Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

72. DESESPERA ACCIÓN (Belén Mateos)

Dejé de respirar, dejé que su boca reanimara la mía, que mi circulación exhalara un éxtasis de satisfacción.

Él punteó mi pecho con su mano, yo mojada de abandono y pudor, blanquee mi secreto de excitación. Volvió con su boca a la mía, con su caricia al deleite de mi seno, con su inconsciencia a saborear mi saliva.

Una bata blanca cubría cada centímetro de su cuerpo, el mío escaso de ropaje, gritaba al atlas de su lengua, a su aliento, al silencio de la palabra ahogada en mi sacramento.

Una ambulancia con luces albinas, dejó huérfano mi vientre de vida.

Hoy espero, junto al calendario, que vuelva mi útero a ovular.

71. Tiro al blanco (Marta Navarro)

Nadie supo nunca qué ocurrió. Un viento gélido y devastador se extendía de repente por el mundo. A su paso: oscuridad, vacío, silencio… también miedo. Calcinaba sin clemencia el sol la tierra, todo era gris y para tanta derrota no hallaban las almas consuelo.
<<Escuchamos a lo lejos un disparo>>, contarían los testigos tiempo después, <<¿quién iba a imaginar…?>>.
Entre ruinas de muerte y desolación parecía de pronto haberse el tiempo detenido en un instante feroz, agónico, eterno. Lloraban su espanto a gritos la magia y la poesía. Un corazón roto, sin fe y sin esperanza, al cielo clamaba su plegaria. Todo lo inundaban fatalismo y abandono.
Ningún rastro quedaba ya de la vida y la belleza de otro tiempo. Cenizas, vegetación muerta, columnas de fuego, destrucción e indiferencia. Tierra yerma, heridas que supuran, que sangran y no cicatrizan. Que jamás lo harán.
Alevoso crimen o fatal accidente poco importa. Irreparable resultó el disparo. Trágica fue la consecuencia. A los pies del cazador yacía muerta una paloma: muy blanca y muy pequeña, inocente, frágil, casi inmaculada.

70. BLANCOLOR 2019 ( EPI )

Hemos decidido cambiar el colchón, tiene catorce años y parece un saco de patatas, además, por mi sobrepeso, mi mujer duerme aferrada a su borde y cuando se relaja, pocas veces, se precipita sobre mí.
En la tienda ocupan como media hectárea, todos blancos pero diferentes, que si roto, nuclear, marfil, puro o brillante, natural o diamante y hasta hielo, que quizás sea el más apropiado a nuestra edad. Total, luego se tapa con una funda y las sábanas.
Aparte de las marcas, luego está el tipo, de muelles, de látex, viscoelásticos, de espumación, de viscofoam, normablok, de muelles ensacados y hasta inteligentes.
Una azafata, guapa y minifaldera, se tumbó en uno y me invitó a mí, no sé con qué intención me dijo que hiciera la croqueta y yo esa postura no la conozco. Al final mi mujer se añadió al grupo, los clientes se paraban a mirar y cuchicheaban, creo que de envidia.
Se me ocurrió a mí probar el colchón como me gusta, pero una patada me quitó las ganas.
Nos costó levantarnos y compramos el que estaba en oferta.
La taza del wáter tiene un desconchón, miedo me da cambiarla.

69. YO TAMBIÉN ME ASUSTO

A menudo, mi mamá se desespera buscándolos. Pobrecilla, me da pena. Dice que los mete en la lavadora atados en pareja para que no se pierdan. Yo sólo cojo de colorines y de uno en uno cada vez, porque los necesito para las manos y los pies. Es que, por las noches paso mucho frío asustando al vecindario, aunque en el fondo lo que más me gusta, como a todos los fantasmas, es mirarme en el espejo de casa, para olvidarme del miedo y divertirme viendo una sábana blanca y  cuatro calcetines de colores, que se mueven y bailan solos.

