Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

SERENDIPIA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en SERENDIPIA

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LA SERENDIPIA. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
15 DE NOVIEMBRE

Relatos

71. Sazonador (Blanca Oteiza)

No sé qué pensar. Quizás deba poner sal a la vida. Hacer la maleta y salir a buscar la receta de la chispa que me falta en la cocina. Los fogones no son lo mío y los guisos terminan yendo por la ventana de los desperdicios. Cansada de danzar entre sartenes y cacerolas decido buscar otra pista de baile que alegre mis tardes.
Sin el delantal salgo al encuentro de nuevos sabores que endulcen mi paladar. Quizás me haga repostera donde poder embadurnar mi cuerpo en salsa de chocolate y crema. Sin mucho caminar encuentro al panadero que me anima a traspasar la puerta nevada de harina. Amasar de madrugada las hogazas con música de fondo que habla de amaneceres junto al fuego, magdalenas y aroma a café recién molido.
No sé si la sal está en el salero, pero el azúcar está a mi alrededor cuando comparto mis platos con quien aprecia mis manos.

70. ADICTA A LA LIMPIEZA (Amparo Martínez)

Le gusta estar allí… En esa habitación, Aurelia se siente nueva, sin estrenar. Por eso practica muecas sobre las sábanas limpias. Como no consigue incorporarse de la cama, se sorbe los mocos y olfatea. ¡No huele a tierra mojada! Se extraña (su abuela maldecía los días de lluvia: eran los culpables del condenao agarrotamiento que la esclavizaba a su camastro). Le escuecen los arañazos. Se descubre algún moratón, pero… ¡ni rastro de roña! Sonríe.

La niña que jugaba en el parque estaba sucia, casi tanto como aquella muñeca de la alcantarilla. “Aurelita, ¡tira esa moña! ¡No vas a meter más porquería en casa! ¿Me oyes?… Esta muchacha, además de tonta, ma salío sorda”, se lamenta su madre. “La cría no tie la culpa, mujer, cuando la chola no funciona…”, tratan de consolarla las vecinas, sin frenar el ritmo de sus ganchillos. Aurelita desnuda a la muñeca, le escupe hasta quedarse seca y, luego, restriega la saliva ennegrecida… Poco a poco aparece el plástico rosa y suave.

Ayer, cuando la internaron, hicieron lo mismo con ella. Por eso, Aurelia está contenta y ensaya pucheros miserables de loca exmugrienta, para engañar a esa gente que la abuchea dentro y fuera del hospital.

69. COFFEE & CIGARETTES (Javier Puchades)

Si fuese verdad lo que dicen de mí, sería la última persona sobre la faz de la tierra. Total por lo que ocurrió aquella vez…
Era una mañana soleada, aunque por la tarde jarreó. De haberlo sabido, no habría utilizado mi mejor cara para convencer a mamá de que limpiase por fuera los cristales del comedor, ya que conforme estaban no podía cotillear. Ella, decidida, se subió al alféizar. Yo la sujetaba por los tobillos. Entonces, apareció una abeja (que a qué mala hora puse flores) y la solté. Ella se tambaleó, pero pude agarrarla, lástima que con el aspaviento tiré una maceta al vacío con tan mala fortuna que golpeó en la cabeza del Anselmo, el del tercero, que estaba asomado fumando y allí se quedó. Se montó tal follón que acudieron: policías, bomberos, ambulancias… Menos mal, ya que cuando me llevaban detenida, se escuchó una explosión. Grité: “¡la cafetera!”. Con el jaleo, la había olvidado. Aquello hirvió, apagó el fuego y el gas… Y como mi Mariano tenía la costumbre de encenderse un cigarrillo al levantarse… pues que salió por los aires junto con el piso.
Ven cómo el fumar mata. Y luego dicen que soy gafe.

68. TAXONOMÍA

Aquel día, cuando me llamaron al despacho de dirección, sentí el abismo frente a mí. Sólo el llanto disipaba tanta angustia.

