Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

NEPAKARTOJAMA

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en el tema que te proponemos

ENoTiCias

Bienvenid@s a ENTC 2024 Este año, la inspiración llega a través de conceptos curiosos de otras lenguas del mundo. El tema de esta última propuesta es el concepto lituano NEPAKARTOJAMA, o ese momento irrepetible. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
Esta convocatoria finalizará el próximo
31 de DICIEMBRE

Relatos

46. A la deriva (Javier Igarreta)

Siempre había sido reticente a los cachivaches electrónicos. Sólo tenía un móvil elemental. Eso de ceder el control de sus asuntos a los duendes de la tecnología le causaba cierta preocupación. Cuando, sospechando que el fondo lo deseaba, su nieta le regaló un portátil, lo aceptó a regañadientes. “Sólo para cosas necesarias”, insistía para justificarse. Como temía aquel aparatito pronto se le hizo imprescindible, robándole el tiempo que antes dedicaba a otros menesteres. Incluso dejó de acudir a la Ópera. Para compensar, de vez en cuando escuchaba algo de Donizetti. Pero nunca pensó que aquel nuevo pasatiempo entrañara peligro alguno. Una tarde, mientras navegaba rutinariamente por Internet, notó una brusca retracción en el pulgar derecho. Antes de que pudiera reaccionar, el enhiesto apéndice comenzó a replegarse sobre sí mismo, arrastrando a los otros dedos a hacer lo propio. Su mano desaparecía por momentos. El menguante muñón escaló imparable brazo arriba. El fenómeno autodestructivo simultáneo en todas las extremidades y acabó finalmente en los órganos vitales. Incapaz de procesar los sentimientos encontrados y las ideas preconcebidas, el sistema colapsó y el ordenador hizo plof. Una furtiva lágrima resbaló cadenciosa por la superficie de la pantalla.

45. ENSAYO SOBRE LA KALOPSIA

─Que bonita está la noche. ─dijo el baterista con voz queda.
Recostaba la cabeza sobre el cristal salpicado de lluvia. Fuera una luna amarilla paseaba entre girones de nubes grises. Sopló el humo del canuto que ardía perezoso entre sus dedos.
El guitarrista jugó con una escala de blues y luego dijo:
─Eso es kalopsia.
─¿Qué?
Kalopsia. Es cuando los petas te hacen ver las cosas más bonitas de lo que son. Se llama así. Kalopsia.
El baterista hundió las mejillas en una chupada profunda, le patinó un pie del banco de la batería donde estaba apoyado y pisó el pedal del charles produciendo un sonido sincopado.
─¿Cómo cuando tu padre conoció a tu madre?
El guitarrista sonrió y tocó burlón ¨La pantera rosa¨. Tenía una nariz enorme que sobresalía entre dos cortinas de pelo. El bajista repitió la melodía algunas octavas más grave y el otro disparó el resto del porro con sus dedos y este chisporroteó contra el electrobajo y todos rieron.
─La sublimación de toda la vida. ─dijo Rosendo con su acento carabanchelero.

44. La tristeza tras las risas (Jesús Navarro Lahera)

Se enjugó las lágrimas y se puso las gafas de sol. Luego cogió el vaso con ginebra y zumo de naranja que tenía delante y dio un trago. Con él en la mano avanzó hasta la puerta, y antes de abrirla encendió un cigarrillo y pegó una profunda calada. Se alegró de no tener que sonreír. Una noche más, no iba a esforzarse mucho en mantener el semblante serio. A nadie le importaba que la pena le corroyera, solo querían divertirse. Así que salió al escenario, se sentó en el taburete y, con voz gangosa, preguntó: ¿Saben aquel que diu…?

43. FUTURO ESTUDIANTE DE HOGWARTS (Isabel Cristina)

Al niño le gustaba observar trucos de magia, descubrir cuál había sido el movimiento de manos del mago y cómo había jugado con la visión y la mente del espectador. 

El niño, cada día  fantaseaba practicando nuevas estratagemas. Su gran ilusión, era  sacar de la chistera, como si fuera lo más fácil del mundo, su precioso conejo blanco, lo llamaba Pompón. Tenía que guardarlo allí. Había estudiado el procedimiento y seguía los pasos uno a uno pero todavía no lo había conseguido, el animal se le resistía. Al infatigable niño, le daba la impresión de que Pompón se reía de él cuando le mostraba sus prolongados dientes y movía los bigotes.

En su inocencia infantil, soñaba cada noche con ese peluche dentro del  bombín,  sobre su cabeza.

En su inocencia infantil, también cada día practicaba una y otra vez su futuro espectáculo (el mejor del mundo); pero claro, cándido como cualquier  chiquillo, no se dio cuenta de que Pompón apenas dormía; cada noche  entrenaba la manera de que el aprendiz de mago, no consiguiera acurrucarlo en esa mini-chistera. No le resultaba fácil estirar al máximo las patitas traseras,  por eso, el conejito  practicaba y practicaba y….

