Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

LO INCORRECTO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en LO INCORRECTO

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2025 Comenzamos nuestro 15º AÑO de concurso. Este año hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores, y el cuarto será LO INCORRECTO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
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Relatos

80. Madeja

Si no me atendiera con ella, se ofendería. Por eso intento ir cuando hay muchas clientas. Porque si estamos solas, termino convirtiéndome en su paño de lágrimas. Justo yo.

Que estoy segura, Charo, tiene otra, dice mientras me echa el champú. Que se lo digo y lo niega una y otra vez, pero a mí no me engaña, repite mientras me da las mechas y envuelve porciones de mi cabello con papel de plata.

Veinte minutos hay que esperar, dice. Veinte minutos y te lavo, ya verás qué bien te queda. Y yo tiemblo. Me esperan veinte minutos durante los cuales procuraré no encontrar su mirada en el espejo, ojeando una revista ajada plagada de tonterías. Pero ella seguirá contándome los detalles que la llevan a sospechar.  Luego vendrá el corte, el alisado, y el toque de laca. Y yo seguiré intentando hacer que cambie de idea refutando cada uno de sus argumentos con excusas ridículas.

No puedo permitir que sus certeras sospechas se conviertan en realidades y que siga desenredando la madeja. Porque la otra punta del hilo, a pesar de ser su mejor amiga, a pesar de que no quisiera dejar de serlo, la sostengo yo.

79. La peluca

Tuvo la idea al contemplar los cientos de cuerpos desnudos y esparcidos por el campo de batalla. Despojados de sus uniformes por los «carroñeros», los cadáveres parecían lápidas en donde, en lugar de flores, se alzaban los matojos de pilosidad. El emperador dio la orden de depilarlos y, con los mejores ejemplares de pelo, recubrió su calva. Para el empolvado, el monarca se protegió el rostro con un cono picudo que lo hacía semejar un buitre. El peluquero pulverizó sobre el postizo una mezcla de harina de patata, polvo de arroz y antimonio para las ladillas. Al desvanecerse la nube de partículas blancas, el soberano admiró su crespa cabellera frente al espejo y acomodó uno de aquellos rebeldes rizos púbicos detrás de su oreja.

78. Doriana Gray

Por supuesto que ella tampoco lo sabe, así que declara a todo el mundo cómo admira la perfección de mi rostro sin error, y me pregunta con cierta envidia cómo lo logro. Para qué haría yo un pacto tan absurdo. Tenemos confianza y me pongo en sus manos, amiga antes que peluquera. Me invento una enfermedad que he consultado antes de venir en internet: catoptrofobia, terror a los espejos. Así que acepta que me tape la cara durante todo el ritual en el que revolotea sobre mi cabeza una lluvia de lacas, de tijeras, de papeles de aluminio y tintes. Pero empieza a hablar de su marido. Que si Pablo esto, que si lo otro. En un altar lo tiene, abnegado esposo y padre. Y siento entonces la tentación punzante de bajar las manos de una vez. De mostrarle al fin la verdad desnuda, mi rostro traidor y deforme en el espejo.

77. Amor fraterno (Manuel Menéndez)

La quería. Me da igual lo que digan. Amaba a Sara con toda mi alma. No solo era mi hermana mayor, también mi modelo, mi guía. Dicen que la envidiaba porque atesoraba todo lo que yo no tengo: belleza, inteligencia, equilibrio… Mienten. No lo entienden. Nadie quiere comprenderme.

Estaba admirándola mientras dormía, como tantas noches, cuando reparé en él. Era negro, siniestro. Estaba sobre su mandíbula. Una excrecencia maligna que emponzoñaba su piel. Pasé muchas noches en vela, vigilándolo. Me convertí, sin ella saberlo, en su guardiana. Una mañana, agotada, le confesé mi preocupación. Ella se limitó a reírse. Me llamó paranoica y dijo que solo era un pequeño lunar. Mentiras para protegerme, para no alterarme. La tónica de mi vida.

Aquella noche, el nódulo oscuro se movió. Fue casi imperceptible. Sutilmente avanzaba hacia los ojos de Sara. Al enfocarlo con la linterna abandonó todo disimulo. Abrió unos ojillos diabólicos y aumentó su velocidad. Desesperada, rocié el rostro de Sara con insecticida intentando acabar con el monstruo. Ella también notó al intruso, porque despertó gritando desesperadamente. No podía dejar que esa perversidad se alojara en su cerebro, no había otra salida, por eso apliqué la llama del encendedor al spray.

