Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 de JUNIO

Relatos

72. SUEÑOS

Cuando sea mayor tendré el mejor coche del mercado; me pasearé con él por la ciudad con la capota bien abierta y las chicas me mirarán deseando que las monte; los chicos me envidiarán. Eso será cuando reciba la herencia de mis ricos y viejos padres. Entretanto, seguiré jugando con un gran Scalextric, dejando a mi hermana vestir y desvestir a sus muñecas, a los amiguitos de espectadores de mis interminables carreras, mientras mis padres se divierten en los casinos y spas de montaña.

Hoy, no entendí a una de nuestras sirvientas cuando dijo que de pequeña soñaba con ser princesa.

71. 3284 (R. L. Expósito)

Era el hombre más feliz del mundo: por fin había convertido su descapotable azul en una máquina del tiempo. Para llevar a cabo el primer ensayo aparcó en la calle, apagó el motor de combustión interna y dio cuerda al mecanismo de relojería integrado en el maletero. De nuevo al volante, metió primera. Se despidió de los edificios anticuados y las aceras sucias con papeleras llenas; también del transeúnte que caminaba ensimismado en sus zapatos. Pisó a fondo el acelerador, apretó un botón rojo del salpicadero y susurró: «Contacto».
Al principio, nada. Luego la realidad avanzó tan deprisa que las formas, los colores, confluyeron en mosaicos difusos y estelas grises que pasaban a su lado como luciérnagas tristes. Notó el vértigo de un nudo electrostático en el estómago y cerró los ojos para ahuyentar las náuseas.
Cuando despertó, el contador de años había avanzado un milenio. Sin embargo la calle parecía la misma, con sus aceras y edificios tal vez más nuevos, más limpios, más perfectos. Pero se trataba de un futuro idéntico al pasado, al presente del que había partido, hasta que un viandante idealizado le dedicó una sonrisa automática, robótica, y saludó en código binario.

70. AMOR DE PADRE: AMOR SUICIDA (Petra Acero)

Estábamos el imbécil, el matemático y yo junto al despacho de don Anselmo. “Alguno acertará”, oímos protestar a papá. “¡Es demasiado peligroso!”, refunfuñó don Anselmo —notario de renombre y viejo amigo de papá—, mientras abría la puerta y nos hacía pasar. “El descapotable azul será para quien descubra al polizón”, nos anunció. Aceptamos los tres: el matemático tamborileó cada dedo con el pulgar correspondiente (echando sus cuentas), luego levantó ambos pulgares; el imbécil no dijo nada, solo tocó palmas; yo canté mi frase de la suerte: “Una, dos y tres. ¡Ganaré!”. Papá sonrió. Le gustaba jugar con nosotros.

Buscamos en cada hueco del salpicadero, en la guantera, bajo los asientos… Pero, no miramos dentro del maletero —¡sería demasiado fácil!—. Nos aburrimos. Descansamos. Hasta que, en uno de sus movimientos incontrolados, el imbécil golpeó el maletero. Sin aspavientos, silencioso, con suspensión controlada se abrió, dejando al descubierto la solución del enigma. Cada uno reaccionamos a nuestra manera: con la boca cerrada, las manos inmóviles y la mirada fija en el cadáver, el imbécil parecía un chaval normal; el matemático comenzó a correr, como pollo sin cabeza, alrededor del descapotable; yo me queje a don Anselmo: “¡Siempre gana papá!”; don Anselmo lloró.

69. BAJO LA LLUVIA (Pilar Alejos)

Eres incapaz de apreciar la belleza de la luna llena que ilumina esta noche. Desde que has perdido el control de tu descapotable azul sobre el asfalto mojado, en tu cabeza solo hay espacio para recuerdos del accidente: aquel brusco frenazo en mitad de la curva, un volantazo desesperado, el estruendo del coche al atravesar el guardarraíl y esa sensación de volar, de permanecer por un momento suspendido en el aire, antes de caer de golpe. Luego, a tu alrededor, todo es silencio. Los faros, que permanecen encendidos, rasgan la oscuridad hasta que su haz de luz se pierde en la distancia. Tu cuerpo ha salido despedido del vehículo, pero desde tu posición, atisbas un leve reflejo en su interior. Aunque no puedes pensar con claridad, intuyes que pueden ser sus ojos.

—¡Ana! —gritas aterrorizado e intentas incorporarte para socorrerla.

