en las ciénagas de la oscura y lóbrega nada.

Año 2119.

Nadie es humano.

No existe la humanidad. Sólo diferentes formas del ser. Ciborgs, Mutantes, Robots, Sirenas, Centauros, Jugadores de Realidades Virtuales, Influencers y youtubers carcomidos por la fama de su propia imagen, Razas perdidas, Arcanos, Demiurgos, Coachs de un futuro que nunca llegó, Yonquis del Capital y de la Modernidad y, los temidos Brainners o Cirujanos cerebrales.

Año 2119.

No existe la vida. Se clonan seres artificiales y los mitos de antaño. La inmortalidad ha provocado una herida mortal a la ya inexistente muerte. Y las Sirenas enmudecen en balcones de piedras sin que nadie pueda admirar su belleza.

62. Daños colaterales (Rosy Val)

«Para malvivir entre pucheros, no te dio Dios esa cara y ese cuerpo», le piropea el boticario cuando la ve sacudiendo la alfombra por la ventana.
«Tonterías, yo no valgo para otros menesteres –contesta mirándose las manos–, han pasado penuria, hambre, no son las de una señorita…».
Y su mente vuela hasta Mercedes en la puerta del colegio. Cuántas mañanas la enviaba a su casa a limpiar el zaguán y las botas de la montería de su marido y la cuadrilla. Después, sentadita en el patio entre claveles y gitanillas, le sabía a gloria el trozo de pan blanco con su chorreoncito de aceite y una cucharada de azúcar. Por la tarde, mientras los gemelos hacían los deberes y su madre amamantaba al pequeño, ayudaba en las faenas de la casa; era la mayor y la única hembra de cuatro hijos. También recuerda la primera vez que la llevaron al campo a varear y recoger la aceituna, y cómo iban muriendo los días, sin tiempo ni ganas para otras tareas. Aún hoy sigue escuchando la voz áspera de su padre…
«Eres la más torpe de tus hermanos; todos saben leer y escribir y tú apenas te apañas con tu nombre».

61. AMOR DE MAR (Pilar Alejos Martínez)

Nació un atardecer a la orilla del mar. Los brazos de su padre, tatuados por el sol y el salitre, fueron su primera cuna, donde la mecía con la cadencia de las mareas. Se acostumbró a dormir al arrullo de las olas, bajo la luz de la luna.

Jamás echó de menos a su madre, porque nunca supo quién era. Le bastaron las caricias de su padre que le dejaban en su piel olor y sabor a mar. Aprendió a cantar con el sonido escondido en las caracolas. Pensaba que se las regalaba su padre, envueltas en encajes de espuma, cuando salía a navegar. Así le dolía menos su ausencia.

Con el tiempo, le creció el cabello y su piel se cubrió de escamas. Se sentía más cómoda dentro del agua que fuera de ella y permanecía largo tiempo sumergida sin necesidad de respirar.

Un día amaneció con las piernas pegadas y los pies con forma de aleta. No pudo entender qué le había ocurrido hasta que escuchó cantar a esa dulce voz de coral, que la atrajo hasta la playa.

Imposible resistirse a aquella sirena. Nadó hasta alcanzarla. En el calor del abrazo descubrió el amor de su madre.

 

60. DULCE ESPERA

Sus balcones eran los mejor engalanados de la ciudad, y por ello, su casa siempre estaba en la ruta de los visitantes ilustres.
Ella se esmeraba para que fueran los más bellos y sorprendentes cuando alguna autoridad visitaba la urbe o se celebraban fiestas o procesiones.
La mujer del alcalde, bella y radiante, les decía a sus criadas que se ocuparía personalmente de esa tarea.
Un mes antes del evento mandaba pintar balcones, ventanas y la fachada. Además encargaba a los jardineros que plantasen las flores más perfumadas y hermosas para que sus invitados se sintieran en el Paraíso.
Luego, con una paciencia infinita, elegía en las tiendas de telas la más brillante y espectacular.
Pero esta vez, además de a sus vecinos pretendía sorprender a su antiguo amante, un capitán de navío al que años antes había abandonado para casarse, y que ahora, había regresado a la ciudad.
Cansada de su aburrido marido, quería regresar con él, pues continuaba amándolo en secreto.
Por ello, cuando contempló en la mercería aquella tela con la cola de una sirena, supo que el marino comprendería su mensaje.
Solo tenía que colocar la colgadura en su balcón y esperar…