42. Hojas de otoño (Susana Revuelta)

Parece una canción de Miles Davis lo que se oye en el callejón. Suena bien; un transeúnte incluso se detiene —pese al frío helador de esta noche de enero—  al llegar a la esquina. Afina el oído, gira la cabeza buscando de dónde procede la voz y descubre a un tipo, greñudo y andrajoso, acurrucado en el embalaje de un televisor Samsung. A ratos canturrea o bebe de la botella o aspira una calada de humo, y sobrecoge al transeúnte ver la paz que irradia de su semblante al llevarse el cigarro a la boca, chuparlo con fruición, saborearlo como nunca antes había visto.

Se arrellana entre las sombras, hechizado por la melodía de Autumn leaves, hasta que el tarareo se licúa en sollozo al quemarse el pordiosero los dedos con la colilla consumida. Le escucha entonces gemir «my darling, my candy, the lovely thing, my sweet Adeline» y se aleja conmovido, fantaseando con la mujer fatal que desgarró el alma del pobre infeliz. Idea más lírica que imaginarle gastando las limosnas en vodka barato en un burdel lúgubre, donde la más vieja y triste de las putas, al despedirle, le prende entre sus labios rojos de carmín un cigarrillo.

41. Curvas

La inmunidad de mi cuerpo ante la adolescencia me desesperaba. Los cambios, más que manifiestos, en algunas de mis compañeras, me generaban brotes de envidia que mermaban la poca autoestima que tenía en aquellos despiadados catorce años. Ni los quince ni los dieciséis aportaron mucho más que granos, vello y cambios hormonales, así que me rendí. Alta, fibrosa, delgada, en las antípodas de las chicas de las que todos se enamoraban, dejé de hacer todas las tonterías que aseguraban la aparición de las curvas, y redirigí los esfuerzos hacia lo que sí se podía cambiar. Empecé a sacar buenas notas. Esos sobresalientes, las matrículas, las becas a la ejemplaridad en la universidad, que me abrieron las puertas a trabajos escandalosamente bien pagados. Y por fin llegaron mis deseadas operaciones de cirugía estética. Ya tengo todo lo que quería. Un increíble par de tetas. Dos costillas menos que acentúan esta cinturita. Un culo hipnótico. Y muchos ligues. Sin embargo, brotes de envidia siguen, ahora, cuando veo gestos cómplices, esos pequeños detalles de las parejas que se quieren.

40. GRECIA – EPI

GRECIA

He visto un documental por la tele y resulta que Grecia está rota.
Estuve en 1976 en el viaje de fin de carrera de Medicina. Conseguí que mi novia Luz fuera con nosotros.
Ya en el hotel, el que repartía las habitaciones dijo, vosotros juntos.
Subimos y aunque era un poco cutre, nos pareció un Palacio. Juntamos las camas y si por nosotros hubiera sido ni hubiéramos cenado.
Al día siguiente, en la Acrópolis, las fotos que tenemos, ya de color sepia, nos muestra abrazados o haciendo el tonto. En una, imitamos a las cariátides.
La puerta de los leones en Micenas nos pareció ridícula. Casi había que agacharse para atravesarla. Y el resto eran como los corrales de mi Extremadura.
En Epidauro, en Delfos y en cabo Sunion fuimos muy felices. En las piedras nos subíamos y poníamos las posturas que habíamos visto en el Museo Nacional.
Los griegos hablaban con nosotros y era muy simpáticos y no paraban de decir Franco caput, Franco caput.
Para decir si, niegan con la cabeza y para decir no, asienten, con lo cual era un lío el que nos hacíamos con ellos al hablar.
Me da pena como se ha estropeado Grecia.

39. Efímero

Se lavaba las manos mientras contemplaba su rostro reflejado: «Sin duda tengo delante lo más bello del museo», pensó. El aroma a narciso que desprendía el jabón acentuaba su divina autopercepción, elevándose sobre la mundana envidia que creyó leer en la cara del tipo feúcho con quién compartía aquel lavabo público. Por supuesto, ni consideró que esa frente arrugada y ese rictus contraído se debían al ‘aroma’ que acababa de depositar en la estancia, mucho más penetrante y humano que el del narciso.

Salió del baño y se dirigió a la siguiente sala convencido de que tampoco allí encontraría obras a la altura de sí mismo. Estaba dedicada al arte ancestral; máscaras y esculturas quizá feas, sí, pero impregnadas de una sabiduría muy antigua en lo más profundo de la madera.

Lo que allí sintió le trastornó. Aquellas figuras percibieron su menosprecio y, de algún modo, le transmitieron que, aunque desgarbadas, permanecerían eternas e inmutables mientras su belleza se marchitaría hasta la decrepitud. No pudo aceptarlo y de pura rabia empezó a romperlas.