Entonces los reconoces. Sus uniformes y sus cascos con bandas reflectantes destellan mientras descienden por el terraplén. Suplicas que se den prisa, que ella corre peligro. Está atrapada dentro. Los sanitarios la estabilizan hasta liberarla. Después, escuchas la sirena de la ambulancia que se aleja a toda velocidad mientras que, al abrigo de una manta, esperas la llegada del forense.

68. De día y en descapotable

En la familia Darling la pátina del tiempo va decolorando los recuerdos. Atrás quedaron aquellos días de sobresalto ante las reiteradas ausencias de Wendy y sus hermanos que, engullidos por el inexorable pozo de la noche, tantas veces cruzaron esa frontera apenas perceptible entre lo onírico y lo real.

Al día le quedan pocas horas. Un llamativo descapotable azul está aparcado frente a la antigua casona. Diríase que se trata de un gran juguete de cuerda; como esos que lucen en los museos y cuya contemplación nos envuelve de una agridulce nostalgia. Un grupo de curiosos se arremolina junto al vehículo preguntándose sobre la identidad de su propietario, pero nadie ha tenido la oportunidad de verlo.

En la mansión, Wendy, tras recoger su cabello cano en un moño improvisado, abre la puerta a un hombre maduro de rostro aniñado:
—¿Qué desea?
—Volver a verte.
Tras estas palabras, un tintineo desacompasado y disonante llena la estancia.

67. Carreteras secundarias

Seguramente no te llamarás Thelma. Tampoco yo soy Louise.
Es muy posible que Jamás viajemos por Arkansas en un Ford Thunderbird, ni nos alojemos en un motel barato de Oklahoma. Probablemente no levantaremos polvo derrapando por las carreteras de Arizona perseguidas a orillas del Gran Cañón, ni tengamos el placer de ver semidesnudo a Brad Pitt con sombrero de cowboy.
Quizás no conducirás un descapotable azul, ni yo portaré una pistola para acabar con el primer tarado que trate de violarte, pero estate tranquila. Cada vez somos más Thelmas y más Louises dispuestas a ayudarnos en las calles. Sin necesidad de rodar una road movie ni tener que acabar rindiéndonos o saltar por los aires

66.Viaje al principio

Vivimos encerrados en un coche deportivo. Lo robamos en un concesionario de las afueras, una oportunidad que no podíamos menospreciar. Eva tiene buena mano para las raterías y yo me dejo llevar. Conecté la llave y sentí un ruido en la caja de cambios. Metí primera y me percaté de que ella se arrimaba con pasión juvenil. En la sexta marcha, hicimos el amor en el asiento de atrás. Encendí la luz interior: se hizo de noche. Actualicé el panel de control y cruzó un ferrocarril a vapor; al rato, pasó una columna de cruzados; poco después, desfilaba una guardia pretoriana. Encendidas las luces de cruce, la niebla brotaba de templos en ruinas y de las lenguas de las iguanas.  Al girar el volante, evitábamos charcos y peñascos, pero todo se volvió invierno, como si el eje de la Tierra se hubiese alterado. Hemos abierto el aire acondicionado y ha comenzado a diluviar. Pensamos salir del coche, pero tememos abandonarlo. Nos espanta que, apagado el motor y abiertas las puertas, se multipliquen las revoluciones. Menos mal que no se agotan las opciones: Eva ha descubierto la entrada a un vergel en el maletero e insiste en que debemos entrar.

65. PASIÓN MECÁNICA 1950

No quise que me instalasen un reloj manómetro porque entonces no podría sentarme. Así que con aire de indiferencia cromada el mecánico comprobó que mis manguitos no tenían fugas de fluido hidráulico y se limitó a dar cuerda al resorte de compresión. En la sala contigua aguardaba su turno BR-B-IE 90-60-90, mi unidad asociada. Juntos reciclábamos piezas que guardábamos en una cajita con la esperanza de fabricarnos, algún día, nuestra propia réplica.

Cuando el especialista terminó con su revisión me llamó: -Hemos actualizado y activado algunas funcionalidades de esta unidad, espero que disfruten –dijo guiñándome un sensor óptico.

Ese fue el comienzo.

