Esta Noche Te Cuento. Concurso de relatos cortos

FOBIAS

Un relato con menos de 200 palabras inspirado en FOBIAS

Bienvenid@s a ENTC 2025 ya estamos en nuestro 15º AÑO de concurso, y hemos dejado que sean nuestros participantes los que nos ofrezcan los temas inspiradores. En esta ocasión serán LAS FOBIAS. Y recuerda que el criterio no debe ser poner menos palabras sino no poner palabras de más. Bienvenid@
días
1
2
horas
0
0
minutos
3
0
Segundos
2
9
Esta convocatoria finalizará el próximo
30 DE SEPTIEMBRE

Relatos

27. Braulio

En la aldea parece que se han acostumbrado, que ya no hacen caso ni le dan importancia. Pero la verdad es que en su cementerio, cada 5 de mayo, sucede algo extraordinario. Sobre la tumba de Braulio, el antiguo maestro, aparece una botella vacía de pacharán.

Los que le conocieron saben que era adicto a ese licor y piensan que su espíritu despierta todos los años para agarrar una melopea que le ayude a olvidar la barbaridad que cometió en fecha semejante -hace ya bastantes años- cuando, también ebrio, se llevó por delante a la parienta de un hachazo. Los demás opinan que es, sencillamente, la broma de mal gusto ideada por un idiota superlativo.

Mientras, en su epitafio, oculto por las hierbas que nadie se preocupa de retirar, rezan las siguientes palabras: «No me juzguéis culpable del crimen que un desconocido perpetró»

26. CORRIENTES

La riada arrasa el camposanto. Desde la parte alta del pueblo vemos alejarse los ataúdes flotando en una marea de lodo.

La Lola va a la vera del Julián, para sonrojo de sus avergonzados familiares que enmudecen al ver cómo la naturaleza une lo que ellos se empeñaron en separar. Doña Patro exhibe su osamenta sin pudor, ante el pasmo de don Nicanor, su frustrado amante, que no logró despojarla en vida de sus ropas enlutadas.

Todos siguen la misma corriente, ajenos a nuestro estupor, indiferentes al tañer de las campanas que inauguran un toque nuevo y desordenado, como la miscelánea que las letras de los epitafios forman en el cieno.

Cuando todo pasa y sólo el hedor de la tragedia deja constancia de que no ha sido un sueño, caminamos en bandada, como pájaros mutilados, en dirección a la plaza.

Pero un pueblo sin sus muertos pierde su esencia. Los ancianos, los enfermos y tullidos no nos acompañan, y han echado la tranca en las puertas de sus casas.

25. La tumba sin nombre

Había ido al cementerio a depositar un ramo de flores sobre la tumba de su abuela. Siempre se preguntaba a quien pertenecería la tumba contigua sin inscripción alguna. Sin embargo, esa tarde de principio de otoño, quedó sorprendida al contemplar el abanico de colores que cubría la lápida en cuyo centro destacaba la figura de un ángel tocando el violín. Al buscar el origen de tal maravilla comprobó que provenía del bello rosetón, de la cercana iglesia gótica, al ser atravesado por los rayos del sol. Sintiendo curiosidad, le preguntó al párroco la identidad de la persona allí enterrada. Era una eminente violinista de orquesta de cámara quien al morir dejó toda su fortuna al miserable sobrino que ella había criado. Y ¿Cómo se llamaba? Rosa, se llamaba Rosa.

24. SUS MIEDOS

Estaba solo en casa pero detrás suya notaba su presencia queriéndole abrazar con fuerza. Como diciéndole. ¡Tranquilo, no te angusties, sigo aquí contigo, protegiéndote hasta que aprendas a vivir con mi ausencia! Pero no, aquella presión en su espalda no podía ser un abrazo suyo, aquello solo le producía terror. Había tocado con temblor su cuerpo envuelto en la mortaja, tan rígido y frio como el mármol que cerraría su nicho, recordaba como quedó dentro de aquella oscuridad para siempre a la sombra de dos pinos que hacían de guardianes en aquel paraje solitario y triste. Desde ese instante y por mucho tiempo le acompaño ese dolor de vacío que le desgarraba el alma, sin encontrar una razón que pudiera secar sus lágrimas.
Nadie le podía engañar, no volvería y lo sabía. La presencia que notaba tras él, tenía que ser un fantasma fruto de su imaginación que un día tras otro le seguía y le acompañaba creándole ese temblor que se acentuaba en la noche, cuando tenía que dormir solo en la cama de aquella habitación y el balcón donde seguían volviendo las golondrinas.

