Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

51. Premonición (Esperanza Temprano)

Sentada en el malecón imagino caminar sobre la alfombra que el agua teje bajo mis pies, mientras veo una moto que se acerca a gran velocidad por la carretera, derrapa en la curva y su conductora sale despedida estrellándose contra el guardarraíl. En ese momento mis piernas se hunden en el agua a la altura de las rodillas y ya no consigo dar un paso. Después me despierto sudando y angustiada y compruebo que es la misma pesadilla de siempre solo que, esta vez, estoy en un hospital y a pesar de que estoy moviendo los pies no consigo adivinar sus perfiles bajo las sábanas.

50. VACIARSE

Sentada en el bordillo del estanque, Candela se vacía. Gota a gota resbalan de su corazón a sus pies los pesares. No debió engañar a sus seres queridos diciendo que se iba de viaje; ni romper con Marcos por asegurar que la vida sigue. Alegrarse de la lumbalgia que impidió a su vecina visitarla y dejar que la desidia se cobrase todas las plantas de la casa, tampoco estuvo bien.
El agua es ya de un gris plomizo. Con el último «plof» se propone encender el teléfono, subir las persianas, despintar de azul la habitación y donar los juguetes.
Pero hay una gota que va creciendo conforme rueda hasta su vientre, que se detiene en su pubis y avanza hasta llegar a los pies, pero en lugar de caer, retorna diamantina hasta alojarse allí donde el corazón se tornó cuna.

49. Abuelofobia (towanda)

Afirma mi terapeuta que, en este instante, la mitad de abuelos del mundo duerme. Eso me tranquiliza aunque, segundos después, siento escalofríos pensando en los que siguen despiertos.

Mis pies han crecido mucho, casi quince años, pero mi mente permanece enfangada en mi niñez. En puertas cerradas. En manos dibujando mensajes en mi piel; en dedos lengua labios gateando sinuosos entre mis piernas, recorriendo como procesionarias mis intimidades de lactante. En el perverso juego de los secretos; en una puerta abierta por sorpresa. En el esbozo de sonrisa de mamá avisando para la cena; en su desgarrado grito; en su llanto loco que terminó empañándole el juicio… En papá. En su escopeta corriendo desdibujada. En aquel ensordecedor disparo.

Necesitaba regresar al lago. Al embarcadero. He conseguido acercar los pies al agua. Significa un gran avance. Si me esfuerzo, puedo recrear un mapa en blanco. Acelero sístoles. Sosiego diástoles. Pero, de inmediato, adquieren protagonismo estampas macabras que me torturan desde entonces: las manos, el humo oliendo a pólvora, aquella piedra enrojecida del parterre, la sucia soga que anudaron a su cuello, el abuelo arrojado hacia la más negra sepultura… Y papá saltando tras él. Masticando un infierno que no supo adivinar.

48. ÚLTIMA CARICIA

Llegué al malecón cuando apenas amanecía. Me senté lejos de los pescadores con la caja a mi lado. Colgué mis piernas, como un guiñol dejé que empezaran un débil balanceo. Miré mis pies que dibujaban reflejos de sol en el agua. Era un día de otoño limpio como nuestro primer beso, ¿recuerdas?, nuestros labios inconscientes se buscaron cuando llegaba el autobús. Limpio como el vestido de novia, ¿recuerdas?, desafíamos al sacerdote, desoímos consejos, y llevé un vestido blanco con nuestro hijo dentro.Limpio como el parquet del piso nuevo¿recuerdas? lo inauguramos bailando nuestra canción favorita. Limpio como el juego de sábanas bordadas con nuestras iniciales. Limpio como el día en que nuestro hijo embarcó para hacer su vida lejos. Limpio e infantil como tú y tu mirada vacía del último año. ¿Recuerdas?, te cogía la mano, la besaba confiando en que mis caricias estuvieran en tus recuerdos. A veces, durante escasos minutos me recordabas y decías con lágrimas – mi vida -. Acallo mis pensamientos, seco mis lágrimas, abro la caja. Entre mis dedos te deslizas al limpio mar.

47. Soñando despierta (Jesús Alfonso Redondo Lavín)

¿Y si la madre Tetis convirtiera en cola de sirena mis piernas?

Sería maravilloso aletear en el fondo del mar, en las Canarias, levantando tras de mí nubes de arena, haciendo tirabuzones con mi cuerpo dejando que los sebadales pulieran los brillos de mis escamas. Y en el Mediterráneo, sensual, arrastrarme entre los filamentos suaves de las posidonias que peinaran mis cabellos y lamieran mis pechos.