-¡Siéntese! -escupió don Francisco tras su escritorio mientras palpaba con los ojos unos folios que temblaban en su mano. – ¡Esto es increíble! –repetía aturdido. Entonces soltó las hojas que volaron libres, rodeó la mesa y se acercó hasta poner su cara frente a la mía. Como en un espejo podía verme en sus pupilas y su aliento me provocó una arcada. -Veamos –dijo para sí respirando profundamente-. Su clase está compuesta por unos veinte individuos. Usted puede definir cada uno de ellos, igual que yo. Por ejemplo: El alumno Rodrigo es un agarrado, el señorito Ibarrola será un rico heredero, la señorita Arroyo es muy hábil con las matemáticas y Pizarro quiere ser bruja. Iniesta siempre está jugando con el balón, Morales es el que escribe poesía en el recreo, Calvo la chica que todo lo sabe, Ontanares el nuevo, Estévez el de los chistes fáciles, López y Andrade son dos amigos inseparables, Iglesias quiere ser delegado de clase, González roba… Pero usted ¡Usted! ¡Nadie sabe qué diablos es usted! ¡Deje ya de confundirnos a todos y defínase!

67. Aliento contenido Calamanda Nevado

Era mediodía, cuando el sol quema más,  una familia numerosa pescaba con los pies a remojo en el cauce bajo del rio.   Con juegos  y risas desproporcionadas, observaban aquel  campo con los ojos entornados. El prado amarillo y verde parecía azul, y   era solo para ellos y   sus árboles. A lo lejos se acercaba la tormenta y las nubes se rajaban de abajo a arriba; ascendiendo.

Los aromas y colores todo lo colmaban; aun así,  la sombra de las ramas se quejaba al  afluente por el próximo temporal y el nauseabundo olor a tierra húmeda.  A las aguas de aquel exótico barranco  les preocupaba la mano negra  del rayo; las haría perder la mansedumbre de sus espejos y el esplendoroso reflejo del pinar verde; incluso alterarían su color y sabor  las blandas cortezas quemadas.  

De pronto el espantoso  ruido seco del trueno conmovió a todos haciéndoles volver a la realidad. La corriente  del agua los lamia con su larga  lengua sin dudarlo, dándoles fuertes patadas en la espalda bajo infinitas  nubes grisáceas.

Desde entonces la madre ve llover con los ojos muy abiertos y los labios prietos, y  se asoma al cielo  intentando desplegar unas alas invisibles, y una nana.

66. YO ME RETRACTO

No quiero ni imaginar mi mueca… Quiero seguir viviendo. Necesito respirar y prometo encontrar sentido a mi existencia.

Mi vida pende de un hilo así como mi cuerpo pende de esta soga que abraza mi cuello, que baja de la viga de un feo cobertizo en una vieja casa, como yo, abandonada.

Ahora me arrepiento de haber pateado la banqueta y aquí, con mi ridículo balanceo, sigo pateando al aire en busca de algún soporte o de la puta banqueta que a pisar no alcanzo.

No, no quiero ni imaginar mi mueca… Qué lenta es la asfixia y cuán largometraje de vida me evoca. Patear ya es inútil, lo sé, pero cejar no puedo. Sólo quiero vivir, pisar, respi…

 

IsidroMoreno

65. En defensa propia

Dicen que las mujeres lloran frente al espejo y los hombres los rompen. Pero no siempre es verdad.
Celia no consigue verse reflejada en ninguno. Y no son precisamente las lágrimas las que le nublan la vista. Recorre probadores de tiendas, baños de estaciones y ascensores buscando otros. Se resiste a creer que son todos iguales. «Alguno habrá que sepa apreciar cómo soy» piensa.  Por eso se  maquilla de rojo los labios y embadurna sus ojos con espesos potingues; poniendo especial énfasis en tapar las oscuras bolsas que le rodean la mirada. Quiere marcar un territorio que antes no dejaba indiferente.  Se atormenta  pensando que ya no la adora como antes, cuando la piropeaba y le hacía sentir la más bella de todas las mortales. No alcanza a comprender su invisibilidad. ¿Qué culpa tuvo ella de aquel arrebato? ¿Debía tolerar que le devolviera una imagen arrugada? ¿Unas ojeras penosas? Y ese rictus… ¡no lo soportaba!
Lo cierto es que él, con sincero talante, tampoco tuvo la culpa cuando ella despertó con ganas de quebrarse ni cuando sus puños cerrados la emprendieron con él. Sus añicos, diminutos y afilados, sólo actuaron en defensa propia.