59. AVENTIS (Fuera de concurso)

Nos reuníamos en la escalerilla que salvaba el desnivel con la avenida. Julio, Ramiro y yo, Toñoco el Loco. Me gustaba contar historias, y la llegada mansa de la noche lo propiciaba. Las luces de los coches al pasar alargaban nuestras sombras sobre la fachada desvencijada de la casa de enfrente. A veces sale una chica a la ventana, decía Ramiroco. Y Julioco –nos gustaba motejarnos así–, que no que ahí no vive nadie desde hace mucho. Y entonces yo aseguraba haber visto a la chica dragón. ¿La chica dragón?, repetían los otros al unísono. Sí, una chica raptada por la mafia china, y ahí empezaba una enloquecida sucesión de hechos sombríos, que iban desde la amputación de miembros al uso de muchachas para extraños rituales de bestialismo y sangre. Las voces de nuestras madres, llamándonos para cenar, solían interrumpir la historia en el momento más crítico, forzando un brusco “continuará”. La noche siguiente solía dar una vuelta de tuerca intoduciendo algún vampiro. Así hasta finales de verano. Por octubre llegaron al barrio varios coches de la policía. En los corrillos, se comentó que habían encontrado en la casa abandonada el torso sin piernas de una joven.

58. El cuento (Marta Trutxuelo)

«Y colorín colorado…  Y ahora, a dormir, campeón».

Cierra los ojos, bucea hasta el fondo de la cama y el niño se deja engullir por las fauces de ese monstruo suave y feroz llamado edredón. «Una princesa sola en la torre más alta de un castillo, esperando a que la rescaten, con un dragón al acecho. Llega un príncipe, la salva y se la lleva lejos del castillo, del dragón, de todo lo que conoce… ¿por qué?», musita el pequeño. Aquella mañana, camino del colegio, confiesa su preocupación a su padre. «¿Y si ella ya fuera feliz?». Éste le recuerda que se trata de un cuento, pero le sigue el juego: «Dame una razón para que una princesa sea feliz con un dragón». Y el niño señala una ventana en lo alto de un edificio: una doncella de dulce rostro, grácil busto y ¡una exótica cola de dragón! «¿Y si no fuera un cuento?», replica el niño… Pero, como por arte de magia la hija de la princesa y el dragón vuelve a ser la criada que recoge la recién desempolvada alfombra tapizada con una impresionante extremidad de reptil que colgaba del alféizar de la ventana.

57. TRAMPANTOJO (Rafa Olivares)

Era media mañana, hacía muy buen día y la ventana del hotel daba a una calle muy concurrida. Por eso fueron muchos quienes lo vieron. Incluso alguien fotografió la escena. Todos coincidieron en decir que se trataba de una sirena auténtica, aunque demasiado bien sabían que esos seres míticos de la literatura clásica solo existen en la ficción. Su ofuscación les impidió aceptar, aunque fuera palmario, que se trataba de un tritón –no por divino exento de reacciones humanas– alérgico a los ácaros, quien, sintiéndose atacado, ascendió rápidamente por la pared y por la colcha estampada y se zampó a la kelly por los pies mientras sacudía el polvo de la gamuza. Ella, hasta que desapareció su mano engullida en la boca del monstruo, estuvo tratando de terminar su tarea para que le computaran los dos con cuarenta euros de aquella habitación.

56. Palermo oculto (Javier Ximens)

Se dice que en las noches oscuras de Palermo, algunas de las momias mejor conservadas de las Catacumbas de los Capuchinos abandonan su eterno enterramiento y visitan la Fontana Pretoria. Allí contemplan las hermosas estatuas desnudas, acarician con sus manos de hueso y carne reseca los brazos fuertes, los pechos tersos y los rostros suaves de mármol. Envidian su desnudez, su vida de sol, su blancura y las miradas de gozo que los turistas han dejado reflejadas en las aguas de la fuente. También se dice que en las tardes tórridas de verano, cuando los visitantes se refugian en los hoteles, algunas de las esculturas de la fontana recuperan la movilidad, estiran las piernas y bajan a las catacumbas. Allí admiran los cadáveres mejor momificados, sus vestiduras, los rostros desencajados, las mandíbulas sonrientes, el color marrón de la carne, la tibia temperatura y las miradas de miedo de los turistas prendidas en las paredes.

