Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

BLANCO Y NEGRO

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en BLANCO Y NEGRO

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán relatos que desarrollen el concepto BLANCO Y NEGRO. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
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Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE DICIEMBRE

Relatos

16. DIAS DE AQUELLOS

Aquella noche la casa se quedó patas arriba. Sintiéndose llena de energía, no descansó  hasta terminar con el último trasto. La casa merecía su atención, recogió todos los enredos. Fue como si algo desde su interior le diera fuerzas para no dejar nada por medio. Puso la radio quería escuchar música suave. Moviendo el dial encontró un recital de Chik Corea. Sonaba después del recién estrenado año bisiesto.

Todos habían puesto su granito de arena antes de irse. La casa guardaba sus aromas, alegrías, carcajadas. Se respiraba el sabor de los afectos. Se sentía tan despejada como la luz que, la luna clareaba por la ventana de la cocina. Cómo apreciaba  días de aquellos, esos que son siempre para recordar. Terminó de oír el recital sentada junto a la radio. El silencio de sus pensamientos se unió a la música. Entrada ya la madrugada por el pasillo hacia el dormitorio deseó disfrutar muchas jornadas así: “No le importaría nunca tener que madrugar al día siguiente.”

Sintió que se movía, ligera, flexible, contenta, al mismo compás, al ritmo que los sones musicales. Los cristales tintineaban junto a la porcelana alegrándose por volver a la vitrina, allí tendrían nuevas y largas conversaciones.

15. Flor de juventud

Con una gracilidad inusual en su edad, aquel hombre de porte elegante se apeó de su trasnochada bicicleta añil. Atravesó la puerta con energía y pidió petunias de todos los colores.
Mi madre exultante tarareaba una melodía antigua que sonaba frecuentemente en la radio, mientras pasaba los tiestos por el escáner.
-Estaba loca por él- dijo mirando al hombre a los ojos- cantaba tan bien y era tan apuesto… creo que aún conservo algunos recortes de sus conciertos.
Me fijé en que al sacar la cartera, las manos de él temblaban y sus primaveras, convirtiéndose en nieve, amenazaban con caer como un alud sobre su corazón remendado. Parecía confuso cuando se despidió con un leve movimiento de cejas.
Ya en casa le pedí a mamá que me mostrara aquellas fotografías. Me reconfortaba saber que no éramos tan diferentes. Ella sacó un abultado sobre del cajón de la cómoda y antes de vaciar su contenido se aseguró de que la mesa estuviese bien limpia.
-¡Mamá, es él!- exclamé- es el hombre de las petunias.
– Claro ¿Crees que podría olvidarlo?
-¿Y por qué has dicho esas cosas? Le has hecho sentir viejo.
-Por eso volverá mañana, para demostrarme que no lo es.

14. INTERIORIDADES (Edita)

Todo el mundo lo conoce por el chico del arradio, como él llama al aparato que siempre lleva consigo. Nadie en el pueblo lo oyó funcionar jamás, pero no se despega del dichoso trasto ni para ir a misa. Es muy devoto. A veces entra en la iglesia acompañado de su destartalada compañera y tarda horas en salir.

Apareció hace unos meses, exhausto y harapiento, pidiendo pan en la primera vivienda que encontró. Tanta compasión infundía, que los dueños no dudaron en prestarle ayuda sin recelo alguno. Después de proporcionarle ropa y alimento, lo acomodaron en el almacén de aperos. Permaneció inmóvil en el camastro, abrazado a su tesoro, más de veinticuatro horas. Cuando despertó, lo primero que hizo fue preguntar por el párroco. El cura parecía esperarlo. Desde entonces, vive en la casa rectoral.

Hoy me crucé con él en la ribera. Sollozaba. Extrañado al verlo sin la radio, osé preguntarle por ella. Suspirando aún, me condujo hacia el río. Cuando pudo, habló.

—Por fin, he cumplido los últimos deseos de mi madre: buscar a mi padre, mantenerla eternamente unida a su viejo transistor y enviar las cenizas al mar que nunca vimos. La corriente prometió ayudarme.