64. Llovía todo el tiempo

Mi primer recuerdo lúcido fue considerar a mi madre una miserable porque me untaba en las tostadas poquísima Nocilla, no como en el anuncio. No la odiaba, pero nunca nos caímos bien. Luego, lo normal, suspensos en matemáticas, unas tetas pequeñas, el novio de mi mejor amiga acariciándome, la soledad suplantando a mi sangre, la polla de algún profesor de la facultad, el diploma de Magisterio ardiendo, los ojos llorosos de mi padre, gritos, portazos…

Tengo un recuerdo que no puede ser real: llovía todo el tiempo. Llovía sin nubes, llovía dentro de la casa, llovía bajo mi piel… Luego, el tipo aquel del paraguas que no se iba. El cabrón consiguió que escampara. Probamos un tiempo, nada planeado. Tuvimos a Dani y comencé a actuar en algunas obras. Cuando tuve a Berta, cogió su paraguas y se largó. Lloré solo un día porque al día siguiente tenía mamografía y la audición para aquella primera película de Zlateck. Ayer cumplí cincuenta. Berta huyó hace tiempo, dice que soy una miserable, que la he ignorado desde lo de Dani y creo que tiene razón. ¿Qué cómo me ha tratado la vida? ¿Quieres un titular o un epílogo? Vamos, no me jodas.

63. Remesas defectuosas (Jerónimo Hernández de Castro)

Es el mejor. A pesar de publicar constantemente su secreto, no hay ingeniero biofacial como él: Lo importante es la elasticidad de las comisuras, insiste. Si no se trabaja desde la primera puesta en funcionamiento, la sonrisa original de fábrica se pierde pronto y se desploma enseguida en sucesivos pliegues de tejido plástico, que retuercen el gesto del humanoide para siempre.

Él mira cada androide con ternura, como si fuera una criatura única y acaricia con golpecitos sus mejillas inertes, para dotarles de esa pizca de alma que pueda ser autocaptada por su precaria inteligencia artificial.

62. Hasta que la muerte nos separe (Montesinadas)

Cuando nos besamos ante el cura y los invitados, nos comprometimos, y era nuestro deseo, amarnos toda la vida. Un sueño que, con el paso del tiempo, se volvió en nuestra contra. Sin saber cómo, perdimos habilidad para relacionarnos, los pucheros y payasadas ya no bastaban para dar por terminada una bronca casi desde su inicio. Los pecados veniales, que dejaban los enfrentamientos en tablas, desembocaron en reyertas mortales, sin penitencia que los redimiera.

Aquellos susurros cariñosos vieron llegar contestaciones violentas, las palabras, dulces y mimosas de otro tiempo, se tornaron en munición de artillería pesada, insultos y ofensas que buscaban hacer el máximo daño al enemigo devolviendo el dolor mil veces aumentado.

Olvidamos cómo pedir perdón y, cada mañana, toca ir al frente. La intimidad se ha convertido en un juego esquivo para evitar el roce, como si estuviéramos envueltos con alambre de espino. Entre los dos, un ensordecedor ruido de hierros y la falta de aire fresco. Vivir juntos es como habitar en el interior de un tanque. Mirarnos a los ojos disparar sobre las trincheras que han brotado entre nosotros, un campo de batalla por el que transitamos, atentos a nuestra espalda, preguntándonos quién disparará primero.

 

61. Un rayo de esperanza

Ya llevo dos años en este agujero. Procuro mantenerme vestida y lo más arreglada posible. Me ayuda a sentirme persona. Me peino con los dedos hacia atrás. Como el agua no es muy abundante, la propia grasa permite que se me quede repeinado, como si llevara gomina…¡Gomina!…No sé ni cómo soy capaz de recordar esa palabra. Ese objeto. Ese concepto. Todas las paredes rugosas de este lugar están llenas de marcas. Decidí empezar a hacerlas el segundo día de mi cautiverio. Pensé que me ayudarían a calcular el tiempo y a tener algo que hacer. A veces las cuento, las sumo, las resto. Eso me permite aguantar. Sigo conservando la esperanza de que me encuentres y me saques de aquí. Por favor, ven hoy. Es mi cumpleaños. Por favor, asómate de una vez por todas a ese agujero en el suelo y sácame de aquí.

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