Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

54. Títulos de crédito o el crédito del título

Era su turno, y como tantas otras veces salió al entablado para representar las escenas que le habían marcado.

¡Cuándo quiera!, oyó desde las butacas.

Todo eran escenas en las que una mujer, dotada especialmente para la alegría y la convicción, transmitía la felicidad incuestionable de la vida y daba un vuelco espectacular a las pesadumbres de los demás.

No lo hizo mal, pero la competencia era siempre muy fuerte, así que tampoco albergaba mucha esperanza.

Tras un gracias, el director le pidió que mientras un foco le iluminaba la cara en la oscuridad, se dejara llevar mientras pensaba en su pasado, su presente y el futuro que visualizaba.

Así lo fue haciendo, envuelta en un silencio que atronaba y que poco a poco clavaba alfileres en los corazones que no se escuchaban.

Tras unos cinco minutos, el director no pudo más. Hizo un gesto para que encendieran las luces y otro para pedirle que podía retirarse.

Tardó un buen rato en recuperar el habla: Ella será la protagonista en caso de que aún pueda atreverme a dirigir esta película de mierda.

 

 

 

53. Las mejores críticas (R. L. Expósito)

La joven Cate cumplía el sueño de actuar en un festival de teatro griego. Aguardaba su turno entre bambalinas cuando advirtió, demasiado entusiasmada, que las gradas de piedra del hemiciclo estaban repletas. ¿Cómo iba a defender su monólogo lleno de llanto contenido, si salía al escenario sonriendo? Sería el principio perfecto de una carrera truncada… Para evitarlo, se tragó la sonrisa —revoloteaba en su estómago— y entró en escena fingiendo aplomo.
Caminaba con la túnica al viento, sofocada porque aquella tarde veraniega hacía bochorno y porque su sonrisa regresaba pecho arriba, le hacía cosquillas en la garganta. Apretó los dientes, contuvo la risa. Si ahora cediese, ¡¿arruinaría su interpretación con carcajadas tragicómicas?!
Afligida, desquiciada por tener aquella euforia a flor de piel, Cate miraba al cielo suplicando algún milagro… y divisó los nubarrones de una tormenta inminente.
El corazón le dio un vuelco, derramó su última esperanza. Luego empezó a recitar —la inercia de meses de ensayo— y su rostro se deshizo en pucheros tan amargos, tan genuinos, que el público asistió sobrecogido —mientras pudo— a la actuación más convincente que jamás hubiera imaginado.
Por eso en la prensa del día siguiente, a Cate le llovieron las mejores críticas.

52. CAPTACIÓN ANULADA

Muecas absurdas es un rostro sin color: no veo mejillas arreboladas, ni ojos cargados de pena. ¿De verdad crees que vas a engañarme con un mohín infantil? ¿Acaso crees que no percibo ese brillo malicioso que te distingue?

Cuando se miente por costumbre pierdes la fe de tus semejantes. Y aunque pienses que algunos hombres que rozan los setenta en soledad van a caer rendidos a tus pies y tus encantos dándotelo todo, la próxima vez cerciórate de que no tenga hijas. Al menos una como yo.

 

51. Soledad

Se levanta de una cama arrugada. Sus pies desnudos no reconocen el suelo que pisan. Observa la espalda desnuda que la acompaña. Imágenes inconexas pueblan su cabeza. Se yergue y observa el anillo que un día le colocó su marido. Lo abandona con la mirada para dirigirse al baño.

“¡No he hecho el amor!”                            

Enciende la luz del baño. Una luz juzgadora, cegadora. Es un instante. Se mira en el espejo y no sabe que decirse. Todo es nuevo. Mira al techo del lavabo decepcionada, asustada.

“¡Ni siquiera he follado!”

Recuerda conversaciones con amigas. Mensajes y fragmentos de películas y novelas románticas. Artículos, canciones,… Nada de lo que ha podido ocurrir esta noche se asemeja a lo que ella había imaginado que ocurriría. Y este despertar menos. Esta sensación extraña de no saber, de no sentir, de no pensar, nadie se la había explicado.

“¡Me he dejado follar!”

Decide ducharse aprovechando su desnudez. Es lo que hace cada mañana en la soledad de su casa. En su hogar que no es este lugar de paso. Y al que acudirá cuando se vista para llevar a su hija al colegio y regresar a sus rutinas laborales, una vez más sin él.