Aquí, en esta bahía, buscaría asubio en covachos, bajo los acantilados del Palacio o del faro, aunque, cada mañana, los graznidos de las gaviotas me despertaran en el puntal. Después, en la bocana, trastearía entre los pecios que tempestades, guerras o la mala estiva hundieron en tiempos de Maricastaña.

Pastorearía rebaños de delfines desde Pesués a Oriñón, haciéndoles cabriolar envueltos en sus chasquidos entre espumas de galernas. Y en las noches de verano, desde los tajamares del puente contemplaría las luces de romería de San Vicente de la Barquera. Y luego, en penumbra, resquilaría, ora nadando ora a pie, el río Miera para besar los labios de bronce del hombre pez.

─ ¡Susana, hija, estás pasmada! Espabila, cálzate las sandalias. Vamos, que ya va a salir la lancha de Pedreña. Arrea, que no espera.

46. Fetiche (Susana Revuelta)

Fue verla entrar por la puerta y caer rendido a sus pies. Al principio metafóricamente, claro. Se llamaba Vanessa. No le pregunté el nombre, qué va. Fue la vieja que iba con ella quien refunfuñó:

—Tacones ni de coña, Vanessa, que pareces un pato mareao con ellos.

Vanessa, Vanessa, paladeé. Anduvo merodeando por las estanterías, cambiando de sitio los zapatos, revolviéndolo todo, y yo detrás, ordenándolo otra vez. ¡Ay, Vanessa, reina mía! En cuanto se hubo decidido, se giró y dijo «eh, tú» y yo acudí presto y feliz a su lado. Después no sé qué pasó, porque nada más entrar en su campo magnético perdí la noción del espacio y el tiempo. Un trance delicioso. Recuerdo ofrecerle una silla, arrodillarme, quitarle una chancla, sujetarle delicadamente el tobillo y deslizar en su piececito, cual Cenicienta, una sandalia de charol negro. Lo siguiente fue despertar de un zapatazo en la sien.

—¡Mamaaa, este tío asqueroso me está chupando el pinrel! —gritaba mi diosa.

Y la bruja, con mirada asesina:

—¡Tú eres gilipollas o qué!

Y tirando de mi Vanessa, Vanessa, salió dando un portazo

Después, lo de siempre. Carta de despido y vuelta a buscar empleo en otra zapatería.

45. Soy una buena persona (María Rojas)

Relajada, con los pies al aire, se quedaba absorta en el ondeo de la tela.
Repentinamente, su pensamiento salía desbocado y guiándose más por el corazón que por la cabeza, atravesaba el Atlántico y se plantaba con el vestido de flores gastadas en el patio de los abuelos.

El señor Morton la cogía por el brazo y ordenaba:
—Venga pa’ acá morena, ahora vamos a nuestro asunto.
La llevaba hasta la mesa, en la que extendía las armas. Ella las revisaba y con tino de asesina y las manos del hombre en su cintura, las iba probando.
—Mira con qué ferocidad brillan estas atrapamundos. Dinero, poder, sexo y violencia —decía Morton.

Ella dejaba los fierros en el armario de la habitación de los niños de las madres imposibles. Los colocaba pegaditos a la caja del instrumental quirúrgico, con el que realizaba con profesionalidad las intervenciones.
En las tardes, entre trapos ensangrentados, iba borrando los números de las armas. Cuando la luz se volvía tenue, veía brincar los corazoncitos de los infantes desperdiciados, como brincan los peces atrapados en una patria tiránica e inaccesible

44. Crónica conmemorativa (Rosy Val)

Le dejará la mochila en la entrada con el almuerzo dentro –hoy toca bocata y pera—, puede volver de repente y olvide llevársela a la escuela. 

Igual que cada mañana se asomará al mar. Le buscará entre las olas, querrá saber si antes de bañarse se mojó la nuca y las muñecas. 

Colocará su cubierto en la mesa, un mediodía más, por si aparece con un apetito voraz. 

A la hora de la merienda escalará montañas. Gritará su nombre, lástima que el eco ya afónico no tenga ganas de réplica. 

Calentará su cama, como si no intuyera que esta noche también la pasará fuera, y por si vuelve hecho un Adán, ropa limpia, como si no supiera que donde está no necesita vestimenta.

Antes de acostarse le dejará las llaves bajo el felpudo, por si aún no ha aprendido a traspasar puertas y mojará su almohada imprecando al cielo y le lloverán ángeles, a cientos: Yéremi, Jonathan, Sonia, Amy, Mariluz, Gabriel…

Entrada la madrugada se quedará dormida. Por muchos sueños que pasen nunca entenderá por qué se lo han robado.