13. UN CUENTO DE HADOS

De repente se inventó el transistor. Ya no había que quedarse pegado a las faldillas de la radio para oír el partido del domingo. Don Jenaro tuvo que claudicar ante Patro y acompañarla al paseo por la calle mayor, artefacto en ristre. Pronto se encontró con Argimiro el cristalero, con Ulises el guardia, con… Todos con su bultito oscuro pegado a la oreja, diciendo “sí, cariño” o “buenas tardes” con desgana, mientras escuchan el 1-0 del Andújar-Moratalaz con nerviosismo. Es una extraña cofradía, con sus santos griales en las manos. Cada domingo crece la convocatoria, hasta hacerse multitud. Un día, todos los aparatos emiten una frecuencia dulce que obliga a los varones a dirigirse a las afueras. Allí una fuerza invisible los retiene. Una voz habla: “Prohibir tajantemente el balompié en el Reino”. Si no, se volatizarán los cabezas de familia. No hay más remedio que claudicar. Al cabo de un año algunos tocan el violín, otros leen a Proust o conversan sobre la Grecia de Pericles. Se organizan sesiones de teatro, se conversa sobre asuntos como el alma y lo bello. Han pasado décadas, por eso hijitos no conocíais ese objeto redondo que había en el desván.

12. Cruzar fronteras

Suena una cumbia en la radio arrinconada y polvorienta, como casi todo en el puesto fronterizo. Poca gente cruza. Y es mejor no intimar mucho con los que lo hacen. Porque es fácil dejarse arrastrar por sus sueños rotos y sus futuros tan predecibles e implacables como el sol ardiente que acompaña cada jornada. Por eso Julián permanece día a día en su puesto de trabajo, cumplidor e impasible, mirando a otro lugar y soñando otros sueños. Su vida empezará al terminar su jornada, cuando acalle la radio y deje atrás el polvo de su frontera.

 

11. Estoy en la onda (Mel)

No sé cómo ha pasado, sé que suena increíble pero no hay otra explicación: me he debido tragar la radio de la mesilla de noche. Al ir a desayunar me he puesto a cantar, sin desentonar, ¡y en inglés! He pasado del susto inicial a la mayor de las alegrías: ya no haré más el ridículo en los estúpidos karaokes de las fiestas del trabajo. A la tercera canción me he preocupado, he llamado a la oficina y les he tarareado eso de «hoy no me puedo levantar».

Después he pasado media mañana descubriendo cómo funciona todo: tironcillo en la oreja izquierda baja el volumen, la derecha lo sube,  guiñar un ojo cambia de canal y estornudar pasa de AM a FM. Abrir y cerrar la boca es encender y apagar.

Soy el tío más puntual del mundo, estoy al tanto de todo lo que ocurre en la ciudad y nunca había sido tan popular: con los comerciales me pongo en modo deportes, con las secretarias sintonizo onda cotilleos y con los jefes las tertulias de opinión. Quizás deba expandirme, no sé, estoy empezando a salivar con la tele.

10. Como un talismán

 

 

Cuando solo la radio era la primera portadora de noticias…

Cuando todos estábamos expectantes para saber de ellas…

Cuando una voz conocida empezó a hablar…

… nuestros corazones dieron un vuelco ante las palabras:

«Españoles, la guerra ha terminado»

9. Planes para el fin de semana

Por fin es viernes. Mientras se afeita, escucha por la radio el mensaje de una desconocida como propuesta para el fin de semana: anima a los oyentes a que participen en una concentración de apoyo a los enfermos de esclerosis. Desde la primera palabra, sus dedos bajan la cuchilla y se detiene a escucharla: su voz es un susurro fluido e intenso que capta la atención con su cadencia rítmica; parece venir de muy lejos, pero podría atraparla con los dedos, una voz directa al corazón, sin sensiblerías, acaricia el aire y despierta sus sentidos; una involuntaria química se activa en su cerebro. “Si no tienes otra cosa mejor que hacer el sábado por la mañana, ven a pasear con nosotros para ayudar a estos enfermos”. Piensa que todos los que la escuchen desearán acompañarlos, como encantados por una flautista de Hamelín. Cautivado por su voz, desea conocer a esa mujer, de la que solo sabe su nombre, Cristina, lo dijo la locutora, y está seguro de encontrarla y dispuesto a enamorarla, porque él ya se ha enamorado de ella. Y termina de afeitarse despacio, con la certeza de que mañana será el día más importante de su vida.

08. UNA TARDE DE DOMINGO (Ángel Saiz Mora)

Los remordimientos le aguijoneaban. Difícilmente pudo contener la vergüenza cuando llamó a la puerta de la sacristía. Creyó apreciar un gesto de contrariedad en don Prudencio al comunicarle su intención de confesarse. Probablemente interrumpido en medio de alguna ocupación, él le pidió que aguardase en el confesonario. Con la boca pegada al enrejado de celosía la mujer describió la visita del técnico calefactor, cuan atractivo le pareció enfundado en aquel mono de trabajo, la tentación y ella tan sola, con su Antonio siempre de viaje en ese absorbente trabajo suyo.