Detenido por vandalismo, fue condenado a seis meses en uno de esos lugares con duchas donde, precisamente, la belleza suele ser muy apreciada.

38. La verdad sobre Nunca Jamás

En Nunca Jamás los niños no crecen, pero sí tienen responsabilidades. Forman grupos con funciones bien definidas. Así, hay Pescadores, que, además de peces, capturaron a una sirena en la laguna para que arrullase sus sueños. Pero en su jaula de madera, lejos del agua, se fue convirtiendo en un pingajo reseco que aún se aferra a los barrotes suplicando que la liberen. También hay Cazadores, que antes de degollar a sus pequeñas presas suelen sacarles un ojo o amputarles una pata como trofeo. Y hay Recolectores, que para distinguir qué setas son venenosas las dan a probar a los más jóvenes y, si no agonizan entre dolor y vómitos, las llevan al refugio.

Por una de las hadas, han sabido que allá en la Tierra un escritor fantasea con narrar su historia. Han elegido a Peter, un chaval fanfarrón con mucha labia, para que vuele hasta su ventana y, mientras duerme, le susurre al oído cuentos adorables sobre polvo de estrellas, princesas indias y dulces pequeños que añoran una madre. Porque aunque en Nunca Jamás los niños no crecen, siguen siendo humanos, y no piensan permitir que ningún jodido juntaletras exponga según qué asuntos privados al escrutinio del mundo.

37. Cegada de amor

Fuimos unas gemelas enamoradas de dos hermanos, también gemelos. Pasábamos el tiempo observándolos y apreciando su extraordinaria belleza.

Un fatídico día nuestro dueño tropezó, resbalamos de su nariz y caímos. No solo perdimos de vista a nuestros amados, sino que la suerte quiso que mi querida hermana se rompiera en mil pedazos. Sin tiempo para llorarla, nos llevaron a un taller reemplazándola por esta intrusa que ahora tengo de compañera, y encima ha resultado ser una verdadera siesa.

De vuelta junto a mis idolatrados, la amargada empezó a criticarlos sin piedad: «que si el color era desvaído y sin gracia», «que las pestañas resultaban escasas», «que siempre tenían ojeras profundas». De tantas cosas como dijo acabé viendo lo mismo que ella, y llegué a sentir tal bochorno que me empañaba toda, resultando un inconveniente para nuestro portador, así que finalmente nos abandonó en un cajón. 

No esperaba este destino, aunque bien mirado me ayudará a descansar de la vista.



36. VERANO DEL 93 (Rafa Olivares)

Semidormida, pego mi cuerpo al suyo y lo abrazo por detrás reposando mi cabeza en su espalda. Ya hace treinta años y ahora lo recuerdo con nostalgia. Entonces yo tenía 15 y Monchito 16, y aunque veníamos coincidiendo en aquel pueblo de la costa desde hacía varios veranos, fue en ese cuando descubrí su atractivo. Que siempre buscara ponerse a mi lado no me pasó desapercibido. El día que rozó mi mano en la feria estuve tiempo sin lavarla y aspirando su aroma,  evitando que ese tramo de piel se contaminara por el contacto con otras superficies. Y cuando, la noche anterior a nuestro regreso a Madrid, me besó la mejilla aprovechando la oscuridad del cine, temí que los latidos de mi corazón se escucharan en toda la sala. 

Ahora, en la cama, con la emoción del recuerdo en mis ojos, el ronquido profundo de Ramón acompañado de un cuesco sostenido me sacan de mi ensimismamiento.

35. El balneario

Aparcó su descapotable en la entrada, un clásico que levantaba miradas a su paso. Antes de salir, se retocó el carmín y se colocó sus gafas de sol estilo “vintage”. Parada, admiró la majestuosidad del edificio. Se dirigió a la entrada principal con pisar estiloso. Abrió la puerta y enseguida se impregnó del ambiente que ella bien conocía. Se dejó llevar.

El suelo de mármol blanco, las paredes estucadas y las estatuas de cuerpos hercúleos que circundaban la entrada. La música del piano que se colaba desde el bar, acompasando el melódico tintineo de las copas de cristal de la gente que disfrutaba del aperitivo, después de una agradable mañana termal, solo al alcance de unos pocos.

De repente, se le aclaró la mirada y regreso. El suelo polvoriento había perdido todo el lustre, las paredes desconchadas. Ya no había estatuas. El silencio ensordecedor inundaba la estancia. Ni un suspiro, ni una pisada. Las puertas que una vez hubo, acabaron en alguna fogata.

El paso del tiempo y el abandono habían hecho mella en el lugar, incluso en ella. Ambos, vivieron el esplendor de otra época. Su mente se negaba a percibirlo desde otra perspectiva que no fuera la belleza.

Nuestras publicaciones