43. CALMA CHICHA (Pilar Alejos)

Amanezco aquí, atrapada en esta agónica calma tras la tormenta. Arde mi piel bajo el sol abrasador mientras el frío se adueña de mi cuerpo. Me rodea el abrazo del mar y este inmenso silencio.

Durante la noche, intenté cabalgar sobre las olas agarrada con fuerza al borde de aquella frágil barca, pero de las profundidades emergieron gigantes que embestían sin piedad, arrasando todo lo que encontraban a su paso. Me lancé al agua antes de que la embarcación, hecha añicos, saltara por los aires cuando el viento sopló con tanta violencia que acabó por vaciarse.

Pasan las horas sin que suspire ni la más leve brisa. Empiezo a impacientarme. Me preocupa que nadie me eche de menos o que no sepan dónde buscarme. No me preguntaron mi nombre al embarcar y como pasaporte bastaron aquel puñado de billetes mugrientos. Sin equipaje. Tan solo con la necesidad de huir para sobrevivir.

Con los ojos entreabiertos, inundados de mar, miro al cielo. De pronto, el agua me mece y danzando desnuda con las olas arribo a la playa. Varada sobre la arena, espero que alguien me reconozca por la pulsera de mi tobillo izquierdo e identifique mi cuerpo.

42. GENÉTICA. Paloma Hidalgo Díez

Cuando mamá se perdió en el mar, papá me cuidó por los dos. Fue un padre estupendo. Hasta que hace dos semanas, me aisló del mundo. Yo insistía en que podía confiar en mí, en que yo no le iba a abandonar como ella hizo. Le grité lo que él me decía cada vez que paseábamos por la playa, eso de que para mi fortuna, la genética parecía haberse olvidado de una buena parte de los genes maternos. Pero no sirvió de nada. Empezó a vigilar a diario las manchitas de mis pies, y con aquella pulsera odiosa, el crecimiento de mis tobillos. Creí que se estaba volviendo loco.
Hoy, que cumplo doce años, al meterme en la ducha, he comprendido todo, quizá la genética no se ha olvidado de nada:las manchas han dado paso a un mosaico de escamas plateadas, los tobillos se han soldado, y entre los dedos, me está brotando lo que supongo que va a ser una impresionante aleta caudal.

41 . AMOR A CACHITOS (M.Carme Marí)

Te bajaba con mi autobús a la capital, después de comer, y volvías también conmigo al acabar las clases en la universidad, o a veces en el último trayecto tras estudiar en la biblioteca. Solíamos charlar un rato, sobre todo si nadie más viajaba hasta tu pueblo que cerraba la línea.

Irradiabas vida y juventud con tu ropa colorida y unos complementos siempre a juego: colgantes, pendientes largos, pulseras en muñeca y tobillo… ¡Ay, esas miradas coquetas! Estaba seguro de lo que querías insinuar sin atreverte a decirme nada. Busqué ponerlo en claro llevándote a mi casa una noche. Pero no funcionó. Me rechazaste. Además noté que me tenías en poca consideración. Yo, en cambio, hacía meses que adoradaba cada parte de tu cuerpo.

Al final encontré la forma de que tus manos me acariciaran. Me serví de mi curso de taxidermia. Ahora, colocadas encima del bufet, siempre contienen azucenas y rosas para que cuando me rocen pueda percibir ese aroma floral que desprendías. Tus expresivos ojos los conservo en formol sobre el piano, desde donde sigo sintiendo tu coquetería. Y tus piernas, que nunca abriste para mí, las lancé al mar para no recordar tu desprecio.

40. Descalza (Sara Nieto)

Moría por unas  Converse rojas. Se gastó todos los ahorros por pagar el precio. Prohibitivo para sus quince años. Imprescindible para entrar en el grupo de las elegidas. Y la magia se obró. Saltó a las pistas y ganó todas las carreras. Con una litrona en una mano y su inocencia en la otra apuraba los días aciagos de la adolescencia. Entre el humo de un porro apareció su primer amor. Y en una calada desapareció. Luego se perdió en el alma y en los cuerpos de muchos otros. En aquella época las risas eran incontenibles. Los llantos también.  Los besos eran rosa chicle.  La tristeza,  de un azul intenso.  Y el vacío era transparente y opaco al mismo tiempo. Se cortó el pelo, se pintó la piel. Se borró el nombre por no borrarse ella misma. Una madrugada en vez de volver a casa viajó en autoestop hasta el mar. Se sentó en el espigón  y miró sus pies desnudos, hermosos, brillantes como dos peces recién sacados del fondo. Al volver olvidó sus viejas zapatillas. La suela estaba gastada y con agujeros. Y ella  ya hacía meses que tocaba el suelo.

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