Rafaela.

http://juidiabadia.blogspot.com.es/2015/09/carta-mi-hermana.html

23. RESIGNACIÓN (Sergi Cambrils)

Cuando me postraron en el interior de aquel ataúd acolchado y me envolvieron en una preciosa mortaja de seda, supe que mi existencia llegaba a su fin. Para ellos –mis familiares y los del servicio funerario– ya estaba muerto. Sin embargo, yo no me sentía cadáver. Por increíble que fuera, notaba los latidos (casi imperceptibles) de mi corazón y una reveladora conciencia que me erizaba la planta de los pies. Cerraron la tapa, colocaron el féretro sobre una camilla y me trasladaron por el pavimento adoquinado del cementerio hasta el nicho donde se me daría sepultura.

En el pueblo se tenía la costumbre de contratar a jóvenes peones de la construcción para que demostraran su destreza levantando una pequeña pared de ladrillos que tapiara, en pocos minutos, el estrecho reducto donde permanecería enterrado el fallecido. Me imaginaba esa situación claustrofóbica y un estremecimiento hacía temblar mi aletargado cuerpo, impulsándolo a querer levantarse, a sorprenderles con mi vida. Pero al oír sus lloros, la aflicción de los presentes y las sentidas oraciones del párroco, no me pareció buena idea deshacer nada. Así que me resigné a morir, escuchando el bonito epitafio que mi esposa había elegido.

22. RÉQUIEM ELEMENTAL (Salvador Esteve)

Holmes, ya anciano, sabía que su muerte estaba próxima; la abrazaría aliviado.  Encargó la lápida y su epitafio.  Por primera vez en su vida la naturaleza de la maldad escapaba a su raciocinio.

Lo encontraron muerto, envenenado, la pipa seguía en la comisura de sus labios.  Rescataron su cuerpo mientras las llamas devoraban la casa y sus recuerdos.  La policía buscó entre sus enemigos; unos ya habían cumplido condena, otros, como el profesor Moriarty, nunca fueron detenidos.

 

EN MI VIDA

DE AMOR Y AMISTAD HE GOZADO

NO TENGO MIEDO

LA SEGURIDAD DE QUE POLVO SOMOS CONVIVE CON LA INMORTALIDAD

LAS LÁGRIMAS DE DIOS RESARCIRÁN MI MUERTE

 

Ante la tumba, su sobrino lloraba.  Le había admirado intentando aprender sus técnicas deductivas.  La última frase golpeaba su mente.

Dos días después las nubes presagiaban lluvia.  Volvió y, observando el epitafio, esperó. Cuando cayeron las primeras gotas las letras empezaron a difuminarse.

 †

EN MI VIDA

DE AMOR Y AMISTAD HE GOZADO

NO TENGO MIEDO

LA SEGURIDAD DE QUE POLVO SOMOS CONVIVE CON LA INMORTALIDAD

LAS LÁGRIMAS DE DIOS RESARCIRÁN MI MUERTE

 

Watson bebía una copa de brandy confiado, por fin liberado de ese yugo que le había aplastado toda su vida.

21. CÁNDIDO JUEGO ENTRE TINIEBLAS (Mª Belén Mateos)

Hubo un tiempo interminable en el que el viento helaba las lápidas y azotaba con fuerza las losas sempiternas y desgajadas por el tiempo. Aromas marchitos que se confundían con textos y que pretendían contar una vida que ya estaba exánime y borrada en el polvo de sus escasos restos. Palabras que se grabaron a fuego o fueron pegadas con la inocencia de saberse eternas, sin pensar que la lluvia o las primeras tormentas cobraban una violencia especial en ellas.

Cuando la soledad se hacía presente en las sombras, los fuegos fatuos rompían el silencio, y de manera prudente bailaban alrededor de las tumbas sin turbar el sueño de quienes aun no se creían muertos. Leían los epitafios que más les divertían o los últimos en llegar a su Tierra Santa. Elegías de lamento, aforismos memorables creados en un momento lírico de sentimiento, esculturas rubricadas con palabras:“Recuérdame cuando pases a mi lado”…Hacían de ello todo un juego macabro.

En los primeros albores del día se escondían, y tras su letargo llegaba la vida con forma de flores y llanto para cada una de esas ánimas con un nombre y un pasado.

Quizás solo sea una leyenda antigua…

20. ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA

Arrancaba con todo, una energía vital combinando elementos que por separado ya constituían en si suficiente poder para no caer en las fauces de desánimo. Era espectáculo vivo, con ella al fin del mundo exclamaban hasta los menos atrevidos. Por eso, a su alrededor no había más que acción y logros, una cadena de ellos imposible de evadir.

Por el flanco derecho intentaban debilitarla, por el izquierdo los nuevos obstáculos auspiciaban otras dificultades. De frente, el camino parecía limpio, no más lejos de la realidad. Por detrás, la envidia rugía de rabia con los dientes bien afilados. Tenía que mirar atentamente por donde pisar, haciéndolo de reojo hacía arriba por si el peligro le venía de ese lado.

Sin coraza, a cuerpo entero y mente abierta, la disciplina de la bondad y el único reclamo de la confianza.