Este trasiego de momias y estatuas no es percibido por los humanos, pues solo se produce cuando la dracaenae Campe, asomada al balcón, agita el pañuelo para indicar la soledad de las calles. En ocasiones, como fruto de estos encuentros, se engendran nuevos seres fantásticos.

 

55. Proceso artístico

El arte estriba en saber ver la realidad con otros ojos. Discernir, desentrañar, modificar la escena hasta lograr la perfección. Una mujer que tiende la colada, la armonía de sus gestos, su enigmática sonrisa, y esos movimientos aparentemente aleatorios. Solo tengo que mover un poco el coche para que la visión sea perfecta. Así. Ya. Con solo otra perspectiva las realidades cercenadas se unen en una única silueta. Arte inesperado.

Ahora sale del portal para tomar el camino de los cañaverales y, sosegando mis emociones, la sigo. Las sombras del atardecer, los pobres rayos entre la bruma del río. Escenas incompletas. Paro el coche, y desde la cuneta me inundo de la mezcla. Discernir, mirar con otros ojos, desentrañar. El olor a humedad, la luz atenuada, música de piano, de violines cósmicos que aguardan alrededor. Me acerco, poso mi mano en su hombro, en su boca, en su cuello, y la melodía se acelera violentamente. Brillos plateados, riachuelos carmesí, fragancias que se acentúan… hasta que todo, al fin, se detiene. Y puedo componer la escena a mi antojo, paladeando cada momento. Discernir, desentrañar, modificar.

Disfrutar de la obra al fin acabada.

54. Marina

Una madrugada cayó en mis redes… O eso pensaba yo. Aceptó gustosa mi invitación a bailar. La profundidad abisal de sus ojos azules, la radiante sonrisa coralina, la suave brisa producida por sus movimientos y la manera de mecerme con el tono de su voz, fue lo que me atrapó a mí. Esa primera noche también descubrí sus besos.

Lo que no estaba a la vista era mucho más valioso, más grande… Tenía una personalidad iceberg. Se quedó en mi vida tan sólo unos meses. Conocí su lado más tempestuoso y también su cara más afable. Navegué por su cuerpo, me asomé al perfil de sus acantilados, disfruté recalando en sus más íntimas calas. Un día, mientras visitábamos a unos amigos, se asomó a la ventana del salón y, según sus propias palabras, sintió que había encontrado su verdadera identidad. Quiso llevarme consigo, pero fui un cobarde. No me atreví a destrozar mi matrimonio, siguiéndola. Se despidió con un simple beso que me dejó un bouquet de salitre. Aquel día, a mí me dio vértigo su misteriosa inmensidad y ella supo que no podía echar raíces.

53. El pueblo silencioso

El día que murió Félix, el viejo pescador, su sirena, a la que todos creían muda, comenzó a entonar un canto melancólico y se negó a irse de su hogar. Los hombres parecieron despertarse entonces de un profundo letargo, y al querer responderle con sus voces oxidadas, las mujeres se armaron de uñas y coraje para enganchar las olas que rompían en la playa más cercana y poder arrastrarlas hasta la vivienda del difunto. Por la noche, la marea alta terminó su trabajo mientras ellas amarraban a los maridos con sus cuerpos de mujer tras la llave del dormitorio.

A la mañana siguiente el pueblo volvió a amanecer en calma. Una marca húmeda en la pared, bajo la ventana desde la que a ella se la oía cantar, delataba dónde había llegado el oleaje. Las mujeres dijeron que el mar pudo haber recuperado lo que le pertenecía, pero cada una se aseguró sellando algunas noches más los oídos de su hombre con palabras de novia enamorada que adormecían el eco de aquella voz. Y aunque ellas no tardaron en enmudecer, la rutina se encargó de cercenar los días poco a poco, poco a poco, haciendo olvidar también su silencio.

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