Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

WABI SABI

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta cuarta propuesta es el concepto japonés del WABI SABI. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE JUNIO

Relatos

24. Eva es un nombre ficticio (María José Escudero)

Eva, a veces, recuerda que está viva y respira en alto. A veces, también sueña y, si no fuera porque su marido ha colocado un quitamiedos en el alféizar, arrojaría el delantal por la ventana y se escaparía a conocer el mundo montada sobre la alfombra del pasillo. Y es que Eva, a pesar de los sentimientos que la sujetan, hay momentos que se siente capaz de aflojar todos los nudos. Pero hay otros, sobre todo cuando los anhelos la acechan, que se arrima al botiquín y coge una pastilla, luego, echa un trago y entona una canción suave, ligera —como un sortilegio para espantar los susurros provocadores del extractor y olvidar el silbido imperioso de la olla—. Después, pica algo de la nevera y, empujada por la costumbre, retoma sus faenas. Así, entre trago y pastilla, fregar y planchar la ropa, se le va pasando el momento. Entonces, con una mezcla de fastidio y desencanto, se mira en el espejo y se pregunta: “¿Qué he venido a hacer aquí?”.

Al final del día, Eva se acuesta y se repliega. Y los sueños los deja estacionados debajo de la cama, junto a las chancletas.

23. TUS OJOS ZARCOS (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

En el metro me topé contigo.

─ Sí, es ella, me dije. Es la rubia de la plaza de los Chisperos.

─ Hola Loli, susurré.

─ Hola, ¿quién eres?, dijo alzando hacia mí sus ojos azulísimos.

─ Soy Jesús. Todas las semanas bajaba a tu quiosco de Luchana y charlábamos un rato.¿Recuerdas?

─ Ya no estoy allí, me jubilé, respondió.

─ Yo también estoy jubilado. ¿Sigues jugando ajedrez por teléfono con tus colegas?

─ Sí, me dijo, pero ahora menos. Y tú, ¿qué haces?

─ Pues paseo, leo y escribo relatos en un blog compartido con unos cuantos amigos.

─ ¿Cómo es eso del blog?, me preguntó interesada.

─ Pues te mandan una fotografía y escribes lo que ella te sugiera. Este mes han enviado una en la que se ve una mujer haciendo un puchero.

─ ¿Una alfarera?, me inquirió.

─ No, sonreí…

En ese momento se levantó su perro guía y azorada me preguntó si estábamos ya en Gran Vía.

─ Adiós, Jesús.

─ Hasta más ver Loli.

Me disculpé, por mi inadecuado saludo, con un inmediato “perdón”. Volvió la cabeza y posó por un instante, divertida, sus hermosos ojos zarcos en la punta de mi nariz.

20. LENGUAJE GESTUAL

Hace tiempo mamá era feliz. Cuando nos despertaba por la mañana lo hacía con una sonrisa, nos daba un montón de besos, y sus cánticos los podíamos escuchar desde el último rincón de la casa.

Pero de repente todo cambió. Fue el día que descubrimos cómo se maquillaba un moratón que le había salido por la noche en el pómulo, cuando dejó de tararear sus canciones preferidas, y la expresión de su rostro se llenó de pena.

Mi hermana y yo también estamos tristes, por eso y porque papá ha tenido que marcharse lejos a causa del trabajo. A todas horas le preguntamos a mamá si volverá pronto, pero ella nunca contesta, sólo gesticula con el rostro y aprieta con rabia su puño en torno a la llave del sótano que, desde el día que se marchó papá, lleva colgada al cuello.

19. (MÁS)CARAS (Mariángeles Abelli Bonardi)

Corte carré, mirada de hielo, acento ruso: Agente Irina Spalko. Misma mirada que Lady Tremaine: porte altivo, dos hijas, una hijastra cenicienta. Tanto, y a la vez, tan poco en común con Lady Marian, gallarda heroína de Sherwood, cuya larga cabellera muta sus castañas ondas en las ondas rubias de Galadriel, elfa de orejas puntiagudas y brillante resplandor; resplandor que viaja hasta posarse en el aura de Daisy Fuller: pelirroja, tutú de bailarina, “Goodnight, Benjamin”.
Ante el espejo, la cámara, el obturador: fui todas; soy ninguna. Hoy, a cara lavada: simplemente Cate.