Pronto se hizo patente la falta de mantenimiento en casa. Ni latas de aceite había en la alacena. Cuando llegaba del trabajo ella no estaba. A veces me parecía oírla en el piso de arriba donde vivía K-NT, un bombero del área metropolitana. Entonces escuchaba claramente chasquidos de placer y gemidos metálicos mezclados con el chirriar de muelles y el ruido que hacen los engranajes cuando saltan y caen rodando. Era evidente que a alguien le habían aumentado su capacidad amatoria en más de 700 gigaorgasmos ¡Qué barbaridad!

Nota: Hoy toca llevar el pequeño vehículo azul a reparar…

64. CARTA A PAPÁ NOEL – EPI

Cuando te pedí un coche ECO, nunca imaginé que me trajeras uno de juguete y de cuerda. La autonomía es de doscientos cincuenta metros, cuesta un montón dar vueltas a la llave, el muelle me ha saltado un ojo, sin contar los peligros de parar en las autopistas y lo interminable que se hacen los viajes, hasta los de dentro de la ciudad.
Los hay de gas natural, de gas licuado de petróleo, de bi-fuel, híbridos y eléctricos, y el señorito viene con este cochecito. No cabe ni la paellera ni la olla, bueno, ni mis cuatro hijos ni la suegra.
Te metes el vehículo por el culín y ojalá te salte el resorte por dentro.

63. Libertad condicional

Cuando hacemos el amor se me olvida de lo que está hecho el mundo, y huyo hasta sus orígenes.

Allí, agazapado, descubro el fuego que te aturulla, construyo pirámides de caricias, desembarco exhausto en América, compongo el primer motor de explosión en tu ombligo, y también el primer ordenador, para saber en qué piensas cuando suspiras. Me abrazo como un mono a tu rascacielos, me ovillo en tus redes sociales y hasta te invito a que le des a me gusta.

Pero luego gimes, gimo, gemimos… y entonces comprendemos que nuestro corazón pronto dejará de volar libre. La gigantesca mano, esa que le da cuerda a los relojes y a los coches, a los peatones y a las palabras, entrará otra vez sigilosa por la ventana, sin que podamos hacer nada para impedirlo.

Y sentiremos ese crujido triste y metálico en la espalda.

62. ROTOS

Le desaparecen las palabras casi sin quererlo. Se les va y es incapaz de decir lo que siente. Aquello que pierde. Y llora.

Recuerda pero son imágenes mudas de algo que le pasó a alguien y no reconoce que formen parte de ella. Y llora. Y, entre sollozos, pronuncia la palabra PENA.

Y unos brazos la cogen. Unos ojos la miran  y unos labios la besan. Pero no conoce ni la fuerza, ni el color, ni el sabor de ninguno de ellos. No sabe si es su marido, hijo, padre, nieta, hermana, madre o…

Él la conoce y la lleva a dar un paseo. Y, entonces, lo ve. Su primer coche. Y se recuerda de niña y ya cree saber quién es. Papá. Y lo abraza y le dice que lo echa de menos.

Sube al coche. Al coche que girando la llave, recorría con música el suelo de su casa. Pero ahora no hay  música y antes no subían como están haciendo ahora. Arrancan.

A ella no le salen las palabras. Él sólo las  tiene en su cabeza. Se saben en mundos distintos llenos de recuerdos que no llenan ni nutren una vida.

Y lloran. Los dos. De pena.

61. Ciclos

Hicimos el amor hasta que se nos terminó la cuerda. La cosa iba bien, estaba excitadísima y él me espoleaba con su miembro sin tregua pero con dulzura. Poco a poco todo se hizo más lento. Decayó el compás de mis caderas y el ritmo de sus embestidas se ralentizó hasta detenerse. Un metálico zrrrrrrrr nos confirmó que aquella aventura había terminado. Yo le di cuerda desde abajo y él inició unos movimientos torpes y violentos, hasta que le puse freno. Le pedí que girara la llave que había en mi costado para tensar el muelle en mi interior. Después nos levantamos. Que no hubiera funcionado no quería decir que no volviéramos a intentarlo. Me acerqué a la ventana mientras él se vestía con gestos mecánicos. Su coche esperaba fuera. A su alrededor otros coches iban y venían, la vida pasaba a su lado a gran velocidad primero, después más despacio, hasta pararse, poco a poco, como un tiovivo al que por fin frena la inercia. De repente, como empujada por un artilugio universal, volvieron a seducirme los ojos de aquel hombre de hojalata, volví a acorralarle en el sofá, a arrancarle la ropa. Hicimos el amor hasta…

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