76. TÓXICA ESPUMA DE DESEO (Belén Mateos)

Cuando Adela enchufó el secador se produjo una descarga eléctrica en mi piel. Sus palabras habían sido cálida agua, la mirada fragancia de espuma, su nombre desvelo en el papel de aluminio enmarañado en mis pensamientos.

La cumbre de sus pechos, ataviados con esa bata negra, una dulce toxicidad a la codicia de su cuerpo, a su tacto enredado en mi cabello creando unas pompas de deseo.

 

Tras cortar, marcar, secar y alisar mis ruborizados rizos, le entregué la visa con mis uñas desnudas de manicura. No tardó en ofrecerme un café sin tiempo y laca para vestirlas.

 

En un suspiro colgó el cartel de ”Closed until tomorrow”.

75. “FOTOSFOBIA» (M.Carme Marí)

De vuelta a su despacho en la octava planta, el gerente coloca un marco sobre el escritorio. El director adjunto aparece sonriente:
-Veo que has traído una foto de tu boda relámpago. Se os ve con mucha complicidad.
-Sí. Este profesional sabe capturar los momentos especiales con unos enfoques atípicos, el ambiente que se respira, las risas… ¡Incluso sin mostrar las caras! Ana, a pesar de su actividad viajera promocionando ONGs por el mundo, siempre huye de las cámaras. Pensé que sería un problema en la celebración, pero contratamos a un artista que hace magia con los planos. Obtuvo unas imágenes, cuando la modista le arreglaba el tul y luego con la peluquera enfocando el espray de la laca, de lo más originales.
-Me tendrás que pasar el contacto. A Isabel no le gustan ni las selfies, y ya estamos buscando fecha. Complicada labor teniendo en cuenta su repleta agenda como responsable de vestuario en la productora. Continúan con la filmación en diferentes localizaciones y tienen para una larga temporada.

Tomás, el experto fotógrafo, es el íntimo amigo de Ana Isabel. Bueno, de Ana María Isabel, pues María acaba de conocer al director general de la compañía.

74. Detener el aire -Calamanda Nevado-

Absorta en las manecillas del reloj se impacienta y atemoriza. Le da cosa verla llorar así, la cara tapada con las manos y  gritándole que acaba de desbaratar su vida. Son amantes hace años y quiere tranquilizarla, librarse del  penoso espectáculo y  limitar  su histeria demasiado afectada.  En su inquietud  por quitar madera, atisba una posibilidad de calmarla: El   Aroma de lavanda es su somnífero natural, la aliviará. Apaga la luz con decisión, deja  un foco, y    aprieta el spray sin  mediar palabra alguna; y con todo su ímpetu lanza al aire toneladas de raciones de  fragancia  hasta crear una nube  excesiva y olorosa sobre su pareja. No quiere moderarse ni saber qué pone patas arriba con su conducta; solo necesita sentirse  libre.  También a ella le  atraía ese halo mágico envolviéndolas  cuando buscaba    su tierna  atmosfera en la alcoba.

De pronto lee de reojo “Dulces sueños” en el   pulverizador y se inquieta, sin querer   ha soltado un fresco oleaje de   sus aceites afrodisiacos.  La nube de  componentes  ya  descarga en   sus sistemas respiratorios y  desencadena  una desbordante y desproporcionada  pasión entre ambas. El arrebato la hace olvidar que, por fin, hace horas  decidió mostrarle los papeles   del divorcio.

73. Diario de un corte de pelo

Madrid, dos de febrero de 1974.

Madre me ha llevado al peluquero. El señor Matías dice que quejarse es de llorones, me tira mucho del pelo, no sé si me lo corta o me lo arranca. Pero no he abierto la boca.  Madre dice que me hago mayor. Al volver a casa, unas máquinas excavadoras estaban derrumbando las casitas de la colonia de los ferroviarios, al otro lado de la calle.

Madrid, cinco de mayo de 1984.

Le he pedido dinero a madre para ir a la peluquería unisex que han abierto en los bajos de los nuevos edificios, donde estaba la colonia de los ferroviarios. Me han atendido las manos de Julia. Quería decirle que no dejara de lavarme la cabeza, ni de ser tan guapa. Pero no he abierto la boca. Cómo le explico a madre que necesito cortarme el pelo todos los días.

Madrid, veinte de octubre de 2018.

Los supervivientes que me quedan en la cabeza siguen revolucionándose cuando crecen tanto. Me he acercado a la peluquería. No estaba Azu, sigue con depresión. Ha atendido Susi mi silencio. En un pequeño sopor, he visto a Julia y a madre, en aquellas casitas de papel. 