Se convirtió más tarde en leyenda hasta allende de las fronteras, en tertulias y cualquier rincón, grabado en escritos y el tiempo no logra borrar su legado. Lo ve desde entonces abajo en los infiernos, donde fue a parar todavía joven el día que se creyó inmortal. Y desde arriba, la siguen recordando como un ángel.

19. VERSOS DE PIEDRA

El señor Cándido era picapedrero y cada mañana emprendía el camino hacia la cantera a lomos de su burra.
Mientras picaba la piedra bajo el sol ardiente soñaba y, por la noche, después de cenar un guiso de patatas, escribía versos en un viejo cuaderno a la vez que atusaba su bigote.
El señor Cándido tenía una habilidad innata para escribir epitafios y todos sus paisanos le solicitaban cuando la muerte visitaba sus hogares. Él, muy serio les pedía que hablaran unos minutos sobre el difunto. Entretanto, él escuchaba y miraba directamente a los ojos del intermediario.
Además de crear los versos, el señor Cándido los esculpía con su cincel sobre la losa. Entrar en el cementerio era como abrir un libro de poemas.
Un día enfermó el artista y no pudo volver a la cantera, sin embargo, no le abandonaron sus musas y siguió esculpiendo con frases el alma de sus vecinos.
Una noche de luna nueva murió el Señor Cándido y la oscuridad y la tristeza se adueñaron del cementerio. Cuenta la leyenda que desde entonces las lápidas dejaron de llevar epitafios y solo una cruz impersonal y una fecha venían a romper la homogeneidad de la roca.

18. Seducida

María tenía el miedo reflejado en su rostro, el mismo temor que recorría incansable el pavimento y concreto de la ciudad fantasma. Aquel hombre le recordó su época de adolescente, cuando los límites del beso y abrazo sucumbían al calor de los cuerpos jóvenes. En esos primitivos encuentros no hay racionalidad, cuando la mente sucumbe al deseo más puro de la piel. No dudó en ningún momento y contra todas las previsiones que la habían mantenido con vida, simplemente se dejó llevar a ese edificio abandonado. Busco refugio en el interior del derruido departamento, no había muebles, solo un silencio y una oscuridad inmutable. Las sombras del atardecer se desvanecían en el suelo, mientras las paredes se mantenían lóbregas y expectantes. Él huyó dejándola en una indefensión física y moral completa. No lo culpaba, en su lugar habría hecho lo mismo. Pero el cansancio la había vencido, por lo que aquella tarde, no regresaría a casa para esconderse ni un día más. Dentro de esa habitación, una sombra descendía lentamente y sin ningún grito o queja, así estaba escrito en su epitafio: “Ella se abandonó pacíficamente a la inevitable muerte”.

17. Ayer (Manoli Vicente Fernández)

 

Comenzó a dar vueltas por el desolador lugar, extrañada de encontrarse allí tan tarde, tan sola. Se sorprendió de no sentir miedo. La luna llena y la luz proveniente de las farolas situadas a la entrada de la cancela le permitían ir leyendo las inscripciones de los distintos «apartamentos» : «Juan Luis Gutiérrez Pérez 80 años (1930-2010) – Tu adorada esposa e hijos no te olvidan» Le vino a la mente un antiguo cuaderno escolar de ciencias naturales en el que archivaba diversas muestras de plantas en sendos recuadros con su nombre científico bajo cada una de las especies, y sonrió despectivamente. En ese momento sus ojos vacíos advirtieron una inscripción que la hizo despertar:

«Ana María Gónzalez Prieto. (1985-Ayer)»

16. De visita (Ginette Gilart)

Cuando franqueó la verja por primera vez la sorprendió gratamente la paz y el silencio que reinaban. Le gustaba lo que veía y oía a su alrededor, los cipreses que se elevaban hacia el cielo, las flores que adornaban las tumbas, el sendero de gravilla limpio de hierbajos, perfectamente trazado, y el trinar de los pájaros, que revoloteaban de árbol en árbol. Cada semana solía acompañar a su madre al cementerio y enseguida aprendió el camino hacia la tumba. Mientras la mujer limpiaba la losa y cambiaba las flores del jarrón, la niña jugueteaba entre los panteones.
— Nena, no te alejes, enseguida nos iremos.
A menudo se encontraba con una anciana, vestida de negro, reclinada ante una sepultura. En la lápida se podía ver el retrato de un joven soldado custodiado por un ángel doliente. Bajo la foto, un nombre, una fecha y un simple D.E.P. La niña se acercaba a ella, la saludaba amablemente, y la señora le devolvía una sonrisa.
Cuando la madre acababa su cometido llamaba a la cría:
— Nena, nos vamos, despídete de tu hermanita.
La niña, entonces, depositaba un beso en el frío mármol.
— Hasta la semana que viene, Olga.

Nuestras publicaciones