50. Incontinencias (Raquel Lozano)

Me tilda de exagerada y me pide paciencia la malhumorada rechoncha de ojos saltones que me precede en la cola del baño. Retuerzo mis piernas y las ganas de decirle algún improperio y aprieto la musculatura del suelo pélvico. Para más INRI, el grifo gotea como la canción que suena afuera, des pa ci to.

Mi vejiga no puede soportar tanta presión así que golpeo la puerta de la rechoncha, que ya ha entrado y que a tenor del sonido, alberga las cataratas de Iguazú bajo su falda.

Una vez dentro descubro que ha agotado todo el papel higiénico, supongo que en limpiar sus inmensas nalgas; que no ha tirado de la cadena y que ha olvidado su móvil sobre la papelera.
Cuando mi esfínter se relaja, lo hacen también mis ojos al ver cómo navegan sus datos al presionar, yo sí, el mecanismo para vaciar la cisterna.

49. Jani murió de sabañones

Según la ciencia debí conocer a Jani a la edad de 3 o 4 años. Recuerdo que un día yo estaba sentado en el suelo jugando con un Fort Apache de empalizada de madera (no de plástico) con su torre de vigilancia, su saloon y sus soldados de uniforme azul y pañuelo amarillo al cuello.

Supongo que en algún momento debimos discutir o quizá Jani no estuvo a la altura de mis expectativas. El caso es que me levanté y fui a la cocina a contarle a mi madre que Jani había muerto.

—¿Y de qué ha muerto?

—De sabañones —respondí.

Imagino ahora sus esfuerzos por mostrarse cariacontecida, aunque la verdad es que no hacía falta.

En esa época los sabañones eran una constante, como también el papel el Elefante, los gorgojos en las lentejas a granel, los cables de la luz trenzados recorriendo las paredes o las cisternas a la altura del techo. Y a mí, tanto oír hablar de ello, tener sabañones debía parecerme una enfermedad terrible que ocasionaba la muerte. En consecuencia, maté al pesado de Jani a base de sabañones, porque, bien mirado, lo maté. Yo lo había creado y yo lo desterré de mi imaginación.

48. Mentes rotas (Asunción Buendía)

Ha llegado a la consulta una joven realmente encantadora.

Mira con precaución el conjunto de la sala de espera. Nada nuevo. Desde que trabajo en la consulta del doctor Robles, he tenido ocasión de observar multitud de personas y de comportamientos, ocupo un puesto privilegiado. Puedo parecer una simple auxiliar que recibe a los pacientes. Pero la realidad es que dispongo de una atalaya inmejorable, un puesto de observadora silenciosa. En este preámbulo cada uno se comporta como lo que es, aún no están frente al especialista, aún no se saben estudiados. Aún no tienen que hablar. Hablar es para ellos como desnudarse, aunque yo doy fe de que todos lo hacen delante de mí, porque sin abrir sus bocas, su cuerpo lo dice todo.

La joven es dulce, a su manera guapa, inocente.

Excepto su mirada. Sus ojos carecen de vida, son un pozo oscuro, a pesar de su azul luminoso.

La interrogo mentalmente, pregunto directamente por la verdad, su verdad ¿Qué te ocurre preciosa?

Descompuesta, intento recuperarme de la sorpresa. La muchacha ha mudado el gesto por uno de compungida burla mientras con una crueldad infinita, sin pronunciar palabra, me ha respondido ¿A ti que te importa, puta?

47. Asimetría

Las dos casas tienen tres habitaciones, salón, cocina y baño. En una de ellas los espejos son rectangulares, salvo uno de ellos que es ovalado. En la otra todos tienen quince centímetros de ancho. Las dos casas existen después de la operación de Quique. En la primera los espejos no se usan, en la otra son de media cara. En esta segunda casa Quique y su madre sólo deben verse la mitad del rostro, aunque pueden elegir lado. Así lo han decidido. Quique a veces opta por la mitad obediente y practica una mueca exagerada abriendo mucho la boca, o se ríe y su reflejo se ríe también. Si escoge el lado tramposo sólo se ríe él. O se lo imagina. Su madre se ríe con los dos lados, perfectamente simétrica, pero suele salir a la calle con la raya de un ojo descarrilada o colorete de geisha. Algo impensable en esa primera casa donde sus ojeras se alimentan con el aleteo de recuerdos en páginas plastificadas.

Las dos casas tienen el mismo modelo de puerta, aunque la que Quique usa para salir a jugar cada tarde, despeinado e impaciente por trepar a los árboles del parque, chirría algo más.