 

IsidroMoreno

68. Mirlo blanco

La primera vez que cruzo el charco. Estoy en la sala de embarque destino Nueva York. Frente a mí, a escasos tres metros, se sienta una mujer explosiva, de las que no pasan desapercibidas. Me obsequia una sonrisa. El vestido corto y su movimiento de piernas me desvelan su ropa interior muy sexy. Ruborizado desvío la mirada pero aquella prenda me  cautiva. Ella acaba sentándose a mi lado, aún no embarcamos. En la charla dice que me encuentra interesante y atractivo. Yo atónito, no dejo de mirar su escote. Me confiesa al oído que es actriz de cine erótico. En el avión intercambia su asiento para sentarse junto a mí. Tapados bajo las mantas comienzan unas turbulencias anatómicas culminadas en el aseo en varias ocasiones. Aterrizamos a este lado del charco entre suspiros. Por delante una semana prometedora de sexo salvaje. En el control de seguridad un policía me fotografía de frente y de perfil. Varón caucásico seis pies de altura. En mi mochila han encontrado una sustancia blanca. Por primera vez me siento un hombre objeto.

67. EPÍLOGO DE UN PRELUDIO EN BLANCO

Se durmió sin evitar que sus palabras nevaran sobre la última nota en blanco, que su voz escrita enmudeciera en el orfanato de una papelera. Como cada mañana, contempla con deseo reprimido la ventana de su vecino por la que su imaginación se cuela entre el vuelo de los visillos. Vestida de resignación, se dirige al trabajo mientras el verano palpita bajo su falda.

Desvelado por una nota sin escribir, sus párpados delatan otra noche en blanco. Como cada mañana, la brisa ondea el visillo de la ventana como suele hacer con la falda de su vecina; estimulante como un roce, intangible como el abrazo del aire. A duras penas consigue subirse la tirante cremallera de su pantalón mientras abre la puerta camino del metro.

Con celestina agudeza, en el abarrotado vagón que a diario los tres comparten, una solitaria mujer les observa de nuevo. Su propia experiencia le ha enseñado que un pasado en blanco puede malograr toda una vida, de modo que decide colar disimuladamente sendas notas de encuentro en sus portafolios. Cuando ambos bajan en la siguiente estación, la solitaria mujer asiente satisfecha de haber conseguido evitar, esta vez, el pesado epílogo de una historia sin comienzo.

66. Tal para cual

Los que le conocían no daban crédito acostumbrados como estaban a verle siempre con el semblante serio y la mirada triste que bien pareciera salido de un funeral. Ahora se mostraba radiante luciendo una amplía sonrisa mientras contemplaba embelesado a su prometida, menuda como un gorrión, con un traje de novia blanco cual paloma, pintada como un papagayo y emitiendo graznidos en un intento por seguir el compás del Ave María que llegaba del coro. ¿Se puede ser mas feliz? se decía aquel novio amante de la ornitología.

65. Cien años en blanco y negro (Alberto BF)

Años cuarenta. La vida no era fácil por aquel entonces. El sustento escaseaba, las enfermedades causaban estragos y, para colmo, por pensar y sentir podían borrarte del mapa.

Un panorama fruto del odio y de los intereses de unos pocos que había inmerso al país en uno de los peores momentos de su historia. Tal vez el peor.

En la terreta pocas cosas hacían olvidar momentáneamente esta situación, y una de ellas era ver en acción cada dos semanas en un maltrecho Mestalla a los míticos Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza: la delantera eléctrica blanquinegra.

El nuevo jefe del estado aún no había tenido tiempo de arrimar el ascua a su sardina, y no existía en esa época mayor espectáculo que disfrutar del empuje che frente a los aguerridos adversarios del Athletic, sin duda los dos mejores equipos del momento. El clásico de la posguerra.

Un domingo sí y otro no, la gente marchaba ilusionada hacia el estadio, independientemente del rival. Dos horas después regresaba con desigual satisfacción, pero habiéndose evadido unos minutos de su triste realidad.