18. Frustraciones

Ensayó a hacer cara de tristeza y desencanto.  El resultado: una mueca incalificable con la que no logró convencer.  No le concedieron nada.  Tuvo que volver a empezar; ahora sí, esforzándose por lograr resultados efectivos.  Entre tanto, se reían a carcajadas cada vez que recordaban su mueca artificial y se le volvían a reír en su cara cuando llegaba suplicante.  Los abordó entonces con sonrisas fingidas, pero no motivó ningún cambio; no la tomaban en cuenta para nada importante.  Se volvió aduladora, empalagosa, zalamera… Finalmente, no logró conseguir nada de ellos.

17. HOY VOY A MORIR (Sandra Sánchez)

Se levantó de la cama con esa idea clavada. Como si fuera una tarea inaplazable. Hizo una mueca delante del espejo a ver si lo ridículo del gesto le quitaba hierro al asunto, pero el pensamiento siguió ahí fijo, punzante, amenazador…
En el coche aguzó los sentidos; cualquier volantazo,adelantamiento, distancia u otra cosa la llevaría irremediablemente a un accidente mortal. No fue allí. Subió temblorosa a la tercera planta de su trabajo temiendo que se descolgara el ascensor; tomó el café sorbo a sorbo por miedo a un atragantamiento fatal; llegó a pensar, incluso, en la idea absurda de que un compañero la empujara por las escaleras. Nada. La obsesión le agujereaba de tal manera el cerebro que casi podía sentir el daño; pero la muerte no llegaba y la tensión, la estaba dejando exhausta. Al anochecer se relajó un poco – no del todo, un derrame cerebral o un infarto no tiene hora-  pero el baño caliente le estaba viniendo bien, así que dejó que el pensamiento se fuera deslizando lentamente por el desagüe. Antes de acostarse, se asomó a la ventana. Estaba todo tranquilo, en calma. Ella también. No se había muerto. No pudo evitar cierta desilusión.

16. El verdadero rostro ( Paz Monserrat Revillo)

Tú no quieres ir. No crees en brebajes, sangrías o fórmulas mágicas. Nada te asusta más que entregarte con pasividad a una intromisión. Pero estás desesperada y acudes a él. Después de someterte a sus rituales,  aquel que tiene en sus manos tu destino y tu dolor, quien conoce lo que tú solo adivinas,  te envía con una tarjetita y una recomendación a otro de su especie. Y resulta que en ese lugar, sin necesidad de recurrir a ninguna bola de cristal, te muestran tu futuro. Entretejido con tu presente y tu pasado. Descubres la imagen genuina de tu ser, sin caretas ni disfraces. Sonrisa encantadora o mueca absurda. Un retrato de tu esencia para toda la eternidad, con sus recovecos, sus abalorios y sus amalgamas. El oro y el  plomo de una vida, pura alquimia y metamorfosis.

Una vez vislumbrado tu verdadero rostro en la ortopantomografía que te solicitó el dentista, ya nada es igual.

15. ALGO MÁS QUE UNA INTUICIÓN (A. BARCELÓ)

Amalia Sanz transmitía una seguridad apabullante: su tono de voz era alto y firme, en ningún momento apartaba la mirada de Su Señoría y su posición corporal, con las manos apoyadas sobre la mesa, le confería un aire de autoridad fuera de duda.

−Teniente, no tiene ninguna prueba sólida y la acusación que está haciendo es muy grave.

−Tengo muchísimas pruebas Señor Juez, lo que pasa es que son tan sutiles que escapan a la vista del ojo no entrenado para verlas.

−Teniente, yo necesito pruebas físicas para autorizar lo que usted me está pidiendo.

−Señor Juez, créame si le digo que la aflicción de esa mujer es impostada y que ella no tiene nada de víctima, sino todo lo contrario.

Su Señoría guardó silencio, apoyó el codo sobre la mesa y extendió el antebrazo; su barbilla quedó sustentada sobre el puño cerrado; el dedo índice cruzó sus labios hasta tocar la punta de su nariz; la mirada se desvió hacia un horizonte perdido y su ceño se frunció. Pasaron unos minutos hasta que dio síntomas de haber resuelto su conflicto interior y se dispuso a hablar. Amalia no precisaba escucharle, porque su lenguaje corporal ya había pronunciado su decisión.

14. LA COARTADA DEL OLVIDO (Salvador Esteve)

La mujer, con mano temblorosa, empieza a teclear los números del teléfono: 0… 1… 6…  Pero el miedo atenaza sus dedos, la vergüenza cerca su valor y la culpa aplasta su ánimo.