46. Miradas sucias

Nadie sabe nada, pero todo el mundo opina. Aunque les falte vocabulario para nombrar las cosas, aunque carezcan de colores en la paleta para definir matices, aunque no tengan luz para entender lo que creen ver. No existe una ética infalible que justifique azuzar los perros a los que son diferentes o se salen de la media, a las supuestas ovejas descarriadas.

Por eso Clara traga bilis y se muerde el labio cada vez que un ignorante le cuelga  otra etiqueta más.  Ya son tantas y tan variadas que ha pensado clasificarlas y hacer una exposición. Las tiene manidas por causas originales, como  la de pésimo gusto por su  cómodo corte de pelo o de mala cocinera por hacer el cocido sin garbanzos. Las tiene extrañas, por su manía de ver el mundo de otro color. Las tiene típicas, de esas que provienen de celos absurdos y envidias malsanas; cuadriculadas, como las mentes que se las pusieron, estúpidas como sus motivos, pueriles, inadecuadas, arcaicas, humillantes. Injustas todas.

Clara sabe que solo le pesarán si cede a la tentación de enturbiar también sus ojos fijándose en ellas y, aunque a veces le duele el cuello de soportarlas, jamás agacha la cabeza.

45. EL PRODUCTOR (Rufino García)

Luciendo el mejor vestido de su diseñador favorito, caminó muy despacio sobre la alfombra roja dejándose acariciar por las miles de cámaras de los medios acreditados. Resplandecía con la seguridad de la ganadora. Ocupó su butaca y siguió la ceremonia entre sonrisas. Tensó ligeramente  los músculos del cuello cuando leyeron los nombres de las nominadas a mejor actriz. Cuando la presentadora abrió el sobre, cerró los puños y apretó ligeramente los dientes. Tenía que ser ella…Tenía que ser ella… Al oír su nombre sonrió y desorbitó los ojos con una espontaneidad ensayada hasta el último detalle.  Subió al escenario con gestos milimétricamente calculados y recibió la tan deseada estatuilla. Sin embargo, en los agradecimientos, se le hizo un nudo en la garganta y no pudo evitar que se le escapase una lágrima justo en el momento que mencionaba a su productor.

43. DECLARACIÓN

Aquel viernes, después de salir del baile de la tercera edad, mi compañero sugirió que jugáramos un bingo.Yo estaba incómoda con la faja, excesivamente apretada, pero me l a quitaría en el baño -pensé-. La sala del bingo estaba atestada. Nos sentamos en una mesa en el momento que alguien cantaba bingo. Mi compañero de vida desde hacía 1 mes. Un quijote de 81 años con rasgos de dandy. Me cogía la mano con ternura. Yo le lanzaba miradas de mojigata. La suerte parecía esquivarnos. De repente, mi quijote me miró con expresión de enamorado y me dijo -desafortunado en el juego, afortunado en amores-. Se levantó de la silla, incó la rodilla, cogió mi mano, y me pidió matrimonio en medio de una gran espectación. Pensé, que estabamos en una edad sin tiempo para preámbulos. Contesté ipso facto: Sí Quiero con cara de arrobamiento e incrédula con la vida, que me daba la última oportunidad. Mi galán, para sellar el compromiso me puso un anillo con un pedrusco de diamante. El bingo entero aplaudió, y gritó de júbilo. Al día siguiente el bingo ocupó la portada de los periódicos por el robo de toda su recaudación.

42. HOMBRECITOS

Cuando mamá ponía ese gesto, uno de esos gestos de madre, era que pasaba algo en casa: el grifo se había roto y papá lo desarmaba sin éxito, la sopa se enfriaba y el peque estaba jugando en su cuarto, mis notas no eran buenas y yo seguía empeñado en empeorarlas,… En fin, su gesto nos avisaba de que ocurría algo que no le gustaba demasiado, aunque luego fuera ella la que secara la inundación y llamara al fontanero, recalentara los fideos y me tomara la lección hasta tarde o se levantara temprano para terminarme los deberes.
Hace unos días un nuevo gesto se instaló en su cara, y no supimos ni interpretarlo ni hacer nada para ayudarla.
El gesto que tiene ahora es muy extraño, parece compadecerse de nosotros con esa mirada plácida de siempre, pero nos aterra a los tres, aunque mis tías, que han venido al velatorio, se ocuparán de que no nos falte de nada. Eso dicen ellas.

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