Esta analgésica ilusión, nacida en Algirós décadas antes, se ha tornado centenaria en el año de esta publicación. Y que nunca acabe.

64. Corazón tan blanco

Lady Macbeth presumía de la blancura de su corazón. Lo mantenía siempre níveo y helado: ella no había ejecutado ninguno de aquellos desmanes. Solo había deslizado inocentemente unas palabras como otras cualesquiera en el oído preciso. Solo había señalado dónde estaría el provecho que no todos sabía ver, dónde aquello que necesitaba ser cambiado si alguien se propusiera tomar de una vez las riendas de su destino. Por eso, cuando, por un estúpido accidente, su corazón sufrió una mancha, una salpicadura apenas de culpa, supo lo que debía hacerse. Le comentó a su cirujano de cabecera, como por descuido, la gloria ante la comunidad científica de semejante operación. Dejó que él mismo llegara al desafío del trasplante definitivo: un corazón de bebé latiendo en el pecho de una reina. Tan puro, tan limpio, tan incapaz del mal. Ya se ocuparía el verdugo, como si la idea hubiera nacido de su propia crueldad, de que el inadvertido donante lo entregara en condiciones.

63. La chacha (Susana Revuelta)

Para qué demonios se cogerá Rafaela los domingos libres, con lo que se aburre con el novio y encima, los lunes, a enfrentarse al doble de tarea. Además el sábado anterior habían representado un belén viviente en el colegio, Andresín había ido de angelito y estaba toda la moqueta llena de guata, pelusilla y plumas. Mientras pasaba el aspirador por el cuarto del niño, vio las alas del disfraz apoyadas en la pared. «Abultan el doble que el chiquillo», pensó mientras se ajustaba inconscientemente el arnés y se abrochaba las hebillas sobre el delantal.

Entonces se elevó unos centímetros del suelo y se sintió tan a gusto, tan liviana —ella que no andaba lejos de los ochenta kilos—, que se despojó de guantes y cofia, aleteó un rato por la habitación, recorrió volando el pasillo, bajó planeando las escaleras, volvió a subir dando volteretas sobre sí misma y se asomó a un balcón. Sacó hasta medio cuerpo fuera. Solo medio, porque casi se desmaya del vértigo que le entró y, muy pálida, dejó las alas en su sitio y siguió con el aspirador.

(Fuera de concurso)

61. GESTOS QUE HABLAN (Petra Acero)

Regina intenta trepar al árbol para esconderse junto a su amigo Wooba.

—¡Pareces un colmillo de elefante! Tu piel descolorida es difícil de ocultar —se burla Wooba, mientras él se camufla entre las ramas.

Wooba tiene la sonrisa más blanca que Regina ha visto. Cuando Wooba sonríe, sus dientes relucen como nido de luciérnagas. A Regina le gusta buscar luciérnagas cerca de la gran charca. Colgado de aquella rama, Wooba parece el gato de Alicia: ¡una enorme sonrisa balanceándose en las alturas! El País de las Maravillas debe de parecerse a África, piensa Regina, mientras Wooba continúa riéndose.

—Los elefantes son torpes y ruidosos como tú —bromea Wooba, antes de tenderle la mano.

Entre las ramas, embadurnada de sombras, Regina hace señas a Wooba para que cierre la boca. Wooba oculta sus dientes y piensa que, tal vez, el blanco marfil conserve parte de la nobleza, tesón y fidelidad del resto del elefante.

—En Alemania era muy buena escondiéndome, aunque allí no jugaba al escondite…

—¡Ahí vienen! —exclama cada uno en su idioma, sin entenderse.

—Aquí, no nos encontrarán, ¿verdad, Buba? —susurra Regina.

—Hablas como lluvia torrencial —murmura Wooba, mientras sonríe sin despegar los labios.

Regina traduce: “¡Seguro que ganamos!”

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