Con el cuerpo púrpura de dolor y el andar renqueante, continúa haciendo las tareas del que fue su hogar, ahora sarcófago de su alma.  Quiere gritar, pero sus cuerdas vocales siempre le niegan auxilio.

 

Poco a poco, el blanco cano invade su cabello negro azabache, y las arrugas brotan en su piel ocultando secretas cicatrices.

El destino, cruel embajador de la vida, le guarda otra profunda sombra en su existencia: el monstruo del olvido.  Su universo se va difuminando, una niebla va engullendo sus recuerdos.  En los espejos, ve reflejado un rostro que hace muecas de tristeza.  Lo observa, le es familiar, mas no lo reconoce.

Al escuchar la cerradura de la puerta, un escalofrío recorre su cuerpo, su vello se eriza; ignora por qué.  El hombre entra y mira a su mujer con ira, su aliento destila maldad.

Ella sonríe.

13. LA BLANCA OSCURA (Paloma Casado)

Había deseado tanto tener una niña que contemplarla cada día en su cunita me hizo más llevadera la pérdida de su madre. Y es que Blanca al nacer rompió el molde. Literalmente.

Pronto descubrí que dentro de Blanca había muchas Blancas y para cada una componía un gesto diferente. Me gustaba la alegre y desenvuelta, también la tímida e incluso la terca, pero no podía soportar a la iracunda ni a la apesadumbrada. Por eso, jamás la regañé ni le negué nada, a pesar de las protestas de sus hermanos. Ni siquiera cuando la descubrí jugando con las plumas recién arrancadas del canario ni al ver correr al gato con la cola en llamas. Pobres Cantor y Pirulo.

Me costó mucho no preguntarle sobre los restos blanquecinos del vaso que encontré en la mesilla de los abuelos. Quizás habían planeado el suicidio a pesar de parecer tan felices. Esta vez, nos limitamos a llorarles en silencio.

Después murieron mis hijos: Carlos cuando limpiaba la escopeta y Andrés por culpa de una avería en los frenos del coche.

Me he quedado solo con ella y aunque no dejo de culparme por mis recelos, cada noche echo el pestillo de mi cuarto.

 

12. Transparencias (Miguel A. Paez)

La mujer que hace pucheros ha conocido por internet al hombre que hace muecas.  Los dos han conectado rápidamente.  La mujer que hace pucheros pone morritos de pato y le pregunta al hombre de las muecas, si le gustan los gatos.  Ella tiene tres.  El hombre responde que le encantan, poniendo una mueca de asco.  Después, arruga la nariz, frunce el ceño y cerrando un ojo, le pregunta a ella, si le gustan los tatuajes. Él tiene tatuado en el pecho un corazón borroso, que intentó eliminar con lejía.  Ella, hipando suspiros de rechazo, contesta que le vuelven loca los tatuajes. Los dos se han confesado  que, en realidad,  el físico les importa muy poco, que lo único que aprecian de verdad en las personas, es la sinceridad. Por eso, no tienen foto en sus perfiles. Por eso, sin más preámbulos han quedado a las 18h, en una cafetería que ambos saben que cerró hace años. Por eso, ella, arrugando la barbilla y poniendo cara de pena,  ahora busca  alguien musculoso con la piel libre de tinta, y él con la boca contorsionada y un hilillo de baba,  remarca que las prefiere sin mascotas y con los pechos grandes.

11. Una mujer

Una mujer se encierra en una habitación, enciende las lámparas, ensaya diferentes poses, le desagradan las sombras que envejecen su rostro, no es la realidad que desea percibir de ella misma, está empecinada en fotografiar algo más atemporal, sin la rigidez que acompañan los autorretratos. Apaga las luces, en la oscuridad enciende un cigarrillo, se convierte en una observadora pasiva. Las imágenes parecen cápsulas del tiempo, se proyectan a una velocidad de un segundo por un segundo, día tras día, desde la primera fotografía hasta la última. Enciende la luz cenital y de pronto se siente completamente iluminada, encuentra en ese baño de luz una nueva concepción del espacio y el tiempo. No ha cambiado la historia de nadie, pero ha dejado vestigios, mensajes físicos, desgastados y rotos debido al paso de los años. Levanta la vista, frunce el ceño, no deja de pensar que dentro de poco tiempo se convertirá en otra fotografía antigua y que desaparecerá como los carruajes, las farolas, los hilos telegráficos, los antiguos caballeros y las virtuosas doncellas. Por eso no quiere ser captada con cara de nostalgia, así que acciono la cámara y puso su mejor cara de puchero.

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