Una vez expuesto el pecado esperó alguna recriminación, pero el religioso permanecía extrañamente callado, quizá la impresión fue demasiado fuerte, a fin de cuentas la conocía desde niña. Se vio obligada a golpear el panel de madera que les separaba hasta que el sacerdote reaccionó.

Tras una rápida absolución obtuvo tres avemarías como penitencia. Don Prudencio, que parecía algo ajeno, aparte de tener prisa, fue muy explícito al rogarle que rezase en casa. La arrepentida salió aliviada, no menos que el párroco, que con unos auriculares en los oídos conectados a un transistor regresó velozmente a la sacristía. Cómodamente sentado en su butaca, terminó de escuchar el partido.

06. La familia y uno más (Susana Revuelta)

―Papá, papaaá… ¿Falta mucho? ―repite aburrido Álex mientras golpea con un muñeco articulado la cabeza de su hermana, que no para de gimotear y quejarse a su madre. Pero esta no le hace el menor caso porque va parloteando de esto y aquello sin dejar de mover el dial de la radio hasta detenerlo en una emisora donde esa mañana, vaya por Dios, dedican el programa a repasar los éxitos musicales del cantante Joselito, El pequeño ruiseñor.

Al intentar aplastar una mosca, la mujer da un manotazo al mando del limpiaparabrisas que se pone a girar frenéticamente de un lado para otro embadurnando con cagadas de paloma y barro la luna delantera justo en el preciso momento en que están adelantando a dos ciclistas.

Veinte interminables minutos después, el GPS anuncia el final del trayecto. Con las piernas temblorosas y la camisa empapada en sudor, Ramón se apea del coche. El examinador abre una de las puertas traseras y se baja también.

—Enhorabuena, Ramón ―le felicita dándole unas palmaditas en la espalda―, ha aprobado usted el carné de conducir. Algunos días nadie consigue superar la prueba práctica. Por curiosidad, dígame, ¿tiene usted hijos?

 

05. Aquella noche…(El Moli)

—Señor abogado defensor, por más que alegue histeria colectiva, no ha lugar su argumento. El daño causado es irreparable, se considera un hecho gravísimo en contra de la sociedad, la ciudad de Nueva York se vio convulsionada a punto tal que se perdieron vidas y eso merece castigo.

—Pero debe comprender su señoría que el dramatismo de la obra fue malinterpretado…

—Señor, el acusado utilizó la radioemisora como un arma letal, las causa y efectos fueron devastadores, acaso ¿no puede entenderlo?

—Su señoría mi cliente es un artista y sepa usted que el futuro nos dará la razón.

—Lamentablemente estamos en 1938 y en Nueva Jersey  la justicia no tiene un antecedente para acusar de hecho a su defendido; pero si por mí fuera condenaría a los directivos de la CBS y a su defendido el señor Orson Wells a la máxima pena. Lo ocurrido este octubre 30 ha sido inaudito…

De hecho que sentará un precedente y no se perderá en los anales del tiempo…

04. Coma (Patricia Mejías)

Estaba atrapada entre el encaje de lianas y la encía azul del mar en el horizonte. Bajaba de las montañas a dar clases en la escuelita del pueblo y, en compañía de su esposo, a recoger el salario anual. Iban a comprar los insumos agrícolas para la finca y, a  la farmacia, por la insulina y la provisión de jeringas. Por eso él miraba con odio la nueva radio.

─Tu padre bien pudo enviar dinero como regalo navideño.

Abstraída,  sintonizaba el contoneo de su cuerpo con la antena en la búsqueda del Concierto de Año Nuevo. Hasta que un manotazo hizo caer la radio entre el carraspeo de los transistores rotos.

─Perdón, no volverá a suceder.

─ ¡Te juro que así será!

Y, sin embargo, por su culpa, al siguiente año, tuvo que servir café y biscocho a las visitas en lugar de escuchar el concierto. Entre un nudo de abrazos la acercaron para el beso final. Le habló a la punzada junto al oído:

─Se suponía que te ibas a estar quieto y callado por dos días. Luego podías morirte si era tu gusto, Azuquitar. ¡Pero vas a cumplir! ─Y el féretro salió al compás de la Marcha Radetzky.

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