72. SUEÑOS ROTOS  (Virtudes Torres)

El pelo liso, negro, brillante. Un poquito de flequillo, la mirada entre ingenua y pícara. Unos ojos muy vivos derrochando dulzura y simpatía. Emulaba a su gran ideal, a su musa, a su Yo en otra dimensión. Se llevaba horas en el baño tiñendo su rubia melena, alisando sus rizos recogiéndolo en ese moño italiano hasta conseguir el resultado que deseaba.

Empapeló con fotos de su ídolo las paredes de su apartamento, buscaba su reflejo en ellas. A veces se sentaba en la ventana acariciando una guitarra, dejando escapar las notas de Moon River con tanta suavidad, que parecía que el video estaba reproduciendo de nuevo la película.

Se miró al espejo, su mano enguantada jugueteó con una boquilla extensible sin cigarrillo. Un mechón rebelde escapó del recogido. Espolvoreó laca por su pelo. Vestida de negro, con un collar de perlas artificiales, se veía perfecta. Tomó el bolso y salió a la calle.

La noche fue tragándola a cada paso. La escupió de madrugada, rodando como las perlas de su collar, con sus anhelos deshechos enredados en su melena, mientras en el aire sonaban las notas de una canción: There’s such a lot of world to see.

71. LA MENTALISTA

Estoy pensando en dejar la peluquería, seguir la tradición familiar y explotar mi mente como hicieron mis antepasadas.
He mantenido a raya mis poderes, pero bien por los efluvios químicos de la laca, bien por el aumento de la actividad sanguínea al masajear los cueros cabelludos, se ha puesto en marcha el flujo de pensamientos de las clientas hacia mí y sé todo lo que pasa por sus cabezas.
He sabido que Marieta se ha enamorado y tiene una cita, y que Julia superados los efectos de la quimio luce su antigua melena.
Enterarme de que la nueva clienta, una actriz en paro, se peina para su última escena por si la prensa la fotografía después de su suicido, es desolador. Tanto como saber que la mujer de Jaime, la cita de Marieta, planea dejar el gas abierto el próximo lunes mientras él se echa la siesta, antes de salir para aquí a ponerse unas extensiones, necesita cambios drásticos en su vida, además -se dice- llegado el caso la peluquera me servirá de coartada, tiene pinta de estar en la luna y si la poli pregunta no atinará con los horarios.

70. Trampas literarias

«La joven se cubre el rostro mientras la peluquera rocía su cabello para fijar el peinado. No se atreve a abrir los ojos en el día de su boda». He escrito esta ficción nutrida de silencios de forma premeditada, con el propósito de que cada lector desarrolle su propia interpretación. O eso quiero pensar, aunque enseguida me pregunto si no será una coartada para disfrazar mi falta de talento. Interrumpo esta reflexión justo al entrar en la peluquería que me ha inspirado. No la reconozco. Es un espacio fragmentario, un sillón, las tijeras y medio espejo insinúan la naturaleza del lugar, pero a la vez aparece poblado de ausencias que lo hacen incompleto. De repente, como si el tiempo se hubiera condensado, descubro que el peluquero ya ha terminado. Dice que me tape los ojos antes de aplicar el fijador. Y así permanezco, sin apartar las manos de la cara, sin que ocurra nada más, atrapada en el final abierto con que mi autor ha cerrado la narración. No me atrevo a mirar. Me da miedo lo que pueda encontrar cuando descubra cómo ha llenado el lector las elipsis de este microrrelato que habito.

 

69. Tóxicas amistades (La Marca Amarilla)

El cadáver de Doña Virtudes estaba impecable; la muerte le vino de golpe poco después de haberse arreglado el cabello en la peluquería de la Puri. Todo el pueblo pasó por el velorio, y mientras comentaban la mala racha que llevaban últimamente con los fallecimientos, la hija de la Francisca cayó en que todas eran mujeres y todas con el cabello recién arreglado.

Cuando vino el inspector a interrogar a la Puri acababan de enterrar a Doña Juana, con una permanente reciente que casi le daba vida, parecía notorio que la asesina con pinta de niña buena se ocultaba tras aquella peluquera diplomada, psicóloga en ocasiones y psicópata a ratos.

Los análisis fueron evidentes, la laca estaba adulterada con un veneno volátil que al contacto con un cráneo causaba la muerte de su portador en pocas horas. Puri alegó que no conocía más veneno que la lengua de Doña Remedios, la dueña del estanco, pero todos sabían que le costaría demostrar su inocencia.

Inocencia que conocía el despechado y aterrado Anselmo, eterno pretendiente, que a la vez ignoraba el alcance mortal de aquel juego de química que tomó prestado de su sobrino, para arruinar el negocio de su odiada amada.

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